'Con la esperanza de que la RIQUEZA NACIONAL se distribuya mejor; sólo así seremos LIBRES, como reza el Coro de nuestro HIMNO y todos viviremos como hermanos. NAB'
LOS DESFILES ESCOLARES EN CHIQUIÁN
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
A estas alturas en los julios patrióticos de los sesentas, CHIQUIÁN se vestía de fiesta bicolor. Nadie era ajeno a ese sentimiento llamado PERÚ, donde el albo Yerupajá y los techos cahuidistas se abrazaban para forjar nuestra hermosa BANDERA. Los alumnos del Jardín de la Infancia, de la Primaria, Secundaria y de la Escuela Normal, preparaban con tiempo sus uniformes para el desfile en la Plaza de Armas. Las calles y los colegios se adornaban con cadenetas y hasta parecía que los ojos de San Martín y Bolívar, de los cuadros que pendían en las paredes de las aulas, tenían brillo humano. Los sastres, los mercachifles, las costureras, los peluqueros y los zapateros eran los más visitados por los alumnos y maestros.
Los integrantes de las escoltas ya estaban pintando con 'Griffin' blanco sus escarpines y correajes o poniendo relucientes los fusiles 'Mauser' proporcionados por Antonio Franco, de la Circunscripción Territorial de Bolognesi. También se fabricaban cascos con papel de periódico remojado y engrudo. Los brigadieres y los policías escolares abrillantaban con 'Brasso' o limón sus distintivos de bronce, ajustaban los cordones y dejaban impecables los bastones de mando con borlas blanquirojas. Los alumnos almidonaban su uniforme comando (caqui) y los más pequeñines, con el apoyo de sus padres, alistaban los botiquines de la Cruz Roja. Por su parte las princesas, sobre todo las alumnas del colegio Santa Rosa, cuidaban que las boinas, boleros y faldas azules hagan juego con los guantes y blusas blancas, renovaban el brillo de sus zapatos negros, pero con los tacos súper chatos, pues los zuecos y los tacos aguja estaban proscritos por el empedrado. Se apadrinaban y bendecían instrumentos musicales chillanditos.
Los ensayos para el desfile se incrementaban, tanto en Quihuillán, Umpay, la Plaza de Armas, la carretera a Huarampatay, el estadio de Jircán y en los patios de tierra de los centros educativos, siempre buscando la mejor presentación, donde los instructores pre-militares y los profesores jugaban un rol de primer orden, con los consabidos: 'saque pecho, meta la barriga, no doble las rodillas, mire al frente, pegue la mano, descanso, atención, a la derecha, media vuelta a la izquierda, firmes, de frente, paso redoblado al compás del tambor.... paso de ganso al son de la corneta: paso de desfile... !MARCHEN!'. Los instructores que brillaron en varias jornadas patrióticas fueron: Cesareo Zarazú, Luis Chiri, 'Angelito' y Fausto Chirinos.
En la Víspera, los ninacurus dejaban las chacras y se convertían en faroles o antorchas para iluminar las calles chiquianas. Los alumnos de la Pre Vocacional de Varones 351 desfilaban con submarinos, ballenas, barcos y aviones de gran tamaño, gracias a los talleres con que contaban; en cambio los solteros del 378 nos contentábamos con pequeñas casas hechas de caja de cartón y forradas con papel cometa, estrellas y peces con estructura de tallos de sacuara o listones de carrizo y una que otra Luna o una pelota con estructura de alambre. No faltaban los faroles que se incendiaban por una vela mal ubicada, algunos caían al suelo ante la acometida de avión a chorro. Mi tío Oti Balarezo siempre recuerda la vez que un grupo de profesores construyeron un barco enorme para lucirlo durante el desfile de faroles, pero que tuvieron que sacarlo por partes del aula, ya que por la puerta solamente salía el ancla.
El 28 de julio nuestro bello Chiquián amanecía de colores. Los gallos cantaban más temprano haciendo que los despertadores salgan sobrando. A partir de las cinco de la mañana se daban los últimos toques. Los peluqueros madrugaban para dejar rapados a los amigos del último momento. Algunos pasaban sudando por los puestos de los mercachifles y las tiendas comerciales buscando un par de zapatos, una corbata, una cristina o medio metro de chutás para renovar los descoloridos galones rojos o azules; otros, desde las 07:30 esperaban serenos en las esquinas, pero sin reírse mucho ni encorvarse demasiado para no ajar los uniformes planchados al carbón. El desayuno en las casas era más sostenido que de costumbre, algunos con menos suerte tomaban su refectorio: leche y pan. A las ocho los rulos y las trenzas ya estaban brillando con su barnizado de laca.
Cuando el reloj del Concejo Provincial marcaba las 10:00 a.m. se daba inicio a la Ceremonia Patriótica en la Plaza de Armas de Chiquián. Todos entonaban el HIMNO NACIONAL: Shapra y el Indio Peruano luciendo sus escarapelas, las autoridades, funcionarios, maestros, alumnos, trabajadores estatales y nuestros artesanos, músicos, chacareros, comerciantes y crianderos. Cierro los ojos y en mi imaginación escucho cantar a todo pulmón a: Benito el Comunero, Lorenzo el Zapatero, Perico el Albañil, Factor el Picapedrero, Juanita la Lavandera, Julia Dora la Cocinera, Honocha la Maestra de las pallas, Lolito el Hojalatero, Leonardo el Peluquero, Maurelio el Panadero, Ernesto el Farmacéutico, Abraham el Relojero, Bartola la Partera, Valerio el Curandero, Bayona el Mercachifle, Florentino el Músico, Icha el Sastre, Pedro el Policía, Sabás el Municipal, Urbana la Curandera, David el Herrero, Abilio el Cerrajero, Daniel el Gañán, Alberto el Jornalero, Teobaldo el Hacendado, Cesareo el Tejedor, Accepio el fabricante de velas, Venancio el Talabartero, Eulogio el Bordador, Antonio el Pregonero, Bernardo el Cantante, Martín el Cura, Guillermo el Cantinero, Cosme el Trenzador, Jorge el Domador, Goya la Costurera, Camilo el Heladero, Rómulo el Sombrerero, Filomeno el Quesero, Teodoro el Adobero, Eliseo el Techador, Manzueto el Camionero, Bolívar el Pintor, Peli el Transportista, Cuca Doctor el Dentista, Alejandro el Fiscal, Roga Cóndor el Escribano, Chimpu el Amanuense...
Al finalizar la Ceremonia se llevaba a cabo el Gran Desfile Escolar: El Jardín de la Infancia, las escuelas primarias, los colegios secundarios, la Escuela Normal y cerrando con broche de oro los gallardos maestros, arrancando aplausos y vítores de triunfo. Muchos pasaban pálidos frente al estrado oficial, algunos rojos como el tomate ante la presencia de su damisela, uno que otro luciendo zapatos nuevos, pero rengueando por las ampollas y más de un famélico a punto de desmayarse por no haber tomado su cucharada de 'Emulsión de Scott'. Los más pequeños seguían metro a metro a las compañías donde marchaban sus hermanos mayores. Concluido el Desfile venía la entrega de Libreta de Notas del Segundo Bimestre. Algunos 'taqueros' mostraban orondos sus altos calificativos, la mayoría prefería no hacer comentarios y los desdichados caminaban pegados a las paredes: cabizbajos, abatidos y meditabundos, ocultando sus rojos patrióticos entre la camisa y su piel. Fui un alumno promedio en el aula, pero uno de los más 'destacados' al finalizar el recreo. Las tomas de fotografías en la Plaza de Armas, en los patios con paredes humanas de los centros educativos o en la plazoleta Quihuillán, no se dejaban esperar.
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El 28 en la tarde o al día siguiente de madrugada, muchos viajaban a sus lares queridos para pasar un par de semanas de vacaciones al lado de sus padres, otros se quedaban en Chiquián esperando la llegada de los paisanos que estudiaban en Lima, Barranca, Huacho y Huaraz. Algunos, como en mi caso, enrumbábamos hacia las manadas de nuestros abuelos, otros a las haciendas de Tallenga, Pache, Chururo, Timpoc y Pancal. Si se postergaba el viaje, quedaba asegurada nuestra presencia en las corridas de toros de Carcas y Huasta, donde sus moradores no nos permitían subir a las tribunas y teníamos que permanecer en el ruedo sudando frío, caminando o corriendo de aquí para allá buscando refugio. Con las sombras lamiendo los cerros retornábamos a Chiquián, sin dejar de pensar en el baile de la ortiga sobre el pellejo pelado, que aguardaba en casa.
Sé que muchos descendientes de crianderos, pastores, ganaderos, chacareros, maestros rurales y hacendados, recordarán, cómo entre el 26 y el 27 de julio, cuando ya Chiquián estaba totalmente embanderada y pintada hasta el techo, el canto del pichuichanca sobre el alero y sus alegres paseos por el tejado nos anunciaban la llegada de nuestros padres y abuelitos trayéndonos requesón y queso fresco, ocas, paltas llacllinas, mashuas y papitas roqueñas, aquinas o de Capellanía, también manojos de escorzonera y huamanripa para el trepador chinguirito, vellones de lana para frazadas, ponchos, calzones y calzoncillos, cueros para las reatas y los reformadores 'shilpis', cuyes, carne de borrega y mondongo para degustar el 28.
Chiquián, 23 de julio de 1,977
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