Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Mes de campos perfumados de lluvia y huagoros, mes de 31 noches azules contando estrellitas bajo el cielo tupucanchino. Qué fácil era aprender a sumar y multiplicar así en mis cortos años, mientras mi abuelita nos narraba cuentos de Navidad, que el viento traía a su memoria como vellones blancos. Recuerdo que uno a uno desgranaba sus relatos de la mazorca popular en nuestras noches frías henchidas de ichu y cosmos.
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Después me quedaba contemplando la pampa que empezaba a vestirse de escarcha y luna, sin más abrigo que un poncho, una quena y mi piel curtida por la helada de la puna. Cuántas constelaciones unía con la mirada cada noche tachonada de estrellas; cuántos luceros y meteoritos atrapaba en la red de mi pensamiento de niño peregrino. Cuánta paz galopaba silente en la neblina; cuántos misterios reflejaban los fieros roquedales de Shajsha con el resplandor del acerado Tucu Chira; cuánta agua pura regalaba la generosa laguna de Conococha al Callejón de Huaylas.
Después me quedaba contemplando la pampa que empezaba a vestirse de escarcha y luna, sin más abrigo que un poncho, una quena y mi piel curtida por la helada de la puna. Cuántas constelaciones unía con la mirada cada noche tachonada de estrellas; cuántos luceros y meteoritos atrapaba en la red de mi pensamiento de niño peregrino. Cuánta paz galopaba silente en la neblina; cuántos misterios reflejaban los fieros roquedales de Shajsha con el resplandor del acerado Tucu Chira; cuánta agua pura regalaba la generosa laguna de Conococha al Callejón de Huaylas.
Cuántas sonrisas dibujaba en mi rostro antes de quedarme dormido; cuántos sueños con alas de fantasía volaban otros cielos en cada despertar; cuántos juguetes de arcilla, de esperanza y de fe forjé junto al puquial, con mis pequeñas manos entumecidas de frío, que me llevaron a mundos imaginarios; cuántos recuerdos como aves temporarias vendrán todavía en mi lento andar...
Huaraz, DIC 81