domingo, 18 de julio de 2021

SENSIBLE FALLECIMIENTO DE LA DILECTA MAESTRA CHIQUIANA ALBINA ALDAVE ALVA

 

 

 

 

 

 

 






RECUERDOS CHIQUIANOS

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CHIQUIÁN: 
 
Cielo azul

30 de agosto en soledad,
con el ala rota una vez más,
horizonte incierto, cielo azul,
fuegos artificiales, Salva fugaz,
vuelve la noche, con su negro tul.

Toca la banda, hasta el amanecer,
por las callecitas del viejo hogar;
horizonte incierto, cielo azul,
ausencia triste, lejana estás,
sueño distante, coplas de ayer.

Tardecita fría, de paisaje gris,
ya mi alma mira desde el dintel;
en nocturno cielo, la quena llora,
y junto a ella, una guitarra implora
porque un corazón, dejó de latir.

Nalo AB - 15651
 
 

 
ALBINA ALDAVE ALVA 

 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 

Hoy, martes 18 de octubre de 1977, Lima despertó perfumada de incienso y turrón. Estamos en el Mes Morado, mes del Señor de los Milagros. En unas horas mi hermano Felipe se graduará de Ingeniero.

Asoma a la memoria el día en que Felipe salió de Chiquián con su maletita reventando de cancha, shinti e ilusiones, para estudiar en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe. Todos nos abrazamos y lloramos durante la despedida en nuestra casita tarapaqueña del barrio de Jircán.
 
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Qué lejana parece hoy la mañana, cuando desde Umpay vi la estela de polvo que dejó el carro en la curva de Caranca, nublando mis ojos de nostalgia. Mi corazón, mi pequeño corazón a las justas resistió el viaje de mi hermano.
 
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Pasaron los años... y en el verano de 1971 Felipe ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estoy iniciando mi segunda carrera.

Cuánta agua ha pasado bajo el Puente del Ejército, cuántas veces lo hemos cruzado juntos, camino a la urbanización Ingeniería. Cuántos recuerdos vienen y van como las olas del mar…
 
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https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-_qCtChJKUo5RLc5hwPJNVL7eKllx9A5qljEbCpSCcoTIwg0vGn1qihTXa5CA49RXOokc5GkQaEjNdYfnpAFqkITHBwgkTfcrYJQgr4P4kUpoJeeQOEebFk4pmnrjo3r5e2Rlnq2zu70l/s1600/chiquian-1950.bmp.jpg
Antigua Plaza de Armas de Chiquián - Foto: Román Palacios 

De niños, cada dos días, mi mamá encendía una vela a las cuatro y media de la madrugada (en ese entonces Chiquián no contaba con luz eléctrica), y se ponía a bordar manteles o zurcía nuestras ropitas, mientras esperaba impaciente el sonido del claxon del camión de  papá, anunciándonos su llegada desde el paraje de Yuragalpa. Mi hermano y yo, cuidando que ella no lo notara, nos despertábamos a la misma hora y encendíamos una vela en el cuarto que compartíamos. Allí leíamos página a página hermosos libros de diferentes autores peruanos y extranjeros; así, en el silencio de la madrugada aprendimos amar con ternura a los benditos libros nuevos y usados que papá nos traía de Lima envuelto en su poncho habano, símbolo de la confraternidad chiquiana, que años después abrigó a José María Arguedas durante un viaje madrugador de Supe a Lima en el camión de papá. 
 
También aprovechábamos de ese preciado tiempo que nos regalaba la madrugada para hablar bajito. Felipe me contaba lo mucho que aprendía de su maestra ALBINA ALDAVE ALVA, y lo feliz que se sentía compartiendo el Segundo Año “B” con sus amigos: Vicente Palacios Romero, Cuco Lastra Espinoza, Hugo Durand Silva, los hermanos Lucho y Carlos Rueda Balarezo, Leoncio Rivera Arana, Miguel Allauca Laura, Mario Yabar Lemus, Coco Saldívar Alva, Mario Díaz Valderrama, Francisco Carbajal Larrea, Víctor Gaitán Jaimes, Florentino Ramírez Ñato, Javi Zubieta Aldave, Dioge Bolarte Camones, Kique Pardo Cáceres, Avelino García Ortega, Bruno Lázaro Ranírez, Iván Leoncio Bolarte Sánchez, Kique Minaya Torres, Jesús Gervacio Castillo, Germán Pérez Lazo, Carlos Gamarra Calderón, Carlos Reyes Gamarra, Geroncio Antaurco Carmen, Adrián Teófilo Romero Gaitán, Eusebio Ramírez Ortega, Alberto Reyes García y Florentino Ramírez Ñato.
 
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En cuanto volvía a sonar el claxon, esta vez en la curva de Caranca, dormíamos unos minutos más, arropados por la tranquilidad de tener a papá en casa, lejos del intrincado camino ancashino que trepaba Trinchera como culebrita de arcilla la cordillera de los Andes, tan angosto y abrupto hasta el gélido Mojón, en aquel entonces, y que de ahí hasta Chiquián aún persiste rezumando agobio durante el descenso casi vertical.

Oprime mi pecho el recuerdo de lo ocurrido para nuestras vidas el lunes 23 de diciembre de 1963. El día anterior llovió duro y parejo en Chiquián, pero no el 23. En horas de la tarde un grupo de maestros jugaron un partidito de fútbol en el estadio de Jircán. Al culminar el encuentro, don Fabián Cano Osorio, Director del 378, se acercó a mamá que estaba parada a mi lado en la puerta de la casa, y entablaron este diálogo:

- Felicitaciones doña Jesús, su hijo Felipe ha ocupado el primer puesto en su aula.

- Por favor don Fabián, no se burle de mí, Felipe tiene 13 en la libreta, en cambio mis dos sobrinos que estudian en la Pre 351 tienen 17 y 18, y sólo uno de ellos ha recibido diploma en aprovechamiento.

- No tengo explicaciones para dichos promedios en la Pre, pero 13 es la máxima nota que pone la maestra Albina Aldave. En el 378 aun no tenemos presupuesto para diplomas. 10 alumnos del salón repiten de año, uno de ellos es sobrino de la maestra. Ella es muy justa.

- Gracias don Fabián, que Dios bendiga a la Maestra Albina Aldave.

Mientras escuchaba cabizbajo el diálogo, dos lágrimas -una de dicha y otra de dolor- humedecieron mis pupilas, pues Felipe, diez días antes había sido “desterrado” a la Puna para hacerle compañía a la neblina, llevando como equipaje: mi único libro, legado de mi hermana Mirtha, y todos mis cuadernos del Cuarto Año de Primaria que le heredé en vida antes de su partida. Felipe, por alguna razón que no comprendí ese día, no levantó la mirada cuando mamá lo reprendió por el 13. Quizá no comprendí, porque mis bajas calificaciones de 11 y 12 como alumno promedio eran costumbre secular en casa.

A las 8 de la noche mi papá Armando llegó de Aquia y todos cenamos callados: mis padres, mis dos hermanitas de 5 y 3 añitos y yo. Mi hermana mayor había viajado una semana antes a Lima, para pasar sus bien merecidas vacaciones en casa de unos familiares del ala materna.
 
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Durante la noche no pude conciliar el sueño, sobre todo porque en el silencio nocturno la conversación de mis padres se oía clara, como con altavoz. Estaban muy apenados por el "destierro" de mi hermano. Ya en el desayuno nos dieron la feliz noticia de que pasaríamos la Navidad con Felipe. Ñatos de risa alistamos nuestras cosas y, a las 9 de la mañana, surcamos Caranca. Íbamos cantando villancicos navideños y huaynitos ancashinos, llevando como regalo una pequeña matraca de madera para el primer alumno, que no esperaba la sorpresa. 
 
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Arribamos antes del mediodía a Tupucancha en plena granizada de diciembre. Mi mamá fue la primera en bajar del camión. Ante nuestro asombro corrió al encuentro de Felipe que salió de la casona al escuchar los ladridos de “Vilca”, y el llanto de todos bañó de dicha la Puna.. 

Lima, 22 OCT 1977
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Dilecta Maestra Albina Aldave Alva - Foto: NAB
 


GRACIAS MAESTRO JUAN



Así como un niño recitando una poesía por el Día del Maestro es un recuerdo imborrable para un educador, del mismo modo guardo en mi corazón la imagen señera de mi Maestro JUAN ALDAVE OYOLA: mediano de estatura, pero grande de espíritu, un verdadero misionero del saber y venerable apóstol del conocimiento inicial. Pulcro en el vestir con su impecable terno gris, su camisa blanca, su corbata guinda y sus calzados tan relucientes como los espejos de los diablitos de Corpus Christi. Su cabello ligeramente ondulado y tras unos lentes de carey con cristales de fe, brillaban dos ojos de esperanza.


Ni qué decir de su inteligencia innata, siempre dispuesto a compartir su semilla, enseñando tras cada campanada con el recto ejemplo del deber magisterial, pero tierno y dulce a la vez, encarnando de lunes a sábado la imagen sagrada de los maestros chiquianos; es decir, un digno premio a la vocación, como hay mil en Bolognesi, otrora fecunda cantera de los educadores ancashinos. Él nació en Huacho el 17 de marzo de 1910, hijo de don Miguel Aldave Palacios y de doña Silvina Oyola La Rosa. Estudió en la Escuela Normal de Cajamarca junto a su tocayo, el maestro chiquiano Juan Fuentes Bueno. En dicha Escuela obtuvo su primer premio de literatura con su obra 'JACAPUCULLAY', un singular relato sobre las corridas de cuyes en los poblados menores de nuestra provincia.

Al igual que en su periplo magisterial por Cajamarquilla, Corpanqui, Pacllón y Huasta, mi Maestro Juan fue en el 378 un verdadero cruzado de la bondad y la ciencia, lleno de iniciativas y renovando permanentemente el acervo de sus conocimientos para compartir con alegría nuestro trabajo creador, presentándose cada día con el ánimo fresco y el corazón colmado de esa serena y viril alegría que le daba su magna profesión. Él actuó en el aula como un estudiante más entre sus alumnos, sin considerar como una humillación el garabatear apretando nuestra mano guiando el lápiz mongól sobre una hoja 'suave vista' de nuestros cuadernos 'Minerva'.

Recuerdo que el silbato de finalización de labores era un sonido más al que no prestábamos mucha atención, pues preferíamos terminar de escuchar sus palabras, incluso, lo acompañábamos felices por el jirón Comercio hasta la puerta de su casa donde su esposa Ernestina Garro Montoro lo esperaba con una sonrisa. En mi mente tengo guardado su ejemplo de rectitud, su moral y alta conciencia para impartir justicia en sus calificaciones y apreciaciones, sin humillar ni vanagloriar a nadie, ya que nunca fue afecto a la 'franela'. Siempre digno, sintiéndose niño y filósofo a la vez, encausando nuestra inteligencia y sentimientos con su sacrosanta misión.

Mi maestro fue un auténtico motivador, guía y facilitador en nuestro proceso de aprendizaje, demostrando conocimiento cabal sobre las potencialidades individuales, que las armonizaba con paciencia y perseverancia. Para él, la observación directa del educando fue mejor que la Nota, de ahí que después de los exámenes, repasábamos todos los flancos débiles hasta internalizarlos todos por igual; y si no era así, la próxima sesión tenía que esperar, sin importar el tiempo.

Los sábados fue de limpieza general y revisión obligada de cuadernos y carpetas que lo hacíamos con alegría. Cada vez que veía mis cuadernos con apuntes menuditos hasta en las contratapas, garabatos que nada tenían que ver con la asignatura, sino con mis vivencias diarias (relatos e hilachas), mi maestro Juan pasaba por alto estos apuntes con un comprensivo movimiento de cabeza, mientras decía: "el próximo sábado no te salvas", felizmente el próximo sábado y los siguientes repetía la misma frase. Nunca me puso un rojo en revisión de cuadernos, me aprobaba con 11, mas un sábado obtuve 12, un punto más y un abrazo, porque al día siguiente, domingo 15 de junio de 1958, cumplía siete años. En cambio mis compañeritos eran muy cuidadosos y tenían sus cuadernos impecables, sus notas fluctuaban entre 18 y 20, a excepción de "Cholito Corazón" Miguel Barrenechea Ibarra, que no pasaba de 15 por las puntas dobladas de su cuaderno "Minerva, suave vista". Muchos de mis cuadernos de Educación Primaria contienen párrafos tras párrafos de anécdotas de vida que escribía añorando mis vacaciones escolares en la Puna, también palabras nuevas que iba aprendiendo en el aula y la calle, o la descripción de algo desconocido camino a casa, todo en letras confitadas, que desde hace unos años vengo compartiendo en la red, en recuerdo de Mamá Eni, quien guiara mis primeros pasos en el camino de la narrativa de tierra adentro. Llevo muy metida en mi mente la imagen de mis compañeritos del 378 de Chiquián, lijando al aire libre, en plena calle, los tableros de las carpetas para que no quede ni un vestigio de 'jeroglíficos' que delate un 'taco'. Era una fiesta de fin de semana que nadie se perdía, ante la mirada de satisfacción de los buenos vecinos: Pancha Vicuña, Balvina Aldave, Rucu Feliciano, Cuca Doctor, Bonifacio Peña, Hortensio Balarezo y del popular Víctor Aldave el 'gallo rojo'.

También guardo en mis latidos la forma cómo mi Maestro Juan fortalecía la unidad en el aula donde fuimos tan felices como en nuestra propia casa: Albino de Lirioguencha, Alejandro de Alto Perú, Anchita de Jircán, Alejo Alfonso de Huasta, Aquiles de San Cristóbal de Raján, Cali del Cercado, Carlos Enrique de Aquia, Cholito Corazón de Agocalle, Félix de Aquia, Gregorio de Puente Cantucho, Hildebrando de Dos de Mayo, Hualín de Fragua, Hugo Lorenzo de Umpay, Joel de Tranca, Juvencio Hermenegildo de Corpanqui, Macshi de Aquia, Marcelo de Figueredo, José Luis del Mercado de Abastos, Oscar Román de Cruz del Olvido, Pablo César de Yarush, Pantaleón Boliche de Oropuquio, Ricardo Feliciano de Lirioguencha y Wily de Agocalle.

De similar manera llevo muy dentro de mi pecho al excelente director Fabián Cano Osorio y a los ejemplares maestros Albina Aldave Alva, Eduardo Aldave Reyes, Eleodoro Gamarra Salinas, Germán Romero Yábar y Pedro Gutierrez Barreto, quienes se constituían en nuestros ángeles guardianes a la hora del recreo, las formaciones, actuaciones y los desfiles, tarareando nuestro sagrado Himno '378 de Chiquián marcha con altivez, llevado siempre el compás, uno dos y tres...'. 

En esencia, del recuerdo de mi Maestro Juan aprendí que las personas no son todas iguales, porque algunas son especiales y mágicas, y eso las hace únicas y eternas. También aprendí que la fantasía es real, porque pude darme cuenta que lo real es pura fantasía. Del mismo modo aprendí que me falta mucho por conocer y que me puedo quedar ciego, sordo y mudo, mas mi mente y mi alma tendrán siempre un lugar para aprender. Finalmente aprendí, que si tomo una hoja y un lápiz es porque mi corazón ha tomado la decisión de escribir hoy, y no mañana.
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RENACER

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Vuelvo a ti bendita Alma Mater,
para renovar mi espíritu aventurero,
hoy todo florece en un mágico sueño
como en los traviesos años de la niñez.

He revisado mis viejos cuadernos
y los renglones me hablan de paz y amor,
sus hojas amarillas sonríen con ternura,
como el padre sonríe al hijo pródigo.

Es temprano y escucho campanas,
estoy alegre como aquellos días felices,
me alisto y voy saltando a mi escuelita,
con mi cartapacio de fantasías y sueños.

Veo a mis compañeritos del 378,
fulguran sus ojos y sonrió en ellos,
mi maestro Juan pasa lista en el aula,
en el patio brillan los apodos en quechua.

Llegan a mi mente gratas visiones lejanas,
estoy marchando en el patio de tierra,
abro los ojos y río de felicidad,
¡la primavera ha vuelto a renacer!
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Nalo A.B - Chiquián, 28 JUL 77
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LOS MAESTROS DEL COLEGIO NACIONAL 

"CORONEL BOLONESI" DE CHIQUIÁN 


Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

Todos ellos llenos de energía y esperanza, con sensibilidad, nobleza y mucha pasión por enseñar. Siempre se consideraron muy afortunados con su trabajo. Recuerdo que mi profesor Carlos Collantes de los Santos, nos leyó de un libro la meditación de un Maestro: 'A un obstetra se le permite traer una vida en un momento mágico; al maestro, que esa vida renazca día a día con nuevas preguntas e ideas. Un arquitecto sabe que si diseña bien una estructura, puede permanecer muchos años en pie. Un maestro sabe, que si construye con amor y verdad, lo que construya, durará para siempre'. 
 
Parafraseando un pensamiento universal aprendido en el Colegio Nacional "Coronel Bolognesi" de Chiquián, mis maestros fueron: 'un grito de fe porque creyeron en simples mortales como nosotros. Un pregón de esperanza, porque sembraron lo que estamos cosechando con creces. Un testimonio de amor, porque morían un poco cada día para que vivamos plenamente'. Todos los recuerdos plasmados en las pizarras de nuestro colegio del jirón Leoncio Prado, que expresaron a viva voz sus mentes y corazones, están guardados en el cuaderno de la vida, que es la experiencia, y lo abrimos cuando nos aprieta el recuerdo. Quizá no será el sudor de su frente lo que podamos palpar ahora, pero sí sus ganas de ayudarnos poniendo todo su empeño e inteligencia a nuestro alcance.

En el 'Coronel Bolognesi' de mis años mozos, era más saludable convencer que obligar; es por ello, que cada alumno se constituía en el motor de su propia educación. El objetivo de  nuestros maestros no era la información-conocimiento, sino la formación-sabiduría. No la entrega diaria de datos sueltos a través de dictados, sino el fomento de ideales mediante el diálogo, como actitudes para encarar los retos cotidianos. Las mejores lecciones de nuestros maestros fueron sus buenos ejemplos. Los maestros, de acuerdo a corrientes educativas de avanzada, partían del supuesto axiológico, de que educar es más que instruir, siempre con primacía de lo formativo, forjando valores e interiorizando su importancia en la vida, donde lo fundamental no es saber mucho, sino consolidar los conocimientos y las experiencias en una personalidad afirmada sobre valores humanos.

Gigantescos cambios se están produciendo en el mundo, estimulando la necesidad de contar con grandes maestros como de aquellos buenos tiempos: La revolución de los medios de comunicación, el rápido avance científico y tecnológico, una ascendente violencia y fragilidad moral..., desafíos que exigen una educación que impulse el desarrollo integral de los educandos, con autodominio de sus emociones y afectos, que formen personas competentes, conocedoras a ultranza de sus derechos y obligaciones, con capacidad para enfrentrar y resolver los problemas que nos afligen.
 
Por estas consideraciones, mi eterna gratitud a los profesores que están en el cielo y a los presentes: Asunción Aldave Barba, Desiderio Angeles Giraldo, Manuel Aquino Valverde, Nelson Amésquita, Arturo Angulo Arana, Hernán Arguedas Loli, Jesús Ayala Ruiz, Orestes Banda, José Bazán Ramos, Guillermo Bellido, Julio Carballido, Valeriano Centeno Padilla, Elva Colquicocha Pérez, Carlos Collantes De Los Santos, Claudio Córdova Guimarey, Elisa Cossio Barrera, Rodolfo Chávez Sánchez, Luis Chiri Núñez, Teodoro Dextre Huayanay, Lorgio Espíritu Toribio, Sergio Figueroa Cuentas, Máximo Flores Oré, Isaac Flores Sáenz, Antonio Franco, Nivardo Fuentes Pardo, Eleodoro Gamarra Salinas, Vidal Garro Ayala, Juan García Carrasco, Oscar y Gudberto Ibarra Lozano, Jesús Jaime Quiñones, Gaspar Jaramillo Cruz, Amador Huaman Ventosilla, Arturo Jo López, Visitación Laos Jara, Oswaldo Mautino Zambrano, Zoila Mejía Baca, Doris Montoro Vicuña, José y Jorge Montoya Delgadillo, Ada Morocho Alvarado, Fabio Navas Rodríguez, Orlando Ñato Bríos, Manuel Orduña Moncada, Elinora Orrego B., Juan Otiniano Minchola, Luis Paucar, Manuel Quispe Hinostroza, Noemí Ramírez Espinoza, Rubén Robles Moreno, Ciro Sagástegui T., Marco Salazar Jácome, Pablo Velasquez Julca, Armando Yong Chávez, Cesareo Zarazú Padilla y al Dr. Federico Zubieta Bejar (en esa época, alumno visitante de la UNMSM).

Del mismo modo a los integrantes de la Planta Administrativa: Ambrosio Gamarra, Félix Jiménez, Fanor Alva, Pablo Márquez, Luis Jaimes, Hortensio Balarezo, Bernardino Castillo, Abilio Jara y Orestes Banda. Y de manera muy sentida a mi maestro Manuel Roque Dextre, autor de la bella inspiración poética: 'Huérfano en la pascana del recuerdo, el corazón sólo canta a la esperanza'.
 

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HIMNO DEL COLEGIO NACIONAL 
 
CORONEL BOLOGNESI DE CHIQUIÁN 

Letra : José Montoya Delgadillo 

Música : Visitación Laos Jara


Adelante legión de Estudiantes
por la senda de la dignidad
levantando el glorioso estandarte
hasta el trono del Yerupajá,
que flamee por siempre en sus nieves
la bandera de la libertad.


¡Bolognesi! Bolognesi!
tu recuerdo inmortal brillará
como estrella refulgente
que ilumina, el cielo de Chiquián

¡Oh! Colegio Bolognesi
de las almas nobles el crisol
al amparo de tu gloria
marcharemos al son de clarín
con nuestro himno de victoria
desde el ande al lejano confín.

Adelante legión de Estudiantes
por la senda de la dignidad
levantando el glorioso estandarte
hasta el trono del Yerupajá,
que flamee por siempre en sus nieves
la bandera de la libertad.
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Chiquián 1964
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MAESTROS EJEMPLARES 
 
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GALERÍA FOTOGRÁFICA
 
 El Presente
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El Ayer
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Chiquián - Foto: Virginia Atehortua
 
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PASAJERO DEL TIEMPO 
 
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
Bajo los párpados para soñar despierto, y sobrevuelo Chiquián con el pensamiento...

Busco por todos lados, mas no encuentro a mis amigos. Unos están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En el jirón Leoncio Prado la oscuridad rasga mi pecho, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos, y me siento forastero en mi propia tierra.
 
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En este agonizante mutismo de un barrio otrora alegre, el llanto se esconde en mis pupilas con un rayo de luz que me invita un acre trago de nostalgia. Fantasía gris de un tiempo que se va haciendo ceniza; no sé si fatigado por el paso de los años, o curvado por el peso de los sueños truncos en un batir de alas agoniza, como los ojos que perdieron la facultad de llorar, como los labios secos que se olvidaron de besar, como las manos cuajadas de venas moradas, como una laguna congelada en mil sollozos, como un cortejo de almas penitentes en un viernes cansado de vivir, como aquella golondrina de verano que se marchó para no volver, o el presagio que envuelto en un gemido adivina que muy pronto será la rígida manecilla de un reloj fenecido.
 


 
Ya es medianoche, y veo pasar por la acera a un viejo vecino con su poncho de neblina. Va murmurando sobre el paso del tiempo que en la noche esconde sus horas vacías. Entonces vienen a mi mente los versos que buscan tierra de sepulcro en un paraíso de torcazas hartas de volar, y barquitos de maguey anclados a la vera de Maraurán, aguardando a sus capitanes que descansan en paz.

En el rostro del vecino querido veo incontables surcos que el arado de la vida ha labrado. Tiene la mirada con nubes nacaradas que flotan donde duermen sus recuerdos. Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra generosa de mis viejos.
 


 
Ya está amaciendo, y el anciano sigue andando empujado por el viento para nunca más volver, como avanza el tiempo sin retroceder, mientras las sombras aguardan con sus brazos de hielo.

No sé qué es lo que lo sostiene en pie, mas lo contemplo en silencio y llegan a mi memoria aquellos pilares de carne, pellejo y huesos que sustentaron mi barrio de Jircán colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos, que así como labran caminos, también se detienen para siempre.
 


 
No escucho risas, golpes de canga ni huaynos en el vecindario, sólo un pichuichanca invidente que no sabe de sol, de luna ni de estrellas, trina en el alero un canto de esperanza, hurgando un poco más de tiempo, como las hilachas de la memoria colectiva que el tiempo desovilla a falta de una rueca que las hile hasta convertirlas en poncho, en cuya trama nadie falte ni sobre.
 
 

 
Son las 6 de la mañana, me persigno e ingreso a casa. En mi pequeña biblioteca reviso mis viejos cuadernos, y en sus hojas pálidas de años y lejanía, dejo mis lágrimas otoñales recordando a mis vecinos y amigos. Junto a los cuadernos, en un candelabro lleno de gotas endurecidas de dos cirios consumidos, reposan los recuerdos de largas horas de angustia de mi madre por el esposo viajero.
 
 

Bebo un sorbo de agua con sabor a cuntu añejo, y un pensamiento errante me aprieta el alma. Entonces, parafraseando un pensamiento milenario, declamo: "¡Qué terrible será ser eterno cuando todos se hayan ido!. Gracias a Dios nadie puede con el límite... y la vida se va en un sueño con los carruajes del silencio, pues aún no se ha inventado algo que detenga el fin"...
 


 
De pronto asoman como aves temporarias las palabras de mi viejo amigo Panchito Gonzáles, que vienen desde Marián, HUARAZ: "Nacer o morir, ¿Un mismo significado?.. morir y nacer, interrogante sin respuesta. ¿La partida será el encuentro? ¡He ahí el misterio de la vida¡... el palpitar se detiene y las arterias son caminos desiertos... el soplo ha desaparecido. Y así, una y otra vez la Fábula de Higinio: “La tierra pide lo que es suyo y el alma al infinito, va en pos de una nueva creación". Sí, ayer llegó el final; la razón y el sentimiento en su lucha tenaz no llegaron a ningún acuerdo, pero triunfó el corazón:.. “Hay que llorar por los seres que se alejan de nuestro lado para siempre, pues son nuestra razón de existir, amor de amores, pena de penas, se diluye en un segundo y todo se acaba”.

Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema cubierto de pétalos blancos...

Tulpajapana, 02 NOV 2003


Cementerio de Chiquián


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NO PREGUNTES POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS;
 
 DOBLAN POR TI Y POR MÍ
 
Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

“Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos  de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía”. Albert Einstein (Mi visión del mundo)
 
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La mañana del martes 17 de octubre de 1961, me encontraba cogiendo agua en el pilón del barrio poco antes de asistir a la escuelita 378 de Quihuillán, donde cursaba el 4to. de Primaria; de pronto, en circunstancias que convergían en la esquina los señores Manuel Roque Dextre y Teófilo Salas Rivera, doblaron las campanas de la iglesia matriz de Chiquián, anunciando un deceso, motivando que mi cuerpo se escarapele, pues los camiones de mi padre y el de su compadre Segundo Robles Valverde, que debieron llegar de madrugada, no asomaban por la ceja de Caranca. Don Teófilo preguntó:

- ¿Por quién doblarán las campanas, Manuelito?

- Doblan por ti y por mí, hermano del alma. Le contestó compungido.

Don Manuel, persona muy instruida, otrora presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, y reconocido poeta, al notar que su respuesta inquietó sobremanera a don Teófilo, le comentó, que los versos “No preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” corresponden al fragmento “POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS” del poeta inglés John Donne (1572 / 1631), fragmento que tres siglos después inspiró la novela del mismo nombre, del escritor americano Ernest Hemingway (1899/ 1961), fruto de sus experiencias como corresponsal en la guerra civil española.
 
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Dicha novela empieza así:

“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si se tratara de un legendario monte, o de la casa solariega de uno de tus amigos o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. John Donne.
 
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Esquina chiquiana, escenario de la experiencia de vida

Doña María Gamarra de Calderón, quien retornaba del mercado de abastos, acercándose a los dos señores, les comunicó muy apenada:

- Mañuquito, Tiuchito, ha muerto nuestro amigo Shaprita.

Oír el sobrenombre, tantas veces escuchado en Chiquián y los pueblos aledaños, hizo llaga en mi alma para siempre, al interpretar en carne viva el mensaje del poeta metafísico John Donne, pues mi querido amigo Manuel Ñato Allauca partió antes de tiempo. Ser humano muy laborioso fue Shaprita, cuyo aporte era de suma importancia para el pueblo, sobre todo su fraterno afán de fecunda generosidad con los turistas, las amas de casa y los niños que lo teníamos como valioso ejemplo de vida. Dos horas después arribaron mi padre y su compadre Segundo, se habían quedado varados cerca del puente Mellizo (Mayorarca), por la rotura del eje delantero de un camión minero, en una angosta pendiente. Al día siguiente, miércoles 18 de octubre de 1961, el pueblo chiquiano decretó tarde no laborable para acompañar al paisano querido hasta su última morada, al compás de la Marcha Fúnebre de Morán, entonada por la banda de músicos de la solidaria familia Aldave Montoro. Ese día, hasta los niños vestimos de luto.
 
Por éso y por mucho más, cada vez que muere un ser vivo, sé que algo de mí se desprende, y así será hasta el final de mis días, porque gracias a dicha experiencia aprendí que soy parte indisoluble de las obras de Dios, nuestro Creador: la Naturaleza y el Cosmos. Nadie, como bien lo señala John Donne, es una isla; por tanto, ningún ser humano merece vivir ni morir aislado. Al respecto, el poeta español Antonio Machado, nos dice: “A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”, de ahí que el lugar mas cálido para el reposo sea el corazón humano, porque en el recuerdo y la esperanza anida el misterio de la eternidad, tal como reza el proverbio de Facundo Cabral: “No perdiste a nadie: el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón”, sin olvidar en cada momento del día las palabras de Jesús: "Yo soy la resurección, y la vida. Aquel que crea en Mí, aunque muera, vivirá."
 
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En estos últimos días han fallecido diez paisanos bolognesinos de gran valía. Hace un año, el 10 de febrero emprendió el Gran vuelo en Lima el escritor Luzuriaguino Guido Vidal Rodríguez, y al día siguiente 11 como hoy, también falleció en Lima, uno de mis amigos más amados, Hugo Nicanor Vilca del Castillo, nacido en Huari. Tengo la certeza de que por dichas pérdidas doblaron las campanas en Bolognesi, Mariscal Luzuriaga y Huari, como expresión de luto colectivo que mantienen y mantendrán eternamente nuestros pueblos fraternos, por más lejos que sus hijos pierdan la vida.

Desde los albores de la Humanidad todas las puertas del mundo han sido tocadas por el ala de la muerte, para las que se construyan ahora y después, es cuestión de tiempo solamente. Al respecto, cuentan que: “Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar esté mundo al final de cada jornada”. Estas y otras reflexiones que navegan en la Internet me inspiraron a escribir la hilachita:
 
   
EN CUALQUIER MOMENTO

La puerta de la vida se cierra, la sangre detiene su curso y el alma vuela como hoja quebradiza en el éter. Abajo los cardos siguen floreciendo en la redondez del mundo.

Todo acaba tras el último aliento, sólo lágrimas de congoja y plegarias a Dios corren en pos de la Resurrección.

Después quedan los recuerdos, y poco a poco el viento del olvido va borrando del mapa el único camino que no conduce a Roma, sino a la tumba.

Ignoro quién sobrevivirá y quién será el ausente en aquel momento. ¿Lo sabes tú?. 
 
Mientras tanto, ama, reza y goza la vida segundo a segundo, por ventura divina.
 
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Confieso, no me ha sido fácil aceptar la muerte de mis seres queridos: abuelitos, mamá, papá, tíos, primos, sobrinos, maestros, compañeros de estudio, trabajo y de ocio, coterráneos y entrañables amigos. Solamente el honrar su recuerdo, compartir experiencias similares con fe y esperanza, entender que empezamos a morir desde que nacemos y dejar brotar las emociones contenidas, han hecho que no sea el muerto en vida del poema de Becquer, sino que viva cada día como si fuera el último, apreciando segundo a segundo lo bella que es la existencia terrena, en armonía plena con la creación del Altísimo.
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En casos muy dolorosos un abrazo a tiempo es mejor que mil palabras, sin perder de vista el mensaje de San Agustín: "Cuando tenga que dejarte por un corto tiempo, por favor, no te entristezcas, ni derrames lágrimas, ni te abraces a tu pena a través de los años. Por el contrario, empieza de nuevo con valentía y con una sonrisa por mi memoria y en mi nombre y haz todas las cosas igual que antes, no alimentes tu soledad con días vacíos sino llena cada hora de manera útil. Yo estaré cerca de ti y nunca tengas miedo de morir porque yo estaré esperándote en el cielo".
 
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  Chiquián, una vez más la banca vacía..




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