POR QUÉ CHIQUIÁN ADOPTÓ EL NOMBRE DEL HÉROE DE ARICA
PARA SU AMADO COLEGIO "CORONEL BOLOGNESI"
RESPUESTA:
"MI JEFE, EL CORONEL FRANCISCO BOLOGNESI"
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Por Roque Sáenz Peña.
Presidente de Argentina
El
noble anciano contaba setenta y un años. Sus antepasados eran de origen
italiano, pero el coronel don Francisco Bolognesi había nacido en el
Perú, sirviendo a su patria en el ejército de línea, desde que sentó
plaza con el grado de subteniente, en los primeros días de su juventud.
Era un hombre de pequeña estatura; había lentitud y dureza en sus
movimientos como la había en su fisonomía; la voz era clara y entera a
pesar de la senectud; los años y los pesares habían plateado sus
cabellos, y la barba redonda y abundante, destacaba la tez bronceada de
su rostro enérgico y viril.
La
inteligencia era inculta y carecía de preparación, pero tenía la
percepción clara de las cosas y de los sucesos; la experiencia de los
años y la malicia que se desenvuelve en la vida inquieta de los
campamentos, habían dado a su espíritu cierta agilidad de concepción;
era un ordenancista implacable, capaz de desdeñar la victoria sino era
conquistada por los preceptos de la ley militar; prefería la derrota con
la estrategia y la ordenanza al triunfo con la inspiración o el acaso.
Sus
vistas no eran vastas; en la política interna se había limitado a
resistir las hostilidades que el partido civilista llevaba al campo del
ejército; nacido bajo un gobierno centralista, no concebía otro régimen
que el unitario y escuchaba con desdén profundo los problemas que se
planteaba y complicaba el general Juan Buendía, en sus largas y eternas
discusiones sobre el gobierno federal.
El coronel Bolognesi había conocido los ejércitos europeos y hecho estudios detenidos sobre armamentos; recordamos haber leído sus trabajos y manuscritos; carecían absolutamente de forma, pero en el estudio comparativo revelaban un conocimiento exacto de las armas Modernas. Nunca pudimos conocer sus opiniones sobre la campaña del Sur.
El coronel Bolognesi había conocido los ejércitos europeos y hecho estudios detenidos sobre armamentos; recordamos haber leído sus trabajos y manuscritos; carecían absolutamente de forma, pero en el estudio comparativo revelaban un conocimiento exacto de las armas Modernas. Nunca pudimos conocer sus opiniones sobre la campaña del Sur.
Asistió
a todos los combates como jefe de la Segunda División, pero jamás
opinó sobre el acierto de las operaciones; había tomado las armas para
batirse y no para juzgar a sus superiores; la ordenanza, decía,
prohíbe la murmuración de los subalternos, y él era ordenancista y
soldado sobre todas las cosas.
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Un
día que se conversaba en rueda de oficiales superiores sobre la
batalla de Dolores quiso conocerse su opinión sobre el ataque del
cerro San Francisco y el coronel Dávila lo interpeló directamente: ¿No
cree usted, Coronel Bolognesi, que el cerro era inexpugnable, que el
ejército aliado debió sitiarlo y no atacarlo, que debimos apoderarnos
del agua? Puede ser, replicó Bolognesi, pero yo no tenía sed.
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La
reserva y circunspección de su carácter desconcertaban las
insinuaciones e intrigas de campamento; la murmuración, el aplauso,
todo le era indiferente, todo lo que no estuviera escrito en algún
artículo de la ordenanza o en el concepto del honor militar. ¡Qué
sinceridad de sentimientos había en ese viejecito batallador!
Tarapacá lo sorprendió gravemente enfermo; la temperatura era elevada y mantenía al paciente en las intermitencias de la convulsión y del delirio, agotando las escasas fuerzas; pero de pronto el toque de generala y los primeros tiros del combate hieren el oído del enfermo, acelerando los latidos de la fiebre. El viejo veterano se incorpora en el lecho, viste su uniforme, toma la espada, y ensillando él mismo su caballo, trepa las alturas de Tarapacá, donde asume el mando de su regimiento y soporta nueve horas de combate, con el rostro encendido del febriciente, la mirada brillante por el ardor de la pelea y el corazón contento de haberse batido por la ordenanza y la patria.
Tarapacá lo sorprendió gravemente enfermo; la temperatura era elevada y mantenía al paciente en las intermitencias de la convulsión y del delirio, agotando las escasas fuerzas; pero de pronto el toque de generala y los primeros tiros del combate hieren el oído del enfermo, acelerando los latidos de la fiebre. El viejo veterano se incorpora en el lecho, viste su uniforme, toma la espada, y ensillando él mismo su caballo, trepa las alturas de Tarapacá, donde asume el mando de su regimiento y soporta nueve horas de combate, con el rostro encendido del febriciente, la mirada brillante por el ardor de la pelea y el corazón contento de haberse batido por la ordenanza y la patria.
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Al
descender del caballo lo esperaban varios jefes y oficiales para
restituirlo a su lecho, pero endureciendo sus miembros y levantando la
mirada altanera rechazó todo concurso y llegó por el propio esfuerzo
hasta su alojamiento.
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"Las balas chilenas, nos dijo, señalando el pie derecho, apenas llegan a la suela de mis botas"... Un proyectil le había llevado un taco de sus granaderas.
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El
coronel Bolognesi llegó a Arica a la cabeza de su regimiento y fue
nombrado comandante en jefe de la plaza, que contaba una guarnición de
mil seiscientos hombres. Allí donde tuvimos el gusto de tratarle con
cierta intimidad. Recién entonces comenzó hacerse sentir la disciplina
militar; Bolognesi era infatigable en el servicio; se aparecía en
todas las avanzadas, y sorprendía de noche a los centinelas que
comenzaban a dejar los viejos hábitos del sueño, consentidos por el
general Buendía, jefes y oficiales y soldados habían cobrado respeto y
afección por el anciano.
Vencedores los chilenos en la batalla de Tacna traen el ataque sobre Arica; colocan su artillería en los elevados cerros que oprimen la ciudad como un aro inmenso de granito y desde allí nos hacen fuego durante dos días; Bolognesi no contesta, pero sigue preparando sus minas y sus elementos de defensa, hasta la mañana del 6 de junio, en que el cañón enmudece, y avanza hasta nuestras líneas un jefe chileno con una pequeña comitiva, levantando bandera blanca. ¡Era un parlamentario!
Vencedores los chilenos en la batalla de Tacna traen el ataque sobre Arica; colocan su artillería en los elevados cerros que oprimen la ciudad como un aro inmenso de granito y desde allí nos hacen fuego durante dos días; Bolognesi no contesta, pero sigue preparando sus minas y sus elementos de defensa, hasta la mañana del 6 de junio, en que el cañón enmudece, y avanza hasta nuestras líneas un jefe chileno con una pequeña comitiva, levantando bandera blanca. ¡Era un parlamentario!
JUNTA DE DEFENSA
Bolognesi
lo recibe según todos los preceptos de la ordenanza y todas las leyes
de la guerra; le hace vendar los ojos, lo introduce a la plaza y
luego a la comandancia donde se encuentra reunida la junta de defensa
formada por los coroneles, tenientes coroneles y sargentos mayores del
ejército. Eran veintiocho jefes.
Libres
de la prisión de las vendas, los ojos del parlamentario se clavaron
con curiosidad visible en los rostros enemigos; a su turno, el
visitante extraño era observado hasta en los detalles de su persona;
su fisonomía, su actitud, sus miradas, su uniforme, todo muy cuidado y
minucioso, produciendo una impresión más bien simpática.
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La sesión fue solemne. El coronel Bolognesi presidiendo, invitó al parlamentario a que diera cuenta de su misión.
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El
comandante José de la Cruz Salvo, entonces mayor del ejército de
Chile, expuso la situación de ambos ejércitos; la plaza dijo, no puede
defenderse, bloqueada por mar, sitiada en tierra por un ejército seis
veces superior en fuerzas, la resistencia es imposible; el general
Baquedano invita a los jefes superiores a evitar se derrame más sangre
que la que acaba de correr sobre los "Campos de la Alianza". Pedía la
evacuación de la plaza y la entrega de las armas; las tropas peruanas
desfilarían con honores militares, batiéndose marcha regular por el
ejército chileno.
El coronel Bolognesi se dirigió entonces a los jefes de la junta, en estos términos, que reproduzco textualmente:
El coronel Bolognesi se dirigió entonces a los jefes de la junta, en estos términos, que reproduzco textualmente:
"Señores jefes y oficiales: estáis llamados a decidir con vuestro voto la suerte de esta plaza de guerra, cuya custodia os ha confiado la nación. No quiero hacer presión sobre vuestras conciencias porque nuestros sacrificios no serían idénticos. Yo he vivido setenta y un años y mi existencia no se prolongará por muchos días; ¿qué más puedo desear que Morir por la patria y por la Gloria de una resistencia heroica que salvará el honor militar y la dignidad del ejército comprometida en esta guerra?
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Pero
hay entre vosotros muchos hombres jóvenes que pueden ser útiles al
país y servirlo en el porvenir; no quiero arrastrarlos en el egoísmo de
mi gloria sin que la junta manifieste su voluntad decidida de
defender la plaza y de resistir el ataque.
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El Comandante en jefe espera que sus oficiales manifiesten libremente su opinión".
En la histórica respuesta el coronel Moore, que ocupaba un asiento en el fondo del desmantelado salón, pidió que la junta resolviese por aclamación la defensa de la plaza.
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Todos
los jefes se pusieron de pie y la resistencia quedó resuelta, por
aclamación. Fue entonces cuando el coronel Bolognesi se dirigió al
parlamentario chileno, con una frase cuyo recuerdo conservan los pocos
peruanos que sobrevivieron al desastre:
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"Podéis
decirle al general Baquedano que me siento orgulloso de mis jefes y
dispuesto a quemar el último cartucho en defensa de la plaza".
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Al
amanecer del día siguiente las infanterías chilenas que habían ganado
posiciones durante la noche, rompieron el fuego, al pie de las
trincheras; el coronel Bolognesi a caballo, se destaca sobre las
alturas del Morro, sirviendo de blanco a las punterías enemigas y
haciendo esfuerzos heroicos por detener el ataque, recio y formidable,
de los regimientos chilenos, que avanzan sobre un mar de sangre y un
hacinamiento de cadáveres.
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Por fin el fuego cesa dentro de la plaza porque el que no está herido
está vivo; Bolognesi sale ileso del combate; fue en aquella situación
indecisa cuando un grupo de soldados chilenos trepó los parapetos,
haciendo una descarga vigorosa con punterías fijas y precisas
permitidas por la proximidad de la distancia. Allí cae Moore como
tantos otros, atravesado por una multitud de proyectiles y el coronel
Bolognesi, el viejo amigo, el anciano venerable, inclina su frente y
cae con el alma serena y el rostro plácido y sonriente... una bala le
había atravesado el corazón.
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Cuando
volvimos al campo de los muertos buscando los cadáveres de Ugarte y
de Zavala, encontramos el cuerpo frío del que fue nuestro jefe. Me
detuve un momento en contemplarlo y aún conservo la impresión que me
produjo la disposición del cadáver profanado momentos antes; los
bolsillos del pantalón estaban vueltos hacia fuera, se le había
despojado de la chaquetilla y de las botas y un feroz culatazo le
había descubierto la parte superior del cráneo, derramando la masa
cerebral sobre el tosco lecho de granito.
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Aquella
impresión fue para mí tan intensa, tan honda y tan dolorosa como la
muerte misma de mi viejo amigo, el querido y venerado anciano: "EL GRAN CORONEL DON FRANCISCO BOLOGNESI"
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El
ciudadano argentino Roque Sáenz Peña (1851- 1914) tenía 28 años de
edad y un doctorado en derecho, cuando decidió venir al Perú en 1879
para enrolarse en el ejército peruano y pelear contra los invasores
chilenos, convencido de que "al Perú le asistía la justicia".
Estuvo entre los jefes que secundaron a Bolognesi en su histórica respuesta de luchar hasta quemar el último cartucho. Fue uno de los sobrevivientes del Morro, hecho prisionero y recluido en una cárcel chilena. Retornó a Argentina, donde llegó a ser presidente de su país (1892- 1898).
Estuvo entre los jefes que secundaron a Bolognesi en su histórica respuesta de luchar hasta quemar el último cartucho. Fue uno de los sobrevivientes del Morro, hecho prisionero y recluido en una cárcel chilena. Retornó a Argentina, donde llegó a ser presidente de su país (1892- 1898).
** *
HOLA SHAY:
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Con seguridad, razón similar tuvo en 1903 nuestro recordado pionero PERFECTO BOLARTE CALDERÓN
para proponer con devoción, gratitud y cariño el apellido BOLOGNESI que lleva con orgullo nuestra querida provincia.
Nalo
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Nalo
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Don Perfecto Bolarte y su amada esposa Elisa Pardavé
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"CORONEL BOLOGNESI", DE CHIQUIÁN
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Letra : José Montoya Delgadillo
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Música : Visitación Laos Jara
Adelante legión de Estudiantes
por la senda de la dignidad
levantando el glorioso estandarte
hasta el trono del Yerupajá,
que flamee por siempre en sus nieves
la bandera de la libertad.
por la senda de la dignidad
levantando el glorioso estandarte
hasta el trono del Yerupajá,
que flamee por siempre en sus nieves
la bandera de la libertad.
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¡Bolognesi! Bolognesi!
tu recuerdo inmortal brillará
como estrella refulgente
que ilumina, el cielo de Chiquián.
tu recuerdo inmortal brillará
como estrella refulgente
que ilumina, el cielo de Chiquián.
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¡Oh! Colegio Bolognesi
de las almas nobles el crisol
al amparo de tu gloria
marcharemos al son de clarín
con nuestro himno de victoria
desde el ande al lejano confín.
de las almas nobles el crisol
al amparo de tu gloria
marcharemos al son de clarín
con nuestro himno de victoria
desde el ande al lejano confín.
Adelante legión de Estudiantes
por la senda de la dignidad
levantando el glorioso estandarte
hasta el trono del Yerupajá,
que flamee por siempre en sus nieves
la bandera de la libertad.
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Chiquián 1964
IMÁGENES DEL RECUERDO
Antiguo local del Colegio Nacional "Coronel Bolognesi", de Chiquián
Profesor José Montoya Delgadillo, en círculo
Profesor José Montoya Delgadillo, en círculo
Profesor Visitación Laos Jara, en círculo
Profesor José Montoya Delgadillo, en círculo