martes, 18 de diciembre de 2012

MURPHY SIEMPRE ACOMPAÑA AUN CUANDO NO LO INVITES - POR AGUSTÍN ZÚÑIGA GAMARRA (ACUCHO)

 
 
MURPHY SIEMPRE ACOMPAÑA AUN CUANDO NO LO INVITES

Por Agustín Zúñiga Gamarra (Acucho)

Sentado en la mesita de un restaurante de mi barrio espero la llegada del pedido, un  “cebiche de pescado”, acompañado de una cuzqueña.

Mientras discurren los segundos, me pregunto: ¿Qué hago aquí solo?, ¿Acaso no podía quedarme en casa?.  No se debe al hecho que soy soltero, consecuentemente no tengo a nadie que pregunte por mí, ni soliciten puntualidad a la hora del almuerzo. Sino que al salir de casa con una agenda determinada la varié en el camino,  producto que mi primer objetivo de lavar el carro no se cumplió, no tomé las providencias de asegurarme si habían  lavadores de carro, un domingo a la 1 de la tarde, luego de lavar el carro continuaría a otro lugar y volvería como a las 7 de la noche. Así que no habiendo lavadores en diversos lugares, decidí volver a casa. Estaba completamente seguro que  habría alguien, mi madre, hermana o sobrino. La realidad fue otra, no había nadie a las 2 de la tarde.

“Cómo puede ser esto, ahora que no cargo la llave no hay nadie, mientras todos los días que la llevaba en el maletín, nunca la usé, pues siempre había alguien en casa, para abrirme tan pronto sonaba el claxon”.

Esta vez había tocado una, dos, hasta tres veces. Como nadie se apersonó a abrir la puerta para chequear quién tocaba el claxon, decidí bajar del auto y tocar el timbre y la puerta. Lo hice y nadie respondió.

“Es un hecho,  no hay duda. Ahora que estoy sin llave, justo han salido todos. Ellos creyeron que llevaría conmigo la llave, por eso se fueron”. Rápidamente me pasó por la mente, “Murphy tenía razón: “Aunque exista una sola probabilidad de que algo falle, entonces, fallará”.

Sigo escribiendo en esta mesa, el cebiche ya vino, lo consumo lentamente. “si las palabras derramaran aromas, sentirían el típico ambiente de cubichería,  una mezcla exótica de ajíes, cebolla, limón, perejil y cerveza”.

El plato del cebiche es especial para los que escribimos en cualquier lugar, porque “no hay cuidado de si se enfría”. Por el contrario frío es más rico.

El bolígrafo rueda imparable, de rato en rato ingiero una cucharada de cebiche, el ambiente es perfecto, no extraño nada, estoy en otro mundo, viajo por los surcos de tinta sobre el papel. Hago un alto sólo para beber, el vaso de cerveza, que no debe calentarse. ¡Salud Acucho! Me grito yo mismo.
 
Por la ventana que da al parque del barrio de Ingeniería, a  una cuadra del hospital del Rímac, veo pasar a jóvenes enamorados que miran  hacia adentro dando la sensación que anhelarían entrar a comer algo, pero siguen de largo porque no podrían pagar, a ellos les falta dinero pero les sobra amor. Los miro, ni me conocen, ni yo tampoco a ellos. Entonces vuelven a la mente mis años de forastero en el extranjero, donde era completamente desconocido y podría sentarme en cualquier restaurante y no encontrar a alguien conocido. Allá lo comprendía, pero aquí a unas dos cuadras de casa, ocurría lo mismo.  Cómo cambian los tiempos o mejor cómo se renueva la gente, los mayores pasamos a ser desconocidos de los jóvenes. Son los ciclos de la vida.

El fuerte sonido de cumbias peruanas, norteñas y amazónicas, mezcladas con el eco de los diversos diálogos de los comensales, no permite recibir con nitidez algunas palabras, ni siquiera de los vecinos más próximos que están  a no más de 2 metros. Estoy en una isla, o en una celda, igual da estar en Ingeniería o en Buenos Aires o Sao Paulo. En cualquier caso el almuerzo en casa solo, es triste, así que prefiero estar aquí en medio del bullicio que volver a casa y no hallar a nadie. “A mal tiempo buena cara”, me digo mientras doy  las últimas cucharadas al cebichito. Al menos esta soledad me permitió escribir algo.

Antes de poner fin a la historia, les digo que cuando Murphy se hace presente, no queda más que llevarle la corriente y vencerlo con calma. Esta nota la estoy escribiendo en hojas de papel bond, y no en mis cuadernos, que porto en mi cartera, porque tampoco las tenía allí, sí estaban la cámara fotográfica, la grabadora de voz, lentes y lapiceros. Eso me di cuenta apoco de ingresar al restaurante y ubicarme en esta mesa cerca a la ventana por donde ingresa luz natural, mi lugar preferido. La moza me dejó  la carta para elegir el plato, luego se retiró, pero como demoraba busqué mi cuaderno en la cartera y no estaba. Entonces para corregir esta coincidencia de hechos fallidos que denotaban con certeza la presencia de Murphy (“Cualquier cosa que pueda ir mal, ... irá mal”), dejé el restaurante y fui a buscar alguna librería a Habich. Compré 6 hojas y volví, así creo que ya doblegué a Murphy o en todo caso estoy llevándome bien con él.

Ahora siendo las 4:03 de la tarde, dejo en el plato sólo la mitad del camote, y una rodajita de ají limo, el sabor fue increíble, terminé un plato de cebiche, solo, nunca lo había hecho, sin embargo ese improbable ocurrió.  Por eso concluyo diciendo: que hoy toda la tarde estuve acompañado de Murphy, y lo supe tratar bien, tanto que me acompañó a escribir esta nota.
 
Salud, Murphy!, Salud Acucho!.

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