jueves, 8 de julio de 2021

AMPAY - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

Plazoleta de Quihuillán .
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A M P A Y
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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El reloj marca la medianoche en Quihuillán. El pueblo de Luis Pardo duerme arropado por el poncho nocturno. Es lunes, primero de junio de 1957. En la penumbra el viento chicotea mis mejillas sin piedad. Durante el día no he probado ni una migaja, tampoco un sorbo de chinguirito. En Tapacocha los carros están varados por un derrumbe carretero, y mi chamba de cargador de maletas con nudo se ha frustrado.
 
Estoy sentado en una banca de la plazoleta de Quihuillán, junto al monumento de Pancho Bolognesi Cervantes, mudo testigo de mis monólogos imaginarios. Felizmente tengo unos puchos que recogí de la cantina de Penco, con los que me estoy abrigando del frío que hinca mis carnes hasta los huesos.
 
Miro a todos lados, ni siquiera el ánima de Juan Sánchez Dulanto camina buscando un entierro, sólo el céfiro trasnochador pasa y repasa gimiendo como silbido de enamorado sin esperanza.
 
A la distancia una sombra viene por el jirón Comercio como andas de procesión. No logro ver bien, el humo del pucho me lo impide. Habrá que esperar que se acerque un poco más...
 
Ya está cerca, es un jinete. Baja de su caballo y camina dando trancos. Está con poncho habano y lleva puesto un sombrero negro como la noche. Pasa por mi lado, lo saludo y no contesta, finge no conocerme, algo lo perturba. Es un hacendado conocido, va convertido en un río de tribulaciones. Trepa el muro de la plazoleta y salta a la chacra de mi amigo Papaseca. Me acerco a verlo, está descendiendo por el alfalfar con pasos agigantados, camina como alma en pena que rueda por un plano muy inclinado.
 
La curiosidad me invade. Bordeo la plazoleta por la vereda de Alberto "Limonta", pues soy muy chato para saltar desde el muro. Lo sigo con la mirada y se me pierde en la oscuridad. "Debe estar buscando un tesoro", pienso. "Ojalá sea un entierro, así me gano alguito, nadie sabe, de repente es mi noche de suerte"...
 
Camino pegadito a la pirca orlada de shinuas y putpush, cuidándome de las hualancas y las pencas. En eso lo observo recostado sobre un montículo de piedras, ¿qué le habrá pasado?, me pregunto, "seguro se ha caído", digo para mis adentros. Debo asegurarme, medito y me dirijo de puntillas hacia un aliso solitario. Trepo el árbol, para mi sorpresa el hacendado está mirando a un hombre y una mujer en pleno "canchis canchis", "cóncavo y convexo", dirá un experto en geometría horizontal.
 
En el ambiente dos gemidos se alternan: uno dulzón que viene de la pareja y otro amargo que emana del astado que contempla petrificado la escena. Los rayos plateados de la luna atraviesan las nubes, revelando las curvas de la damisela en botón y el zarco cuerpo del bandolero maltón.
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El vaivén es armónico en el potrero que se ha tornado en mullido tálamo. De pronto vibran y se quedan quietos. A diez metros el rostro del "corneado" parece cirio de velorio pobre, tan pálido como la memoria de los sesos que han sido tocados por las alas de la muerte, como cae la pollera de la noche en la parda tierra, como se desovilla el huáchcu de un meón entre las acelgas y el tapial.
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Con los ojos extenuados de tanto mirar bajo la macilenta luna, el silencio se hace lamento. El destino le ha robado al viejo hacendado la dicha que esperó hallar en los labios de fresca tuna de su amada de 18 abriles. Seguro encontró el nido vacío y salió a buscarla al potrero donde alguna vez besó su boca hasta el delirio.
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Retorno a la plazoleta y enciendo el último pucho que me queda en el bolsillo. Por el humo pasan escenas similares que cada noche veo en Cochapata, Capulipata, Calapata y todas las patas que se puedan meter y sacar, y asoman a mi mente las palabras filosóficas de los parroquianos de Penco: 'padre es quien lo cría, no quién lo engendra; además, somos hijos de la misma tierra, siempre haciendo el bien sin mirar sobre quién y amándonos los unos sobre los otros... Salud compadre'.
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En este "vergel de Pisanamaría", veo tantas cosas en las noches sin estrellas, que me siento más mareado que abanderado en el culmen de una huaylishada patronal. Gracias a Dios todavía no hay muchos embajadores del caprino "tabalozos", sino pobre chico, estaría más deshilachado que bolsillo de ciego... Así es la vida shay, medito viendo Umpay Cuculí que suspira junto al oconal, bajo el erecto Jaracoto que besa el cielo.
 
De pronto siento una palmada en el hombro. Es el hacendado: 'hola Shaprita', me dice y camina hacia el potro bayo que lo ha estado esperando. Baja una alforja y me encarga que lo lleve a la casa de su costilla de 18 abriles, indicándome: "dile que un carro minero lo ha traído de mi parte". Monta su caballo, me obsequia un par de soles por el mandado, y desciende Maraurán con paso tullido.
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¿Qué tan profunda habrá sido la cornada que su semblante está tan lívido?, me pregunto mientras reviso la alforja, hallando: cinco bolas de requesón y dos docenas de choclos. Luego de unos minutos pasa la damisela bordeando la plazoleta. A una distancia prudencial camina el atrasador. Dejo un requesón debajo de la banca y sigo con cautela las huellas del pecado hasta su morada de adobes, cal y tejas. Después de unos minutos toco la puerta y entrego la alforja según lo convenido con el hacendado. Felizmente tengo los ojos sordos y los oídos ciegos como todo buen heraldo del silencio...
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Ya asoma la madrugada, la luna duerme en su aposento, y una honda calma va adormeciendo mis sentidos. Pero antes de ir a dormir debo recoger el requesón que dejé bajo la banca, estoy que me muero de hambre...
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Plazoleta de Quihuillán

 Jirón Comercio

Plaza Mayor de Chiquián
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Es martes 3 de junio de 1969, han pasado 12 largos años desde lo ocurrido, y los tres personajes de este relato viven todavía. Uno de ellos camina lento con un lazarillo de palo por Chakinani, cubriendo de añoranza sus sueños cansados de insomnio por los hijos que el papel sellado le ha quitado. Va lerdo entre la sombra y el silencio, como las estrías sin memoria que yacen en los porongos secos...

 
Fuente:
 
Relatos campesinos, de Nalo AB.
 


 

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