LA ENCOMIENDA
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Aquel día de fines de julio del 65, terminé mis exámenes a las 10 de la mañana, y pedí permiso al Auxiliar del colegio para ir a descansar de la larga noche estudiando Anatomía.
A las 11 ya estaba en casa, y mi papá, recién llegado de Lima, me dio el encargo de entregar una encomienda. Era día laborable, las calles estaban silenciosas bajo un fuerte sol patriótico.
Con la encomienda al hombro me hice presente en el domicilio de la destinataria, y ni bien puse los nudillos la puerta se abrió e ingresé al patio. Para mi sorpresa, metida en una tina de madera estaba bañándose una mujer entrada en años. Dejé la encomienda en el piso y, cuando me disponía a salir a la calle, me dijo:
- Ponme la toalla roja que está en la silla para darte tu gratificación.
Se paró tiritando y mientras cubría su piel perlada de agua pude ver que la abuelita estaba en forma. Tendría 58 años, a lo sumo 60, no más. Ella sonrió y con dulce voz me invitó a tomar café, feliz de haber recibido la encomienda que su nieto Rufino Darío le envió de Huaura.
Entramos a la cocina, y mientras encendía el fogón le susurré al oído los versos de Becquer: "¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?... ¡Poesía, eres tú!.. Ella, en vez de incomodarse, se dio vuelta y sonrió, entonces tomé una de las puntas de la toalla y Afrodita hizo el resto.
Después de unos minutos le di un beso en la frente y salí a la calle, contento por la obra de bien que acababa de realizar por Fiestas Patrias.
(De las memorias de un tinyaco)