LAS EPIFANÍAS DEL SEÑOR
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
En los años de mi infancia en Chiquián, el 6 de enero se desarrollaba una
fiesta jubilar muy hermosa en nuestra casita de Jircán. Ese día celebrábamos
con dicha plena las tres Epifanías del Señor. Todo al abrigo de la familia y de
los niños del vecindario:
1. Al mediodía realizábamos la Adoración de los Reyes Magos
de Oriente. “Al ver la estrella, los
sabios se llenaron de alegría. Luego entraron en la casa y vieron al niño con
María, su madre. Y arrodillándose, lo adoraron. Abrieron sus cofres y le
ofrecieron oro, incienso y mirra." (Mt 2:10-11).
2. Luego del rico almuerzo preparado por mamá recordábamos el
Bautismo del Señor en el Jordán, celebrada por el profeta Juan, primo de Jesús.
"Y Jesús, después de ser bautizado,
subió inmediatamente del agua; y he aquí, los cielos le fueron abiertos, y vio
al Espíritu de Dios que descendía como paloma y se posaba sobre él. Y he aquí,
una voz de los cielos que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien me
complazco." (Mt 3:16-17)
3. Finalmente venía el milagro de la conversión del agua en vino
a petición de María en las bodas de Caná. "Esto
que hizo Jesús en Caná de Galilea fue la primera señal milagrosa con la cual
mostró su gloria; y sus discípulos creyeron en él." (Jn 2:11).
***
Al caer la tarde del 6 de enero desmontábamos con sonido de panderetas el pesebre navideño (Bajada de
Reyes). Cada niño, empezando por el más pequeño, tomaba una imagen del
Nacimiento y la guardaba con sumo cuidado en el armario, luego
dejaba en un cofre una moneda que papá proveía a cada oferente. Lo recaudado servía para adquirir nuevas
imágenes. Antes de finalizar la actividad navideña mamá invitaba chocolate caliente y bizcochos
con mantequilla de Tupucancha. Otras familias chiquianas
celebraban el 6 de enero la primera Epifanía, días después las otras
dos. Nosotros celebrábamos las tres Epifanías el 6, pues el 7 salíamos de viaje
a Tupucancha para pasar las vacaciones escolares. Epifanía es una de las
primeras palabras del mundo católico cuyo significado aprendí de labios de mamá: "Jesús manifiesta su presencia al mundo". La palabra proviene del griego epiphaneia, que significa
'mostrarse' o 'aparecer por encima'. Las tres Epifanías del Señor forman parte
de las celebraciones de Navidad.
RECUERDOS NAVIDEÑOS EN CHIQUIÁN DEL AYER
Chiquián - PERÚ
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NAVIDAD EN CHIQUIÁN
Por Armando Alvarado Balarezo (nalo)
Cómo no
recordar aquellos tiempos "bíblicos" de los gratos sesentas, donde los
vientos navideños asomaban con las primeras lluvias de diciembre, recibidas
con alegría plena por el pueblo chiquiano.
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Día tras día los tesoros ocultos por el sol primaveral se ofrecían visibles a los ojos humanos, como una munapada
de los regalos navideños que soñábamos recibir del chaposo Papa Noel.
El canal de Tucu subía su torrente frente a Chiquián hasta
desbordarse, inundando el Jr. 28
de Julio
(Agocalle), desde Umpay Cuta y Lirioguencha hasta Quihuillán y
balnearios.
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Los
vecinos de la "Venecia chiquiana", con Acuchito a la cabeza del grupo, salían embalados lampa en
mano para proteger con ripio las puertas y zaguanes, evitando
que los jacas se ahoguen en los
cuyeros; otros samaritanos sacaban listones de madera del altillo y los ponían
cual huaros endebles al ras del agua que bajaba incontenible de Jaracoto.
Todos los chiuchis ñatos de risa por la llegada de la esperada lluvia,
chapaleábamos de orilla a orilla con los zapatos aquinos a punto de desfondarse hasta las medias, implorando por una hilera de estaquillas
a Rucu Feliciano o un par de puntadas con hilo de cáñamo a Estañiz; o
trepados sobre zancos hechos a pulso evitábamos una neumonía
fulminante. Un rucu vecino se acerca galante a una dama subida de carnes que quiere cruzar Agocalle, y le dice: "Te voy a apachir (cargar) hasta la otra vereda". Ella contesta sonriente: "Que vas a poder apachirme con ese cuerpo todo wiksu (torcido), se puede saltar tu pupu (ombligo)".
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Con
el paso de las semanas los capullos de las flores silvestres nos prestaban sus alas
de fantasía para soñar despiertos con las musas de trigo. Desde el horizonte azul la blancura
del Yerupajá insufla de gozo el tierno corazón. Aquellos benditos días de diciembre avivaban las mejillas pispadas,
los chacareros reían viendo sus sembríos esmeraldas, y las serenatas
afinaban sus cuerdas de acero a la espera de las costillas que llegaban de Lima, Barranca, Huacho, Trujillo y
del Callejón de Huaylas, al término de sus estudios secundarios o
superiores.
Ingresar
a las cocinas y oír el ronroneo matinal de las teteras jugando
con el agua bullente para el "cafecito de cebada", que con dos
cucharadas de azúcar rubia y un pan de punta, era el deleite de grandes,
maltones y chicos. En las noches de diciembre la luna lunera cascabelera era tan clara
que el humo blanco de los fogones crepitantes parecían velos de
casamentera buscando un sorbo de oxígeno en el cielo chiquiano.
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En
mi particular caso, muy pocas navidades pasé en el pueblo de Chiquián aquellos
benditos sesentas. La mayoría de las veces celebré el nacimiento de Jesús con la
familia y los pastores en Tupucancha, pero de las que viví en
"Espejito del cielo" de Hualín y su triángulo, recuerdo que una semana antes de la Noche Buena
los niños asistíamos con nuestras mascotas para que reciban las
bendiciones del sacerdote durante la Misa de Gallo.
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Al
primer repique de campanas, con Anchita, Patuco y Arti pasábamos la
voz a la collera, que no había pegado las pestañas aguardando inquietos el gran
momento. Unos caminaban dormitando con sus huachis, perros, gatos y conejos a cuestas, otros con palomas, chacuas,
cariocos, gallinas ponedoras y culecas; aunque no faltaban los que
cargaban cuyes o llevaban empujando algún orejudo que salió con más
de tres rojos en la libreta.
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Recuerdo que muchos chiuchis nos
apretujábamos debajo de las andas para dormir abrigados por nuestros
animalitos, entre balidos, cánticos, ladridos y ronquidos, mientras
otros más audaces atrapaban murciélagos en los oscuros recovecos que
conducían al depósito de las imágenes de los apóstoles, fabricados por
Lolito Rivera, con yeso, pintura y palos de maguey.
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La
construcción de los nacimientos familiares corría a cargo de los
niños. Las imágenes de San José, de la Virgen María, del Niño Jesús, de
los Reyes Magos, de Papá Noel, los animalitos y los juguetes eran
adquiridos por nuestros padres de los mercachifles y de las tiendas de
los paisanos: César Machuca, Faustina Romero, Asunción Aldave,
Crisólogo Ramírez, Orfila y Zalatiel Cachay, Gliceria Espinoza, Carlos
Bisetti, Juan Alva, Lucho Castillo, Zenobio Alarcón, Manzueto y
Abundio Santos. De la tienda de la familia Huerta, de los recordados
camiones "San Martín", comprábamos a 10 por un sol: pitos de arcilla en formas de
aves y ollitas de barro pintadas de colores que reposaban sobre paja
brava en enormes cuntus cocidos al horno.
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El piso de "champa"
lo traíamos del Pesebre y del oconal de Umpay en pequeños bloques de
tierra húmeda con algunos gusanos de yapa. De sólo pensar en los
resbalones que nos dábamos en los caminitos empinados de Shapash, Paucaracra y Racrán, cuando íbamos a
traer arcilla de las "minas"
para fabricar ollitas y carritos navideños con llantas de chapa de
cerveza y gaseosa Concordia o Triplecola, me veo con la ropa cubierta de lodo, esperando el shilpi y la amenaza de ser conducido de grado o fuerza al reformatorio limeño junto a mi primo Calolo Ramírez.
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Conseguíamos musgo en Tranca y sacuaras en los escarpados de Shapash, y hacíamos
germinar trigo en pequeñas latas vacías de conserva, para darle un toque de
naturaleza viva al Nacimiento. La construcción de puentes con carrizos
no se dejaban esperar; también cascadas, cerros, jalcas, quebradas, glaciares y valles en
miniatura con ríos y puquiales pintados de celeste sobre papeles de bolsas de
azúcar; pocitas de agua teñidas con “Azul Brasso” donde flotaban
patitos y peces de plástico y maguey seco. Asimismo forrábamos cajitas
de fósforos con papel de regalo, fabricábamos estrellas con papel lija, y
como nieve utilizábamos algodón artificial que picaba como ortiga.
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Los
regalos nos entregaban la mañana del 25, después de llevar al Niño a
la iglesia para su adoración por los Negritos. El cura y sus
asistentes invitaban chocolate caliente, tajadas de panetón y
bizcochos en forma de Cristo, animalitos andinos y muñecas, que
donaban las panaderías chiquianas.
Los
varones recibíamos pequeñas matracas de madera, trompos, boleros,
carritos, yoyos, bolas de cristal, cartucheras, también mallas,
raquetas y pelotitas de pimpón, rifles con balas de corcho sujetas a un
pabilo, pelotas, soldaditos de plomo, caballitos y vaqueros de
plástico, ropa y zapatos aquinos ecológicos. Las mujercitas recibían
muñecas, ollitas y cocinitas de aluminio, panderetas, juegos de yases,
binchas de plástico de diferentes colores, mini juegos de té de loza
china, vestidos y zapatos “caramelo”.
Todos
los 6 de enero realizábamos la “Bajada de Reyes” para contar con un
"sencillo" y adquirir nuevas imágenes sacras y los animalitos
necesarios para el año siguiente... qué tiempos aquellos, tan
diferentes en filosofía de vida de las grandes urbes. En nuestro
terruño era una verdadera fiesta del pueblo, como sólido puente de
unión y hermandad cristiana, que va perdiendo consistencia por la azuela de la globalización.