Danilo Sánchez Lihón
1.
Maestro
de
alma
Por un lado, se cuentan con datos de lo que César Vallejo
hacía y también de lo que no hacía o dejaba de hacer como maestro de escuela
primaria como siempre lo fue; atributos que nos permiten deducir que era un
maestro implícito, intuitivo, perspicaz e inteligente. Porque se puede ser un
genio de la poesía, como él lo es, pero un inepto como docente, como felizmente
no lo fue sino que al contrario, en ese ejercicio fue acertado, sagaz y
enormemente proyectivo. Incluso a pesar de algunos prejuicios y convenciones de
su época.
Vallejo es maestro auténtico, de raza, intuitivo y de
alma, porque perteneció a una cultura y hundió a propósito sus raíces en ella,
como es la afincada en su pueblo natal y en su espacio telúrico; y que por
sentido natural del ser hombres se absorben para ser educadores, trasmisores,
legatarios; seres con el don de explicar, transferir y aportar nociones,
caminos y horizontes a los demás.
Personas que en primer lugar tienen sentido común y
una ubicación en la vida siempre acertada y cabal, así como inteligencia para conciliar
con el medio ambiente, con los diversos factores de la realidad, con el entorno
vital y con lo de fuera, así como vincularse bien con lo de adentro propio y
ajeno, que es lo que caracteriza y define al ser maestro.
2. Contar
historias
César Vallejo utiliza, por ejemplo, para su magisterio
algo que recién se ha descubierto, validado y se aplica últimamente como una
manera de enseñar, cuál es la producción de textos. Ciro Alegría al respecto
recuerda:
Algo que le complacía mucho era hacernos contar
historias, hablar de las cosas triviales que veíamos cada día. He pensado
después en que sin duda encontraba deleite en ver la vida a través de la mirada
limpia de los niños y sorprendía secretas fuentes de poesía en su lenguaje
lleno de impensadas metáforas. Tal vez trataba también de despertar nuestras
aptitudes de observación y creación.
Lo cierto es que, frecuentemente, nos decía: “Vamos a
conversar”... Cierta vez se interesó grandemente en el relato que yo hice
acerca de las aves de corral de mi casa. Me tuvo toda la hora contando cómo
peleaban el pavo y el gallo, la forma en que la pata nadaba con sus crías en el
pozo y cosas así. Cuando me callaba, ahí estaba él con una pregunta acuciante.
Sonreía mirándome con sus ojos brillantes y daba golpecitos con la yema de los
dedos, sobre la mesa.
3. No
lo diré
Pero aún más: hacía una educación de la resiliencia,
que es la capacidad para afrontar las situaciones adversas, de escasez y hasta
de dolor; de afrontar la miseria para a través de la educación buscar la
justicia social, compensando el maltrato a los débiles, en oposición de una
educación para el éxito y la competitividad. Es decir cuando aún no existían
los conceptos de resiliencia ni el de educabilidad, que es hacer que la
educación compense las desventajas de las condiciones adversas de la vida, ya
César Vallejo la practicaba, con testimonios como el siguiente que nos presenta
Juan Espejo Azturrizaga en su libro: César Vallejo. Itinerario del hombre:
En el tercer año del Centro Escolar No 241, a cargo de
César Vallejo, cursaba estudios un alumno muy delgadito, muy fino que siempre
llegaba tarde. A los retrasados se les castigaba dejándolos una hora todas las
tardes, de pie en un gran patio, esto es, hasta las 6 de la tarde, ya que la
hora de salida era a las 5 p.m. El chiquillo nunca era llamado cuando se leían
las listas de reclusos, lo que lo tenía siempre muy sorprendido. Pero una
mañana se esforzó en llegar temprano. Vallejo se le acercó y con mucho cariño
tomándole la cabecita le dijo: “Tu puedes llegar tarde siempre, no lo diré. Eres
flaquito y te hace daño agitarte” y acariciándole añadió: “Me gusta tu cabeza”.
4. La moral
de un maestro
A ese mismo niño le pidió un día que contara un cuento
o narrase un relato y no pudo hacerlo sino que al contrario, se puso a llorar.
Cuenta Ciro Alegría que entonces Vallejo para consolarlo se arrodilló ante él
que era el niño al cuál más se dedicaba, no al más destacado y sobresaliente
sino al más débil y atrasado.
Además, enseñaba gráficamente, con imágenes y
metáforas, con ayudas didácticas e incluso acentuando rasgos curiosos de la
voz. Ciro Alegría, quien fue su alumno, nos cuenta:
Anunció que iba a dictar la clase de geografía y,
engarfiando los dedos para simular con sus flacas y morenas manos la forma de
la tierra, comenzó a decir:
Niñosh... la Tierra esh redonda como una naranja...
Eshta mishma Tierra en que vivimos y vemos como shi fuera plana, esh redonda.
Hablaba lentamente, silbando en forma peculiar las eses, que así suelen
pronunciarlas los naturales de Santiago de Chuco.
Vallejo en su ejercicio docente no aplazaba a los
niños, no los hacía desfilar y tampoco los castigaba, principios pedagógicos
que cada día se vuelven más vigentes.
5. Maestro
certero
Sin embargo, estos aspectos en aquel momento eran
sencillamente descalificaciones graves en un profesor de una capital de departamento,
como era y es Trujillo. Y mucho más grave tratándose de Lima, la capital del
Perú, donde él ejerció también la docencia.
Un hecho así quizá podía ocurrir en un lugar alejado,
donde nadie se enterara ni se diera cuenta, pero no en las ciudades capitales
en donde era inconcebible que se rompieran los esquemas establecidos, se
alterara la rutina y los conceptos de aquella época. Actitudes como las
señaladas era contravenir la pauta y significaba inmediatamente ser tipificado
como mal profesor y tener encima el juicio severo de los propios colegas en la
labor magisterial.
¿Cómo hizo Vallejo para que, sosteniendo y ejecutando
tales actitudes, se le respetara, asumiendo posturas que para su época estaban
mal pero que, sin embargo, la pedagogía contemporánea podría sacar a relucir a
César Vallejo como un maestro certero y ejemplar, situado en la perspectiva
correcta de las nociones avanzadas ahora de la educación?
6.
Por designio
o
gracia
Y esto mucho antes de que estos principios siquiera
fueran esbozados, mucho menos permitidos y para nada aceptados. Lo importante
es la visión y, de otro lado, la fortaleza moral para haberlas llevado a cabo,
sin el retraimiento y la claudicación de posiciones tan comunes en este tipo de
actividades, en donde lo que se intenta es formar parte del sistema imperante
para así obtener de él las mayores ganancias y ventajas.
La actitud humana de educador la llevó César Vallejo
en el alma, poeta esencial pero educador nato, hecha borbotón en su corriente
sanguínea, porque provenía de la tierra legendaria de los chucos y de una raíz
telúrica al formarse ahí los maestros catequiles del Perú ancestral. Tuvo esa
savia en su retina y en su sangre y no la olvidó jamás, incluso en tiempos de
guerra y en el trance de la vida hacia la muerte.
Reluce incluso como decíamos en aquel poema de épica
moral como es España, aparta de mí este cáliz, donde, mucho o todo,
transparenta en sus versos esta vocación, del poeta mayor de nuestra cultura,
de ser maestro esencial, como un puente colocado por designio o gracia del
destino delante de los niños y la historia, como cuando lo oímos decir al final
de su epopeya y de su vida:
7.
Erigir
la
vida
Niños,
hijos de los
guerreros, entretanto,
bajad la voz…
¡Bajad la
voz, os digo;
bajad la voz,
el canto de las sílabas, el llanto
de la materia
y el rumor menor de las pirámides, y aun
el de las
sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el
aliento, y si
el antebrazo
baja,
si las
férulas suenan, si es la noche,
si el cielo
cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido
en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a
nadie, si os asustan
los lápices
sin punta; si la madre
España cae
–digo, es un decir–
salid, niños del mundo; id a buscarla!…
Es el canto de las sílabas en los niños su aprender a
leer la vida. Pero por si acaso no me encuentran, dice el maestro, y los
asustan los lápices sin punta, si todo es dolor y desgracia, entonces empezar
de nuevo y erigir otra vez la vida.
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