PASOS DE MAESTROS QUE DEJAN HUELLA EN LA VIDA
Por Norka Brios Ramos
El Maestro tiene en la mente la sabiduría que siembra
la semilla del conocimiento en sus alumnos, y pulsa en su corazón el amor al
prójimo las 24 horas del día. El Maestro acuna en su ser la paciencia infinita como
prueba de fe, y sostiene en sus manos hacendosas el cimiento educativo del
futuro ciudadano.
El deber supremo de guiar al educando es el eje luminoso de su vocación magisterial. El Maestro modela con
el arte el alma del niño, esculpiendo en cada campanada su personalidad,
preparando el camino para un mundo mejor. Camino donde paso a paso va
dejando parte de su existencia.
Hoy, que celebramos el Día del Maestro, cómo no
recordar al ser humano que inspiró mi vocación de maestra: mi madre amada. Ella, con
su labor, ejemplo y entrega a la docencia, caló hondo en mi corazón de niña;
así, cuando cumpliendo el deseo de mi padre estudiaba Derecho, estando en el
quinto ciclo opté por la carrera magisterial, culminando los niveles de
Primaria y Secundaria, y con la Maestría realicé docencia
universitaria.
Había logrado coronar las aspiraciones de mi profesión,
pero sentía que me faltaba aprender un poco más sobre el alma humana, en lo
mental, lo físico y lo emocional, por eso estudié Psicología Educacional,
completando así el proceso enseñanza aprendizaje.
A estas alturas de mi vida, satisfecha por la tarea cumplida,
no pierdo contacto con los niños y jóvenes, motivada por el privilegio de
haber recibido el reconocimiento de Maestro, otorgado por el Colegio de Profesores del
Perú en el 2016, todo ello gracias a mi madre, a quien dedico cada peldaño alcanzado en
la conquista de mis sueños de niña.
Maestra fuente de luz y saber, con liderazgo en su
profesión y en el seno familiar, madre trabajadora, artista, poeta artesana, dramaturga, costurera, pintora,
cantante compositora y cocinera, amiga sin par, así era mi madre, doña María
Ramos de Brios, natural de la provincia ancashina de Antonio Raimondi. Ella laboró
40 años en la Escuela de Mujeres N° 370 del distrito bolognesino de
San Miguel de Corpanqui, enseñando con amor a sus alumnas. Mi madre escribía
poemas y canciones para ellas, a quienes enseñó labores de utilidad para la
vida, especialmente los días sábados, en su proyecto gratuito
llamado "Lecciones de vida”, donde también participaban los padres de
familia y los demás niños de la comunidad. Aprendieron tejido artesanal, bordado
y confección de camisas, faldas, mandiles, blusas sábanas y almohadones. Utilizaban
todo tipo de hilos y fibras de pencas con orden y limpieza. También
aprendieron la técnica del teñido con materias primas del lugar, como el nogal
y otros frutos silvestres. Del mismo modo las niñas se hicieron expertas en
repostería, con ingredientes proporcionados por mi mamá. En horas de la tarde
visitaban el mirador de Golmacsón, una meseta de ensueño donde
practicaban juegos al aire libre, cerca de los baños de Asiac, quedando oleadas
y sacramentadas en sus aguas termales, para la Misa del domingo.
Cuando las alumnas culminaban la Primaria mi
mamá les cosía vestidos de percalita, tela que no le faltaba como buena
aficionada a la costura. Tenía una máquina Singer, hoy en mi poder. Viene a mi
memoria don Escolástico, un pintoresco mercachifle que traía a Corpanqui:
cortes de telas, anilina y accesorios de costura que mamá adquiría con su
peculio para sus alumnas.
Mi mamá, como toda maestra de las altas cumbres, nunca
recibió medallas, trofeos ni diplomas oficiales, sí el cariño entusiasta de sus
alumnas y del pueblo pujante y generoso. Ella fue una mujer ALFA, porque hizo
de su profesión un verdadero apostolado. Una tarea nada fácil, pues requiere
sacrificio, amor al prójimo y voluntad a toda prueba.
Con estas breves líneas de amor filial rindo homenaje
a una de las maestras más entregadas a la tarea educadora en el ámbito rural.
Gracias Mamá Maestra.