Danilo Sánchez Lihón
1. Y
arremetió
El
hombre que hace fila delante de mí, en el chequeo de pasaportes y
documentos de embarque en la aduana de salida al exterior del país,
extiende sus papeles al agente de migraciones, quien hojeándolos le
dice:
– Le falta pagar el impuesto de salida, señor.
– ¡Maldición! ¡Desgracia de país! –Y golpea el vidrio.
– ¡Cálmese, señor!
–
¿Incluso para dejarlo tengo que pagar? Desdicha de haber nacido en esta
vergüenza de país. ¿Hasta el último minuto me tenía que fregar?
– ¡Tranquilícese, oiga!
– ¡Dónde se paga! Hasta tengo que pagar por dejar esta porquería. ¡Dónde cobran, digo!
Y arremete golpeando el mostrador y después dando de puntapiés a las barras de aluminio, donde pende el cordón de la pasarela.
Tienen que avisar a un policía para controlarlo. Y hasta intenta golpear al custodio del orden.
2. Allí
está
Un mes después, en el avión de regreso, mi compañero de asiento, a quien no conozco, me pregunta:
– ¿Ya sobrevolamos el Perú?
– Creo que sí, –respondo, volteando a mirar por la ventanilla a fin de divisar algo hacia abajo.
Y, ciertamente, al fondo distingo el borde del litoral delineado por el mar azul y la tierra parda.
– ¡Allí está!
Le
señalo el perfil festonado de la ribera que luce un encaje de plata que
hacen las olas y que dibujan nítidamente con una greca de espuma la
silueta de la bahía de Paita y el istmo de Sechura.
– Sí. Ya estamos en el Perú, –le digo–. Justo sobrevolamos la costa frente al departamento de Piura.
A mi compañero entonces se le ilumina el rostro y se le humedecen de ilusión los ojos.
– ¡Grandioso!
Y, de reojo, constato que llora.
3. ¿No
es cierto?
Una
hora después, al acercarse la nave al aeropuerto Jorge Chávez los
pasajeros dentro del avión se alborotan, arreglando sus equipajes de
mano.
Cuando por fin el avión aterriza hay primero unos aplausos y luego una ovación y vítores de júbilo.
–
Yo retorno después de diez años. ¡Y ya a quedarme, para siempre en mi
tierra! –Me informa mi compañero de asiento con inocultable regocijo.
– Ah, ¡qué bien! –Le contesto.
– ¡Diez años, ni yo mismo puedo creerlo!
– ¿Y en qué lugares ha vivido?
–
Por todos lados: Estados Unidos, Canadá, varios países de Europa.
También estuve en Australia y en el Japón. ¡Diez años recorriendo el
mundo!
– ¡Qué buena experiencia!
– He estado en uno y otro sitio. Recién puedo decir que sé lo que es la realidad y el planeta Tierra.
– Se extraña la tierra, ¿no es cierto?
– ¡Carajo! ¡Tanto que no se puede ya vivir! –Y se sume en silencio.
4. Es
su respuesta
– Yo salí maldiciendo a mi país. Y hasta hice un lío cuando me revisaban los papeles. –Me comenta.
– ¿Así? –Le digo.
– Yo era un pobre diablo y un triste ignorante, por no decir algo más grosero.
Lo
miro. Es otro, distinto en su aspecto a aquel que hace un mes me
antecedía en la cola en el viaje de salida; y que hizo lo mismo.
– Y ahora, que ya conoce otros lugares piensa distinto. ¿Qué es lo que más se echa de menos estando afuera?
– Todo, hasta lo que nos parece que fueran defectos nuestros: el bullicio, el regateo, los ambulantes.
– Pero, ¿algo en específico?
–
Todo, hasta el hecho de que uno no sepa qué le va a pasar al día
siguiente, que es distinto a la rutina. Afuera todo es secuencial,
pautado y mecánico.
– ¡Sí, pues!
– Y he llegado a la conclusión que cada hombre pertenece a una tierra. ¡Y ésta es la mía!
– Pero, ¿si se trata de forjarse un porvenir?
–
¡Aquí! ¡Aquí es donde debo labrarme un porvenir y dejar lo mejor de mi
vida! Esa es mi conclusión y mi respuesta contundente, ¡al menos para
mí.
5. Un rato
de pie
Mientras
esperamos el aviso que indique desabrochar los cinturones, y como si
hablara consigo mismo, abstraído en sus pensamientos, prosigue diciendo:
– Ahora verá lo que haré. –Y voltea a mirarme, percibiendo yo una decisión casi infantil en sus ojos.
Cuando
bajamos las escalinatas él se adelanta. Al dar los primeros pasos, ya
en la pista, se aparta, se arrodilla. Y besa el suelo, enternecido.
Las lágrimas le estallan en los ojos y reprime unos gemidos.
Los pasajeros que están cerca se emocionan, asienten con la cabeza, quisieran hacer lo mismo.
Le alargan sus manos tratando de ayudarlo a levantarse, esfuerzo en que dejan caer al piso algunas bolsas y maletines.
Otros se aproximan y lo abrazan sintiéndose solidarios y hermanados.
– ¡Bravo, muchacho! –Le dice otro, con la mirada humedecida.
Los que vienen detrás también se enjugan unas lágrimas, conmovidos e identificados.
Él,
con el pañuelo en los ojos, se queda un rato de pie, la espalda con
sacudidas, pero inclinado como si orara en la amplia explanada.
6. A
su retorno
En la fila de migraciones hay impaciencia por la lentitud del chequeo.
Algunos hombres y mujeres regañan y empiezan a elevarse voces de protesta:
– ¡Qué pasa! ¿Tanto se demoran en poner unos sellos?
– ¡Por qué no avanza esta cola!
– Ya no hay nadie en la columna de turistas, entonces ¿por qué no atienden también en esta ventanilla?
– ¡Tiene que haber más eficiencia!
Por último, alguien grita:
– ¡Cómo se ve que ya llegamos a un país subdesarrollado!
Delante de mí, en la fila, mi compañero de asiento, que ha besado el suelo a su retorno, se yergue y volteando interviene:
–
Dense cuenta que hablan porque este es su país. Afuera no hablan así,
¿no? Y no seamos falsos ni mentirosos, señores. Bien sabemos que en
todas partes hay problemas. Solo que aquí gritamos. Afuera, ¿alguno de
ustedes ha gritado?
– ¡Y afuera hay muchos peores problemas! –Aduce alguien de la fila de al lado.
– Pero no podrán negar que hay países atrasados y otros que no lo son. –Alega otro.
7. Y,
sobre todo
–
Solo quiero preguntarte una cosa. –Interviene alguien de atrás– ¿Alguna
vez en esos otros países has chancado el mostrador y la vitrina como
acabas de hacerlo aquí?
– A eso iba. No lo haría.
–
¿Y saben por qué? Porque este es tu país. Entonces quiéranlo y
respétenlo. ¡Es nuestro país! ¿No es cierto? Entonces de lo que se trata
no es de cuál país es mejor, sino a qué país perteneces.
– Y nos pertenece para poner ahí lo mejor de nosotros mismos y no lo peor. ¡Entonces aprendamos a estimarlo!
– Eso es verdad. –Se atreve a decir alguien.
–
¡Eso de nacionalismos es obsoleto! ¡Ahora somos ciudadanos del mundo!
–Acota desde atrás un joven con apariencia de intelectual.
– Si se trata de eso, entonces, en donde estemos, ¡en vez de criticar colaboremos!
–
¡Eso! Por ejemplo, yo veo aquí que la demora es porque al acercarnos no
hemos llenado bien los formularios y no tenemos todos los documentos a
la mano.
– Entonces, colaboremos, y tengamos un poco de paciencia, señores. Y, sobre todo, seamos parte de la solución y no del problema.
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