sábado, 31 de marzo de 2018
ABRAZO CHIQUIANO DE CUMPLEAÑOS - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)
Chiquián
La Vergne, 31 de marzo de 2018
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HOLA SHAY:
Un día como hoy nacieron en Chiquián cinco seres humanos muy queridos por nuestro pueblo: SOLEDAD ZÚÑIGA GAMARRA, ENMA RAYO MINAYA, BALBINA ALDAVE ESPEJO, PABLO MARTÍN VÁSQUEZ VERAMENDI y VICTORIA MONTORO RAMÍREZ..
Sólo la magia innata de Chole Zúñiga Gamarra puede
convertir con facilidad un día normal en fecha inolvidable. Así es
desde niña su carismática personalidad: un matiz de generosidad y
entusiasmo contagiante. Herencia viviente de Luis Pardo.
Su incansable labor magisterial, su amor por el deporte y su entrega a su familia, constituyen bellos ejemplos para los que compartimos su amistad; cualidades a las que se suma el aire de ánimo que se respira en toda fiesta deportiva y costumbrista con su presencia.
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(Chiquián con Canciones Folklóricas - Edición 1994 - publicado por el maestro, músico, promotor cultural y escritor Alejandro Aldave Montoro)
ABUELITA VICTORIA .
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Su incansable labor magisterial, su amor por el deporte y su entrega a su familia, constituyen bellos ejemplos para los que compartimos su amistad; cualidades a las que se suma el aire de ánimo que se respira en toda fiesta deportiva y costumbrista con su presencia.
Por su sencillez y su
espíritu amigable, grandes
y chicos quedan cautivados ni bien la conocen. El sonoro timbre de su voz y su mensaje sincero de
solidaridad, paz y amor por nuestra tierra, están presentes en todo
momento.
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Chole:
telúrica de nacimiento y campechana sin par; coleccionista de abrazos
de confraternidad, ejemplo de lucha y coraje a toda prueba, es un ser
humano de fe indoblegable como nuestro pueblo emprendedor.
Hija generosa de padres invalorables y enamorada hasta el tuétano de 'Espejito del cielo', de sus costumbres, de sus usos y tradiciones, siempre labrando con sus manos educadoras el progreso de Áncash.
Hija generosa de padres invalorables y enamorada hasta el tuétano de 'Espejito del cielo', de sus costumbres, de sus usos y tradiciones, siempre labrando con sus manos educadoras el progreso de Áncash.
Como buena cazadora de sueños está presente
con su banderín de lucha en las gestiones por el desarrollo
bolognesino, al lado de su hermano Acucho. Amén de los sabrosos potajes chiquianos que nos brinda con cariño cada vez que visitamos su casa.
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Compartir
gratos momentos con Chole, es manar lágrimas de emoción cuando canta
un huaynito saleroso con alma, vida y corazón; es aspirar la fragancia
de los campos chiquianos después del aguacerito de marzo; es sentir en
el ambiente ese olorcito a bizcochuelo recién horneado, a mashuita
madurando al sol, a leña fresca crepitando en fogón de humilde barro.
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Es
saber que al asomar el alba volverán los pichuichancas a cantar con la
esperanza de un día mejor; es recordar un domingo de voleibol en
Jircán, un paseo dominguero en Quihuillán y un enorme motivo para
recordar la belleza del majestuoso Yerupajá, desbrozando las nubes del
desaliento.
Madre
Chiquiana 2007, como expresión sublime del amor por los hijos y
nietos, nos deleitó en el Club Áncash con ese carisma contagiante con
el que tantos amigos ha ganado a lo largo y ancho de nuestro querido
departamento, que siempre palpita en las sienes y bulle incansable en las
venas.
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Doña Enma Rayo Minaya de Robles y doña Balbina Aldave Espejo,
compañeras de generación con gran visión empresarial desde que las
veredas chiquianas olían a lajas bañadas por el shulay
benefactor.
La primera en el transporte pesado de carga al lado de nuestro
recordado don Benjamín Robles Valverde (fallecido), padres de nuestros
amigos de promoción: Mali y Papi (fallecido). Doña Emmita se encuentra
en la Mansión Celestial desde el 20 de septiembre de 2016. Sus restos
mortales descansan en el Camposanto Parque del Recuerdo de Lurín.
Doña
Balbina nos ha legado un bello hotel turístico, remanso de
paz y orgullo de Chiquián, por su fina atención personalizada, su
bonita arquitectura provinciana y el jardín florido que cautiva al
visitante con su aroma y colorido.
Cómo no recordar sus olorosas manzanas, tersas unas, arrugaditas otras, en frascos cristalinos, aguardándonos para saborearlos después de los juegos de ping pong en su tienda del barrio de Quihuillán en los sesentas. Doña Balbinita acudió al llamado de Dios el 31 de marzo de 2008, y descanza en paz en el Cementerio General de Chiquián.
Cómo no recordar sus olorosas manzanas, tersas unas, arrugaditas otras, en frascos cristalinos, aguardándonos para saborearlos después de los juegos de ping pong en su tienda del barrio de Quihuillán en los sesentas. Doña Balbinita acudió al llamado de Dios el 31 de marzo de 2008, y descanza en paz en el Cementerio General de Chiquián.
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Pablo Martín Vásquez Veramendi,
quien en la foto aparece integrando la Escolta a la izquierda de Pocho
Cano (Rubén Robles a la derecha), es uno de los más destacados
deportistas chiquianos de todos los tiempos, profesor, novillero,
nadador, narrador y compositor de larga data, digno heredero de don Pablo Vásquez
Ibarra, su querido padre, de reconocida vocación educadora y edil en
bien de nuestra provincia. Amante de las revistas de coboyadas, y de
"Tarzán" del escritor americano Edgar Rice Burroughs, guardo su imagen adolescente leyendo imperturbable con una Bidú en la mano.
Dueño de un verbo que fluye cantarino como el querido Aynín de nuestras excursiones escolares. Sus poesías y relatos chiquianos de bucólica inspiración, sacuden las fibras humanas más intimas y van de latido en latido incendiando el recuerdo, y tonificando el espíritu de los que ya pintamos canas. Ejemplo de pródiga semilla y sabroso fruto para nuestros niños y jóvenes.
Dueño de un verbo que fluye cantarino como el querido Aynín de nuestras excursiones escolares. Sus poesías y relatos chiquianos de bucólica inspiración, sacuden las fibras humanas más intimas y van de latido en latido incendiando el recuerdo, y tonificando el espíritu de los que ya pintamos canas. Ejemplo de pródiga semilla y sabroso fruto para nuestros niños y jóvenes.
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Tardecita
fría de un fin de semana de junio del 2010 en la casa familiar. Las
primeras sombras de la noche cubrían Lima, la Ciudad Capital, que a
millones de provincianos cobija bajo su cielo nostálgico; a cambio
la bendecimos cada domingo festivo, con los colores vivos de nuestra
querencia, en los conos limeños.
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De pronto:
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Tiene la misma fuerza expresiva de Bellota y Cañita. Ambos hicieron
gárgaras con gotas de rocío y aspiraron de chiuchis el fresco aroma de
la lluvia. Es una voz vigorosa, pero tierna y dulce como el fruto del capulí.
¿Quién es el cantante? tiene acento chiquiano.
Así
comentó mi recordado papá, emocionado hasta las lágrimas, al escuchar
las canciones entonadas por Pablo Martín Vásquez Veramendi, de una grabación que mi
hermano Felipe le obsequió durante la visita sabatina.
Macollado,
así lo llamamos de cariño, es un gran intérprete del sentimiento
chiquiano y fiel amante de todo lo nuestro. Tallado a pulso y templado a
fuego, de fina madera y dura cuerda, corazón y razón, alegría y
añoranza, todo en uno.
Chimbote
Él
no solamente laboró como educador en la costa de Áncash, también
lo hizo en Laramate (Lucanas), hermosa campiña famosa por sus ricos quesos..
Un rinconcito de Lucanas
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Hoy
sus enseñanzas, su alma afable, los trinos de su guitarra viajera y su
telúrico cantar, siguen siendo acunados en Atocata, Chancaraylla,
Patahuasi, Yauca, Hatun Pampa, Chupancancha, Apataque, Cunya,
Chupancancha, Patahuasi, Quillillica y Patachana, cautivadores lugares
que conforman el inmenso jardín campestre de esta colorida zona del
Perú profundo, donde bajo el cielo azul brillan las tijeras de los
mágicos danzantes de almas indomables.
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En
trío con Herberto Aldave del Castillo y el flaco Roby Alva Ibarra,
inmortalizaron las aguas hechiceras de nuestro mítico Usgor, meridiano
creador de la canción chiquiana que hace zapatear y vibrar de alegría a
usaditos, maltones y chiuchis en las reuniones con arpa, combo gratis y trago
calientito:
Aguas de Usgor, aguas hechizadas
son tus quebradas testigos mudos
de mis amores con una chiquiana
de mis amores con una chiquiana.
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Vino el invierno todo lo ha borrado
fango y lodo, sólo ha quedado
porque tu nido allí ha quedado
bajo las ramas de un árbol caído.
para que vuelva hay mi golondrina
agüitas turbias del recuerdo mío
agüitas turbias del recuerdo mío.
Fuga
Anda dile a tu mamá
mucho me gusta melodías
si no le dices yo le diré
con este huayno le engañaré.
son tus quebradas testigos mudos
de mis amores con una chiquiana
de mis amores con una chiquiana.
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Vino el invierno todo lo ha borrado
fango y lodo, sólo ha quedado
porque tu nido allí ha quedado
bajo las ramas de un árbol caído.
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Ahora espero sólo primaverapara que vuelva hay mi golondrina
agüitas turbias del recuerdo mío
agüitas turbias del recuerdo mío.
Fuga
Anda dile a tu mamá
mucho me gusta melodías
si no le dices yo le diré
con este huayno le engañaré.
(Chiquián con Canciones Folklóricas - Edición 1994 - publicado por el maestro, músico, promotor cultural y escritor Alejandro Aldave Montoro)
Contrapunto con sana picardía, sentimiento y poesía de pueblo que define el
perfil de una época de oro del chinguirito y la serenata de zaguán sin punku todavía;
simiente que germinó en las jóvenes cuerdas sonoras, con un lenguaje
coloquial, cantándole a la musa y al paisaje de rica tradición idílica,
que al rescatar lo nuestro, subraya la concepción de que lo valioso
está en la cultura popular y, que el verdadero perfil de un lugar como
Chiquián, hay que buscarlo en sus habitantes, sus creencias y
tradiciones; en su música, en los sueños colectivos, en su flora, su
fauna; así como en la riqueza de sus entrañas y en la nívea belleza de
sus picachos de donde afloran los deshielos vivificantes. Seres humanos como Macollado son los que ennoblecen las
palabras: AMIGO y PAISANO.
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Cierto lejando día de fines de marzo, lejos de nuestro amado pueblo, pensando en el gran legado espiritual de “Mamamita” Victoria, me repetía una y otra vez: "en
Chiquián están las huellas de mi infancia, también las ilusiones
dormidas que sueñan con un lindo despertar. Está su espíritu festivo y
religioso, músculo y nervio del provinciano de pura cepa. En sus chacras
habita la fragancia del trigo dorando al sol y del maíz tierno bañado
por el shulay. Allí están sus quietas calles que guardan la risa
de mis amigos, allí duermen mis días primeros bajo el hermoso glaciar.
Allí están las obras de las mujeres y hombres que forjaron su
identidad... y en Alcococha descansa el horno de cielo rojo alambicando
el aroma del pan caliente... también en Alcococha, junto al murmurador
Yarush, está la casa solariega que Mamamita cedió con cariño, durante
tres décadas, a nuestro pueblo para el funcionamiento del colegio
'Coronel Bolognesi', del INA, la PNP y del INPE...". Mi amada
abuelita Victoria subió al cielo el 24 de junio de 1969. Ella halló
cristiana sepultura en el Cementerio General de Chiquián, donde en marzo
florece el arcoíris.
ABUELITA VICTORIA .
Mamamita, te llamábamos tus nietos;
siempre tuviste para nosotros amor
y sólo amor, mas nunca vimos
siempre tuviste para nosotros amor
y sólo amor, mas nunca vimos
descansar tus manos...
Siempre trabajando duro,
en tu cálido horno y tu tienda,
atenta con tus clientes y generosa con los
niños y ancianitos que te pedían dos pancitos.
Enviudaste con una decena de hijos a cuestas,
pero no te amilanaste ni un segundo
y continuaste luchando fuerte,
agotando tu existencia.
¡Oh! dulce manantial
de trabajo honrado y saludable
que nosotros evadimos y regateamos,
mientras amasabas jaratantas de esperanza.
Hoy, ese nuevo pan que es fruto de tu obra,
late en cada alma y corazón chiquiano,
pues la casa que cediste con cariño,
les dio conocimiento y abrigo.
Por eso los bolognesinos,
también del Instituto Agropecuario,
los policías e internos que ocuparon tu casa,
te añoran con gratitud por tus biscochos y tu techo.
Siempre trabajando duro,
en tu cálido horno y tu tienda,
atenta con tus clientes y generosa con los
niños y ancianitos que te pedían dos pancitos.
Enviudaste con una decena de hijos a cuestas,
pero no te amilanaste ni un segundo
y continuaste luchando fuerte,
agotando tu existencia.
¡Oh! dulce manantial
de trabajo honrado y saludable
que nosotros evadimos y regateamos,
mientras amasabas jaratantas de esperanza.
Hoy, ese nuevo pan que es fruto de tu obra,
late en cada alma y corazón chiquiano,
pues la casa que cediste con cariño,
les dio conocimiento y abrigo.
Por eso los bolognesinos,
también del Instituto Agropecuario,
los policías e internos que ocuparon tu casa,
te añoran con gratitud por tus biscochos y tu techo.
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Un
fuerte abrazo de la familia chiquiana Alvarado Balarezo a mis amigos Chole y Macollado. Nuestras plegarias por
el descanso eterno de las almas buenas de doña Balbinita, de doña Emmita y de mi abuelita Victoria.
Fraternalmente
Nalo
Nalo
Chiquián - Plaza de Armas
Chiquián
viernes, 30 de marzo de 2018
VIERNES SANTO - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)
CHIQUIÁN:
VIERNES SANTO EN LOS SESENTAS
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Pasar
el VIERNES SANTO en Chiquián, cuando alboreaba la década del sesenta, fue un permanente descubrir al Nazareno
en las pupilas del pueblo. Cada minuto que discurría sigiloso
triunfaba el bien sobre el mal, la victoria de Jesús frente a Satanás, con aroma a retamas, cantutas y malva.
Hoy, caminando las callecitas alfombradas de fe uno comprende que de nada vale ser ciudadano del mundo, si en el pecho no arde la heredad nativa; que el amor por los creyentes y los no creyentes es la única llave que abre la puerta del cielo y el milagro que sana los recuerdos luctuosos.
En aquellos años no sólo ayunábamos carne, también sorbos amargos de gritos y agravios. Imperaba la quietud en la primera cuadra de Leoncio Prado del barrio de Jircán, en los patios solariegos y los zaguanes. Ningún niño hablaba lisuras ni hacía travesuras, conscientes de ser protagonistas en las actividades religiosas programadas por el clero, la municipalidad y la comunidad campesina.
Los principales soportes humanos de nuestra fe, fueron, entre otros queridos paisanos: Lolito Rivera, fabricante de velas y escultor de imágenes sacras con madera, carrizo, yeso y tela encolada; Cástulo Rivera, coordinador general de las tareas religiosas; Julián Soto, generoso hacedor del Huerto de Judas; y los Santos Varones, leales amigos de Cristo, encargados de mantener el orden en las procesiones.
Todas las fisuras ocasionadas por malos entendidos y falsos rumores se soldaban por obra de Dios. Es decir, se ponía en práctica la dulce expresión del perdón que libera ataduras, reconcilia al mundo y brinda paz interior.
Grandes y chicos nos mostrábamos compasivos con los seres vivos, alados o de cualquier especie. Los animales de tiro descansaban de la faena diaria. Callaban las campanas, el bombo, las mandolinas y las guitarras, solamente se escuchaba el crepitar de los cirios y del incienso fragante; hasta los pequeños runrunes de lata y los trompitos huancachos dejaban de dar vueltas, ocultando filos y púas bajo un raído pañal de bayeta.
El sonido de las matracas de madera invitaba a guardar silencio. Todos caminábamos sin hacer ruido y hablábamos en voz baja, muy baja, lo más pegadito posible al oído de algún chiuchi amigo durante las vigilias, los rezos y las procesiones, uniéndonos así al padecimiento y a la muerte de Jesús, a la espera de su retorno, anunciándonos el triunfo de la Resurrección y la vida eterna.
La pila de agua bendita para que se persignen con unción los fieles se agotaba y renovaba, una y otra vez. La inmensa puerta de entrada permanecía despejada; sin embargo todos los rincones de la iglesia, y hasta los reducidos espacios bajo las andas estaban ahítos de niños y ancianitos empuñando velas y cirios encendidos.
Las manos encallecidas de los carpinteros reposaban su fatiga. Similar actitud adoptaban los chacareros y artesanos. Imperaba la calma en los potreros, las pircas, los sembríos, los caminos... Sólo se escuchaba el rumor del arroyuelo, del puquial y la cascada.
Cada poblador, emulando a Simón de Cirene, permanecía presto a poner el hombro ante cualquier contingencia.
En todo momento reinaba la hermandad, la solidaridad, la misericordia y la armonía. Herencia de vida que pasa de generación en generación, hasta nuestros días.
No se desperdiciaba ni una sola gota del líquido elemento vital de los pilones esquineros. Todas las puertas del de Jircán permanecían abiertas de par en par para brindarle al peregrino: comida, abrigo y el agua que le negaron a Jesús durante su Calvario.
El chinguirito y los demás "tragos virtuosos" brillaban por su ausencia. Las cantinas cerraban sus puertas con siete candados. Las tiendas comerciales preferían no atender. Los juegos de azar se esfumaban.
Los shilpis (látigo), garrotes, clavos, cuchillos y navajas permanecían lejos de las manos. La amenaza de castigo hacía mutis.
La tarea de beneficio en el mercado de abastos y el baratillo se interrumpía por 24 horas. Solamente se expendían productos de pan llevar, frutas y pescados, sobre todo bonito y anchoveta seca.
La iglesia estaba colmada de fieles. Las casas permanecían vacías horas enteras. Los Santos Varones eran los únicos autorizados para tocar el Santo Sepulcro y al Cristo Yacente. Este día de profundo recogimiento no se celebraba la Eucaristía, y el Altar tenía un sobrecogedor color gris.
Hoy, caminando las callecitas alfombradas de fe uno comprende que de nada vale ser ciudadano del mundo, si en el pecho no arde la heredad nativa; que el amor por los creyentes y los no creyentes es la única llave que abre la puerta del cielo y el milagro que sana los recuerdos luctuosos.
En aquellos años no sólo ayunábamos carne, también sorbos amargos de gritos y agravios. Imperaba la quietud en la primera cuadra de Leoncio Prado del barrio de Jircán, en los patios solariegos y los zaguanes. Ningún niño hablaba lisuras ni hacía travesuras, conscientes de ser protagonistas en las actividades religiosas programadas por el clero, la municipalidad y la comunidad campesina.
Los principales soportes humanos de nuestra fe, fueron, entre otros queridos paisanos: Lolito Rivera, fabricante de velas y escultor de imágenes sacras con madera, carrizo, yeso y tela encolada; Cástulo Rivera, coordinador general de las tareas religiosas; Julián Soto, generoso hacedor del Huerto de Judas; y los Santos Varones, leales amigos de Cristo, encargados de mantener el orden en las procesiones.
Todas las fisuras ocasionadas por malos entendidos y falsos rumores se soldaban por obra de Dios. Es decir, se ponía en práctica la dulce expresión del perdón que libera ataduras, reconcilia al mundo y brinda paz interior.
Grandes y chicos nos mostrábamos compasivos con los seres vivos, alados o de cualquier especie. Los animales de tiro descansaban de la faena diaria. Callaban las campanas, el bombo, las mandolinas y las guitarras, solamente se escuchaba el crepitar de los cirios y del incienso fragante; hasta los pequeños runrunes de lata y los trompitos huancachos dejaban de dar vueltas, ocultando filos y púas bajo un raído pañal de bayeta.
El sonido de las matracas de madera invitaba a guardar silencio. Todos caminábamos sin hacer ruido y hablábamos en voz baja, muy baja, lo más pegadito posible al oído de algún chiuchi amigo durante las vigilias, los rezos y las procesiones, uniéndonos así al padecimiento y a la muerte de Jesús, a la espera de su retorno, anunciándonos el triunfo de la Resurrección y la vida eterna.
La pila de agua bendita para que se persignen con unción los fieles se agotaba y renovaba, una y otra vez. La inmensa puerta de entrada permanecía despejada; sin embargo todos los rincones de la iglesia, y hasta los reducidos espacios bajo las andas estaban ahítos de niños y ancianitos empuñando velas y cirios encendidos.
Las manos encallecidas de los carpinteros reposaban su fatiga. Similar actitud adoptaban los chacareros y artesanos. Imperaba la calma en los potreros, las pircas, los sembríos, los caminos... Sólo se escuchaba el rumor del arroyuelo, del puquial y la cascada.
Cada poblador, emulando a Simón de Cirene, permanecía presto a poner el hombro ante cualquier contingencia.
En todo momento reinaba la hermandad, la solidaridad, la misericordia y la armonía. Herencia de vida que pasa de generación en generación, hasta nuestros días.
No se desperdiciaba ni una sola gota del líquido elemento vital de los pilones esquineros. Todas las puertas del de Jircán permanecían abiertas de par en par para brindarle al peregrino: comida, abrigo y el agua que le negaron a Jesús durante su Calvario.
El chinguirito y los demás "tragos virtuosos" brillaban por su ausencia. Las cantinas cerraban sus puertas con siete candados. Las tiendas comerciales preferían no atender. Los juegos de azar se esfumaban.
Los shilpis (látigo), garrotes, clavos, cuchillos y navajas permanecían lejos de las manos. La amenaza de castigo hacía mutis.
La tarea de beneficio en el mercado de abastos y el baratillo se interrumpía por 24 horas. Solamente se expendían productos de pan llevar, frutas y pescados, sobre todo bonito y anchoveta seca.
La iglesia estaba colmada de fieles. Las casas permanecían vacías horas enteras. Los Santos Varones eran los únicos autorizados para tocar el Santo Sepulcro y al Cristo Yacente. Este día de profundo recogimiento no se celebraba la Eucaristía, y el Altar tenía un sobrecogedor color gris.
Cómo olvidar el cartelito con el acrónimo INRI (IESVS NAZARENVS REX IVDAEORVM:
Jesús de Nazaret, rey de los judíos), que Poncio Pilato (Poncio
Pilatos), autor ejecutivo del suplicio y muerte de Jesús, ordenó poner
en la Cruz como causa de condena, intentando expiar sus culpas y de paso
ceder por conveniencia personal ante el inefable Caifás y su suegro Anás,
y demás conspiradores contra el Nazareno.
Cómo
olvidar también el grito unánime de la muchedumbre pidiendo la inmediata libertad
de Barrabás, condenado a muerte por revoltoso, asesinato y robo, y en su reemplazo crucificar sin
compasión alguna a un inocente. De ahí la importancia que tiene
para el cotidiano vivir, reflexionar sobre los significados de: “Lavarse las manos”, “Las 30 monedas de plata”, “El beso de Judas” y “El canto del gallo”.
El Viernes santo nadie se ponía ropa de colores llamativos ni se atrevía a contar algún chiste. Los chiuchis graciosos orábamos contritos, pidiendo la absolución de las culpas, por tanta chacota y chanzas en triple sentido, contados en la vereda del barrio. El poncho y el pañolón se convertían en humildes símbolos de fe y sentimiento de luto, como una manera de reparar el daño causado por los pecados.
Los niños mirábamos el Divino Madero como señal de salvación y esperanza, reflexionando silentes sobre las Siete Palabras pronunciadas por Jesús durante su penosa agonía, sintiendo en carne viva el misterio de la Santa Cruz, junto a nuestros padres, abuelitos, hermanos y amigos. Porque el Viernes Santo es un Acto de Amor: la muerte de un hombre sin mácula alguna, que fue entregado por uno de sus más cercanos amigos, condenado injustamente por el único pecado de ser generoso. Un hombre que fue avergonzado ante sus seguidores, escupido, castigado sin piedad y crucificado sin pronunciar reclamo alguno contra sus verdugos, por quienes pidió perdón antes de expirar; que en suma representa el perdón de nuestros pecados y así podamos estar más cerca de Dios.
Ahora que vienen vientos misioneros del Vaticano, ungidos con el óleo de la humildad del Buen Pastor de Hombres, elevo mis oraciones por el Papa Panchito, de quien estoy muy orgulloso, no porque pagó su cuenta de alojamiento el día que fue elegido Papa, ni porque ese día rechazó subirse a la limusina papal y prefirió viajar junto a los cardenales rumbo a su residencia, tampoco porque prefiere la modesta madera al fulgor del oro, o porque maneja su Renault de 1984, en austera sencillez de pecador como todos los mortales, sino por emular a Cristo y por visitarnos en enero último: servir con amor las 24 horas del día sin esperar nada a cambio y dar la vida por los demás, sin distingos de ningún tipo.
El Viernes santo nadie se ponía ropa de colores llamativos ni se atrevía a contar algún chiste. Los chiuchis graciosos orábamos contritos, pidiendo la absolución de las culpas, por tanta chacota y chanzas en triple sentido, contados en la vereda del barrio. El poncho y el pañolón se convertían en humildes símbolos de fe y sentimiento de luto, como una manera de reparar el daño causado por los pecados.
Los niños mirábamos el Divino Madero como señal de salvación y esperanza, reflexionando silentes sobre las Siete Palabras pronunciadas por Jesús durante su penosa agonía, sintiendo en carne viva el misterio de la Santa Cruz, junto a nuestros padres, abuelitos, hermanos y amigos. Porque el Viernes Santo es un Acto de Amor: la muerte de un hombre sin mácula alguna, que fue entregado por uno de sus más cercanos amigos, condenado injustamente por el único pecado de ser generoso. Un hombre que fue avergonzado ante sus seguidores, escupido, castigado sin piedad y crucificado sin pronunciar reclamo alguno contra sus verdugos, por quienes pidió perdón antes de expirar; que en suma representa el perdón de nuestros pecados y así podamos estar más cerca de Dios.
Ahora que vienen vientos misioneros del Vaticano, ungidos con el óleo de la humildad del Buen Pastor de Hombres, elevo mis oraciones por el Papa Panchito, de quien estoy muy orgulloso, no porque pagó su cuenta de alojamiento el día que fue elegido Papa, ni porque ese día rechazó subirse a la limusina papal y prefirió viajar junto a los cardenales rumbo a su residencia, tampoco porque prefiere la modesta madera al fulgor del oro, o porque maneja su Renault de 1984, en austera sencillez de pecador como todos los mortales, sino por emular a Cristo y por visitarnos en enero último: servir con amor las 24 horas del día sin esperar nada a cambio y dar la vida por los demás, sin distingos de ningún tipo.
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La
mañana del 1 de setiembre del 2010, en plena fiesta de Santa Rosa,
media hora antes del retorno de papá a Lima, le ofrecí volver juntos a
Chiquián para pasar la Semana Santa del 2011, sin imaginarme que antes
de los dos meses emprendería el Gran Vuelo a la eternidad. Él dio
respuesta a dicho ofrecimiento así:
Luego hizo un recorrido visual por los parajes circundantes y murmuró: "Adiós Chiquián querido, gracias pueblo bendito, pronto vendré a recoger mis pasos". A los pocos minutos mi papá estaba surcando Caranca en el vehículo de mi hermano Felipe rumbo a Lima.
Horas más tarde, cuando “La Entrada” estaba en la Plaza de Armas, pensé en sus palabras de despedida al contemplar la Iglesia Matriz. Al bajar los párpados pude verlo con los ojos del alma de la mano de Jesús. Mi entrañable amigo de la infancia, Jorge Alfredo Vásquez Veramendi, muy querido por mi papá, al notar mis lágrimas me abrazó con ternura, y me sentí protegido como en mis tiernos años. Cuando le expliqué el motivo de mi congoja, sentí latir su corazón junto al mío, mientras las avellanas surcaban el cielo chiquiano, y los caramelazos de las huestes del Inca Atahualpa y del Capitán Pizarro rebotaban como granizo en nuestras cabezas y espaldas.
En aquella visión premonitoria del 1 de setiembre, mi amado papá tenía la serena sonrisa con la que al rayar el alba el 25 de octubre del 2010 expiró su último aliento; siete años después (25 de setiembre de 2017), su entrañable amigo Pablito Vásquez Ibarra, padre amado de Jorge Alfredo, llegó a la Mansión Celestial en brazos de Jesús..
Horas más tarde, cuando “La Entrada” estaba en la Plaza de Armas, pensé en sus palabras de despedida al contemplar la Iglesia Matriz. Al bajar los párpados pude verlo con los ojos del alma de la mano de Jesús. Mi entrañable amigo de la infancia, Jorge Alfredo Vásquez Veramendi, muy querido por mi papá, al notar mis lágrimas me abrazó con ternura, y me sentí protegido como en mis tiernos años. Cuando le expliqué el motivo de mi congoja, sentí latir su corazón junto al mío, mientras las avellanas surcaban el cielo chiquiano, y los caramelazos de las huestes del Inca Atahualpa y del Capitán Pizarro rebotaban como granizo en nuestras cabezas y espaldas.
En aquella visión premonitoria del 1 de setiembre, mi amado papá tenía la serena sonrisa con la que al rayar el alba el 25 de octubre del 2010 expiró su último aliento; siete años después (25 de setiembre de 2017), su entrañable amigo Pablito Vásquez Ibarra, padre amado de Jorge Alfredo, llegó a la Mansión Celestial en brazos de Jesús..
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.SEÑOR DE CONCHUYACU
Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Tu rostro en la sacra roca
que la Mano Divina creó,
protege al peregrino,
y bendice la agricultura
con arroyo de agua santa.
Cuando visitamos tu Gruta,
chicos y grandes somos felices,
subimos tus gradas con fe y esperanza
y grabamos tu imagen en cada latido.
Señor, brilla la savia grana de tu frente,
escucho el palpitar de tu corazón
y la respiración se torna brisa
bajo el sol del mediodía.
Cierro los ojos
y estás cerca del Gólgota;
no hay cirineos en tu Calvario;
me miras, y vuelves a cargar la Cruz.
!Oh Dios!, que apruebas la santa veneración,
te ruego que bendigas y santifiques
a Nuestro Señor del Camino
que guía nuestros pasos.
AGO - 1988
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