Valle del Aynín
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JULIANCITO Y AUTOMARÍA
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Fue
una tarde fría a puertas de Navidad de 1960. En Chiquián el aire
cortaba la respiración. Las nubes preñadas de agua bogaban sobre Aquia. Una mangada gris amenazaba el valle del
Aynín.
Cerca del ocaso acompañé a “Papá viejo” para arrear becerros desde la hondonada de Pashpa hasta el empinado Maraurán.
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Todo el trayecto fue un concierto de: “arre, arre” “muu, muu", escoltados por pencas y eucaliptos que se mecían sonoros al compás del céfiro vespertino.
En el frontis del potrero de Maraurán mi abuelito revisó los bolsillos de su saco y no encontró la llave de nogal para abrir el portón. En aquel entonces se utilizaban candados de madera para proteger los potreros y sembríos.
En el frontis del potrero de Maraurán mi abuelito revisó los bolsillos de su saco y no encontró la llave de nogal para abrir el portón. En aquel entonces se utilizaban candados de madera para proteger los potreros y sembríos.
Candado de madera
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Cumpliendo
el encargo de traer la llave retorné al pueblo. Cuando me aproximaba caminando a la plalazoleta de Quihuillán pude
avistar a Juliancito, nuestro recordado “Mudito de Huasta”, recostado
con su abultado apachico en la casa de la familia Vicuña Valverde.
el lugar donde estaba recostado Juliancito
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De
pronto una racha de viento le arrebató el sombrero, arrastrándolo hacia la plazoleta. La viejecita "Automaría" que
pasaba por allí, tiró al piso el atado de leña que llevaba a cuestas y corrió tras el sombrero
hasta lograr asirlo, entregándoselo a Juliancito con una sonrisa. Todo
ello en presencia de un grupo de personas que estaban observando una partida de póquer bajo el umbral de la zapatería 'Rucu Feliciano”.
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Zapatería "Rucu Feliciano"
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Al
acercarme vi en los rostros de Juliancito y Automaría las dos
expresiones más sublimes del alma: la gratitud y la satisfacción por el
deber cumplido. El
júbilo de ambos fue indescifrable para mi pequeño corazón,
quedando sembrada en mi mente la semilla de bien de aquella humilde señora
que caminaba rauda, dando la impresión de estar flotando en el aire.
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Chiquián - Plazoleta de Quihuillán
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Desde
aquel día ha pasado mucha agua por las calles del barrio de
Quihuillán, borrando las huellas de mil caminantes, pero los pasos de
Automaría y Juliancito, personajes muy queridos por el pueblo,
permanecen indelebles en la memoria colectiva.
Julián Zavaleta Valdez
Breve comentario:
Cuando
ayudamos al prójimo nos acercamos espiritualmente a sus necesidades que también son nuestras en el duro camino de la existencia;
nuestro corazón vibra contento al socorrer a quien está pasando
penurias, cuyas bendiciones no tardan en darnos el abrazo fraterno.
Esta experiencia de vida fue mi mejor regalo navideño en Chiquián, pues con el ejemplo de la señora 'Automaría' de Quihuillán aprendí: que el ser humano nunca está demasiado atareado para ayudar, que no es demasiado pobre para dar sin esperar nada a cambio, y que en cualquier circunstancia, por más adversa que esta sea, debemos mostrarnos serviciales.
Huaraz, diciembre de 1981
Fuente:
Relatos campesinos, de Nalo Alvarado Balarezo
Relatos campesinos, de Nalo Alvarado Balarezo