LAS EXCURSIONES ESCOLARES
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Para
los hijos de Capillapunta, CHIQUIÁN lo es todo:
sus sembríos de trigo
verde esperanza que le dieron su colorido al equipo tarapaqueño, fértiles
espigas que
al madurar se tornaron aliancistas. Su hermoso cielo azul intenso, tonalidad del
otrora Olaya del cerebral mediocampista de Jircán Benigno "Tuntu" Palacios, y
los techos rojos cahuidistas, que junto al albino resplandor del
Yerupajá forman la gloriosa Bandera del Perú.
CHIQUIÁN es
tierra, pero tierra que no se cae cuando apretamos el puño,
tierra bendita que se queda en la palma de la mano y vive eternamente
en la línea del corazón. Por eso soñamos con aquellas veredas de lajas
por las que caminaban las musas que hacían puré los cinco sentidos.
Aquella
adolescencia de la primera prueba de amor en el celestino Quihuillán de los años núbiles,
lugar de ensueño, de versos y juramentos a cielo abierto, es también parte de ella.
Chiquián es su gente de bien y su esmaltado paisaje que pintó la patricia
pluma del escritor Alberto Carrillo Ramírez.
Todos sabemos que los usos y las costumbres son los ingredientes básicos de la identidad cultural de Chiquián, máxime
sus tradiciones, que una a una se van perdiendo en el vendaval del
tiempo. Digo esto, pues el 28 de agosto último (2005), dolió ver a
cientos de niños del interior de nuestra provincia, deambulando por
las calles con sus camisetas escolares, ante la impasible mirada del
pueblo de Luis Pardo. También dolió ver comiendo de un mismo plato a
4 niños en un restaurante. Un poco más de agua a la olla: "no hace más pobre al pobre, ni menos rico al rico", no solamente durante las fiestas patronales, sino todos los días año.
De noche algunos niños durmieron en las combis que los transportaron,
otros con mejor suerte pasaron la fría madrugada en algún alojamiento
estrellado, ocupando camas de 4 en 4 para ahorrarse alguito.
Los
niños de Huallanca, Pacllón, Mangas, Colquioc, Raquia, Aquia, Huasta,
Cajacay, Huayllacayán, Corpanqui, Roca, Ticllos y Cuspón, arribaron a
nuestra tierra para participar de los Juegos Escolares 2005, donde
Chiquián fue el anfitrión.
No debemos olvidar que los niños
graban en su memoria todo lo que ven y sienten cuando llegan a un lugar
con
muchas ilusiones y el anfitrión se muestra frío. Los niños
absorven más de lo que los adultos creemos, de ahí la importancia de
sembrar buenos modelos de comportamiento durante su desarrollo.
En
los cincuentas y sesentas del siglo XX, Chiquián se caracterizó por su gran espíritu
acogedor con el visitante, sobre todo tratándose de niños,
adolescentes y jóvenes excursionistas que llegaban trayéndonos su
conocimiento, la historia de su querencia
y su afecto. Muchos venían de los callejones de Huaylas y del gran
Conchucos; otros de la Costa y los pueblos huanuqueños colindantes con
Áncash. También nos visitaban estudiantes de los poblados bolognesinos.
En la mayoría de los casos coincidiendo con los aniversarios de los
colegios, de la Escuela Normal y de la fiesta de Santa Rosa; es decir,
el intercambio cultural navegaba con el viento a favor de las velas del
turismo receptivo.
Los excursionistas chiquianos hacíamos lo
propio con los vehículos de transporte del pueblo, entre ellos los buses de la familia Landauro, TUBSA y la
góndola azul de nuestro amigo Domingo Carbajal Malqui "Queclin", y los camiones El Chiquianito y Santa Rosa, siendo
recibidos "como Dios manda", en cada lugar visitado.
Ningún chiquiano se sustraía de las actividades de bienvenida, estadía y despedida. Todos apuntábamos al mismo objetivo: ¡LOGRAR
UNA VISITA INOLVIDABLE!. Los directores y maestros coordinaban
oportunamente las tareas con las autoridades educativas, ediles, de
gobierno, de la otrora Comunidad de Indígenas, comerciantes, padres de familia y alumnos.
Todo
funcionaba como reloj suizo en Chiquián, y pronto el espíritu
amable y abierto de su gente, le valió para convertirse en destino
preferido a nivel mundial. Por eso, si existe una palabra que describe
el
espíritu chiquiano de antaño, esa palabra es: HOSPITALIDAD.
Horas
antes de la llegada de los excursionistas todo estaba preparado en
Chiquián: música, estandarte, banderolas, coloridas cadenetas,
discursos, ramos de
flores, uniformes bien almidonados y planchados, pelusas afeitadas,
cabellos y uñas recortadas, comité de recepción, lugar de concentración
y distribución de visitantes, etc.
Con la debida anticipación
nos ubicábamos en Umpay para darles la bienvenida a los que arribaban
por la ruta de Conococha, y en Quihuillán para recibir a los que
llegaban por la vía de Usgor. En estos lugares descendían del ómnibus o
camión y se iniciaba el saludo protocolar. Luego ingresábamos como
hermanos al pueblo, al compás de la banda de músicos. Ya en el lugar
señalado para la recepción, un brindis era lo habitual. Después venía
la esperada distribución de visitantes. Los profesores se hacían
cargo de sus colegas y los alumnos de sus pares. Todo en absoluto
orden, pero llenos de dicha.
Los más asiduos visitantes fueron los
estudiantes de Caraz, Yungay, Tingua, Carhuaz, Huaraz, Huari, Huaytuna,
Chavín, San Marcos, Recuay, Vicos, Aija, Ocros, La Unión y Huallanca.
Los buses
de las empresas: Cóndor de Chavín, Valdivia, Expreso Ancash, Andino, San Judas
Tadeo, El Trome y Cribillero, surcando Caranca, era el detonante para el
grito de algarabía de los chiuchis que corríamos como bandadas de
loritos parleros para darles el alcance a la altura de Unsucocha.
Culminado
el almuerzo en calor familiar, las calles chiquianas se llenaban de
nuevos rostros. Los saludos en cada esquina del pueblo no se hacían
esperar. Era motivo de orgullo presentar a los paisanos a nuestro excursionista
de turno, a quien procurábamos hacerlo sentir como en su casa.
A
partir de las 7 de la noche la plaza mayor, la plazoleta de
Quihuillán y los patios de los colegios y las escuelas se constituían en los lugares preferidos para confraternizar.
Hasta la radioemisora comunal resucitaba en las esquinas del Jr.
Comercio para darle un agradable sonido nocturno al acontecimiento.
Ver a los recién llegados luciendo nuestros ponchos habanos, fue el mayor deleite para el alma bolognesina. PONCHO CHIQUIANO,
Patrimonio Histórico de la América morena, sobre cuya textura de lana
de oveja tupucanchina se firmó la Capitulación de Ayacucho.
Ya bordeando la medianoche del primer día de visita, decenas de cajitas vacías de chicles “Adams”, cientos de puchos de cigarrillos “Inka” y “Nacional” en el empedrado y muchas miradas sigilosas: anunciaban la presencia del travieso Cupido en el entorno, acelerando los latidos.
Ya bordeando la medianoche del primer día de visita, decenas de cajitas vacías de chicles “Adams”, cientos de puchos de cigarrillos “Inka” y “Nacional” en el empedrado y muchas miradas sigilosas: anunciaban la presencia del travieso Cupido en el entorno, acelerando los latidos.
A
la mañana siguiente la mágica cascada de Usgor se vestía de fiesta juvenil. Unos
tomados de la mano, otros manteniendo una distancia prudencial,
admiraban absortos la caída de agua como velo de novia y el bello paisaje del valle
del Aynín. Algunos más osados subían caminando jadeantes hasta San Juan
Cruz, para admirar en toda su inmensidad los deslumbrantes glaciares de la cordillera Huayhuash y Tucu y
los parajes chiquianos circundantes.
Por la tarde se llevaban a
cabo partidos de fútbol y voleibol en el estadio de Jircán, y de
basketball en la Escuela Pre Vocacional de Varones 351. En la noche una función de velada en el cine teatro del pueblo sellaba con broche de oro el segundo día.
El tercer día se realizaban caminatas, gymkhana, kermés o pachamanca chiquiana y bailes en las casas solariegas.
En
el amanecer del cuarto día asomaba trémula la despedida. Algunos
corazones palpitando más de prisa, muchas promesas de amor
escolar; decenas de proyectos de cartas con poemas de amor y
telegramas con versos plañideros, llenaban el ambiente de rocío. Abrazos
por doquier, algún beso fugaz para evitar un ampay delatador; y:
¡vuelve pronto vida mía!, ¡nunca te olvidaré¡, ¡eres mi primer y último
amor!, ¡grábate las canciones de Los Doltons, de Raphael y Leodán!, ¡no
te olvides de enviarme el molde de queso, el poncho y el faldellín que me has ofrecido!, etc.
Durante
mis épocas escolares en el 378 de Quihuillan y en el colegio "Coronel
Bolognesi" de Alqococha, conocí
a cientos de excursionistas que llegaron a la tierra de Shaprita,
nuestro recordado cicerone andino, con quienes en algún recodo de mi
peregrino caminar tuve la oportunidad de volverme a encontrar y recordar
aquellos gratos días
de confraternidad estudiantil, bajo los acordes de las canciones Poema
y Natalie interpretadas por los "Hermanos Arriagada". Hacer clic para
escuchar las canciones:
El denominador común de las
apreciaciones de los visitantes, fue y sigue siendo: ¡Chiquián se pasa, Usgor no tiene comparación¡... y
qué me cuentas de las familias: Reyes, Ñato, Catire, Antaurco, Cerrate,
Cachay, Vásquez, Salas, Bolarte, Escobedo, Ortega, Núñez, Carhuachín,
Garro, Valderrama, Barrenechea, Palacios, Vicuña, Alarcón, Balarezo,
Allauca, Candia, Roque, Carrera, Cano, Burga, Espejo, Espinoza,
Estremadoyro, Figueroa, Veramendi, Anzualdo, Aquino, Dextre, Díaz,
Ibarra, Bravo, Carrillo, Valenzuela, Abarca, Varela, Malqui, Gaytán,
Valenzuela, Samamé, Parra, Jiménez, Lara, Alvarez, Márquez, Béjar,
Lemus, Chávez, Damián, Matos, Vílchez, Lázaro, Blas, Martel, Soto,
Romero, Durand, Moncada, Montes, Zanabria, Novoa, Fuentes, Bueno,
Aranda, Barba, Minaya, Loarte, Zubieta, Gálvez, Miranda, Gamarra,
Zarazú, Zúñiga, Yabar, Villavicencio, Callupe, Rosales, Saldívar,
Sancarranco, Schereiber, Jara, Rayo, Robles, Rueda, Ortiz, Peña,
Padilla, Pardo, Castillo, Ramírez, Tadeo, Suárez, Navarro, Tafur, Toro,
Jaimes, Alva, Aldave, Maturana, Orduña, Orihuela, Huerta, Jacha, Laos,
Proaño, Quispe, Ramos, Maldonado, Santos, Idrugo, Sánchez, Silva,
Moreno, Morán, Rivera, Montoro, Oquendo, Valverde, Olave, Ocrospoma,
Agüero, Oré, Huaranga, Jumpa, Valerio... sigue la lista.
Personalmente
tres hechos anecdóticos marcaron mis días durante estas esperadas
visitas. La primera ocurrió cuando llegué a casa con el excursionista
que me correspondió recibir, y encontré en la mesa del comedor a mi
hermano Felipe y su “doble”. Se trababa de un niño huallanquino con la
misma fisonomía y complexión que mi hermano. Entonces acordamos jugarle
una broma peso pluma a mi papá. Él llegó de Lima en el amanecer, y mi mamá
con aires solemnes, le dijo:
-
Arman, prepárate para recibir a tu hijo que ha venido de Huallanca.
Está en el cuarto de Felipe –mi papá subió a la habitación y se quedó
observando fijamente al gordito y chaposo visitante. Luego de unos
segundos exclamó:
- Bueno, habrá que reconocerlo – abrazó emocionado al niño y se rió a carcajadas por la grata ocurrencia.
El
otro hecho ocurrió así más o menos: llegaron excursionistas del
colegio de mujeres de La Unión (Huanuco) y algunos guiños con una de
ellas motivaron que me tome unos tragos dulces con mi carnal Anchita.
Ya entrada la noche esperé que todos se durmieran para ingresar a la
casa. Lo curioso fue, que por efecto del chinguirito me confundí e
ingresé a la habitación de mis padres, cuyo interruptor de luz estaba
ubicado en diferente lugar que el de mi cuarto. Mi papá, pensando que
era un espíritu palpando la pared, prendió la luz. Lo demás no
me acuerdo, pero aun retumba en el recuerdo los gritos de las
excursionistas Rosa Salazar y Doris Ramos, compañeras de Socorro Rojas, tratando de
salvarme de la ortiga. Hoy Socorrito vive en Pucallpa, Rosita en Chincha y
Doris es enfermera en un hospital limeño.
El
tercero: cierto día llegó un camión repleto de niños de la comunidad
campesina de Vicos (Carhuaz). Todos ellos, incluyendo sus maestros,
llevaban sombreros redondos de paño, camisa de bayeta blanca, chaquetas
negras, huachku multicolor y pantalón de cordellate negro, llanques de
caucho BF.Goodrich y una
pequeña talega como equipaje. En dicha oportunidad no me correspondió
llevar excursionistas a la casa, pero Felipe apareció con tres. Entrada
la noche mi mamá les dio un baño de vapor, pues les había preparado sus
camas con relucientes sábanas “Made in harina “Blanca flor”. A
eso de las 9 de la noche unos gemidos de nostalgia nos despertaron.
Eran los tres niños que lloraban angustiados. Ellos extrañaban a sus
hermanos, primos y compañeros, por lo que tuvimos que ir de vivienda en
vivienda rogando a los padres de familia para que nos permitan llevar a
nuestra casa a su excursionista, que coincidentemente también estaba
llorando. A la hora del desayuno nuestra amplia mesa familiar resultó
pequeña para atenderlos, pero sí hubo bastante cancha, shinti, sanguito,
cemitas y un perol rebosante de pari.
Recuerdo
que en 1982 visité los baños termales de Chancos (Comunidad de Vicos).
Allí, charlando con uno de los administradores le comenté sobre los mágicos
paisajes chiquianos, similares al panorama que presenta el Callejón de
Huaylas.
Para mi sorpresa me contó sobre un viaje de excursión que realizó a
nuestra tierra, siendo alojado por la familia Jaimes Ramírez de
Lirioguencha. Tenía grabado en su memoria hasta los más mínimos
detalles de su grata estadía. A través de sus emocionadas palabras pude
advertir su eterna gratitud por el pueblo chiquiano.
Al
mes siguiente retorné y le obsequié dos fotografías de Chiquián.
Después de un tiempo visité su oficina y se me hinchó el pecho de
alegría, al ver dichas vistas fotográficas bellamente enmarcadas junto a
otras del Callejón de Huaylas. Hasta las fotos tienen sentimientos de
hermandad, susurré con el corazón en la mano y me despedí de Julián
Cochachín, con un fuerte abrazo chiquiano...
Lima, 8 de setiembre de 2005
Foto de la carátula: Jesús Bolarte Ramírez