Fue la noche más sombría de aquel crudo invierno. La puna estaba sembrada de escarcha, solo la Luna daba vida a los pajonales que centelleaban convirtiendo las gotas de rocío en millones de pequeños luceros, como si el aterciopelado cielo andino reflejará todo su albor en los pastizales. Ya faltaban 24 horas para la Navidad, y en su corta existencia, Joaquín pasaría su tercera Noche Buena sin su madre, quien, una madrugada de agosto se fue tras sus sueños dorados para no volver...
Esa medianoche dos abigeos incursionaron en la manada. Primero dieron muerte al perro pastor, luego a su padre y se marcharon llevándose el ganado lanar. Joaquín se ocultó entre unos pellejos de carnero y permaneció allí hasta el amanecer, añorando los últimos días que pasó con su mamá, imágenes infantiles perdidas en los misterios del viejo Rosario que le dejó al partir.
Con los primeros rayos del sol salió corriendo hacia la choza donde vivía una centenaria viejecita ciega. La buena samaritana le ayudó a dar cristiana sepultura a su padre y le prodigó alimento durante el día. Ya en la noche (24 de diciembre) retornó a su casa, y permaneció sentado entre el ichu con la mirada perdida en la inmensa pampa donde los rayos plateados de la luna reverberaban los mantos de escarcha.
Unos seguntos antes de las doce de la noche el viento empezó a silbar una dulce melodía en la pampa. Se paró Joaquín y caminó acompañado por las gotas de rocío que brillaban como bolitas de cristal en la paja brava. Conforme avanzaba, escuchaba con mayor claridad los sones del viento; de pronto la Luna alumbró la línea del horizonte y apareció su padre, cubierto con un poncho blanco de lana. Caminó hacia él y le tomó la mano; entonces el viento sopló más fuerte, ondeando el poncho como poderosas alas y los dos se elevaron al cielo. Desde lo alto, la Luna seguía iluminando la pampa...
LA PUNA Y LA GLOBALIZACIÓN
Ayer visité el páramo tras los cerros chiquianos,
sabana andina donde ya no existen crianderos;
allí ya nadie reposa la siesta en paja dura,
y de aquellas manadas, poco perdura.
Ya no están los que daban vida a los rebaños,
ni se escuchan los pincullos sonoros;
los cuentos y leyendas se van disecando,
hasta los puquiales se están secando.
No se ven arrieros ni cabalga el bandolero;
no hay perros que ladren, ni ovejas balando,
ya nadie lleva en sus manos el cayado
que Abraham les dejó como legado.
No se escuchan los trinos de mandolina
que brotaban de las cuerdas de la puna;
ya se fue con el eco la melodía matutina,
que tocaban Ernestina, Jesús y Martina.
Ya no florece en el alba el canto pastoral,
sólo campea la soledad en los cerros;
fría como alguien que ya no respira,
congelada como el Tucu Chira.
No nieva en Tupucancha y Gachirrajra,
sólo se mece la escarcha en el ichu,
los pumas y huachuas han huido,
hasta las vizcachas se han ido.
Época de hombres nobles como corderos,
más solitarios y huraños que los zorros,
con sus guitarras de nostálgico trinar
que a los pajonales hacían tiritar.
Ya el placer de criar se fue con los pastores,
que treparon la montaña en la neblina
y silbando con el viento alzaron vuelo
para hacer sus chozas en el cielo.
Hoy las musas duermen en el corazón del ande,
esculpidas en piedra que el tiempo olvidó,
ellas sueñan con sus nobles trovadores,
sedientas de lluvia, granizo y flores.
Copan mi memoria tiernos balidos de corderos,
en concierto con dulces mugidos de terneros
que remiendan mi alma raída de ternura
a más de cuatro mil metros de altura.
Este es mi canto empapado de manadas y puna
donde mi inocencia tuvo la dicha de morir;
santa estirpe morena que un día vivió,
!más humildes y sencillos que yo!.
Nalo AB - 25 AGO 2000