HISTORIA DE UNA FOTOGRAFÍA
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Hace
unas horas llegué a Santiago de Chuco en la baranda de un camión, con el viento de la madrugada entumeciendo mi rostro;
emulando así la travesía de César Vallejo por las montañas del
corequenque, ave sagrada de los Incas. Medio siglo atrás, exactamente el
domingo 28 de enero de 1962, realicé similar visita con mi padre, aprovechando
un viaje a Quiruvilca. Tenía 10 años de edad en aquel entonces.
Durante los años que el vate universal vivió en Santiago de Chuco, los viajes fueron a caballo, y en este Tercer Milenio lo más cercano a este medio de transporte es el camión de carga. Por eso viajé así, no por “Jacoibo”, como sugiere una amiga poeta que viajó en autobús.
Tan pronto bajé del camión me dirigí a la casa de César Abraham, con la seguridad de hallar calor familiar junto al fogón. Llegué siguiendo la ruta que caminé con mi padre, pero esta vez papá no sujetaba mi mano. Vine hablando solo, con el maletín colgando del hombro y una cámara fotográfica al cinto.
Parado frente a la casona toqué el portón varias veces, sin respuesta. De pronto sentí la respiración de una persona y voltee; y allí estaba César, igualito a la fotografía que me obsequió mi padre dentro de la novela El Tungsteno, cuando cumplí quince años.
Al pie las palabras de César:
“Bienvenido a Santiago de Chuco, hermano Nalito. Te he seguido desde que bajaste del camión. Venías hablando solo. Le decías a tu papá lo feliz que te sentiste durante el viaje que hicieron hace 48 años en su camión azul, también lo mucho que amas a Paco y a Rita. Danilo, hijo amado de mi paisano Pascual Sánchez Gamboa, y un grupo de capulinos visitarán la casa antes del mediodía, por favor acompáñalos, ya después te vas a descansar del viaje, dormirás como un lirón. Ahora pásame tu cámara para tomarte una foto como muestra de las que tomarás durante el XI Encuentro”.
Tomó la fotografía y continuó hablando mientras me devolvía la cámara: “Estás en tu casa, esta llave es de la cocina. Junto al fogón hay café y quesito, no es tan mantecoso como el queso chiquiano, pero algo es algo. Sirve dos tazas de café, a la mía échale una cucharadita de azúcar solamente. Voy por unos panes para el desayuno, no tardo. Deja abierto el portón por si llega algún hermano capulino. Cuando todos se hayan ido conversaremos en el poyo de la casa”.
Durante los años que el vate universal vivió en Santiago de Chuco, los viajes fueron a caballo, y en este Tercer Milenio lo más cercano a este medio de transporte es el camión de carga. Por eso viajé así, no por “Jacoibo”, como sugiere una amiga poeta que viajó en autobús.
Tan pronto bajé del camión me dirigí a la casa de César Abraham, con la seguridad de hallar calor familiar junto al fogón. Llegué siguiendo la ruta que caminé con mi padre, pero esta vez papá no sujetaba mi mano. Vine hablando solo, con el maletín colgando del hombro y una cámara fotográfica al cinto.
Parado frente a la casona toqué el portón varias veces, sin respuesta. De pronto sentí la respiración de una persona y voltee; y allí estaba César, igualito a la fotografía que me obsequió mi padre dentro de la novela El Tungsteno, cuando cumplí quince años.
Al pie las palabras de César:
“Bienvenido a Santiago de Chuco, hermano Nalito. Te he seguido desde que bajaste del camión. Venías hablando solo. Le decías a tu papá lo feliz que te sentiste durante el viaje que hicieron hace 48 años en su camión azul, también lo mucho que amas a Paco y a Rita. Danilo, hijo amado de mi paisano Pascual Sánchez Gamboa, y un grupo de capulinos visitarán la casa antes del mediodía, por favor acompáñalos, ya después te vas a descansar del viaje, dormirás como un lirón. Ahora pásame tu cámara para tomarte una foto como muestra de las que tomarás durante el XI Encuentro”.
Tomó la fotografía y continuó hablando mientras me devolvía la cámara: “Estás en tu casa, esta llave es de la cocina. Junto al fogón hay café y quesito, no es tan mantecoso como el queso chiquiano, pero algo es algo. Sirve dos tazas de café, a la mía échale una cucharadita de azúcar solamente. Voy por unos panes para el desayuno, no tardo. Deja abierto el portón por si llega algún hermano capulino. Cuando todos se hayan ido conversaremos en el poyo de la casa”.
Santiago de Chuco, 21 de mayo de 2010
Casa de César Vallejo - 21 05 2010