Mañuco, más que un niño
hiperactivo era un infante de enorme vitalidad imaginativa. Despierto y locuaz desde sus primeros
balbuceos; paraba haciendo
preguntas a todo el mundo sobre el acontecer diario. Un "popurrí" de hechos anectóticos marcan sus párvulos años.
En los albores de la década del sesenta, Mañuco estaba en todas las
jugadas que le deparaba el destino. Infalible en las tareas comunales:
reparto de agua, techas de casa, siembra, riego, chacmeo y cosecha en Huacacorral, construcción de pircas, palincas
y tapiales, faenas de limpieza de reservorios y canales; etc.
Siempre
listo
para poner el hombro, pecho y espalda en los avatares cotidianos del pueblo. No tenía
vocación de político ni de ideólogo de palinca. Su dicho de aliento fue y sigue siendo:
¡Manos a la obra shay!.
En los meses de lluvia, rayos, truenos y relámpagos, dejando de lado: zancos, trompos, cangas, aros, lecherongas y runrunes,
corría con su lampita al hombro hacia Agocalle, para ayudar a proteger con ripio
las casas solariegas, del huayco que bajaba incontenible de Umpay.
Experto en el uso del shoguet y el lanzamiento de globos y cuilumpis
carnavaleros en las calles chiquianas, fue perseguido por las damiselas
a pedrada limpia,
salvándose de milagro en cada una de sus arremetidas, gracias a las
bendiciones recibidas como acólito y "santo varón" en las misas y
procesiones de Semana Santa.
En
el mes primaveral recorría Chiquián vendiendo votos para el reinado,
no de una, sino de todas las candidatas sin distingos de edad, tamaño ni poder económico; concursos donde no siempre
lograban cetros y coronas las chicas más populares por su belleza, sino las que vendían
una vaquita o empeñaban los aretes de la abuelita; muchos padres se
jugaron el sueldo del mes para tener una reina, o en el peor de los casos una damita
en casa. Nunca subió al carro alegórico vestido de paje real, él prefería
caminar pegadito al vehículo dando hurras con los puños en alto. Tampoco se disfrazó de chambelán de quinceañera. Optaba por contemplar la fiesta desde la ventana del salón, parado de puntillas en la vereda de la calle.
En
el intercambio de figuritas nos mantenía al tanto del
llenado de álbumes en cada barrio. ¡Jupash va ganando por goleada, a Tocho y a Genaro sólo les falta el 111¡,
así nos alertó una vez, por lo que los niños de Jircán salimos volando alborotados como perdices a la tienda de don Manzueto
Santos Flores, con la esperanza de abrir el sobrecito y hallar el número
esperado. No recuerdo si alguien lo consiguió.
Antiguo álbum de figuritas
Mañuco andaba con un paquete de figuritas en el
bolsillo más deshilachado del pantalón comando escolar, todas quintuplicadas y ajadas. “Me falta unita”, decía ahíto de optimismo, mas nunca nos mostró un álbum lleno, ni siquiera una munapada
de lejos. Años después su abuelita Pacucha nos mostró el álbum:
solamente 107 figuritas estaban pegadas, le faltaban 293. En el recuadro
del arisco 111, Mañuco había pegado con engrudo un trebol de la suerte.
En
ocasiones lo vi uniformado de miliciano, cuidando de los niños
depredadores el "Huerto de Judas" de Semana Santa. Para poner orden
asustaba a los que pugnaban por
una calabacita en botón o un par de oquitas huancachas, blandiendo su chicote de chiligua sin lograr un chasquido siquiera. Fue el mejor asistente que tuvo don Julián Soto Valverde.
Solidario en las circunstancias luctuosas: en los velorios brindando sus manos pispadas durante el reparto del cafecito fraterno, y en los entierros portando
el agua bendita en una jarrita o balanceando el incienso, al lado del sacerdote de raída sotana.
Participaba
como actor de reparto en las veladas del barrio, nunca como estrella fugaz. Narrador imparable en los cuentos de vereda del Jr.
Leoncio Prado. Atento en los ensayos de los diablitos, negritos, jijas, viejitos, huarastucoj
y de las comparsas del Inca y del Capitán, aprendizaje que décadas más
tarde le serviría para interpretar danzas nativas al son del memorable "tincunacunacun cuna cuncun".
Diablito chiquiano
Cada
15 de agosto avisaba de puerta en puerta a los vecinos de Jircán la
llegada del Inca buscando pallas para la fiesta de Santa Rosa. Después corría y se sumaba a la comparsa, y pasaba sacando pecho, caminando junto al arpa con su ponchito habano terciado.
En las fiestas costumbristas iba delante de las bandas de músicos, de las
orquestas y del bombito de don Antonio Padua Toro, nuestro recordado
pregonero.
Entendido como ninguno en el uso del pulgar derecho como manija de inflador, ayudaba
a don Bonifacio Peña a encender las lámparas "Petromax" a querosene, que iluminaban las principales arterias del pueblo.
Fue
el inventor de la pelota de fuego que abrigó nuestras noches frías en
la canchita de cascajo y champa de Jircán. Muchos ponchitos resultaron
chamuscados por
las patadas que en llamarada emulaban al emperador romano Lucio Domitio
Claudio Nerón.
No se alejaba de los coheteros que elevaban avellanas al cielo avivando el
entusiasmo de la fiesta patronal. Mañuco ayudaba a levantar
castillos de fuegos artificiales en la plaza de armas y en el colocado
de tendidos de bombardas en en el estadio de Jircán.
Durante
el desfile de faroles del mes patriótico, derribaba todo lo que
encontraba flotando a su paso con su compacto avión de duro cartón y fleje de acero,
forrado con inofensivo papel cometa blanco.
Nadie
como él recogiendo caramelos despostillados regados en el piso a la
hora de la Entrada de la fiesta, esquivando las patas de los caballos y de las mulitas, con elasticidad insuperable.
En
las tardes taurinas comandaba el batallón de niños que oteábamos con
los ojos desorbitados los encantos de las musas de faldellín que estaban paradas trémulas en
las palincas ante la arremetida de un bravo
jirishanquino. También anunciaba la llegada de las bandas de músicos, toros y madrineras para las corridas de setiembre.
Todas las tardesd nos
ponía al tanto de los paisanos que arribaban de Lima, Huacho, Supe, Barranca y Pativilca en los autobuses de Landauro
y TUBSA, y de Huaraz en la góndola azul de Keclin.
Durante la llegada, permanencia y despedida de los
excursionistas, no se separaba de ellos, ídem de los alpinistas que
permanecían aclimatándose en Chiquián, antes de retar al temido
glaciar Carnicero.
Como
hábil ayudante en las labores de amasijo, y experimentado vendedor de
empanadas y periódicos, fue amigo de los mercachifles, sobre todo de los
amigos “chunchos”, y en ocasiones fungió de “gancho” en los
juegos de azar durante la fiesta patronal de agosto. También hacía de
mago en el "circo ambulante de Culantro y Perejil", donde a falta de
guantes blancos y sombrero de copa, sacaba conejos tronando sus dedos. Entraba y salía de la carpa de los gitanos como Pedro por su casa.
El pequeño vidente:
Acertado
en los pronósticos cuando jugaba el Cahuide o el Tarapacá con un equipo
de menor ralea, siempre se cuidaba de no dar una cifra, solamente decía “será por goleada”, y como era de esperarse, así resultaba el score, pero en “Los clásicos Cahuide / Tarapacá” se hacía
humo, inubicable en las calles del pueblo; hasta que un
día fue descubierto en la tribuna del Cahuide, pese a estar con una
bufanda hasta la nariz. Allí fue obligado a dar su pronóstico, y no tuvo
más remedio que decir:
- Ganará 1 a 0.
- ¿Pero qué equipo? -le preguntaron desesperados en coro los niños cahuidistas.
- El Cahuide –dijo trémulo, casi susurrando.
Durante
el partido los niños Gelacio Valderrama Ramírez y Patuco Allauca
Calderón, hinchas hasta el tuétano del invencible Cahuide, lo sujetaron
de los brazos
para que no huya. Para su desdicha el travesaño del Tarapacá impidió que
se abriera el marcador en 3 ocasiones. Ni bien el árbitro dio el pitazo
final, empezaron a apanar a Mañuco por el empate, felizmente un niño conciliador terció: "De repente ha perdido momentáneamente sus poderes, démosle otra
oportunidad". Y dejaron de apanarlo, bajo amenaza de ser linchado
si fallaba en otro “Clásico”. Fue el primer bullyng andino en el estadio de Jircán.
Sport Cahuide
Frente a
este error de cálculo nunca más pronosticó resultado alguno en el estadio de Jircán, ni acudió como espectador, viéndose obligado a
cambiar de rubro.
Antigua pileta de la plaza de armas de Chiquián
Viene
a mi memoria el domingo 7 de agosto de 1960. Al culminar la Misa un
grupo de niños nos sentamos a charlar en el muro de la pileta de la
plaza de armas. Mañuco se nos acercó, y señalando con un guiño a una
jovencita que pasaba, nos dijo:
- Esa costilla está con calzón verde.
Ante
su asombro fue asido fuerte del brazo por un niño grande, siendo
llevado hasta la jovencita. Aquí el diálogo que logramos escuchar a unos
metros de distancia:
- Primita, ¿con qué color de calzón estás?
- ¿Y por qué, ah?
- Por nada primita, es una preguntita para ganar una apuesta –y la jovencita le habló al oído a su primo.
Ambos
retornaron al grupo, y el primo nos dijo que Mañuco había acertado,
motivando que los demás niños lo retemos pensando que sólo
era un golpe de suerte. Entonces Mañuco, con ciertos aires de adivino,
señaló con el índice derecho a 3 chicas que salían de la iglesia, y
dijo:
- La más grande tiene calzón morado, la mediana azul y la pequeña tiene calzón de bayeta blanca.
Picones,
en lo que restaba del domingo, y valiéndonos de nuestras hermanas y
primas, los niños presentes en la pileta, averiguamos si Mañuco había
acertado o no. Entrada la noche nos juntamos en el barrio, y media
docena de datos fiables le devolvieron el título de vidente que perdió
durante un “Clásico Cahuide / Tarapacá” en el estadio de Jircán.
Pero como no todo dura eternamente, dos años después, en una pinquichida la palma derecha de una palla
de Mishay silbó en el aire antes de aterrizar con fuerza en el rostro pálido de
Mañuco, y en cuestión de segundos el espejito "miracalzón" quedó hecho
añicos junto a la punta de los zapatitos del pequeño vidente.