EL TERREMOTO DE 1970
Por Aureo Sotelo Huerta
Por Aureo Sotelo Huerta
El 1º de junio del 1970, después de la hecatombe, un grupo de aijinos salimos de Lima con destino a Huarmey y de ahí con un camión hacia la quebrada. Pero, en ese intento, con las justas llegamos hasta Congón, porque los caminos estaban cubiertos de enormes rocas. Sólo nos quedaba una alternativa, seguir el camino a pie. Llevábamos en nuestras mochilas medicina y alimentos para auxiliar a nuestros hermanos. Los de Cochapetí y Malvas se despidieron de nosotros en Huiña. El grueso de la delegación avanzamos por la ruta B o cuenca del rio Santiago. Ese día apenas llegamos hasta Huayup donde pernoctamos. Al día siguiente, después de dejar nuestro cargamento de medicinas y alimentos a los lugareños, porque pesaban como 30 kilos, arrancamos hacia nuestros distritos. Todos avanzamos hasta Hueca “el de los molinos”, ahí nos despedimos de nuestros hermanos huayanos y succhinos, mientras los corisinos, huacllijnos, mercedinos y aijinos avanzábamos por la ruta de Coris. Una subida “infernal”, para quienes la sed devoraba las entrañas. ¡Al fin, un pequeño oconal en el camino. ¡No lo tomen, está helada, se pueden morir, no lo hagan! ¡Ya estamos cerca! Repetían algunos. Me olvidé de las advertencias y bebí. El avance hacia Coris era lenta, como si cargásemos plomo. Ya había oscurecido. De pronto las voces de los profesores Rubén Osorio, Donata Mejía y el señor Moisés Méndez, se escuchó en la noche lóbrega. ¡No avancen por ahí, la tierra sigue temblando! ¡Cambien de ruta! ¡Avancen hacia la izquierda, hacia los cerros! Intuimos el mensaje y nos salvamos de la muerte dejando decepcionado a Tánatos que nos esperaba. Al escuchar la voz de gente amiga que venía a recibirnos, me quedé no sé si muerto o dormido en los brazos de Morfeo que le sacaba la lengua a Tánatos. Rubén Osorio, con quien habíamos jugado el fútbol a lo grande, me dio la mano y gracias a él y otros amigos, aquí me tienen. A ese pueblo maravilloso de Coris mi eterna gratitud.
De ahí los huacllinos primero y después los mercedinos, se despidieron de nosotros. A Aija sólo llegamos mi primo Alfredo Tamariz y yo, a él cariñosamente lo llamábamos “el burro”, quien cámara al hombro, en medio de tantos horrores seguía filmando los luctuosos acontecimientos. En Aija, viendo ese cuadro dantesco de dolor, sangre y muerte, de cómo la naturaleza nos castiga, compuse la noche del 5 de junio el pasacalle “Mayo 70” y que Guido posteriormente grabara con el nombre de “Tierra mía”.
Tierra mía, terruño mío, ahora brota mi lira doliente y herida cuando te nombro,
Tus callecita que ayer sonreían, tus balcones que amor ofrecían,
hoy son escombros, recuerdos dolientes oh pachamama.
Ya las penas y alegrías, ya se han disipado calmado y borrado en su negrura,
De tus escombros la vida florece, de tu llanto la fe renace,
Porque eres grande viril y gigante como tu cielo.
Fuga
Tus encantos lo has perdido, tu recuerdo solo queda,
Pero dentro de mi vida reverbera la esperanza.
Tus callecita que ayer sonreían, tus balcones que amor ofrecían,
hoy son escombros, recuerdos dolientes oh pachamama.
Ya las penas y alegrías, ya se han disipado calmado y borrado en su negrura,
De tus escombros la vida florece, de tu llanto la fe renace,
Porque eres grande viril y gigante como tu cielo.
Fuga
Tus encantos lo has perdido, tu recuerdo solo queda,
Pero dentro de mi vida reverbera la esperanza.