EL PUQUIAL
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
"Los puquiales brotan del
corazón de la cordillera.
Son lágrimas santas que calman la sed de la Tierra".
Ernestina Yábar de Calderón
Son lágrimas santas que calman la sed de la Tierra".
Ernestina Yábar de Calderón
Aquella mañana de enero de 1959 el
sol rodaba huraño por los cerros cubiertos de ichu, cactáceas, huamanripa, colahuiru
y escorzoneras. La noche anterior llegué en pleno aguacero a Tupucancha para pasar mis vacaciones
escolares.
En uno de los corrales de la manada mi abuelita y dos pastoras asistían a "Cristina" en su primer parto, después de nueve meses de gestación.
- Es demasiado grande el ternero doña Catita, pobre "Cristina" está sufriendo desde la madrugada.
- Ten paciencia Lucinda, todo va a salir bien, mantén la calma.
Minutos después vino al mundo el hijo de "Cristina", concluyendo el parto con la expulsión de la placenta.
- Abuelita ¿y quién es el padre del becerrito?
- Es aquél, hijito -me dijo señalando con el índice a un enorme toro barroso, quedando bautizado desde ese momento como "Leonardo", recordando a un corpulento viajero coronguino que conocí en el poblado de Conococha.
Indagando sobre el origen de Leonardo, me enteré que mi papá lo había traído del Callejón de Huaylas en década del cuarenta, para mejorar la raza del ganado vacuno de propiedad de la familia.
Cada día al despuntar el elba íbamos con las reses a una lejana meseta de abundante pasto y agua cristalina. Leonardo, como todo buen padre, caminaba a la cabeza del grupo.
Pasó el tiempo y asomó la vejez. Sus años de padrillo (semental) concluyeron, mas no fue sacrificado, gracias al cariño que le profesaban los pastores.
Pronto asomó la madrugada en que Leonardo ya no pudo acompañar al grupo, por más que acariciábamos su frente para estimularlo. Entonces mi abuelita decidió mantenerlo pastando por inmediaciones de los corrales de la manada. Leonardo se sentía contento durante el día en la pequeña hondonada llena de matas de pasto fresco, a escasos metros de un puquial.
Cierto día de marzo de 1962 visitó Tupucancha mi tío Pablito (Pablo Calderón Anzualdo), a quien le conté lo ocurrido con Leonardo, y esta fue su explicación:
“Para dicha de Leonardo en la hondonada hay un puquial, y ya no tiene que caminar grandes distancias como lo hacía de joven y adulto para calmar su hambre y su sed. La vejez es así, hijito, en los animalitos de Dios y en los seres humanos. Cuando las piernas ya no obedecen y la vista se opaca, las mejores medicinas son: el agua, los alimentos sanos y el afecto al alcance de la mano. Es la ley de la vida, del que nadie que llega a viejo se escapa. Muchos comentan que en el África los elefantes tienen sus propios cementerios, pero no es así, lo cierto es que los elefantes y los animales silvestres en general, cuando sienten con mayor intensidad el peso de los años, procuran estar cerca de un ojo de agua, de un río o de una laguna, y permanecen por los alrededores hasta el momento final. El agua del puquial donde abreva Leonardo va directamente a la laguna de Conococha, a través de una canaleta que construyeron tus bisabuelos para que no se desperdicie ni ocasione aniegos; ellos siempre mantuvieron limpios los puquiales y los cursos de las aguas. Cuidemos el agua con amor, porque sin agua la Tierra no tendría vida. Te trasmito esta experiencia existencial para que la difundas a las nuevas generaciones, augurándoles una vida feliz en armonía con la Madre Naturaleza.”
En uno de los corrales de la manada mi abuelita y dos pastoras asistían a "Cristina" en su primer parto, después de nueve meses de gestación.
- Es demasiado grande el ternero doña Catita, pobre "Cristina" está sufriendo desde la madrugada.
- Ten paciencia Lucinda, todo va a salir bien, mantén la calma.
Minutos después vino al mundo el hijo de "Cristina", concluyendo el parto con la expulsión de la placenta.
- Abuelita ¿y quién es el padre del becerrito?
- Es aquél, hijito -me dijo señalando con el índice a un enorme toro barroso, quedando bautizado desde ese momento como "Leonardo", recordando a un corpulento viajero coronguino que conocí en el poblado de Conococha.
Indagando sobre el origen de Leonardo, me enteré que mi papá lo había traído del Callejón de Huaylas en década del cuarenta, para mejorar la raza del ganado vacuno de propiedad de la familia.
Cada día al despuntar el elba íbamos con las reses a una lejana meseta de abundante pasto y agua cristalina. Leonardo, como todo buen padre, caminaba a la cabeza del grupo.
Pasó el tiempo y asomó la vejez. Sus años de padrillo (semental) concluyeron, mas no fue sacrificado, gracias al cariño que le profesaban los pastores.
Pronto asomó la madrugada en que Leonardo ya no pudo acompañar al grupo, por más que acariciábamos su frente para estimularlo. Entonces mi abuelita decidió mantenerlo pastando por inmediaciones de los corrales de la manada. Leonardo se sentía contento durante el día en la pequeña hondonada llena de matas de pasto fresco, a escasos metros de un puquial.
Cierto día de marzo de 1962 visitó Tupucancha mi tío Pablito (Pablo Calderón Anzualdo), a quien le conté lo ocurrido con Leonardo, y esta fue su explicación:
“Para dicha de Leonardo en la hondonada hay un puquial, y ya no tiene que caminar grandes distancias como lo hacía de joven y adulto para calmar su hambre y su sed. La vejez es así, hijito, en los animalitos de Dios y en los seres humanos. Cuando las piernas ya no obedecen y la vista se opaca, las mejores medicinas son: el agua, los alimentos sanos y el afecto al alcance de la mano. Es la ley de la vida, del que nadie que llega a viejo se escapa. Muchos comentan que en el África los elefantes tienen sus propios cementerios, pero no es así, lo cierto es que los elefantes y los animales silvestres en general, cuando sienten con mayor intensidad el peso de los años, procuran estar cerca de un ojo de agua, de un río o de una laguna, y permanecen por los alrededores hasta el momento final. El agua del puquial donde abreva Leonardo va directamente a la laguna de Conococha, a través de una canaleta que construyeron tus bisabuelos para que no se desperdicie ni ocasione aniegos; ellos siempre mantuvieron limpios los puquiales y los cursos de las aguas. Cuidemos el agua con amor, porque sin agua la Tierra no tendría vida. Te trasmito esta experiencia existencial para que la difundas a las nuevas generaciones, augurándoles una vida feliz en armonía con la Madre Naturaleza.”
* * *
PUQUIAL, también llamado: ojo de
agua, manantial, naciente o espejo de agua, es una fuente de vida que fluye del
subsuelo, donde late el corazón de la
Tierra.
Los puquiales son muy sensibles a los contaminantes líquidos, sólidos y gaseosos que deterioran sobremanera la calidad del agua haciéndola dañina para la salud y la vida.
Hay puquiales de caudal constante durante los 365 días del año, como los que tributan sus aguas cristalinas a la laguna de Conococha, sobre todo en los meses de menor precipitación (lluvia, granizo, neblina), pero también existen puquiales que se agotan debido a la sobreexplotación o en épocas de grandes sequías.
El proceso natural de eliminación de contaminantes (autodepuración) de las aguas subterráneas es más lenta que la descontaminación de las aguas de superficie, máxime en las altas cumbres andinas donde se produce poca evaporación, lo que no contribuye a la pronta degradación de las bacterias; por tanto, el envenenamiento puede permanecer largos períodos.
De ahí que en este Milenio nos encontramos frente a un nuevo desafío: construir y consolidar una cultura de respeto irrestricto a las leyes de la Naturaleza, en cuyos postulados tenga prevalencia el cuidado del líquido vital; solamente así, como recomienda mi tío Pablito, garantizaremos una vida digna a las generaciones venideras. .
Los puquiales son muy sensibles a los contaminantes líquidos, sólidos y gaseosos que deterioran sobremanera la calidad del agua haciéndola dañina para la salud y la vida.
Hay puquiales de caudal constante durante los 365 días del año, como los que tributan sus aguas cristalinas a la laguna de Conococha, sobre todo en los meses de menor precipitación (lluvia, granizo, neblina), pero también existen puquiales que se agotan debido a la sobreexplotación o en épocas de grandes sequías.
El proceso natural de eliminación de contaminantes (autodepuración) de las aguas subterráneas es más lenta que la descontaminación de las aguas de superficie, máxime en las altas cumbres andinas donde se produce poca evaporación, lo que no contribuye a la pronta degradación de las bacterias; por tanto, el envenenamiento puede permanecer largos períodos.
De ahí que en este Milenio nos encontramos frente a un nuevo desafío: construir y consolidar una cultura de respeto irrestricto a las leyes de la Naturaleza, en cuyos postulados tenga prevalencia el cuidado del líquido vital; solamente así, como recomienda mi tío Pablito, garantizaremos una vida digna a las generaciones venideras. .
Laguna de Conococha - Chiquián, ANCASH
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Fuente:
Relatos de la puna, de Nalo Alvarado Balarezo