SEMANA SANTA DE AYER
Walter A. Vidal.
Denominamos así, a esta semana especial del calendario, que empezó ayer, Domingo de Ramos, y terminará con la Vigilia Pascual, el Domingo de Resurrección. Es una fecha de meditación para muchos creyentes, especialmente católicos. Lo es para mí también; porque Cristo no tiene sentido sin una profunda reflexión por lo que hizo en vida y por las huellas que con su muerte ha dejado en la espiritualidad humana. Mucho más teniendo en cuenta que, entre los más grandes historiadores del mundo, poquísimos son los que se han ocupado de Jesús de Nazaret, y lo han hecho en dos líneas. ¿Por qué?
Yo pienso ocuparme de Él en mis meditaciones, estos días de la Semana Santa.
Dicho aquello, lo que quisiera es remontarme, en alas de mi recuerdo, a mi niñez enfrascada en una de aquellas semanas santas, en mi querida tierra. Quiero traer –recordar también es vivir- al presente sólo dos escenarios, que seguramente han marcado algún sello personal, intensamente espiritual: El Domingo de Ramos y el Viernes Santo.
Los burritos de Taita Ramos
El Domingo de Ramos, mi pueblo, también escenifica la triunfal entrada de Jesús a Jerusalén, con una ceremonial caminata desde la quebrada de Paqcharacqra hasta la iglesia, que está en la parte más visible de la plaza. Grandes y chicos, batiendo las frescas y hermosas palmas, enteritas, acompañan al Taita Dios que entra a la plaza, sentado en uno de sus dos rechonchos burritos.
Antes de ocuparnos de los burritos del Tayta Ramos, quiero decir algo sobre las frescas y verdes palmas, relacionado a su procedencia. Estas hermosas y grandes ramas eran traídas por valerosos jóvenes voluntarios desde las entrañas mismas del Balcón de Judas, un lugar en la ceja de selva. Su extracción la hacían en total silencio, por la amenaza que natura pendía sobre sus cabezas: una feroz tormenta, en caso que no guarden absoluto silencio desde el momento que ingresen al pantanoso terreno. Ya fuera del lugar, cada cual hacía su bulto amarrando una cantidad de ramas para cargar. Después de tres días de caminata llegaban, al fin, al pueblo, cada uno con una cantidad de palmas amaradas con mucho esmero.
Esas vistosas palmas, hermosas, verdes, la muchedumbre que acompañaba al Taita Ramos, batía al viento, sin manipularlas para tejer adornos, como hoy se observa, aquí, en Lima, lo que hacen con las amarillentas y pequeñas palmas, y que son bendecidas en la misa por el sacerdote encargado de celebrarla (Yo en lugar del sacerdote haría que desaten para bendecirlas).
La entrada de Tayta Ramos montado en su burrito, desde la quebrada de Paccharacqra a la plaza, y posteriormente en hombros, hasta la Iglesia Matriz, se llevaba a cabo con fe y entusiasmo, con incienso por delante, entre cánticos y alabanzas al Señor. Sin embargo el “personaje” típico, pintoresco, era uno de los dos burritos, que caminaba a las justas por su extremada gordura. Estos pollinos nacieron afortunados para caminar libres por los campos, haciendo “daños” en las chacras con sembríos, sin que los dueños pudieran botarlos, so pena de ser castigados con una mala cosecha; al contrario, quienes permitían que se alimenten de sus cultivos tenían buenas cosechas. El peso de los dos burritos se debía, entonces, a la creencia de no tocarlos cuando visitaban sus chacras de maíz. ¡Provecho!
Días antes del Domingo de Ramos, el Tesorero y los Mayorales, salían en busca de los pollinos por los alrededores del pueblo, por los lugares bajos, pues a las partes altas no podían subir por su peso corporal. Una vez ubicados el par de mostrencos, eran llevados a la casa de los responsables de la festividad para ser bañados. El Domingo, temprano, al elegido para que cargue al Señor –se supone el menos pesado- lo adornaban con vistosas flores silvestres y cintas de colores; este último acto, de ataviar al feliz animal, lo hacían ya en Paccharacqra, lugar donde la gente ya estaba concentrado para emprender la marcha con dirección a la plaza, acompañando al Señor, con el liderazgo del sacerdote. Tayta Ramos iba encima del burrito sujetado por un feligrés a cada lado del feliz animal, entre cánticos y oraciones y encima de pétalos de rosa blanca regados por el camino.
El trabajo del feliz burrito finalizaba en las escalinatas que subían al atrio de la iglesia, pues a partir de allí, Tayta Ramos entraba a la iglesia en su anda, en hombros, y con vítores del pueblo, con cohetes y avellanas que retumban en el Pahuacoto, cuyo eco reproducían los otros dos apus: Manrish a Mallallín.
El burrito, bien aseado y oliendo a incienso, así adornado, era soltado para que vaya en busca del otro mostrenco y seguir caminando hasta el próximo año.
La Desclavación
Recuerdo que, aun pequeño, con la carita entre cirios de la noche fría del Viernes Santo, íbamos en procesión con mi madre, al costado de la Virgen Dolorosa, entre matracas y agudísimos cantos de las mujeres devotas de mi tierra colorada, que retumbaban en el Pahuacoto, antes de silenciarse en la oscuridad de la noche.
No había luz eléctrica, por eso mismo la noche era noche; era hermosa, y el Viernes Santo era especial, por el rosario de velas, cirios y ceras que alumbraba sus principales calles. Sin embargo, me entristecían las lágrimas, que rodaban por las mejillas de las piadosas damas, pues gracias al suave viento, que movía las mantillas de luto, me dejaba ver, por ratos, las caritas de cera seguramente heladas por el frío. También lagrimeaban los cirios en las manos de todos los acompañantes. Lo mismo pasaba en mis manos.
Desde el día miércoles, los priostes o responsables de la celebración del Viernes Santo, repartían, entre las familias del lugar, la miel de Semana Santa, preparada de caña de azúcar y melocotones, para comprometerlos a que les acompañen en la procesión del Señor, que salía el día viernes en la noche, después de la Desclavación que se realizaba en la iglesia.
En este acto, cuatro “Santos Varones” salían a desclavar a Cristo de su cruz. Dos de ellos, uno a cada lado de la cruz, subían cada uno con su escalera, con sus martillos y bajaban, uno por uno, su corona de espinas, tu túnica, otras prendas, hasta sus clavos. Debajo de la cruz, los dos varones que ayudaron con las escaleras, eran los encargados de dar esas preciadas prendas a los “angelitos”, niñitos o niñitas vestidos de blanco que recibían para sacarlos en la procesión. Finalizada la Desclavación, el cuerpo del Jesús era llevado por los cuatro “Santos Varones” a su sepulcro de madera que pesaba un poco más de una tonelada, con los cirios y las flores encima. El Santo Sepulcro salía primero de la Iglesia. Y a la distancia de media cuadra recién salía el anda de la Virgen Dolorosa.
Estoy dejando involuntariamente dos actos o hechos importantes: el primero, de las “Tinieblas”, que se producía cuando todo el mundo apagaba su cirio, vela, cera, etc. y la iglesia quedaba en oscuridad absoluta; el segundo, venía en seguida: aparecían por allí entre los feligreses, la mayoría mujeres, unos chicos blandiendo sus cerotes. El cerote consistía en una pelotita de cera hecha en una de las puntas de un hilo fuerte. Esta pelotica caía, como por manos de magia, en las cabezas descubiertas o apenas cubiertas por un velo negro, de las damas; en muchos casos, hasta sacarles sangre. Recuerdo años más tarde, cuando era ya casi un jovencito, ex pecté un cerotazo hecho por un amigo en la cabeza de una pobre mujercita, que el dolor la hizo gritar: “Ananauu Diabluuu”, en plena canción del emblemático himno de Viernes Santo.
Ya fuera de la iglesia, en el recorrido por las calles de las dos imágenes; la más acompañada era el Santo Sepulcro, cargado por doce personas, que iba por delante de nosotros, en ambas filas, entre los acompañantes del Señor se notaba la presencia también de uno que otro caballero. Las luces del desfile procesional se podían ver desde Mallallín al norte y Manrish al sur, y desde el Pahuacoto por el oeste. Con más nitidez.
Pero quién es Jesús, cuya muerte es recordada, cada Viernes Santo, desde hace dos mil años. Muchos se solidarizan, haciendo ayuno y abstinencia. Solamente así se puede entender que, pese a la tremenda distancia temporal, hoy está vigente su mensaje de amor, está vigente su sacrificio por el hombre, por redimirlo; por eso como que nos dice a nuestros oídos: “no te preocupes Yo voy a morir por ti”. Está hablando no de la muerte como camino a una vida eterna, sino de la muerte como la nada, como la negación de la vida. Y nosotros, gracias a Él, mejor dicho, al amor, somos merecedores de la vida eterna. Pero para eso tenemos que luchar por destruir el mal, que en nuestro tiempo y lugar, el más pernicioso es la corrupción. Si no luchamos por desaparecer o aminorar es que estamos esperando que nuevamente venga y se inmole. Y los corruptos salgan liberados. No es justo.
También nosotros sacrifiquemos un poco nuestras preferencias o prioridades egoístas. La vida es corta, no merece desperdiciarla haciendo daño al prójimo. Hay que vivir en paz.
Wavita.