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LA BILLA
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
"Quién no ha tenido
un amuleto de la suerte".
Aralba
El domingo 14 de mayo de 1961, un bello cielo azul anunciaba un hermoso Día de la Madre en Jircán.
Cuando tomaba el sol matinal en la vereda de la cuadra, se acercó mi vecinito Uluy, proponiéndome jugar YAN-KEN-PO.
Cuando tomaba el sol matinal en la vereda de la cuadra, se acercó mi vecinito Uluy, proponiéndome jugar YAN-KEN-PO.
Acerté
cinco veces seguidas en el juego, motivando que Uluy diga que le estaba
leyendo el pensamiento. “No te leo el pensamiento", le dije, y agregué,
mostrándole una billa: “Es por mi amuleto de la suerte”. Uluy tomó
emocionado la billa y la frotó en su pecho, haciéndola más reluciente
todavía.
Dos
meses antes el mecánico automotriz apodado “Apache”, muy amigo de mi
padre, me había obsequiado la billa a mi paso por Barranca.
Uluy sin decir una sola palabra se fue a su casa, retornando minutos después con una caja de cartón. “En esta caja están mis mejores trofeos de juegos, te doy todo esto por la billa”, me dijo casi implorando, y acepté.
Uluy sin decir una sola palabra se fue a su casa, retornando minutos después con una caja de cartón. “En esta caja están mis mejores trofeos de juegos, te doy todo esto por la billa”, me dijo casi implorando, y acepté.
En la caja había especies como en botica: canicas quiñadas, pushpus de varios colores y tamaños, cápsulas de semillas de eucalipto (trompitos), una hondilla sin calapa, un raído shoguet, un rondín viejísimo, una pelota de trapo más cuadrada que redonda, un gancho de pescar hecho de antacasha, medio metro de cordel y un corchito más partido que labio leporino.
Pasó rauda la semana y llegó el domingo 21. Ni bien amaneció, Uluy con su silbido característico me hizo saber la urgencia que tenía. Inmediatamente salí a la calle. Aquí el diálogo:
Pasó rauda la semana y llegó el domingo 21. Ni bien amaneció, Uluy con su silbido característico me hizo saber la urgencia que tenía. Inmediatamente salí a la calle. Aquí el diálogo:
- Shay Nalo, ni bien los chiuchis del barrio me ven con la billa en la mano no quieren chuncar conmigo. Por favor, toma tu billa y devuélveme mi caja de trofeos, estoy perdiendo amigos.
- No hay problema hermano, te devuelvo tus trofeos ahora mismo, pero antes déjame decirte que nadie se anima a jugar contigo porque la billa es de acero y rompe fácilmente las bolas de cristal. Además te la he dado para la suerte, no para que la uses como arma destructiva.
- Entonces voy a tenerla una semana como amuleto, pero si no me ayuda a ganar te la devuelvo. Por favor cuida mis trofeos.
Uluy se fue destilando esperanza por los cuatro costados, y por varios días no tocamos el tema, señal que la billa le trajo suerte hasta de sobra.
Un mes después. Fue domingo, recuerdo, Uluy vino temprano a casa y me pidió un poco de grasa de rodaje para la carretilla de helados de su familia, que rechinaba al rodar. Le indiqué que pasara al depósito y que sacara de una caja de madera lo que necesitaba.
Como Uluy no retornaba del depósito, fui en su búsqueda; y allí estaba él, limpiando con su chompa las billas cubiertas de grasa que halló en la caja.
En dicha caja habían decenas de repuestos deteriorados de los camiones de mi padre, sobre todo rodamientos de billas y polines de acero, pero ninguna billa era tan grande como la que le di a Uluy por su caja de trofeos.
Al
verlo tan emocionado por el hallazgo le devolví su caja de trofeos, y
le pedí conservar el amuleto que le di el Día de la Madre, a cambio de que las billas que limpió con su chompa
las obsequie a los niños del barrio, como símbolos de buena suerte en el
vecindario.
Uluy
se puso muy contento, dejó su caja de trofeos en el piso y salió del
depósito con lágrimas en los ojos, llevándose dos puñados de billas
brillantes.
- Uluy, ¿y la grasa que has venido a llevar, y tu caja de trofeos...? -le pregunté mientras él caminaba apurado por el corredor de la casa.
- Ahorita vuelvo Nalito, voy a repartir las billas -respondió desde el zaguán sin voltear la mirada.
- Uluy, ¿y la grasa que has venido a llevar, y tu caja de trofeos...? -le pregunté mientras él caminaba apurado por el corredor de la casa.
- Ahorita vuelvo Nalito, voy a repartir las billas -respondió desde el zaguán sin voltear la mirada.
Uluy no retornó por la
grasa ni por su caja de trofeos.
Horas más tarde, durante la chuncada dominguera en el canchón de Jircán todos los niños tenían sus billas de la suerte. Uluy estaba feliz, reía, saltaba y abrazaba a todos...
Horas más tarde, durante la chuncada dominguera en el canchón de Jircán todos los niños tenían sus billas de la suerte. Uluy estaba feliz, reía, saltaba y abrazaba a todos...
Fuente:
DIARIO DE UN TINYACO de Aralba.