Danilo Sánchez Lihón
1. La
sequía
Hace mucho tiempo, sobre la tierra se abatió una gran sequía.
Como
si todo estuviera condenado a desaparecer, ya no quedaban rastros de
molles ni quinuales, ni siquiera del ichu que crece en los altos
pajonales.
Perecieron
plantas y yerbas de colinas y bajíos, y hasta los líquenes y musgos que
se entretejen en las piedras se extinguieron bajo el sol implacable.
Los campos se cuarteaban de sed.
En el lecho de antiguos ríos y estanques se abrieron grietas y desde allí se extendían las llanuras polvorientas.
Las piedras se caldeaban sin árboles que les den sombra.
Sobre la tierra parda, de guijarros menudos y cortantes, silbaba el viento.
2. El
colibrí
Hasta la flor del qantu, la única que resiste y florece en la aridez y el estío, sintió cómo se marchitaban sus pétalos.
Luego se calcinaron sus hojas y después se fueron consumiendo sus raíces con el ardor de la tierra sin agua.
Pero de ella permanecía una rama con un capullo intacto, que poco a poco brotó entre unos tallos retorcidos.
Al
abrirse en flor, giró en dirección a la montaña sagrada y,
resistiéndose a morir, fue transformando sus pétalos en alas, su corola
en pecho, las espinas de su tallo en plumas cordales.
Y del estambre amarillo-azul-rojo, sobresalió la fina cabeza de un colibrí.
Agitándose en el aire, se desprendió dificultosamente de la planta que irremediablemente quedó calcinada.
3. En
la cima
Un breve instante revoloteó en el aire caliente.
Y, convirtiendo su debilidad en fuerza, enrumbó hacia lo alto en dirección a la cordillera.
Llegó hasta el borde de la laguna de Wacracocha incrustada en la roca más dura.
La
bordea sin atreverse a beber pese a su sed, ni siquiera con sus alas a
salpicar sus aguas que se extienden quietas en un cuenco plateado.
Después
de contemplar la penumbra insondable vuela hacia la cumbre del
Waitapallana, el cerro más alto entre una cadena de moles encrespadas y
de hondos precipicios jamás alcanzados por el halcón ni el cóndor ni el
águila.
Casi exhausto, el colibrí se posó en su cima helada por el viento.
4. La flor
del qantu
Con el corazón sangrante y el latido final que aún le queda, le suplica a la montaña:
– Padre Waitapallana. A ti te adoramos y a ti te pedimos, porque en tu entraña hemos sido engendrados.
Se detuvo y aspiró su último aliento:
– ¡Escúchanos Padre! –Dijo–. ¡Siente ternura por la tierra! Apiádate y sálvanos de la sequía.
Dicho esto, se desplomó y un haz de plumas quedó esparcido en la roca intocada, manchándose de rojo.
El Waitapallana siente una profunda congoja, que se une a la aflicción de ver a la tierra estéril y devastada.
Reconoce en el colibrí el perfume de su amada flor del qantu.
5. Ruedan
dos lágrimas
Tanto es su dolor y tan hondos sus latidos que dos lágrimas de durísima roca resbalan por sus mejillas.
Y caen desde lo alto sus los hondos precipicios.
Golpean en las aguas del Wacracocha, que se abren haciendo retumbar el universo.
El
estruendo, la congoja y las lágrimas del Waitapallana llegan hasta el
fondo del lago y despiertan al poderoso Amaru que duerme enroscado en
las profundidades a lo largo de la cordillera.
Lentamente se despereza. La tierra se mueve con violencia.
Y alza su cabeza que descansa en el lecho de la laguna encantada.
6. Fulgor
transparente
Caen
los cerros envueltos en polvo. Ruedan las peñas con un ruido bronco. El
Amaru desliza suavemente su cuerpo, mientras en la tierra se producen
derrumbes y cataclismos.
Al principio sólo un leve temblor se percibe en la superficie del lago envuelto en un cuenco de jaspe y granito.
Luego
hay un bamboleo en las orillas translúcidas. Y pronto un oleaje crecido
estremece las montañas, alzándose después una turbulencia de espumas y
aguas agitadas.
Por
el centro del lago aparece el divino Amaru, serpiente alada con cabeza
de llama y cola de pez sin tiempo, de ojos cristalinos y de un fulgor
transparente.
7. Se eleva
en el aire
Su hocico rojizo y párpados perfectos, con dos breves alas que se mueven a lo largo de su cuerpo.
Hunde y levanta la cabeza de lana blanca y bermeja que cubre su cuello, su frente y sus orejas.
Y pasea su mirada inocente en un extraño encuentro entre el día de afuera y la noche de adentro.
Con
sinuosos movimientos se desprende del agua y se eleva en el aire
ondulando estruendosamente su cuerpo de fábula. Y lucha con el sol.
Así vuelve a correr el agua cuando la vida parece extinguirse. Cae la lluvia y alumbran los ojos de los manantiales.
Reverdece
la hierba y son llenadas las quebradas, los arroyos y puquiales. Se
suavizan las praderas y se llenan los cauces de los ríos.