Antigua Plaza de Armas de Chiquián
Foto: Román Palacios
Rutherford, 2 de noviembre de 2018
HOLA SHAY:
Como todos los 2 de noviembre, hoy viernes retornan a la memoria las décadas del sesenta y setenta del siglo XX, cuando nuestros padres y abuelitos buscaban la eternidad del alma, más allá de la línea que nos separa de los que emprendieron el Gran Vuelo. Un día de recogimiento espiritual que figura en el calendario católico desde el año 998.
HOLA SHAY:
Como todos los 2 de noviembre, hoy viernes retornan a la memoria las décadas del sesenta y setenta del siglo XX, cuando nuestros padres y abuelitos buscaban la eternidad del alma, más allá de la línea que nos separa de los que emprendieron el Gran Vuelo. Un día de recogimiento espiritual que figura en el calendario católico desde el año 998.
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Asoma en el recuerdo aquella Cruz turquesa del cementerio de Chiquián, símbolo de la victoria de Jesús frente al pecado, la desolación y la muerte; Divino Madero que fue el depositario de las plegarias con salmos, himnos, velas encendidas y flores para los despojos ausentes, por más de una centuria. Actualmente es de material noble y cumple la misma misión como Árbol de Salvación..
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Muchos paisanos retornaban al pueblo para orar en el cementerio y recordar en unión familiar a los seres queridos. Los pabellones de nichos lucían impecabales, los sepulcros personales se refaccionaban con antelación. Los ramos de flores en recipientes, las coronas con sus tarjetas recordatorias, las lágrimas de las ceras y la maleza recortada, eran señales de amor ferviente que se dejaban en la tumba del ser amado que un día partió a la eternidad.
Cómo olvidar aquellos banquetes que se preparaban en las casas con los potajes preferidos de los difuntitos, para que los disfruten durante su visita. Inclusive en muchos hogares se construían altares con velas, Cruz, incienso, agua bendita, ofrendas y otros complementos de fe. Mi abuelita Catita nos decia: "El 2 de noviembre de cada año, Dios da su venia a los difuntitos para que nos visiten. Tenemos que atenderlos bien. Tienen que sentir que los amamos; sobre todo rezar con fe, y ellos nos bendecirán. No olviden que la muerte es una etapa de la vida solamente, pues la existencia es eterna, por la gracia del Señor".
Más de una vez dejamos cartas junto a los potajes, contándoles lo bueno y lo malo que nos ocurrió durante el año, y de los sueños que teníamos para el siguiente; y así, año tras año, para no perder contacto con ellos, con la esperanza de que tampoco pierdan contacto con nosotros los que quedarán en casa, cuando hayamos partido hacia la Mansión Celestial, porque los cimientos del amor son más fuertes que la muerte. Un legado de fe de nuestros ancestros como bendición divina, sin duda alguna.
Recuerdo con claridad de alba los albores de noviembre de 1962, faltaba un mes para culminar la Educación Primaria en mi escuelita 378 de Chiquián. Luego de muchos ajetreos la mesa quedó servida en casa, para ser degustada por los difuntitos: wawas en formas de Cristo, llamitas y corderitos, potajes salados y dulces, chicha de jora y de maní, hasta leche fresca en un recipiente impecable aguardaba con su espumita empinada oteando el cielo raso. A las 10 de la noche todos nos fuimos a dormir dejando velitas misioneras junto a los potajes. Al despertar, a las 7 de la mañana, lo primero que hice fue ir "volando" al comedor. No hallé ni vestigio de la cena, la vajilla utilizada lucía reluciente, apilada en el centro de la mesa, y los manteles blancos estaban doblados. "Qué alegría, los difuntitos comieron y bebieron todo, gracias Papalindo", pensé agradecido. Minutos después escuché este díalogo de dos ayudantes del servicio de transportes de la familía, donde daban cuenta sobre lo ocurrido con los potajes:
- Este año se pasó doña Catita en el Día de los Difuntitos, nunca había disfrutado de un desayuno madrugador tan rico y variado.
- Yo también shay, hasta para mis hijitos me ha dado: panes, chicha y queso.
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Hermanos míos:
Preservar
año tras año nuestras costumbres, asegura su continuación hasta el
final de los tiempos. Cultivar valores familiares consolida ese
sentimiento de esperanza que nunca debemos de perder, sobre todo honrando
la memoria de nuestros muertos, recordándolos en unidad familiar. Una
manera cristiana de lavar las huellas que siempre dejan en el alma las
partidas. Solamente así las velas del amor filial seguirán ardiendo
eternamente en nuestros corazones.
Oremos
paisanos, amigos y familiares, por el descanso eterno de nuestros seres
amados que se encuentran en la casa de Dios, aguardando con los brazos abiertos nuestra
llegada.
Nalo Alvarado Balarezo
Nalo Alvarado Balarezo
Puerta de entrada al cementerio de Chiquián
VELORIO CHIQUIANO
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Por lo general el ser humano guarda en su memoria el primer velorio en el que participó. En mi caso fue el miércoles 11 de septiembre de 1957, por el deceso del señor CALIXTO PALACIOS CARRILLO, acaecido en Chiquián, una semana después de la fiesta de Santa Rosa, conmoviendo los corazones de los chiuchis del barrio de Jircán, que lo quisimos y respetamos como gobernador, perito, pintor y tasador, amén de su talento para la composición, la guitarra y el canto, en cuyas correrías hizo popular su canción PALOMA,
que luego de su partida inmortalizaron los bardos ancashinos: Bernardo
"Bellota" Escobedo Luna, de hana barrio y el “Zorzal aijino” Jacinto
Palacios Zaragoza. El primero falleció en el sismo del domingo 31 de
mayo de 1970 en el Callejón de Huaylas, y el segundo, el miércoles 2 de diciembre de 1959, dos años después que don Calixto. El finadito fue discípulo del sabio Santiago Antúnez de Mayolo, por quien tuvo suma gratitud, admiración y respeto.
P A L O M A
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Calixto Palacios Carrillo
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Paloma desmemoriada
recorre tus pensamientos
mira que yo soy el mismo
que en un tiempo tú adorabas.
Paloma tú me abandonaste
sin tener ningún motivo
ya no volverán las horas
que en mis brazos te dormías.
recorre tus pensamientos
mira que yo soy el mismo
que en un tiempo tú adorabas.
Paloma tú me abandonaste
sin tener ningún motivo
ya no volverán las horas
que en mis brazos te dormías.
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Fuga
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¡Ay cañita, cañaveral!
cañita huayta sin corazón,
si no me quieres qué voy hacer,
con retirarme se acabará.
cañita huayta sin corazón,
si no me quieres qué voy hacer,
con retirarme se acabará.
Primero doblaron las
campanas anunciando el Viaje Eterno de don Calixto. A la hora, más o
menos, se hicieron presentes en el jirón Leoncio Prado 151, lugar
del velorio, don Cástulo Rivera, seguido del administrador de los
pintorescos “Huertos de Judas”, don Julián Soto Valverde. Ese día el
cielo chiquiano se mostró diáfano, con aire celeste y sol radiante
reverberando en las calaminas de la plaza de toros de Jircán; y nubes
tan blancas como el alma del popular “Cañita”, que se fue de la mano del
Señor de las Alturas; sin embargo, el barrio estaba desolado y triste
por el luto. En las casas aledañas todo era meditación; había muerto un
hombre joven, con mucho porvenir, dejando huérfanos de padre a cinco
niños pequeños.
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Don Cástulo acudió
presuroso para coordinar sobre la capilla ardiente, los pellejos para
el piso, los crespones negros y las misas que se tenían que celebrar
por tratarse de una autoridad política respetada y querida por el
pueblo, mientras el amigo Julián Soto llegó como representante del
cantor y violinista don Valerio Jaimes Calderón, para el responso de rigor. En
el lugar todos los familiares, amigos y vecinos que se hicieron
presentes dieron su cuota de solidaridad.
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Después que don
Calixto fue dejado en olor de santidad con jabón, formol, algodón y
colonia, lo pusieron a descansar el sueño eterno con su terno azul, en
una mesa cubierta con sábanas blancas, unidas con alfileres. En el
dintel de la puerta pintada de azul, una pequeña cruz de tela negra
anunciaba el duelo, mientras don Eladio Ñato aceleraba formón en mano la
confección del féretro de madera barnizado con tintura de nogal, tinte
que aún se usa en el teñido de los ponchos chiquianos.
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A las 8 de la noche se hizo presente el padre Martín Tello Rivera portando un descolorido maletín
negro, puesto un sombrero shilico con cinta negra a la pedrada y un gabán caqui
cubriendo su sotana. Después de dar el pésame a los deudos y preparar todo lo necesario, celebró una
Misa de Cuerpo Presente. Todos los asistentes, entre familiares,
vecinos y curiosos oramos repitiendo en coro pasajes de las Sagradas
Escrituras. Al finalizar el réquiem repartieron café (cebada tostada) y
comenzó a circular el chinguirito que hasta los más pequeños
saboreamos a cuenta gotas, con la complicidad de Alberto “Limonta”
Núñez (camachico de velorio), de “Lolito” Rivera de Alto Perú, quien
obsequió 4 cirios, y de Manuel "Shapra" Ñato Allauca, a quien durante
los años siguientes vería colaborando activamente haciendo los
“mandados” en los velorios, hasta el martes 17 de octubre de 1961, fecha
en que acudió al llamado de Dios.
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A partir de las 9 de
la noche las personas mayores narraron cuentos, mitos y leyendas sobre
María Marimacha; Pisana María; de la bella mujer de negro que en las
noches de luna llena, aguardaba en el puente de Matarajra la llegada del camión fantasma;
el venado encantado de Carcas; el pishtaco de Cutacarcas; los
ichicqulgos de las cascadas de Putu y Usgor; la laguna encantada de
Yarpún; la paca paca y el vampiro anémico;
las cabezas rodantes de los compadres amantes; los diablitos de la
fragua de Lapicho; la mula enamorada del cura. Asimismo hazañas
de Luis Pardo, el romántico bandolero de Pancal, y los “misteriosos
entierros” hallados por don Juan Sánchez Dulanto. De vez en cuando
alguien suspiraba y comentaba sobre las bondades del difunto y otro
profetizaba a quién iba "a jalar la pata". A la
medianoche me
fui a dormir con los mitos y leyendas rondando mi mente...
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La madrugada del
día siguiente llegaron sus familiares de Lima, entre ellos su hermano
Nicéforo e hijos, motivando que los lugareños, que ya habíamos logrado
posesionarnos de la sala, saliéramos sobrando, por lo que hicimos una
retirada estratégica hasta la noche, en que retornamos y nos sentamos a
lo largo del frontis de la vivienda, donde los chiuchis volvimos a la
carga con nuestros juegos nocturnos: “gran bonetón”, “chanca la lata” y
“esconde la correa”, liderados por Luchu Allauca, Añico Carhuachín y
Ticucho Moreno.
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A las 2 de la tarde del tercer día repicaron las campanas y salió el cortejo fúnebre hacia la Iglesia. Allí
se desarrolló la segunda Misa de Cuerpo Presente con asistencia de las
autoridades y del pueblo. Finalizada la actividad litúrgica fue
llevado en hombros por sus amigos más queridos al compás de la Marcha Fúnebre de
Morán, interpretada por la banda de músicos de la familia Aldave
Montoro.
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Cada
dos cuadras se celebró
una ceremonia de oración, y finalmente llegó al Cementerio, donde
aguardaba un grueso contingente de coterráneos de los poblados
cercanos: Aquia, Huasta, Carcas, Cuspón, Roca, Pacllón, Pocpa, Llamac,
Llaclla, Canis, Ticllos, Corpanqui, Aco de Carhuapampa, Chilcas,
etc., lugares que el finado visitó como representante del Subprefecto
de la provincia don Rolando Extremadoyro Vigil.
Camino al Camposanto en Chiquián
(Antiguo barrio Cruz del Olvido)
Antes
de introducirlo al nicho se oró nuevamente y los hermanos Felipe y
Valerio Jaimes entonaron responsos que hicieron llorar a la
concurrencia. Dos botellitas con agua de azahar circulaban de mano en
mano tranquilizando a los deudos. Al costado, diez niños, entre ellos, sus hijos Carlos de
10, Guillermo de 8 y Deifi de 6 años portaban coronas y lágrimas
confeccionadas por las manos prodigiosas de la amauta Dolorita Aguirre y su
discípulo Romeo; mientras sus hijos: Nony de 3 años de edad, sujetaba la
falda de su mamá Nilda, quien llevaba en brazos a Rubencito de apenas
un año de nacido. En momentos que colocaban la tapa del nicho, los
niños caminamos observando los nombres de las lápidas del pabellón de
adultos, las cruces de madera de los cenotafios de cemento y las tumbas
de tierra, donde leímos los nombres de personas de bien, a quienes
conocimos a través de los relatos de nuestros padres. Desde aquel
entonces, cada vez que visito Chiquián, voy al cementerio, y siento
nostalgia recordando a los chiquianos que yacen lejos de nuestra
tierra.
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Durante el cuarto día
los cuatro cirios siguieron ardiendo en la capilla, y sobre la mesa un
poncho de vitarte, un abrigo azul marino y un sombrero de paño gris,
nos recordaban a don Calixto, bajo el ulular de los gengrish que
revoloteaban sobre los liros y los crisantemos.
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En la noche, ya con
menos devotos, siguieron las oraciones y volvieron a servir
chinguirito. Luego un generoso pojti de olluco con culantro, orégano,
ají y queso chiquiano. De postre: mazamorra de calabaza y de allí "cada uno a su
casa". Los niños, aprovechando la confusión ingresamos al huerto
colindante donde nos abastecimos de shuplac y capulí cimarrón, con algunos pinchazos de hualancas y unos roces de shinua que aliviamos con saliva.
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En el quinto día,
durante el “pishgay”, que se llevó a cabo desde muy temprano en el
barrio de Fragua, se lavaron con mazo, penca y quinua las prendas de
cama y de vestir del difunto, en un concierto de juegos de carnaval con
las aguas del lugar. No faltaron los bayetazos, pellejazos y los
infaltables shoguet; hasta que de un momento a otro apareció don Luis
Castillo quien increpó a las mujeres y hombres sobre el “escándalo” que
no dejaba dormir a su chacuita, a sus gallinas ponedoras y a sus cuyes cutuchos, lío que fue
controlado por el Juez de Paz don Martín Vásquez, quien, con una
máquina de escribir sobre sus rodillas y papel sellado en el rodillo,
resolvió el asunto sin lamentos ni contusos. En el almuerzo degustamos un sabroso
santo caldito preparado con huevos y culantro. También cachizada y
papa roqueña, shinti, mote de maíz y anquiusha. Recuerdo que el
maltoncito Iván Robles, vecino del veneciano Jupash, improvisó un fogón obteniendo
sabrosos cuayes.
En la noche, después
de participar de una comida anticipada por el santo de mi papá, ingresé
al velatorio. Allí me invitaron mazamorra de quinua. Una hora después,
junto a mis tíos Chemo y Chanti, y 10 personas más, nos arropamos con
frazadas sobre pellejos de vaca que alfombraban el piso de la sala. Nuevamente los cuentos de
brujos y el gran bonetón aceleraron nuestros corazones. Antes de
acostarnos, candil en mano, revisamos el salón de rincón a rincón para
deshacernos de algún ponzoñoso hatapogoy. Después de la
medianoche se hicieron presente sin tarjeta de invitación un trío de
roncadores y uno que otro sonoro añaco a quienes tuvimos que castigar
con su respectivo quitañaque al sueño...
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Huaraz, 2 de noviembre de 1981
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Fuente:
Un trocito del libro HOLA SHAY, de Nalo Alvarado Balarezo
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