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CONOCIDO
DESCONOCIDO
Escribe: Fransiles Gallardo
El
ómnibus frena en seco. La violencia de su parada, por inercia inclina mi cuerpo
contra el asiento delantero, despertándome.
Las
luces interiores se prenden intempestivamente y su resplandor, obliga a sobarme
los ojos y, a los demás pasajeros, también.
Alrededor
del bus se escuchan disparos de fusil “y
ahora que está pasando” sobresaltado.
El
agudo llanto de un niño, dos hilera atrás, confirma mis temores.
-¡Todos abajo y con las manos sobre la cabeza!-
grita una voz desde un uniforme militar
de combate y un fusil en la mano, detrás de la cabina de los conductores.
Otro,
enfundado en un pasamontañas ha corrido hasta el fondo, apuntado a los
pasajeros, nerviosamente.
Un
sordo rumor de voces somnolientas, se escucha.
¡Cállense carajo!-
ordena.
Un
pequeñuelo llora y otro lo secunda, sin hacer caso de sus órdenes.
Movimientos
torpes, de sueño interrumpido se generalizan al interior del caluroso bus.
-¡Apúrense!-
repite - que no tenemos todo el tiempo
del mundo- señalando con la
punta del fusil, la puerta de salida del bus.
Los
pasajeros atemorizados y somnolientos; uno a uno, vamos bajando.
-
Son los cumpas- susurra una voz a mi costado.
No
entiendo, si para tranquilizarme o ponerme más nervioso, aún.
Adormilado
me levanto. Arrastrando los zapatos camino hacia la puerta, con las manos sobre
la cabeza.
Delante
de mí, una señora carga en brazos a su pequeño hijo “shhhh, hijito, no llores, sshhh”, rebuscando entre sus cosas a un
biberón, meciéndolo entre sus brazos para que no despierte y comience a llorar.
-¡Sólo
los hombres- ordena nuevamente la voz.
- ¡señora
siéntese!.
La miro y su mirada refleja temor “al que va a pasar”.
Nos colocan con las piernas abiertas y
las manos apoyadas sobre las latas de la carrocería del bus.
-¡Documentos
a la mano y sin pendejadas!- ordena, la voz ronca de quien dirige la
operación-, ¡no queremos quemar a nadie!-
advierte.
Cinco
encapuchados más, rodean al bus con sus fusiles prestos a disparar, ante
cualquier movimiento, que consideren sospechoso.
Uno
a uno, bajo la luz de los reflectores, vamos mostrando nuestras libretas
electorales o militares. Leen nuestros nombres, el lugar de procedencia y el
nivel de educación.
Nos
registran la ropa, los bolsillos y van tomando nuestro dinero y una que otra
cosa de valor “un reloj, una sortija de
oro, una medalla”, en fin.
Los
otros dos encapuchados registran bolsos y maletines de viaje, en las
canastillas del bus, requisando lo que consideran valioso “es para el movimiento” justifican.
-¡Ingeniero buenas noches!-
saluda una voz a mis espaldas.
Lo
miro asombrado “quien puede conocerme por
estos rincones de la Patria”, me digo alarmado.
-El hombre está construyendo
el colegio de mi pueblo y lo está haciendo bien-
explica.
Yo,
respiro aliviado, a pesar del enrarecido aire de los dos mil setecientos metros
de altura del túnel de Carpish.
-Con lluvias y todo, ya lo estamos terminando
y los niños tendrán aulas nuevas para abril- recuerdo con satisfacción.
-¡Que nadie lo toque!-
ordena la misma voz.
El
ministerio presupuestó tres aulas a todo costo; pero con las faenas gratuitas
de los padres de familia de Chacaloma, hemos hecho dos más.
-De eso estoy contento y ya tienen su escuela
completa- me digo complacido.
-Suba nomás ingeniero- me dice con tono
amable -y tenga esto para que vaya leyendo en el camino.
Son
volantes del MRTA que vivan a la lucha armada.
Trato
de identificar su voz a través de ese pasamontañas; pero no es ni amiga ni
conocida.
Vuelvo
a mirarlo y me hace adiós con la mano “¿quién
es este?” y como me quedo parado; pone el cañón de su fusil en mi espalda “como diciendo, que no están para bromas”,
obligándome a subir.
-¡Cayó uno, cayó uno!-
escucho desde mi asiento, tratando de mirar ha través del
nublado vidrio.
-
¡Así que estabas haciéndote el huevón y queriendo pasar piola no?.
Un
golpe seco, como de la culata de fusil “lo
jodieron” y un quejido ahogado como respuesta, llegan hasta mi asiento.
-Pobre, quien será- murmuro entristecido.
-¡Viva el Movimiento Revolucionario Túpac
Amaru!- grita el encapuchado que se encuentra dentro del bus.
-¡Viva! – gritamos todos.
-¡No se escucha, carajo!.
-¡Vivaaaa!- gritamos, más fuerte, aún.
El
ómnibus se ha quedado lleno de pintas y volantes subversivos.
El
asiento de mi costado está vacío. Mi compañero de viaje, no está.
No
sabré nunca porque se lo llevaron: si era sinchi, desertor, cachaco, soplón,
policía, pasero, militar o narco.
-O solo un infeliz viajero, que tuvo la
desdicha, de estar en el momento menos oportuno y en el bus equivocado.
Recostado
en el asiento, cierro los ojos, fingiendo dormir.
La
noche se ha tornado angustiante.
Los cuatro mil
metros de altura de Carhuamayo, a modo de soroche, me zumban en los oídos “las pampas de Junín son tan largas”, la
bajada de Ticlio se torna en esperanza “cerca
nomás estoy, ya” ilusionado y desesperado por cobijarme en el abrazo de mi
mujer “en la tibieza de su
ternura” acariciar su abultado vientre “nueve meses tiene ya” por parto natural o cesárea “pero el veintiuno de mayo, mi chiquito,
naciendo estará”.
Mañana
es veintiuno de mayo “un ingenierito,
será”, murmurando estoy.
Ponerle
alas al bus “eso quisiera yo”.
COMENTARIO:
Fransiles Gallardo escribe,
escribe bien y es ingeniero.
En su libro Entre Dos Fuegos,
Historias de Ingenieros se patentiza la presencia, la autoridad y el sacrificio
del ingeniero; aún en situaciones de extrema violencia, como los vividos en
nuestra patria.
Los escritos del ingeniero
Fransiles Gallardo son no solo importantes, sino vitales: Él abre un camino a
las futuras generaciones de ingenieros.
Por ello y para él, mi admiración y
reconocimiento.
Ing. Héctor Gallegos
Vargas
Decano Nacional
Colegio de Ingenieros del Perú
Ing. Héctor
Gallegos Vargas e Ing. Fransiles Gallardo
en la ceremonia de
presentación del libro “Entre Dos
Fuegos, Historia de Ingenieros”
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