ARNULFO MORENO RAVELO:
EN EL AZULINO VERDE PASTIZAL DE LA MAÑANA
Carlos Garrido Chalén
Herbert
Marcuse, repitiendo a Freud, decía que la historia del hombre, es la
historia de su represión; que es la cultura la que restringe no sólo su
existencia social, sino también la biológica, y no sólo partes del ser
humano, sino su estructura instintiva en sí misma; pero que, sin
embargo, tal restricción es la precondición esencial del progreso. Para
el autor alemán, que tuvo a Husserl y a Heidegger como maestros en
Brisgovia, aplicando la fenomenología a las cuestiones ontológicas e
indagando sobre el ser en sí mismo, después de Hegel, el Eros
incontrolado es tan fatal como su mortal contrapartida: el instinto de
la muerte.
Marcuse
sostenía en su obra “Eros y civilización” que las fuerzas destructivas
del Eros, provienen del hecho de que aspira a una satisfacción que la
cultura no puede permitir: la gratificación como tal, como un fin en sí
misma, en cualquier momento; y que por esa razón los instintos deben ser
desviados de su meta, inhibidos en sus miras. La civilización empieza,
según él, cuando el objetivo primario, o sea la satisfacción integral de
las necesidades, es efectivamente abandonado.
El abogado,
poeta y escritor pallasquino Arnulfo Moreno Ravelo, no cree como
Marcuse, que los impulsos animales se transformen siempre en instinto
humanos bajo la influencia de la realidad externa. En su obra “La aurora
natural”, que es un ensayo prodigioso del naturalismo expresivo que él
mismo ha inventado, no entra a las disquisiciones metapsicológicas que
atormentaron al pensador alemán, pero en sus “entreabiertas burbujas
sueltas teñidas de arrebol”, logra sin querer demostrar que los
instintos del hombre están a favor su naturaleza antes de que la cultura
los mimetice y transforme y también los reprima.
Para Moreno
Ravelo, “la vida, sólo es un color licuado de arte”, enfrentando “los
duros contratiempos del rayado destino” (“el amarillo contenido del
trigo partido, esparcido debajo de la sombra”, “cuando repintando el
alba, en cada rayo se agranda la esperanza”.
En su obra
monumental, de la que podrían salir diez libros sucesivos más “como una
sombra alargada de abismo”(“sobre la nitidez de la mañana quisiera
escribir mi deseo de amarte y acariciar la brisa con las manos
encrespadas del tamaño del mundo”)(ahora que “el sol ha hecho su tiempo
circular de ausencia), el ancashino nos abruma con esa voluntad de
entregarse sin devaneos a la generosa descripción de una naturaleza que
está allí, a tiro de piedra, al alcance de todos, pero que sólo personas
sensibles como él, logran describir, con la luminosa aquiescencia de un
poeta genuino.
“Como un libro
abierto en la tierra sembrada”, Moreno Ravelo nos lleva hacia límites
impredecibles, aunque a veces “en el grosor del silencio, rayado al
borde de la luz de aurora, se va parchado de sufrimiento al precipicio” y
“en la última cuadra diseñada del olvido” aquieta su emoción “en el
completo cero de la nada”, “como péndulo de campana sobre la cuesta
dolorosa de la tierra”, “como un camino fallecido a la distancia”.
En “Aurora
Natural” un ensayo poético, que coloca a la naturaleza como principal
protagonista, no hay “esa luz apagada de cementerio que termina en el
fondo del abismo”, sino un amor “levantando el estallido del ajuste”,
por los colores y las formas de la vida que se percibe en el cielo y en
la tierra, en “el empezar del color manuscrito de la rosa”.
“Como un
abierto mundo en una herida”, el poeta va a sus fuentes de inspiración,
con absoluta dignidad, a veces “sin advertir la insonoridad del
ruido”(“mientras por sobre los surcos del rostro envejecido, en color de
tempestad se descuelga la paciencia”, “la benevolencia nublada del
viento”, ”el sol de plata mirando de costado dispuesto a hundirse en el
aire frio de la cumbre”) o que “una luz violeta de tono apagado endurece
la voluntad de las cosas” positivas.
“En donde la
luz coagula como una lágrima de cristal” “tantas bocabajadas alegrías”
el poeta y escritor, abogado por añadidura, observa “por la rendija de
la puerta del día” esa alborada “volteada de luz” que “besa el alba”
aunque gima la tierra y las nubes tomen distancia con la vida y termine
“desmoronándose de universo” y “el cielo desatándose” de dudas.
Moreno Ravelo
sabe su oficio, y por eso puede ver con los ojos del alma, “las
aberturas del cielo, dilatándose en sus lumbreras y en el cóncavo
asombro” de su canto.(“delicadamente cincelado de una prudente y sincera
eternidad”, allí donde “el firmamento cuelga como una gota de agua
seca” y “el despuntado amanecer asciende y desciende desbocado y
regañón”, inmotivado.).
Cuando él
dice: “la luna alejadamente voló hecho un cristal de plata destruida.
Esa abandonada paciencia de caminos” “como un cubo inclinado en la
lejanía, sostenido en el deletreado ángulo del tiempo” o cuando describe
“las amplias oscuridades de contratiempo, cubriendo irremediablemente
los cerros desganados” (“cuando se impone el instinto, los caminos no
comienzan ni terminan”), no es empujarnos disimuladamente (“de abierta
rosa se perfuma la sombra) adonde “la anónima oscuridad no llega, sino
mostrarnos su visión de profeta y peregrino (“te das cuenta, que te hace
falta un paso menos de retroceso en la mirada”, ”calando hasta el
escapado profundo se riega de frío el sabor amargo”, “delgado de amo”,
sobre “el vacío en redondel del miedo”, “envuelto de olor a incienso de
un domingo”, “enmudecido de lejanía, en voltereta de horizonte”” la
tarde va cayendo a plomo sobre el lomo de la horizontal tristeza”).
Arnulfo Moreno
Ravelo sabe “agujerear la forjadura del pasado” y que “batiendo su
destello de hoja al aire perdido de cuesta se llega al firmamento” y en
“puntillas de aurora”, “vestido de vida” “cargado de viento”
“aprovechando la exterioridad soltada de alguna empezada partitura” se
deslinda “desclavado de amanecida”, para mostrarnos “la profundidad del
firmamento” (“rascando el blanco cerezo del cielo”), esa “cristalina
casa del alba” – “tendida el agua”, “la luna arrimada a un costado de la
altura” - en la que la “luz descollada de aurora se define.(“nada ha
demostrado la contrariedad del polinomio, menos la sepultura del factor
recuerdo”).
Y “en las
entradas y salidas” de esa travesía, - “en la sensación del resultado”
-“rodando por la fría oquedad de los salientes”, “removiendo el aire
bajo el puente”, “asomado al centro del reencuentro”, él –“teñido de
retirada” -define los contornos vivenciales de una literatura noble,
permisiva que se nutre de la propia vida ( no importa que “sobre la
sequedad de los campos estén distantemente desunidos los abismos”; y que
“como un oloroso membrillo de antigua planta”, “el sol bruña las
ennegrecidas piedras, penetre en los escarpados cerros y repose en las
faldas de las cumbres que se elevan hasta el cielo”). No importa que
“las ideas se enreden con el viento” y “encorve de azul el firmamento”.
Fuente:
LIBRO "LA MONTAÑA DEL JURAMENTO"
DE CARLOS GARRIDO CHALEN