Construcción y forja de la utopía andina
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
LA FIESTA DEL ALMA EN ARGUEDAS
Por Danilo Sánchez Lihón
En el "¿Último diario?", que integra la obra El zorro de arriba y el zorro de abajo, José María Arguedas nos dice:
“... si el balazo se da y acierta. Estoy seguro que es ya la única chispa que puedo encender...”.
Aquel balazo se dio. Encendió aquella chispa, para lo cual también se necesita valor, disparándose en su oficina de la Universidad Nacional Agraria.
Se disparó un balazo en la sien, el 28 de noviembre del año 1969, muriendo 4 días después, el 2 de diciembre.
Nos dejaba incluso en ese acto un mensaje irredento con el telón de fondo de la tragedia y la epopeya que es el Perú.
La única luz, fuego, pulso y calor de ese fuego eso sí arderá eternamente en toda conciencia y sentimiento que se relacione a nuestro país.
Será siempre una bala volando en el aire, y punto clave de reflexión en relación a nuestra realidad, nuestra cultura y nuestro destino como personas y como colectividad.
Porque nos confesó también que todos los latidos de su vida eran de amor, devoción y consagración al Perú.
2. Yo la leí y le creí
Reproduzco aquí este sencillo homenaje por su carácter íntimo y en soledad, que le rinde Eduardo Galeano, en “El libro de los abrazos”. Dice:
Yo estaba regresando a Montevideo, al cabo de un viaje. De dónde venía, no recuerdo, pero sí recuerdo que en el avión había leído El zorro de arriba, y el zorro de abajo, la novela final de José María Arguedas.
Arguedas había empezado a escribir ese adiós a la vida el día que decidió matarse, y la novela era su largo y desesperado testamento. Yo la leí y le creí, desde la primera página le creí: aunque no conocía a ese hombre, le creí corno si fuera mi siempre amigo.
En El zorro, Arguedas había dedicado a Onetti el más alto elogio que un escritor pueda brindar a otro escritor: había escrito que estaba en Santiago de Chile, pero que en realidad quería estar en Montevideo, para encontrarse con Onetti y apretarle la mano con que escribe.
En casa de Onetti, se lo comenté. Él no sabía. La novela, recién publicada, no había llegado todavía a Montevideo. Se lo comenté, y Onetti quedó callado. Hacía bien poco que Arguedas se había partido la cabeza de un balazo.
Los dos estuvimos mucho tiempo, minutos o años, en silencio. Después yo dije algo, pregunté algo, y Onetti no contestó. Entonces alcé los ojos y le vi aquel tajo de humedad que le atravesaba la cara.
3. El principio y el fin
Pero, volviendo a aquellas palabras que José María Arguedas dejó escritas en El zorro de arriba y el zorro de abajo, a continuación de la cita que hacíamos, allí mismo nos dice:
“...Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el Perú... se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres “alzamientos”, del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de fuego, el de Dios liberador, Aquel que se reintegra. Vallejo era el principio y el fin”.
Es inmensa y conmovedora aquí esta revelación contundente y absoluta con relación a César Vallejo en la víspera de morir y en su carta de despedida, diciendo en aquel testamento que era el principio y el fin, trazando su arco de alianza con él.
Y en otro momento afirma:
Fue leyendo a Mariátegui… que encontré un orden permanente en las cosas.
4. Los tres jircas y apus tutelares
Y allí tenemos inhiestas a las tres montañas tutelares. Y es que ellos tres son seres con trasfondo mítico, con raíces milenarias, con ancestro cósmico.
Son seres que han fijado su residencia permanente en la tierra, que están incrustados a la gleba fértil como a los peñascos, al grumo de roca y al cielo azulino.
Y son así para mejor retar a los abrojos, desde donde miran y nos permiten mirar el infinito y lo entrañable de la condición del hombre sobre la faz de la tierra.
Ellos son Vallejo, Mariátegui y Arguedas nuestros apus tutelares, ejes fundamentales de nuestra identidad, tres próceres y mártires.
Tres hombres de una ética sin dobleces, que jamás claudicaron ni al mercado, ni a la propaganda, ni a la impostura.
De allí que yo proponga embelesarnos con las notas sollozantes y a la vez jubilosas de nuestra música andina, como homenaje a José María Arguedas en ocasión de conmemorarse un aniversario más de la muerte de este hombre inmenso.
Es él apu tutelar nuestro, flor translúcida de pisonay, río profundo más que todos los ríos abismales del planeta. Y humana fortaleza solo comparable al Sacsayhuamán.
5. La más honda y bravía ternura
Y así, con él nos damos cuenta ¡de cuánto de grande y cuánto de dolido es el Perú! De cuanto de oro y ceniza hay en él.
En el Perú: país cumbre y abismo, picacho y cañada. Desierto y cuenca paradisíaca. Río inconmensurable y huella de que por aquí, por este arenal y por esos pedruscos cruzó alguna vez un río.
José María Arguedas declaró en una conversación:
“Por circunstancias adversas fui obligado a vivir con los domésticos indios y a hacer algunos de los trabajos de los domésticos en la primera infancia. Recorrí los campos e hice las faenas de los campesinos bajo el infinito amparo de los comuneros quechuas. La más honda y bravía ternura, el odio más profundo se vertía en el lenguaje de mis protectores; el amor más puro, que hace de quien lo ha recibido un individuo absolutamente inmune al escepticismo. No conocí gente más sabia y fuerte.”
Y ese es el mundo con el cual hemos de sintonizar. Esa es la reserva moral del Perú. Es ese el manantial al cual se consagra Capulí, Vallejo y su Tierra.
6. Gané el mote de "zonzo"
Y luego explica:
...para el hombre quechua monolingüe, el mundo está vivo; no hay mucha diferencia, en cuanto se es ser vivo, entre una montaña, un insecto, una piedra inmensa y el ser humano. No hay, por tanto, muchos límites entre lo maravilloso y lo real. Una montaña es dios, un río es dios, el ciempiés tiene virtudes sobrenaturales”.
Y en carta que le escribe a Emilio Adolfo Westphalen, y pese a su desgracia es colosal y tremendo que pueda contar y precisar lo siguiente:
"Nadie ha sido más feliz que yo. Nadie, ni tú. ¿Te acuerdas cuando al oír la quena esa y la danza de coro de hombres, quena y wankar, que oímos en tu pieza de la universidad, tuvimos la evidencia de que los creadores de esa música eran algo más grande que todo lo grande que habíamos oídos hasta entonces? Pasé mi niñez siguiendo a bailarines y músicos de esas danzas, siguiéndolos noches de noches, imitándolos, hasta que gané el mote de "zonzo" que mi propio padre y hermano me lo aplicaban con todo convencimiento".
Y es que la música en particular y en general el arte son manifestaciones primigenias y espontáneas en el mundo andino.
7. Porque voy a estar bailando
Por eso, el homenaje que podemos rendirle a José María hoy día, 18 de enero, es escuchando la música de nuestros pueblos de origen, poniendo cerca a nuestro oído y muy dentro de nuestro corazón los acordes, por ejemplo, de una banda de músicos de nuestras aldeas nativas.
Porque en vida José María caminó detrás de músicos y danzantes, pero de muerto va adelante de ellos.
Delante porque detrás de su ataúd lo acompañarán siempre sus amigos músicos Jaime Guardia, Máximo Damián y Luis Durand, tocando el charango, el violín y el arpa. Como contorsionándose de dolor y júbilo al mismo tiempo van también en ese cortejo los danzantes de tijeras.
Así la muerte es para siempre exorcizada por algo que está mucho más allá y más acá de ella, como es el dolor y la esperanza fusionadas:
“Tardará aún la chiririnka que viene un poco antes de la muerte. Cuando llegue aquí no vamos a oírla aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a estar bailando”.
Ahora él va presidiendo la comitiva. De niño él iba detrás. Ahora el va adelante. ¿No hay aquí un ritual y una consigna?
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