La Vergne, 6 de diciembre de 2021
Hola Cordillera Blanca:
Recuerdo las palabras de mamá cuando salí de Chiquián a
fines de 1967 para abrirme paso en Lima, Capital de la República del Perú: 'Ama
la luz en cada despertar y la quietud de la tarde al ponerse el Sol,
como el
viento ama el aroma de la flor y lo comparte por doquier; saborea el
agua hasta
la última gota y agradece a Dios por su bendición. No olvides que eres
el faro,
la brújula y el gerente de esa pequeña empresa humana llamada Nalo, y sé
a la
vez motor y hélice de tu desarrollo. Cuando te sientas solo o te abrumen
los
pesares en el fluir de los años no te amilanes, y tanquiliza tu corazón,
porque hasta el dolor más implacable cesa en la vida, tarde o temprano...'.
Dicen que cuando duele el corazón por la pérdida de un ser amado gime el viento del alma, el Sol se oculta en las nubes del pensamiento y el desconsuelo es honda grieta. Esto me ocurrió en llaga viva el 20 de febrero de 2002, cuando mamá acudió al llamado del Altísimo, luego el 25 de octubre de 2010, por la partida de papá. Pero también el viento es el heraldo que trae aromas de primavera cuando añoramos los telares donde enhebramos los primeros sueños; sólo así se entiende el amor supremo que sentimos por nuestra tierra estando lejos. Es ver el cielo acariciando la tez albina del Yerupajá o del Huascarán, contemplando sus cúspides mientras dura el éxtasis que es muy breve, pues ni siquiera el más osado alpinista permanece en la cima de la montaña de hielo más allá del flash de una cámara fotográfica que capta su hazaña, que no es conquista ni nada que se le parezca, ya que los picachos son dueños absolutos de la tormenta en el reino blanco, como es dueño del sentimiento telúrico el lugar que mece la infancia.
Dicen que cuando duele el corazón por la pérdida de un ser amado gime el viento del alma, el Sol se oculta en las nubes del pensamiento y el desconsuelo es honda grieta. Esto me ocurrió en llaga viva el 20 de febrero de 2002, cuando mamá acudió al llamado del Altísimo, luego el 25 de octubre de 2010, por la partida de papá. Pero también el viento es el heraldo que trae aromas de primavera cuando añoramos los telares donde enhebramos los primeros sueños; sólo así se entiende el amor supremo que sentimos por nuestra tierra estando lejos. Es ver el cielo acariciando la tez albina del Yerupajá o del Huascarán, contemplando sus cúspides mientras dura el éxtasis que es muy breve, pues ni siquiera el más osado alpinista permanece en la cima de la montaña de hielo más allá del flash de una cámara fotográfica que capta su hazaña, que no es conquista ni nada que se le parezca, ya que los picachos son dueños absolutos de la tormenta en el reino blanco, como es dueño del sentimiento telúrico el lugar que mece la infancia.
Sé que la vida es de corto tránsito, y que después de ésta no hay otra, como dicen los filósofos. Sólo Cristo Crucificado recucitó por designio de Dios y, por obra de Jesús de Nazaret: la pequeña hija de Jairo, el único hijo de la viuda de Naín, también Lázaro de Betania, nadie más; por eso cuando mueren los paisanos se me inunda el pecho de tristeza, mas el hecho de haber escrito en vida sobre ellos, hace que mi corazón se reconforte de sólo pensar que nos dejan buena simiente en cada uno de sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. Igualmente escribo para ayudar a nuestros coterráneos a plasmar la historia de la Patria chica, tan llena de cosas bellas que expresar; así, cuando me siento turbado en el laberinto de mis tribulaciones que ya suman varios inviernos, vuelvo a leer lo escrito y vislumbro cada vez nítido el futuro en ciernes. Otras veces escribo dando rienda suelta a los recuerdos, porque tengo fe en el cosmos de la reminiscencia donde duermen el sueño eterno mis seres amados, y respeto la naturaleza andina porque allí moran las personas que quiero. Asimismo escribo para recordar entre líneas a los que me patearon cuando caí en mis tropezones de ser humano imperfecto, pero no para negarles mi mano fraterna en un momento dado, sino para recordar, que no todos nos aman en este valle de penas, espinas y llanto.
Nunca olvides que la existencia terrena no está exenta de frustraciones, pero también plena de oportunidades. Nadie puede impedir el paso del tiempo, tampoco el dolor del alma y las angustias del corazón, pues todo en la vida tiene un precio que tarde o temprano se paga: "contante y sonante", como decía el buen Shaprita a sus deudores de afecto, cuando caminaba por las callecitas estrechas con una receta en la mano, pidiendo una pastillita de amor, otra de tolerancia y un pañito fresco en la frente para bajarle la temperatura al desaliento.
En fin, Cordillera Blanca, escribo para fijar mis huellas en los rudos caminos de herradura, y en los pisos de lustroso roble, también.
Recibe un abrazo virtual y un garabato de mis años viejos, en este Día especial.
Tu amigo chiquiano Nalo Alvarado Balarezo
MIS CAMINOS...
.
.
Siempre encuentro el derrotero
que conduce a tu morada;
unos son senderos,
otros sólo trechos;
pero todos van
hacia ti.
.
Son caminos de sueños,
también de espinas
que hincan el alma
causando
dolor.
.
Caminos
sin murallas,
tampoco fronteras,
sólo vastos horizontes
y la Luna alumbrando los pasos
que buscan la estrella 'LIBERTAD'
....
Nalo Alvarado Balarezo - 15651