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LOS AMANTES
Por Nalo Alvarado Balarezo
Sabía
que existían dos o tres por ahí, pero desconocía que hubieran brotado
más. Durante mis años escolares veía a uno que otro en la puerta de las
cantinas, observando de reojo a los
chupacañas que achicaban la bomba en la lata colmada de urea. Con ellos me cruzaba
en los caminos de herradura que conducen a los
poblados cercanos: siempre discretos, a menudo de aspecto viril, hasta
usaban espuelas para avivar el trote de sus jamelgos.
* * *
Hace unos meses retorné al pueblo para tomar fotografías de huertos caseros, y de paso recoger hojas lanceoladas en Obraje para mi tesis sobre horticultura nativa.
Mientras esperaba el carro en el
poblado de Conococha el frío calaba los huesos hasta el tuétano.
A
las 3 de la tarde llegó un microbús repleto de pasajeros, por lo que
tuve que abordarlo a empujones y resignarme a viajar de pie, casi encorvado, mirando mis zapatos.
Íbamos tiritando de frío, menos dos en la última fila, que estaban con casacas para invierno extremo. El mayor de 35 años aprox., iba con la cabeza apoyada al hombro de su compañero, un efebo de 20 abriles. Ambos lucían bigotes e iban callados, viendo la paja brava ondeando con el viento helado de la puna.
Cuando cruzábamos el paraje de Mojón, el carro hizo un movimiento brusco al dar pase a un convoy minero de Antamina. La pareja intercambió una sonrisa fugaz, como beso robado en una procesión, como dos recién salidos del armario.
Íbamos tiritando de frío, menos dos en la última fila, que estaban con casacas para invierno extremo. El mayor de 35 años aprox., iba con la cabeza apoyada al hombro de su compañero, un efebo de 20 abriles. Ambos lucían bigotes e iban callados, viendo la paja brava ondeando con el viento helado de la puna.
Cuando cruzábamos el paraje de Mojón, el carro hizo un movimiento brusco al dar pase a un convoy minero de Antamina. La pareja intercambió una sonrisa fugaz, como beso robado en una procesión, como dos recién salidos del armario.
Ya en Huacacorral
pude confirmar mis sospechas, pues no pudieron ocultar sus manos
entrelazadas con los tumbos que daba el carro en cada curva, y
en los puentes de madera, sobre todo en el de Upayacu que rechinó bizarro.
A punto de bajar del vehículo en el fundo Obraje para iniciar el recojo de hojas y tomar fotos, me pregunté: ¿cuántas almas congeladas en el tiempo darían cualquier cosa por estar en el lugar de estos dos supersónicos, brindándose calor a miles de metros de altura?.
A punto de bajar del vehículo en el fundo Obraje para iniciar el recojo de hojas y tomar fotos, me pregunté: ¿cuántas almas congeladas en el tiempo darían cualquier cosa por estar en el lugar de estos dos supersónicos, brindándose calor a miles de metros de altura?.
Parado en la entrada de Obraje, seguí con la mirada el recorrido del
micro. Pasando el puente del río Aynín hizo un alto en la curva. Allí
descendió la pareja y tomados de la mano caminaron en ascenso por el desvío afirmado. El carro continuó hacia Aquia.
Durante
el recojo de hojas recordé: que en lo alto de un cerro desde donde se
divisa el valle de Florida, vive un chinaco jubilado de 89 años. Hoy, a
pesar de su cuerpo casi paralizado por la artritis, sigue labrando la
tierra con la ayuda de su ahijado, un joven jornalero carnal que lo
acompaña en la soledad
de su duro lecho.
Los lugareños comentan que en sus años juveniles fue el jinete más diestro de la comarca, y que ninguna fémina se resistía a las punteadas que daba a las cuerdas verticales. 55 años después alegra su vivir con las caricias nocturnas que le brinda su ahijado Celso Racuana Huayhua, antes de ingresar a un sueño del que teme no despertar. Él sabe que sus paisanos no ven con buenos ojos la sodomía, por eso no frecuenta el poblado.
En cualquier momento Avelino Lahuita Soncco no verá más la luz del día. Sólo su joven amante llorará su ausencia y lo enterrará en algún lugar, donde una cruz de madera de un cajón de fruta, marcará la fosa donde yacen sus despojos...
Los lugareños comentan que en sus años juveniles fue el jinete más diestro de la comarca, y que ninguna fémina se resistía a las punteadas que daba a las cuerdas verticales. 55 años después alegra su vivir con las caricias nocturnas que le brinda su ahijado Celso Racuana Huayhua, antes de ingresar a un sueño del que teme no despertar. Él sabe que sus paisanos no ven con buenos ojos la sodomía, por eso no frecuenta el poblado.
En cualquier momento Avelino Lahuita Soncco no verá más la luz del día. Sólo su joven amante llorará su ausencia y lo enterrará en algún lugar, donde una cruz de madera de un cajón de fruta, marcará la fosa donde yacen sus despojos...
Huaraz, 11 de noviembre de 1981
Fuente:
Relatos del más acá", de Nalo Alvarado - Ediciones "Cachicada" 1981
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