BAJADA DE REYES Y LA ESTRELLA DE BELÉN
Por Norka Bríos Ramos
Por Norka Bríos Ramos
Viene a mi memoria este recuerdo de niña en Corpanqui:
Me gustaba contemplar las estrellas. Las veía andar, ocultarse y hacer guiños a los niños del mundo. Mamá me enseñó a distinguir las constelaciones: Tres Marías, Cruz del Sur, Osa Mayor y Osa Menor, entre otras figuras luminosas.
Al caer las sombras de cada 6 de enero buscaba en el cielo la Estrella de Belén, porque decían en el pueblo que ese día aparecía guiando a los pastores y a los Reyes Magos. Esa noche le rogaba a la Estrella de Belén y a los Reyes Magos que a ningún niño le falte amor, pan y juguete.
La Bajada de los Reyes Magos se festejaba con una ceremonia en la iglesia. El sacerdote daba un mensaje sobre esta importante fecha del calendario religioso. Cuando el sacerdote se ausentaba, mamá dirigía la actividad. A medida que nos explicaba se iba desarrollando la escena, con todos los actos que había preparado con antelación. En una oportunidad participé como ángel. Llevé una túnica, alitas de papel crepé y una coronita de flores. Todo el vestuario era de color blanco. También hice de Estrella de Belén, con traje dorado, una estrella en la frente y una varita con una estrellita en la punta, todo del mismo color. Mamá preparaba los atuendos desde los primeros días de diciembre. Un día antes de la celebración se realizaba un ensayo general en la iglesia.
Visitaban Corpanqui muchas personas de los poblados aledaños para presenciar y participar de los festejos. Los negritos de Navidad ofrecían sus bailes al Niño Jesús. En cuanto culminaba la actividad en la iglesia, los asistentes caminábamos una vuelta alrededor de la plaza, cantando y bailando al compás de panderetas, sonajas matracas, platillos, pitos, bombos. También sonaban los píncullos, instrumento de percusión que alegra las tareas agrícolas y las techas de casa.
Después nos ubicábamos en la puerta de la iglesia para degustar sabrosos buñuelos que preparaban mamá y sus amigas. Los buñuelos eran parecidos a los picarones limeños pero sin hueco en el centro. La harina y las yemas de huevo eran los ingredientes principales. Todo dependía de la maduración del preparado para que salga delicioso y doradito del aceite caliente. Se servía sobre pancas de maíz (simulando la cobija del Niño), con miel de chancaca, clavo de olor, canela, cáscara de naranja y anís.
Luego mamá nos hacía un regalo a cada niño. A las mujercitas un juego de yases y a los varones diez bolitas de cristal en una bolsita.
Al día siguiente se realizaba la procesión del Niño Jesús con la banda de la escuela y las danzas de los negritos y los diablitos, al son del arpa de don Crecencio Noel y de los violines de don Marino y don Luis.
Mientras los adultos bailaban en la plaza, los niños nos divertíamos con los juguetes recibidos. Era costumbre que las familias inviten un almuerzo en sus casas. Ninguno se perdía estos ricos potajes caseros. Era una verdadera fiesta de confraternidad.
Recuerdo que la noche que recibí los yases (Matatenas o Jackses), soñé que se convertían en estrellitas del cielo. Al despertar fui a buscarlas donde creí haberlas dejado después del juego, y no las encontré. Pensando que se había hecho realidad lo soñado, le conté a mi mamá; ella, sonriendo emocionada hasta las lágrimas, me dijo: “Que lindo sueño hijita. Hoy, cuando abrí el portón hallé tus yases y los guardé en esta cajita. Parece que te extrañaban y volvieron del cielo. Al no poder entrar a la casa, esperaron que alguien abra el portón”. Gracias mamá por cuidar mis fantasías de niña.
Me gustaba contemplar las estrellas. Las veía andar, ocultarse y hacer guiños a los niños del mundo. Mamá me enseñó a distinguir las constelaciones: Tres Marías, Cruz del Sur, Osa Mayor y Osa Menor, entre otras figuras luminosas.
Al caer las sombras de cada 6 de enero buscaba en el cielo la Estrella de Belén, porque decían en el pueblo que ese día aparecía guiando a los pastores y a los Reyes Magos. Esa noche le rogaba a la Estrella de Belén y a los Reyes Magos que a ningún niño le falte amor, pan y juguete.
La Bajada de los Reyes Magos se festejaba con una ceremonia en la iglesia. El sacerdote daba un mensaje sobre esta importante fecha del calendario religioso. Cuando el sacerdote se ausentaba, mamá dirigía la actividad. A medida que nos explicaba se iba desarrollando la escena, con todos los actos que había preparado con antelación. En una oportunidad participé como ángel. Llevé una túnica, alitas de papel crepé y una coronita de flores. Todo el vestuario era de color blanco. También hice de Estrella de Belén, con traje dorado, una estrella en la frente y una varita con una estrellita en la punta, todo del mismo color. Mamá preparaba los atuendos desde los primeros días de diciembre. Un día antes de la celebración se realizaba un ensayo general en la iglesia.
Visitaban Corpanqui muchas personas de los poblados aledaños para presenciar y participar de los festejos. Los negritos de Navidad ofrecían sus bailes al Niño Jesús. En cuanto culminaba la actividad en la iglesia, los asistentes caminábamos una vuelta alrededor de la plaza, cantando y bailando al compás de panderetas, sonajas matracas, platillos, pitos, bombos. También sonaban los píncullos, instrumento de percusión que alegra las tareas agrícolas y las techas de casa.
Después nos ubicábamos en la puerta de la iglesia para degustar sabrosos buñuelos que preparaban mamá y sus amigas. Los buñuelos eran parecidos a los picarones limeños pero sin hueco en el centro. La harina y las yemas de huevo eran los ingredientes principales. Todo dependía de la maduración del preparado para que salga delicioso y doradito del aceite caliente. Se servía sobre pancas de maíz (simulando la cobija del Niño), con miel de chancaca, clavo de olor, canela, cáscara de naranja y anís.
Luego mamá nos hacía un regalo a cada niño. A las mujercitas un juego de yases y a los varones diez bolitas de cristal en una bolsita.
Al día siguiente se realizaba la procesión del Niño Jesús con la banda de la escuela y las danzas de los negritos y los diablitos, al son del arpa de don Crecencio Noel y de los violines de don Marino y don Luis.
Mientras los adultos bailaban en la plaza, los niños nos divertíamos con los juguetes recibidos. Era costumbre que las familias inviten un almuerzo en sus casas. Ninguno se perdía estos ricos potajes caseros. Era una verdadera fiesta de confraternidad.
Recuerdo que la noche que recibí los yases (Matatenas o Jackses), soñé que se convertían en estrellitas del cielo. Al despertar fui a buscarlas donde creí haberlas dejado después del juego, y no las encontré. Pensando que se había hecho realidad lo soñado, le conté a mi mamá; ella, sonriendo emocionada hasta las lágrimas, me dijo: “Que lindo sueño hijita. Hoy, cuando abrí el portón hallé tus yases y los guardé en esta cajita. Parece que te extrañaban y volvieron del cielo. Al no poder entrar a la casa, esperaron que alguien abra el portón”. Gracias mamá por cuidar mis fantasías de niña.