RACRÁN
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
A la Memoria de mis amados padres, Armando y Jesús
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“Pisando suelo conocido no caerás”.
“Pisando suelo conocido no caerás”.
Armando Alvarado Montoro
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“Imita a los pájaros y no destruirás la Tierra”.
Jesús Balarezo de Alvarado CHIQUIÁN, como imperio del aire fresco, goza de una riqueza natural incomparable. Suelo bendito, otrora epicentro de cultivo y pastoreo comunal a gran escala, sigue esparciendo a raudales el sonido de su fauna y el aroma de su flora pletórica de vida, que tonifican la mente, el alma y los músculos, en un pacto de lealtad y buena vecindad con la Madre Naturaleza, sobre todo en las quebradas, jalcas y laderas alejadas de los emporios mineros, espacios inmaculados que conservan su esencia nativa, como herencia de vida para las generaciones venideras.
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Todo
caminante de tierra adentro sabe que la mejor manera de descubrir los
encantos de un lugar como Chiquián, es andar "pasito a paso", sin apuro,
fundiéndose segundo a segundo con la Pachamama, topografía que aroma
los campos natales a la vera del camino; pues "andar", como
dicen los viejos arrieros, es escuchar el latido campesino: sus usos,
costumbres, sus tradiciones, sus valores y sus creencias. Es palpar su rústica ternura, bucólica
y arrobadora de su alma agradecida. Es sentir las caricias del sol
bondadoso que desparrama sus rayos al despuntar la aurora. Un verdadero
festín natural que tiene como marco la inmaculada cordillera Huayhuash, musa de
los amantes del deporte blanco.
Pero
Chiquián no es su panorama seductor, solamente. Su mejor carta de
presentación es la defensa irrestricta del ecosistema, sin pregones ni
pancartas, todo la natural los 365 días del año. Además cuenta
con variadas opciones para disfrutar a manos llenas de un turismo
vivencial sin cotejo.
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Aquí
están los mejores tejedores del mundo. Los cálidos frutos de sus
telares cubrieron la piel broncínea de los aguerridos patriotas que se
fajaron a puño y varazo limpio en las contiendas de Junín y la Pampa de
la Quinua, donde nuestra América Morena recuperó su Independencia, allí, donde el poncho chiquiano fue
el soporte sobre el que se firmó la Capitulación de Ayacucho, como
aparece en un lienzo del pintor huancavelicano Daniel Hernández
Morillo.
Cuenta
también con recetas milenarias para todos los gustos y sabores,
delicias campestres que engalanan las fiestas patronales de Santa Rosa
de Lima y de San Francisco de Asís; mas si de caminar se trata, y el
hambre impacienta a las tripas, no hay nada como un puñado de cancha
con su trocito de queso, producto bandera elaborado por manos
hacendosas con la leche más saludable del planeta. Para calmar la sed
hay abundante chicha, fermentando ansiosa en los cuntus fraternos. Y si el paladar se inclina por un potaje para chuparse los dedos, basta visitar el "Rincón del Recuerdo".
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Es
decir, Chiquián es la Obra Maestra del Creador. Intente no quedar
boquiabierto con el magnetismo de sus tardes de arrebol, y no podrá.
Tampoco tiene que pellizcarse pensando que el hechizo de su policromía
crepuscular constituye un sueño de floripondio, pues es realidad
palpable hasta para los ojos más incrédulos. Parajes sin igual que engalanan la
cuna del revolucionario social Luis Pardo y de nuestro recordado
“Shapra” (Manuel Ñato Allauca), el cicerone andino con el mejor floro
del hemisferio sur, en proyección cilíndrica.
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Uno de estos hermosos parajes es RACRÁN, ubicado a unos metros del hanabarrino
Umpay. Dos caminitos suspendidos en el alero de los años nos llevan a
disfrutar de un escenario natural acogedor, un mirador para deleitarse
con los encantos de Chiquián y disfrutar la magia del glaciar Tucu, que
corona de albura la collana de Lampas y la encajonada joya de Aquia,
dominio ancestral de los vigorosos Rimay Cóndor. Sin duda alguna, un destino
invalorable para un safari fotográfico de novela corta.
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“Jeshu,
caminando por Racrán he sentido tu fragancia. He visto tus pupilas de
paloma en las cantarinas aguas de Putu, desde ahí te he escuchado
silbar con el viento en Chaquinani…”, dice mi padre en una carta dirigida a mi madre a dos días de pedir su mano.
Mamá, de abriguito, y papá de sombrero negro,
con sus amigos chiquianos
Porque
Racrán es un edén para los enamorados apasionados, invisible a la
mirada paterna y de los celosos hermanos de la doncella en botón. Allí se han
tejido muchas historias de amor bravío.
En una oportunidad me comentó el patriarca oropuquino Pedro Loarte
Cano, amigo personal de Luis Pardo, a quien acompañaba con su mandolina trinadora,
que nuestro bandolero romántico visitaba frecuentemente Racrán con su
amada, para contemplar la belleza de Chiquián, y que, recostado en un
árbol centenario le cantaba huaynos y yaravíes, y sólo Dios sabe, si
fue en este punto de encuentro donde escribió su premonitorio himno “EL CANTO DE LUIS PARDO”, convertido después de su muerte en el vals “LUIS PARDO”, canción peruana conocida también como “LA ANDARITA”.
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El
paraje de Racrán está engastado en la orilla sur de lo que en la época
de Pisanamaría fue Sequiancocha, y recuesta su pródiga inmensidad bajo
las égida
fraterna de las laderas verticales que trepan cual enredaderas al apu
Capillapunta. Su amada Cochapata posa su sedosa cabellera en el hombro
derecho, y los bordes de su faldellín turquesa acarician las pircas
eternas de Racrán. Desde aquí se escucha con claridad meridiana la
dulce voz del viento que baja del enhiesto Jaracoto, y de las canoras
aguas de la cascada de Putu. Una combinación perfecta de la melodía
terrena.
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La
última vez que visité Racrán fue en Semana Santa, de hace unos años,
cuando todavía no se ablandaban mis bíceps braquiales ni se acalambraban mis
pantorrillas por falta de potasio. Llegué con el alba, máquina fotográfica en mano. Las
calles chiquianas estaban desiertas de fieles devotos. Fue Jueves
Santo, recuerdo. No arribé con la agilidad de un impetuoso potrillo, sino con la
precaución de un asustado caminante, pues de niño, cuando cubriendo mi
rostro con mi ponchito habano paseaba ufano por estos dominios buscando una tierna chacuita,
un cachorrito de medio mes de nacido empezó a ladrar sin pausa ante mi
fantasmal presencia; luego se abalanzó inmisericorde hundiendo sus
caninos de antacasha en mi huesuda canilla derecha. Ahí comprendí que el dicho “Perro que ladra no muerde” alude al humano hablador, no tanto a su fiel amigo ladrador.
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En
los primeros minutos del día se aprecia desde Racrán, cómo la torre de
la iglesia matriz de Chiquián se va incorporando al paisaje, junto a
los velos de humo, que con el viento a su favor se elevan de los
fogones que van cociendo lentamente el pari, el pojti y la lahuita
de Semana Santa. Al mediodía, cuando el sol cae en plomada, este mismo
viento se queda dormido bajo la comba azul de la quietud. Es cuando el
aroma rural nos llena de una paz desconocida para los sentidos
urbanos. Luego viene la hora de contemplar el atardecer, con ese sabor a
nostalgia que en la brevedad del tiempo desgrana el ocaso. Después cae
lentamente la sotana de la noche hasta cubrir Jircán. Ya los pichuichancas,
cuculíes y torcazas retozan en las copas de los hospitalarios alisos,
molles y eucaliptos. Es momento de aguzar los sentidos y tensar los
nervios, pues un inesperado canto sonoro del agorero pacapaca
puede erizar la piel y despertar el recuerdo de aquellas narraciones
ancestrales de almas penitentes, que solíamos contarnos de chiuchis en las veredas de lajas del barrio.
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Ir
a Racrán caminando por una calle sin asfalto todavía, es vivir una aventura
diferente, en un ambiente rebosante de colorido follaje, muy cerca de
las rutas turísticas habituales del pueblo. Es empezar la mañana con un
sorbo de aire puro; sólo es cuestión de levantarse antes de que el
"gallo cante 3 veces", y cuando los candiles empiezan a
iluminar las casas de los jornaleros que se preparan para emprender la
dura faena diaria. Basta sentarse con tranquilidad sobre el mullido kikuyo
y disfrutar del paisaje silvestre, experimentando los prodigios de la
Naturaleza. Una oportunidad para desconectarse del tedio que impone la
rutina, poniéndole chispas a la vida con los componentes del ensueño.
Visiten con sus warmis o sus enamoradas este mítico remanso de
las caricias tiernas y los besos dulces como los caramelos de leche de
tía Dolorita, como los adoquines de “Cholito Nava”, como las chaposas
manzanitas de Chinchupuquio, como las mashuitas con sabor a miel de Tulpajapana, como el ñupu de Matara, como el chumpac de los tinyacos, como las guayabas del caluroso Llaclla, como las oquitas de Ninán
y Cucuna... Es la mejor receta para un día de salud plena en aras del
crecimiento espiritual; ya que, como me decía mi abuelita Catita: “Levántate
más temprano, hijo. No seas flojo, camina hasta la cascada de Putu y
bebe de sus aguas frescas. Te aseguro que volverás sabio; y no olvides
mirar con fe la Cruz de Capillapunta, pues de ahí despunta la Luz del
Nazareno que ilumina nuestras conciencias. Ya algún día tendrás tiempo
suficiente para dormir el sueño eterno bajo una lápida de piedra que indica el lugar donde reposan tus huesos”.
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CHIQUIÁN:
CHIQUIÁN:
PARAJES EN ESPIRAL
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Tierra bendita: corazón amigo,
en las mañanas, sembrando trigo,
por las tardes, buscando abrigo
ya en las noches, sueño contigo.
Caranca: mil latidos en concierto,
todo es belleza, a cielo abierto;
el albo Huayhuash, abre su puerta,
al mágico Chiquián que está de fiesta.
Huancar: umbral de verde estampa ,
con sus ojos de roca, mira la pampa;
miles de eucaliptos, besan el cielo,
donde el cóndor cruza, en alto vuelo.
Parientana: perfumada de frescura;
maestros y alumnos, destilan cultura,
el coloso Yerupajá contempla risueño,
con su blanca mirada de ensueño.
Chicchó: arbolito de manzana,
canta un huínchus por la mañana;
un tierno shulaco sale reptando,
dos banderilleros le están apuntando.
Jaracoto: trina el pichuichanca;
cien chiuchis cantando izan la bandera;
es muy hermosa nuestra rojiblanca,
que flamea contenta en la ladera.
Capillapunta: fiel centinela.
Altar glorioso, cruz de madera;
alumbra fuerte el sol, no una vela,
desde la cumbre hasta la pradera.
Umpay Cuta: maíz maduro;
el gran bandolero saluda al turista;
con su caballo, pisando seguro
y su estampa que a todos gusta.
Lirioguencha: estadio moderno,
con su verde gramado tierno.
Unos miran desde las tribunas
otros sin boleto, desde las alturas.
Cochapata: huarastucoj y nunatoro,
con roncadora de pellejo de perro;
brotan del píncullo melodías de oro
desde las faldas, hasta aquel cerro.
Putu: misterio y hermosura;
el agua cae desde gran altura,
riendo dulce, cristalina y pura,
regando feliz, la tierra dura.
Oropuquio: cuna del Sport Cahuide
caminitos estrechos que nadie mide;
chinguirito y arpa, todos imploran,
callecitas de piedra, los tacos lloran.
San Juan Cruz: tributo a Dios;
los peregrinos suben jadeantes,
besan el Madero y dicen !adiós¡,
cerro bendito, de mil caminantes.
Mishay: culto al Divino Maestro,
que hace del alumno, un hombre diestro;
pródiga cantera de sabiduría andina,
que brinda cultura, a la estudiantina.
Puente Cantucho: cálido hospicio,
para el visitante y el arriero misio;
Cuspón y Roca, besan tu suelo
y calman su sed en el arroyuelo.
Tulpajapana: bordeando el cementerio.
Lugar sagrado donde reina el silencio;
sobre sus entrañas la Gruta florece,
a su alrededor todo reverdece.
Cruz del Olvido: triste destino;
oración y banda, funeral andino,
paso obligado al Camposanto,
camino de espinas del que quiso tanto.
El coso: penal de inocentes prisioneros.
Reses, caballos y burros dañeros,
dormitando cumplen su condena,
por saciar su hambre en chacra ajena.
Jircán: tardes de toros y de fútbol,
bailan huaynitos los caballos moros.
bajo tus palincas un choborra canta;
Huerto de Judas de Semana Santa.
Tranca: pencas y hualancas,
escoltan el gallardo paso del 351;
camino de herradura a Ninán y Cununa
entre tramo y tramo me como una tuna.
Chivis: bosque encantado;
mil zambullidas y un clavado,
entre pitadas, humo y anisados,
niños de estanque tiritan asustados.
Shapash: sacuaras y tibio baño;
no hay duchas, saunas ni caño;
se baja en picada por la pendiente,
con agua corriente se baña la gente.
Aynín: río de vida y encanto,
miles de truchas, ondinas no tanto;
niños excursionistas en sus riberas,
con sus maestros de clases primeras.
Chinchupuquio: huerto florido,
donde el Sol se queda dormido;
dulces manzanas y melocotones,
gigantes yacones para los glotones.
Quihuillán: homenaje a Bolognesi.
Tiernos amores de ensueño y encanto
tras una promesa, triste despedida;
una torcaza queda herida.
Usgor: aguas que caen rimando,
siete ichicqulgos están llorando,
diez trovadores componen versos,
para sus musas de rostros tersos.
Uyu: sembríos esmeraldas y aguacero;
chacras, alfalfares, yuntas y arados
llegan los gañanes con el lucero,
su semilla santa y sus cayados.
Conchuyaco: 'Señor del Camino',
siempre cuidando el destino,
de los choferes y pasajeros,
del jornalero y los arrieros.
Fragua: mirador ecológico,
lugar ideal para un zoológico;
flores silvestres y pájaros canoros,
despiertan el alma con trinos sonoros.
Jupash: el agua lava y tropieza
con pencas y mazos de gran rudeza
formando un concierto de alba limpieza
fregando mugre de pieza a pieza.
Yarush: barquitos de maguey,
sueños de marineros que no morirán;
sus puentes lloran cuando pasa un buey,
desde Umpay Cuta, hasta Maraurán.
Shulu: mini safari urbano,
todos acuden desde temprano,
los tarapaqueños atrapan tinyacos,
los aliancistas cazan shulacos...
Agocalle: Venecia Chiquiana,
con zancos andando no parece enana,
los calzoncillos lloran con el chapuzón
de los que naufragan como Alonso Pinzón.
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Caranca: corva su belleza como una ceja
para llenarnos de embeleso viendo Chiquián,
y acompaña nuestro llanto en cada despedida.
Y así: Sunoc, Tanaz, Cushish, Quinchayoc, Capulipata
Purampún, Yucyushtana, Cascas, Común, Calapata,
Macpún, Huanturma, Chipiaj, Paucaracra, Chaclapata
Raquinapampa, Unsucocha, Huayalpampa y Racrán,
mientras los tengamos en mente, !FLORECERÁN!.
Chiquián, un corazón andino latiendo saludable
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Racrán
y los demás parajes chiquianos seguirán floreciendo, mientras los
niños y jóvenes alfareros y los poetas de tierra adentro alienten y
ayuden a los buenos comuneros a cultivar las chacras comunales que
están abandonadas desde hace más de 3 décadas, y sientan el aroma del
choclo y la caña, la tersura de las habas tiernas que pronto
serán panco, shinti o shacui, y la bondad del trigo en las mesas humildes, en las que nunca debe faltar el dulce zanguito y la machca fraterna.
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Seguirá
floreciendo también, mientras nuestro pueblo continúe escuchando el
eco de la roncadora de Antonio Padua Toro llamando al riego hermano en cada esqauina.
Mientras los chiuchis sigan bailando alegres en las faldas de
Cochapata con sus atuendos de viejitos y su bastón de guarango.
Mientras los amores cautivos continúen sorteando shinuas y hualancas
en los alfalfares en punta. Mientras los alumnos no vayan a los campos a
derribar árboles para la yunza ni a traer leña, solamente, sino
también a plantar árboles por millares y a leer lo que la Naturaleza
pone al alcance de los ojos humanos, porque CHIQUIÁN es una de las páginas más hermosas del GRAN LIBRO DE LA VIDA.
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Apuntes chiquianos, de Nalo Alvarado Balarezo
Apuntes chiquianos, de Nalo Alvarado Balarezo