LA CHANCAQUERA
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Con los primeros balbuceos del siglo XX ingresó al pueblo una hermosa mujer cabalgando un cansado alazán, junto a unos arrieros que la acompañaron desde Pativilca.
Llegó para curarse de una embolia de amor, que le sobrevino a consecuencia de haber hallado a su consorte en brazos de una cantante de pasillos, en un bar norteño.
Valiéndose de su incitante anatomía, seducía a los paisanos en osada rebeldía al noveno mandamiento. Comentan que el mismísimo bandolero chiquiano cayó rendido a sus pies, llenándola de halagos y mimos.
En su casa no le faltaba nada y disponía de sus bienes a manos llenas...
Cada domingo a las once, a la salida de la iglesia, lucía su esplendor en la plaza y las callecitas empedradas: joyas y vestidos de seda que hacían voltear la mirada a las curiosas chacuitas y maltoncitas de la alta sociedad.
Por su 1.75 de estatura era la envidia de las damas de la baja sociedad.
Para evitar comentarios antojadizos del populorum, ella decía haber heredado una cuantiosa fortuna de un tío trillonario.
Cierto día de marzo se encontraron en la esquina del mercado de abastos dos viejos amigos, uno del barrio de Umpay, el otro de Mishay. Acá el diálogo:
- Shay, la fulana de tal, desde hace seis meses pasta sus burros en mis alfalfares. Tú sabes, por sus encantos no podía negarme a sus requerimientos, y ahora mis pobres jamelgos sobreviven con rastrojos. Ya estoy cansado de sus burros y esta misma noche los voy a liquidar. Guárdame el secreto o le diré a tu warmi en qué andas.
- ¡Tú estás loco¡ esos burros son míos, se los presté el año pasado, ni siquiera los toques...
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