
JULIANCITO:
UN ABRAZO POR UNA SONRISA 
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Domingo
de cielo  azul en Chiquián (1960). Tengo 9 años y dos meses de edad. Es 29 de 
agosto, día de 
avellanas  rubricando el cielo de fiesta en homenaje a Santa Rosa de 
Lima, patrona  del pueblo. La risa de los niños de lozana primavera 
cuaja la mañana de  celosía multicolor. Los balcones del jirón 
Comercio aguardan silenciosas la Entrada, que el primero
 de septiembre romperá fuegos de colores en la plazoleta de Quihuillán.
Voy
  camino al barrio de Shulu, atraído por los sones de la banda  de 
Mangas, que toca la melodía "12 de octubre". Llego a la esquina de Comercio con Tarapacá, y allí está  parado
 Juliancito Zavaleta Valdez, nuestro querido "Mudito de Huasta", esperando que las tiendas  abran 
sus puertas solidarias.
Son
  las 7 de la mañana, Chiquián va despertando de la Salva con el padre 
Sol que 
pinta de oro los tejados ocres. Jualiancito me tiende su mano y no 
tengo pan,  tampoco una monedita que ofrecerle, mis bolsillos están 
vacíos, no mi  pequeño corazón que se inflama de emoción. Le doy
 un abrazo,  él me regala una sonrisa que se perenniza en mis 
latidos, porque el abrazo es el más noble de todos los sentimientos en 
las relaciones humanas, cuando la emoción anuda la garganta callando la 
voz. 
Dicen
 los entendidos, que en el silencio del abrazo comulgan dos corazones, 
pero el abrazo no solamente es contacto físico. Su poder espiritual 
repara dolencias, brinda confianza, entusiasma, aplaca el dolor más 
acerbo, la ansiedad, el temor y ayuda a convivir en paz con los demás, en alianza con Dios. 
El
 abrazo tiene un potente poder curativo, porque es una receta que viene 
del cielo. Un abrazo a tiempo nos hace sentir protegidos, elimina 
distancias, resentimientos y malos entendidos que nunca faltan en el 
cotidiano vivir. No hay persona en el mundo, por más poderosa que sea, 
que no necesite ser abrazado por otro ser humano, sobre todo de su 
entorno.
Con seguridad,  la misma emoción que sentí aquella mañana, siente el  trecho cuando 
abraza al camino, el arroyo  al río y  éste cuando abraza al ancho mar 
en un canto de libertad. 
Abrazos y sonrisas, amplios  caminos y ríos inagotables que conducen al 
supremo amor: el amor al prójimo por obra y gracia de Jesús.
* * * 
Aquella mañana del 29 de agosto de 1960 en Chiquián, una vez más comprendí que la sonrisa es el camino más  
corto hacía el corazón, y pinta de alborada el espíritu; que el abrazo es
  el lazo que une a los seres vivientes, abre horizontes y 
 alivia las heridas. También expresa reconocimiento, respeto y afecto.
Hoy, 3 décadas después, la sonrisa de Juliancito 
sigue iluminando mis pasos que van hacia ti, siempre hacia ti: amado paisano, amigo, hermano.
*
Parientana, 30 AGO 1991
 
 
Parientana, 30 AGO 1991
Fuente:
"CHIQUIÁN: Sentimientos" , de NAB
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