Jesús dijo: "Yo
soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente" (Juan 11:25-26).
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CHIQUIÁN EN EL RECUERDO
Por Nalo Alvarado Balarezo
Nuestra
querencia no es solamente el paisaje y la gente que habita su suelo.
En mi caso, quizá porque no nací en Jircán, pero sí mis raíces, me
fue fácil asimilar de adolescente, que CHIQUIÁN
es mucho más que ese binomio mágico: también es su sed, su hambre, su
risa, sus sueños, sus luchas por el desarrollo, su canto, su llanto, sus muertos...
No es la laguna Sequiancocha que se secó de repente, y con el tiempo
se hizo parcela habitable; es también Pisanamaría y su escoba, Matara y
su ccantuhuayta, Cuspón y doña Licuna, el Turumanya del maestro
Rubén; es Obraje y el barbudo Andrés, Carcas y su tarde taurina de
agosto, Cutacarcas con sus vacas lecheras de pelo y medio.
Chiquián
no termina en Caranca ni en Jaracoto, tampoco en Gilta, menos en
Cruz del Olvido; Chiquián es el viento de Rumichaca al caer la tarde
soñolienta, la mangada que viene de Florida, Ninán y Cucuna, sus caminos que
serpean junto a la cascada que cae y al arroyo que pasa riendo; es
el rayo, el relámpago y el trueno que nos avisan que sobre todas las cosas está DIOS.
Chiquián
es nuestra generosa laguna de Conococha que calma la sed del Callejón
de Huaylas. Son las manos alfareras que aplauden las obras de bien de
sus hijos y las que imploran por el hijo pródigo que no retorna; es la chicha en cuntu, el chinguirito caliente, el restallante rococho que mitiga el hambre, la
añoranza que espera insomne.
Chiquián es la herida que no cierra con aguja de
arriero ni con hilo de penca; es el arpa de la noche que trina lamentos
y juramentos; es la jaratanta que le gana la batalla a la solitaria
en una noche estrellada.
Chiquián es la lahuita con garancho que distrae a los
estómagos flacos, la llunca que hace más robustos a los chiuchis de
Pacra y el pojti solidario después de un velorio; es el chucarito de
Cuspón, el tocos de Macpún, el api y la huatia de Fragua, la cachisada
con papita arenosa de Huacacorral y su porción de tulpu con su toque
de ají de Racrán.
Chiquián es el gueli y el rantín; es el amanecer perfumado de
shulay; es la alforja, la talega y el apachico de ilusiones; es la
campana que dobla por el amigo que surca el éter una tarde de chirapa.
Chiquián
es el runchus y la rashta en la Pampa de Lampas donde la helada muerde el pellejo a su antojo; también el ichu que silba
huaynos chiquianos en Romatambo al compás del bombito de Antonio Padua Toro.
Chiquián es fiesta del alma campechana que une a propios
y extraños, con sus callecitas angostas y las raídas puertas de aliso que
aguardan al paisano errante, bajo el chueco umbral.
Chiquián
es la infancia que no se quiere ir del corazón y la nueva hornada que llega
crocante a reemplazarla. Es la joroba que asoma a paso lento con su
bastón de otoño; es el raudo volar de la primavera y el andar cansino
del ratash invierno.
Chiquián es la racuana, el caishi y el arado, el poncho y el
jacu, el sucu y el tucumán que abriga al cachiputu; es el llanque,
los callos y los pies cuarteados por la helada que baja gateando de Tucu.
Chiquián es el
aroma y el trino de Parientana, el chuluc y el ninacuru de
Tulpajapana, el tinyaco y el shulaco de Shulu, el dulce muchqui de
Mishay, la linda verbenita cabalgando por los caminos de herradura tras las huellas de
Luis Pardo...
En fin, no habría cuándo acabar, porque el terruño: !LO ES TODO¡
.
NAB.
IMÁGENES DEL RECUERDO:
ÁLBUM DE LA GRAN FAMILIA CHIQUIANA
Por Pacho Díaz, Vlady Reyes y Felipe Alvarado
Plaza de Armas de Chiquián - Foto: Marcos Chamorro Portilla