Antigua Plaza de Armas de Chiquián - Foto: Román Palacios
Lima, 02 de noviembre de 2014
HOLA SHAY:
Como todos los 02 de noviembre, hoy domingo, retornan a la memoria las décadas del sesenta y setenta, cuando nuestros padres y abuelitos buscaban la eternidad del alma, más allá de la línea que nos separa de los que emprendieron el Gran Vuelo. Un día de recogimiento espiritual que figura en el calendario católico desde el año 998.
.
Asoma en el recuerdo aquella Cruz turquesa del cementerio de Chiquián, símbolo de la victoria de Jesús frente al pecado, la desolación y la muerte; Divino Madero que fue el depositario de las plegarias, cánticos, velas encendidas y flores para los despojos ausentes, por más de una centuria. Actualmente es de material noble y cumple la misma misión como Árbol de Salvación..
.
Muchos paisanos retornaban al pueblo para orar en el cementerio y recordar en unión familiar a los seres queridos. Los pabellones de nichos lucían impecabales, los sepulcros personales se refaccionaban con antelación. Los ramos de flores en recipientes, las tarjetas recordatorias, las lágrimas de las ceras y la maleza recortada, eran señales de amor ferviente que se dejaban en la tumba del ser amado que un día partió a la eternidad.
Cómo olvidar aquellos banquetes que se preparaban en las casas con los potajes preferidos de los difuntos, para que los disfruten durante su visita. Inclusive en muchos hogares se construían altares con velas, Cruz, incienso, agua bendita, ofrendas y otros complementos de fe. Mi abuelita Catita nos decia: "El 2 de noviembre de cada año, Dios da su venia a los difuntidos para que nos visiten. Tenemos que atenderlos bien. Tienen que sentir que los amamos, sobre todo rezar con fe, y ellos nos bendecirán. No olviden que la muerte es una etapa de la vida, solamente, pues la existencia es eterna, por la gracia del Señor".
Más de una vez dejamos cartas junto a los potajes, contándoles lo bueno y lo malo que nos ocurrió durante el año, y de los sueños que teníamos para el siguiente; y así, año tras año, para no perder contacto con ellos, con la esperanza de que tampoco pierdan contacto con nosotros los que quedarán en casa, cuando hayamos partido, porque los cimientos del amor son más fuertes que la muerte. Un legado de fe de nuestros ancestros, como bendición divina, sin duda alguna.
Recuerdo con claridad los albores de noviembre de 1962, faltaba un mes para culminar la Educación Primaria en mi escuelita 378 de Chiquián. Luego de muchos ajetreos la mesa quedó servida en casa, para ser degustada por los difuntitos: wawas en formas de Cristo, llamitas y corderitos, potajes salados y dulces, chicha de jora y maní, hasta leche fresca en un recipiente impecable aguardaba. A las 10 de la noche todos nos fuimos a dormir dejando velitas misioneras junto a los potajes. Al despertar, a las 7 de la mañana, lo primero que hice fue ir "volando" al comedor. No hallé ni vestigio de la cena, la vajilla utilizada lucía reluciente, apilada en el centro de la mesa, y los manteles estaban doblados. "Qué alegría, los difuntitos comieron y bebieron todo, gracias Papalindo", pensé agradecido. Minutos después escuché este díalogo de dos ayudantes del servicio de transportes de la familía, donde daban cuenta sobre lo ocurrido con los potajes:
- Este año se pasó doña Catita en el Día de los Difuntos, nunca había disfrutado de un desayuno madrugador tan rico y variado.
- Yo también shay, hasta para mis hijitos me ha dado: panes, chicha y queso.
Hermanos míos:
Preservar año tras año nuestras costumbres, asegura su continuación hasta el final de los tiempos. Cultivar valores familiares consolida ese sentimiento de esperanza que nunca debemos perder, sobre todo honrando la memoria de nuestros muertos, recordándolos en unidad familiar. Una manera cristiana de lavar las huellas que siempre dejan en el alma las partidas. Solamente así las velas del amor filial seguirán ardiendo eternamente en nuestros corazones.
Oremos paisanos, amigos y familiares, por el descanso eterno de nuestros seres amados que se encuentran en la casa de Dios.
Nalo
Puerta de entrada al cementerio de Chiquián