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¿LOBO ESTÁS?
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
"Lobo ¿qué estás haciendo?
Me estoy comiendo a tu abuelita".
Shapra
Hace años visité Chiquián para pasar en familia la fiesta patronal de Santa Rosa de Lima.
La
noche de la Salva, parado de poncho, bufanda y sombrero bajo un alero de Jircán, escuché
conversar a dos jóvenes mujeres que se detuvieron en la esquina de la cuadra.
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Hacía frío. Ambas vestían abrigo oscuro y cubrían sus cabellos y rostro con chal blanco. Solamente se les veía los ojos. Acá el diálogo:
- ¿Ves la casa que está iluminada?.
- Sí.
Recuerdo que a las 7 de la noche de un sábado de julio, empezando la década del sesenta, fui a prestarme un disfraz de Caperucita Roja para una velada. Tenía 15 años, han pasado 17 y todo lo que ocurrió llena mi mente como si fuese hoy.
- ¿Qué pasó?, estás temblando, creo que se te ha bajado la presión.
- No me hagas caso, fueron cosas de chiquillos.
- Cuéntame, para que te sientas más tranquila.
- Tú sabes, en aquellos tiempos éramos inocentes.
- Claro, ahora somos pecadoras, ¿no?
- No te burles. Resulta que no encontré a mi amigo Carlos Cañita y mientras lo esperaba para que me preste el disfraz, me puse a jugar "Lobo estás" con los niños de su barrio... -hizo una pausa.
- No te quedes callada, sigues temblando.
- ¡Cómo se ha ido el tiempo amiga! y ahora al pasar por esta esquina viene a mi mente lo que pasó aquella noche. Tú sabes, retorno después de muchos años y los recuerdos llegan y me agobian. No debí haber retornado al pueblo... -luego otra pausa.
- Anda, cuéntamelo todo y te sentirás mejor.
- Recuerdo que estaba buscando un escondite bajo un camión, de repente un niño abrió la puerta de la caseta y me pidió con señas que me esconda allí, acepté y nos quedamos agachados, escuchando los pasos del lobo. Mejor otro día te sigo contando, vamos a llegar tarde a la casa de la Estandarte.
- Sé lo que te digo, cuéntamelo o seguirás sufriendo.
- Bueno, pasaban los segundos y el estar tan pegaditos me puso nerviosa, sobre todo sabiendo que era un niño travieso que se paraba en la esquina de las raspadillas viendo pasar a las colegialas, cuando de un momento a otro sentí su aliento en mi boca y un no sé qué, hizo que lo besara...
La risa de ambas me causó gracia y no tuve más remedio que morderme los labios para no delatar mi presencia. Cerré los ojos y vi pasar por mi mente imágenes de mi lejana infancia, mientras escuchaba la conversación.
Finalmente dijo:
- Entonces empezó a acariciarme toda, y yo a él. No te imaginas todo lo que sentí. Luego de unos minutos me aparté como un resorte, quise abotonar mi blusa y mi falda, pero los botones se habían caído; felizmente me prestó su casaca, bajé de la caseta del camión y me fui, olvidándome de ir a la casa de mi amigo Cañita por el disfraz. Desde aquel entonces, cada vez que lo veía a la salida del colegio me ponía roja como un tomate. Pasó el tiempo y no lo he vuelto a ver más, ¿por dónde andará?, quizá siga jugando al "lobo estás", no lo sé. Ahora solamente me quedan: su pequeña casaca y este recuerdo que me acompaña como mi propia sombra...
- ¿Ves la casa que está iluminada?.
- Sí.
Recuerdo que a las 7 de la noche de un sábado de julio, empezando la década del sesenta, fui a prestarme un disfraz de Caperucita Roja para una velada. Tenía 15 años, han pasado 17 y todo lo que ocurrió llena mi mente como si fuese hoy.
- ¿Qué pasó?, estás temblando, creo que se te ha bajado la presión.
- No me hagas caso, fueron cosas de chiquillos.
- Cuéntame, para que te sientas más tranquila.
- Tú sabes, en aquellos tiempos éramos inocentes.
- Claro, ahora somos pecadoras, ¿no?
- No te burles. Resulta que no encontré a mi amigo Carlos Cañita y mientras lo esperaba para que me preste el disfraz, me puse a jugar "Lobo estás" con los niños de su barrio... -hizo una pausa.
- No te quedes callada, sigues temblando.
- ¡Cómo se ha ido el tiempo amiga! y ahora al pasar por esta esquina viene a mi mente lo que pasó aquella noche. Tú sabes, retorno después de muchos años y los recuerdos llegan y me agobian. No debí haber retornado al pueblo... -luego otra pausa.
- Anda, cuéntamelo todo y te sentirás mejor.
- Recuerdo que estaba buscando un escondite bajo un camión, de repente un niño abrió la puerta de la caseta y me pidió con señas que me esconda allí, acepté y nos quedamos agachados, escuchando los pasos del lobo. Mejor otro día te sigo contando, vamos a llegar tarde a la casa de la Estandarte.
- Sé lo que te digo, cuéntamelo o seguirás sufriendo.
- Bueno, pasaban los segundos y el estar tan pegaditos me puso nerviosa, sobre todo sabiendo que era un niño travieso que se paraba en la esquina de las raspadillas viendo pasar a las colegialas, cuando de un momento a otro sentí su aliento en mi boca y un no sé qué, hizo que lo besara...
La risa de ambas me causó gracia y no tuve más remedio que morderme los labios para no delatar mi presencia. Cerré los ojos y vi pasar por mi mente imágenes de mi lejana infancia, mientras escuchaba la conversación.
Finalmente dijo:
- Entonces empezó a acariciarme toda, y yo a él. No te imaginas todo lo que sentí. Luego de unos minutos me aparté como un resorte, quise abotonar mi blusa y mi falda, pero los botones se habían caído; felizmente me prestó su casaca, bajé de la caseta del camión y me fui, olvidándome de ir a la casa de mi amigo Cañita por el disfraz. Desde aquel entonces, cada vez que lo veía a la salida del colegio me ponía roja como un tomate. Pasó el tiempo y no lo he vuelto a ver más, ¿por dónde andará?, quizá siga jugando al "lobo estás", no lo sé. Ahora solamente me quedan: su pequeña casaca y este recuerdo que me acompaña como mi propia sombra...
Huaraz, 28 de agosto de 1983
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.Chiquián