.LOS SECRETOS DEL CAFÉ DEL MARAÑÓN
Por Juan Rodríguez Jara
JUAN RODRÍGUEZ JARA:
LA GRANDEZA HUMANA DE SU OBRA LITERARIA
Por Juan Rodríguez Jara
Son
las 6 de la mañana y los caballos están ensillados. También está
lista la alforja: trozos de queso, jamón, panes, cancha y agua de
orégano. En la mesa del comedor el patrón don Rodrigo toma desayuno con
sus hijos mayores, Julio y Arcadio, los menores duermen todavia. El sol
está por salir. Humeantes tazas de café, pero de cebada, cierran el menú
matinal. "El aromático café se nos ha acabado", dice apenada la cocinera; terminan y caminan hacia los equinos: "Belga", "Chileno" y"Blanca".
Para traer la carga acompañan los comuneros Fausto Agurto y Shanty Sifuentes. Jalando las yeguas Pasavante y Chuno. Como balseros van Hualcho Agurto y Aurelio Carranza. Viajan para traer frutas y el aromático café que se siembran en el predio de Ollas en la ribera derecha del río Marañón.
Pasan por senderos tortuosos de recodos cerrados, flanqueados de arbustos de chilcas y tayas. A dos horas de recorrido se hace ameno el viaje gracias a las avecillas que trinan sobre las copas de los molles, guarangos, sauces y magueyes, tapizados en sus bases por plantas de inncienso, que emplean las sahumadoras en las procesiones. A unos metros del camino están los restos arqueológicos de Caullín, donde en la época de la dominación española se fundían campanas para las iglesias del Virreinato del Perú y las capillas de Piscobamba (Ancash).
A orillas del Marañón las plantaciones tienen cercos de madera para impedir el ingreso de los animales. A 200 metros de distancia pacen manadas de vacunos. Una hora después arriban a la casa del hortelano Llushaco, quien cuidará los caballos mientras cruzan el río en una balsa.
Al cabo de unos minutos de travesía llegan a la vivienda del hortelano Dolores Caldas y hallan a su esposa Victoria e hijos, solamente. Don Rodrigo entrega un obsequio a doña Victoria, luego recolectan granos maduros que penden de las ramas del cafeto. Todos protegen sus manos con trapos para evitar lesiones. Al ponerse el sol culminan el acopio de granos y frutas, pero es muy tarde para retornar a la otra orilla, el río ha elevado su caudal y tienen que pernoctar en casa de don Dolores.
Con el alba despierta don Rodrigo y siente un exquisito aroma que viene de la cocina. Se acerca a doña Victoria. Aquí el dialogo:
- Ese rico aroma ¿de qué es doña Victoria?
- Es del arbusto del cafeto que utilizamos como leña.
- ¿Por qué ustedes destruyen plantas tan costosas?
- Cuando la planta del cafeto envejece, se seca y ya no da fruto, por eso la utilizamos como leña.
- ¿Y cómo se obtiene un buen café, doña Victoria?
- Es un secreto que hemos heredado de nuestros mayores. Voy a compartirlo con usted porque es una persona generosa: las semillas se secan al sol durante unos días. Luego se seleccionan las mejores y descascaran con sumo cuidado en un batán o un mortero. El tostado de los granos tiene que ser en tiestos de barro y con leña de incienso, cuya fragancia envuelve el tiesto juntándose con el aroma del café durante el tostado. Después se hecha a un recipiente y se tapa con un tocuyo para que el café nade en su propio humo hasta enfriarse. El café tostado se guarda unos días en un lugar seco y oscuro. Es recomendable moler el café el día que se va a preparar la infusión. Se puede pasar en una cafetera o simplemente utilizar un colador de tela. Las entendidas en tostar café son escasas en la zona. Los aromas del incienso y del café tienen que compenetrarse en tiempo y temperatura, ideales, porque el incienso baña a Dios y el café eleva el espíritu del hombre al cielo.
Para traer la carga acompañan los comuneros Fausto Agurto y Shanty Sifuentes. Jalando las yeguas Pasavante y Chuno. Como balseros van Hualcho Agurto y Aurelio Carranza. Viajan para traer frutas y el aromático café que se siembran en el predio de Ollas en la ribera derecha del río Marañón.
Pasan por senderos tortuosos de recodos cerrados, flanqueados de arbustos de chilcas y tayas. A dos horas de recorrido se hace ameno el viaje gracias a las avecillas que trinan sobre las copas de los molles, guarangos, sauces y magueyes, tapizados en sus bases por plantas de inncienso, que emplean las sahumadoras en las procesiones. A unos metros del camino están los restos arqueológicos de Caullín, donde en la época de la dominación española se fundían campanas para las iglesias del Virreinato del Perú y las capillas de Piscobamba (Ancash).
A orillas del Marañón las plantaciones tienen cercos de madera para impedir el ingreso de los animales. A 200 metros de distancia pacen manadas de vacunos. Una hora después arriban a la casa del hortelano Llushaco, quien cuidará los caballos mientras cruzan el río en una balsa.
Al cabo de unos minutos de travesía llegan a la vivienda del hortelano Dolores Caldas y hallan a su esposa Victoria e hijos, solamente. Don Rodrigo entrega un obsequio a doña Victoria, luego recolectan granos maduros que penden de las ramas del cafeto. Todos protegen sus manos con trapos para evitar lesiones. Al ponerse el sol culminan el acopio de granos y frutas, pero es muy tarde para retornar a la otra orilla, el río ha elevado su caudal y tienen que pernoctar en casa de don Dolores.
Con el alba despierta don Rodrigo y siente un exquisito aroma que viene de la cocina. Se acerca a doña Victoria. Aquí el dialogo:
- Ese rico aroma ¿de qué es doña Victoria?
- Es del arbusto del cafeto que utilizamos como leña.
- ¿Por qué ustedes destruyen plantas tan costosas?
- Cuando la planta del cafeto envejece, se seca y ya no da fruto, por eso la utilizamos como leña.
- ¿Y cómo se obtiene un buen café, doña Victoria?
- Es un secreto que hemos heredado de nuestros mayores. Voy a compartirlo con usted porque es una persona generosa: las semillas se secan al sol durante unos días. Luego se seleccionan las mejores y descascaran con sumo cuidado en un batán o un mortero. El tostado de los granos tiene que ser en tiestos de barro y con leña de incienso, cuya fragancia envuelve el tiesto juntándose con el aroma del café durante el tostado. Después se hecha a un recipiente y se tapa con un tocuyo para que el café nade en su propio humo hasta enfriarse. El café tostado se guarda unos días en un lugar seco y oscuro. Es recomendable moler el café el día que se va a preparar la infusión. Se puede pasar en una cafetera o simplemente utilizar un colador de tela. Las entendidas en tostar café son escasas en la zona. Los aromas del incienso y del café tienen que compenetrarse en tiempo y temperatura, ideales, porque el incienso baña a Dios y el café eleva el espíritu del hombre al cielo.
***
El
viaje de retorno a la hacienda fue un tanto difícil por el peso de la
carga y lo accidentado del camino, pero satisfactoria por los secretos
que don Rodrigo lleva en la mente.
"El café es sinónimo de alegría y de nostalgia al mismo tiempo", comenta don Rodrigo, quien después del último sorbo de café preparado con los secretos del Marañón duerme feliz, arropado por su aroma y los recuerdos...
Fuente:
Juan Rodríguez Jara, poeta y escritor Ancashino
Juan Rodríguez Jara, poeta y escritor Ancashino
Walter Vidal, Elmer Neyra y Juan Rodríguez
CAFÉ HECHICERO
Por Juan Rodríguez Jara
Te conocí cuando cruce en balsas;
vivías con el río Marañón amores.
Me cobijaste con tus encantos
donde conocí tu flor blanca
cual velo de novia de los Andes.
En días apareció tu fruto rojo
con su jugo dulce embriagador
y tus tres vestidos que sacar,
un baño de sol para secar
dejabas salir tu fruto mellizo.
Buscando fogón, llamas tiestos
nadando en calor te bronceas,
para luego convertirte en polvos
y en cafeteras filtrar esperanzas,
en armonía con el azúcar en tazas.
Tú tienes hechizos sublimes
llegas juntar amigos en citas.
Amarras diálogos secretos
cautivas corazones en amores
con cada sorbo que embriagas.
Cuando llega el crespón negro
en despedida guardas suspiros,
para juntar recuerdos y dichos
que llenan parientes y amigos,
en abrazos y adioses a solas.
JUAN RODRÍGUEZ JARA:
LA GRANDEZA HUMANA DE SU OBRA LITERARIA
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
“AEPA sobrevivirá al tiempo,
en la medida que sus poetas y escritores
suban los peldaños literarios como hermanos”.
en la medida que sus poetas y escritores
suban los peldaños literarios como hermanos”.
Luis Albitres Mendo
“Hacer
poesía es la posibilidad de componer versos, expresar un sentimiento,
procurando dar encanto, mediante las palabras. Es la conquista de un
mensaje bello, una idea quizás sorpresiva emerge y derrama algo de
hechizo…”. Tales las primeras palabras de la extraordinaria
Presentación que hace Elmer Neyra Valverde al poemario “AROMAS DE LA
TARDE” de Juan Rodríguez Jara.
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Plaza de Armas de Piscobamba
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Así
como el arcoíris es el mítico
reflejo de las caricias entre el Sol y la lluvia, que llena de embeleso
la mirada; así también, traducidos en palabras del alma, brota
diamantino
el sentimiento de todo poeta y escritor telúrico, de ahí que la obra
literaria de Juan Rodríguez Jara respira hondo el aire limpio de las
cumbres ancashinas, creaciones pobladas de sonidos e imágenes en una
relación dichosa con nuestros campos añorados. Verbo de amor sin
límites por el terruño que mana de las entrañas de un escritor y poeta
de talento vigoroso y puro.
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El
ambiente bucólico y la fascinante naturaleza genésica de Ancash
influyen sobremanera en su personalidad, forjándolo generoso y fraterno
como los ríos, los árboles, los pájaros, los sembríos, los glaciares...,
de ahí que, conocedor a ultranza de la responsabilidad social que
tiene la literatura para los pueblos de tierra adentro, se suma a este
noble propósito desde sus años tempranos, alternando verso y prosa de
genuina sinceridad vital, trocando en poesía y relatos el quehacer
campesino y los encantos de la ¨Novia de los Andes¨, su amada
Piscobamba, creaciones que son acogidas con simpatía
por reconocidas antologías del mundo literario, como "Palabra en
Libertad" de ediciones "Amantes del país", Revista Cultural de
Áncash-AEPA e Instituto de Cultura Peruana-Miami, por ejemplo, y han
merecido
importantes premios a su autor. Todo ello impregnado de un panteísmo
inmanente
donde su casita de Tullubamba, el apu Huáncash, el eucalipto centenario
de la Plaza Mayor de Piscobamba, los viejos caminos, su
escuelita 304 y las personas con sus usos, costumbres y tradiciones, se
funden con la Pachamama y fulguran como altares sagrados en su obra
escrita.
Basta leer sus relatos “SEQUIA EN LOS ANDES”, páginas
165 al 198, del libro “PALPITAR DEL ANDE”, y “LOS SECRETOS DEL CAFÉ DEL
MARAÑÓN” difundida en la prestigiosa revista internacional “TIEMPO
NUEVO” de Miami, para confirmar que su universo narrativo se nutre,
principalmente, de los paisajes de la Sierra y de la lucha por la
existencia en el ámbito rural cuando la lluvia no retorna a tiempo, vida
de campo con sus faenas encallecidas de esperanzas fallidas,
desventuras y creencias por doquier, con esa ternura arrobadora de los
hombres, mujeres y niños de fuerte raigambre familiar, que a pesar de la
adversidad y del abandono estatal, viven en paz y armonía con la Madre
Naturaleza y las Leyes del Cosmos.
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Los
poemas de Juanito son himnos de añoranza, fuertemente asidos a las
raíz telúrica de su querencia que la distancia robustece, como aquellos
robles de frondosa copa que se resisten a dejar el suelo que les dio la
vida, pues de muy joven abrazó la profesión de Policía, que ejerció
como un sacerdocio a lo largo y ancho del país
hasta su jubilación, con la misma pasión y entrega que la ciñeron los
héroes y mártires de la noble institución policial. Las condecoraciones
recibidas a lo largo de su fructífera carrera dan cuenta de su
apostolado itinerante en bien de la tranquilidad y la vida..
El binomio: POLICÍA / LITERATURA, fundidos en un solo corazón, ha hecho de JUAN RODRÍGUEZ JARA un ciudadano ejemplar, comprometido hasta la médula
con su amado pueblo, compromiso social, moral y espiritual que enaltece
la grandeza del género humano. Un verdadero orgullo de su tierra natal
Piscobamba, AEPA, del colegio "LA LIBERTAD" su querida Alma Mater y la
Policía Nacional del Perú.
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