LOS CARRITOS DE MI INFANCIA
Víctor Hugo Alvitez Moncada
I
Ni bien leímos el cartelito pegado en la puerta dela Sub Prefectura, hecho a mano con plumón negro sobre un papel bond, fuimos de inmediato atraídos por su contenido:
“HOY, A PARTIR DE LAS 3:00 p.m.,
SE OBSEQUIARÁN JUGUETES
A TODOS LOS NIÑOS DE SAN MIGUEL”
Sin pensarlo dos veces, con mi hermano Agucho, nos pusimos en la cola desde las once de la mañana de aquel 24 de diciembre, víspera de Navidad.
A esas horas─al parecer─ a nadie le interesaba el anuncio, y como era obvio, no había más gente que nosotros; al mediodía vimos cerrar la oficina y a la autoridad y su secretario retirarse muy tranquilos a almorzar, sin importarles nuestra presencia e inocencia.
El tiempo transcurría indescifrable, transmitiendo el campanario sus cuartos, medias, tres cuartos y horas completas frente a nuestros oídos, dejando su eco lleve el viento, desapercibidos con la única ilusión de recibir el ansiado juguete que crecía desmesuradamente sobre la elevada e inmaculada torre de la iglesia, tan igual al hambre que hacía retumbar nuestras frágiles y tiernas tripas, hecho que nos obligaba a meternos a la pensión contigua, casa de doña Aurorita Malca para apaciguar el hambre bebiendo largos sorbos de agua prendidos a caño abierto.
—“¿Dónde estarán los cholitos que no viene a almorzar?” —seguramente se decían en nuestra casa.
La algarabía crecía por la festividad y la población, como todos los años al interior de sus domicilios, lucían nacimientos o “peñas” artísticamente elaborados en base a plantas de lanche, tuyus, tululas y shapra, esperando la llegada del Hijo de Dios para alegrar los corazones y las esperanzas. Por la noche, un grupo de vecinos notables pasarían a calificar cuál de todas las peñas era la más bonita y así poder otorgarle el premio sorpresa. Entretanto, de hornos cercanos seguía expandiéndose, como fresca brisa andina, el suave olor del barrido por escobas cashpadas de sauco y eucalipto para continuar horneando el pan, las rosquitas, bizcochuelos y panecitos.
—¡Vamos a la casa a almorzar y volvemos! —sugerí a Agucho.
—¡No! Ahorita llega una shinguería de gente y nos ganan la cola.
Como que así fue, uno a uno fueron llegando los papás de la mano de sus hijos pequeños, ubicándose detrás de nosotros.
—¡Ahí está el “Bedoya” en la puerta de su casa! ─me dijo. ¡Das, pídele se robe un bizcocho con queso a su mamá Aurora y nos invite mitad mitad!
A
eso de las dos de la tarde, apareció un camión porta tropa del ejército,
estacionándose frente a la entidad estatal, muy cerca de nosotros, cuando
bajaron dos soldaditos del Zepita de Cajamarca, ─de esos que llegaban antes
a hacer la “leva”, a cuidar las elecciones generales o con su banda de músicos
a amenizar la fiesta patronal cuando era prefecto el tío Armando Cubas.
Descargaron dos costales de los ansiados “juguetes”, y nos esperanzamos, mucho más
por ser los números uno y dos de la cola que había crecido volteando la esquina,
hasta la zapatería de Joselito.
Nuestras caritas, pálidas de tanto esperar y hambrear, al fin reaccionaron, gracias a nuestra perseverancia y convicción. Nos alegramos, pero de repente y sin que nos diéramos cuenta, salió un empleado de la Sub Prefectura, y sin mediar palabra alguna, de un brazo y un solo tirón, me lanzó hasta el centro de la empedrada calle, retirándome de la cola, y hablando un tanto furioso:
—¡Y tú!, ¿qué haces aquí?, ¿acaso tu padre no tiene dinero? ¡Estos juguetes son para los niños pobres!
Sorprendido, y sin más remedio, me retiré llorando con mi inseparable hermano.
Cuando llegamos a casa, preocupada nos esperaba mamá Gloria, llamándonos a almorzar y preguntándonos qué nos había pasado. Al contarle lo sucedido, me consoló diciendo que ella ya tenía nuestros regalos para esta Noche Buena, tranquilizándonos en el acto.
—¡Quiero que pongas un cheque de cinco soles en mi zapato, como el año pasado, mamita! ─le adelanté.
—¡Así será, cholito!...
Después, pudimos ver a los sacrificados y beneficiados niños con sus padres retornando a sus hogares, no tan alegres, uno detrás de otro, llevando el tan mentado regalo de Navidad, consistente en un jarro grande de plástico color verde olivo, de esos mismos que usan en el ejército, enviados por el señor gobierno de turno para los niños pobres de San Miguel.
II
Las puertas de la tienda de mi padre, en la céntrica esquina de los jirones Bolívar y Grau, lucían de par en par, mostrando los juguetes que recién habían llegado. Era los más esperado, y, ni corto ni perezoso, escogí el carrito de plástico más colorido, amarrándole de inmediato una pita para empezar a jugar. Fue en ese rato que apareció Absalón Lingán, el ayudante del taller de carpintería del excelso maestro Miguel Cubas Ríos, con un camioncito de madera que él mismo había fabricado con tanto cariño. Su propósito era conseguir y atraer mi atención e interés, una y otra vez, disimuladamente, tratando de ocultarse parado en la esquina de enfrente de don “Trejo” Alipio, para que mi padre no se diera cuenta. Fue entonces que pegué el grito al cielo, señalando lloroso el objetivo a mi progenitor, quien, preocupado, dejó el negocio, salió a la puerta y muy cordialmente, llamó al vendedor que fingía dirigirse contando sus pasos y cuesta abajo hacia su casa:
—¡Absalón! ¡Absaloncito! ¿Cuánto cuesta el carrito que llevas?
—¡No quería venderlo, don Osquitar! Pero, tratándose de usted y para que no llore su victorhuguito, le dejo a diez soles, nomás… Ya después vendré a pintarlo con sapolín celeste y las llantas de color negro.
Vi entonces a mi padre sacar del cajón de su escritorio un billete equivalente al precio acordadoy colocar en manos del bondadoso vecino carpintero, quien lo dobló en varias partes y guardó en uno de sus bolsillos, y agradecido, contento se despidió.
De inmediato, até del hermoso juguete un largo hilo pabilo, llamé al Agucho y le entregué el carrito de plástico.
Felices, cargamos las carrocerías con piedritas del canto de la acequia, jugando hasta cansarnos a las “enfangadas” y “volcaditas”, bajo insistente garúa, al filo de la vereda del tío Benjamín Bravo, creyéndonos los experimentados y famosos choferes “Champa” Mario y Alejandro “Chaplin”.
─¡Vengan,
vengan ya hijitos, a tomar su caspiroleta! Era la voz de nuestra Encarnita.
¡Hoy, hoy es Navidad!
Diciembre, 20 del 2020
pisadiablo100@hotmail.com