..FIESTA DE SANTA ROSA DE LIMA EN CHIQUIÁN
VIII
PRIMERA Y SEGUNDA TARDE DE TOROS
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
2 DE SETIEMBRE
(Día del Inca y Rumiñahui)
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Primera tarde taurina
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Desde
  las primeras horas de la mañana se realiza la Pinquichida en las casas
  de las mayoralas. También con el alba los comuneros empiezan a 
construir  pintorescas palincas (barandas en forma de tribunas con 
palos,   pellejos de vaca y listones de madera amarrados con sogas de 
cabuya,  cuero o de nylon), con suficiente espacio para albergar sillas y
 bancas  para los familiares y amigos. 
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Como una forma de hacer un ruedo más compacto, los
  lugares desiertos por donde pueden escaparse las vacas y los toros  
bravos son cubiertos con camiones, omnibuses y camionetas, que en la  
mayoría de los casos terminan con la capota del motor despostillada por
  las pisadas de los asustados curiosos que trepan temerosos de una  
cornada fatal.
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Gracias
  al aporte de paisanos benefactores, cada cierto tiempo se construye un
  coso de madera, con burladeros para el refugio de los toreros en el  
interior de la plaza, sin alterar la estructura de las tribunas de tierra donde  
reposan las palincas, ni la ubicación de los vehículos motorizados;  
garantizándose así, que los toros "no abusen" de los  
borrachitos que vuelan como cometas, entre ayes y carcajadas. Sin  
embargo ha motivado que muchos 'Romeos de poncho y sobresalto' pierdan  
la oportunidad de demostrar a sus 'Julietas de setiembre' lo macho que  
son al pasearse sudando frío en el ruedo junto a mil temblorosos  
enamorados más. Ya con el tiempo crearán nuevas fórmulas para flirtear a la 
 distancia sin tanto susto.
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A
  partir del mediodía la plaza de toros de Jircán comienza a engalanarse
  con la presencia del pueblo y de chiquianos visitantes, provenientes de diferentes latitudes. No falta el turismo interno: sombreros adornados  
con flores de Mangas y vestidos multicolores de Roca, haciendo de cada tendido un arco iris humano.
Antes de verse cara a cara con la muerte en el ruedo, los toreros visitan la Iglesia del pueblo para encomendarse Dios y a Santa Rosita. Es un pacto secreto entre el diestro y la fe.
Las avelladas anunciando la llegada del Inca y su séquito, son señales de estruendo y humo que la espera llegó a la recta final. Luego ingresan las cuadrillas de toreros y finalmente el Capitán y su comitiva con sus cabalgaduras resoplando al compás de la banda de músicos, precedidos por el Abanderado que lleva la Bandera peruana. Una vuelta al ruedo, saludos y aplausos. Se abre la compuerta y antes de que todos los caballos abandonen el ruedo, sueltan una vaca loca entre gritos y ayes. Gran parte de la plaza queda desierta. La corrida ha empezado, a persignarse unos y ajustar el * otros.
Tengo bien grabada en la memoria la primera corrida de toros de 1975. Nunca antes había visto bailar con tanta destreza y sentimiento a Rumiñahui. A escasos minutos para las 4 de la tarde hizo su ingreso mi amigo Pedro Rivera Ñato con su lanza bicolor de mando. Parecía un cóndor a punto de elevar vuelo batiendo sus remangas, como quién dice, abriendo campo para que pase campante el Inca (Raúl Santiago Márquez), las pallas y los paisanos huylisheando sin cesar al son de la orquesta. Y no fueron dos, sino tres a pedido del público, las vueltas que el Inca y su séquito dio al ruedo apretujado de curiosos, antes de ubicarse en la palinca. Luego llegó el Capitán (Manuel Roque Dextre) e hizo lo que tenía que hacer: demostró una vez más el por qué era considerado uno de los mejores ganaderos de la región: ducho sobre el caballo y por los toros bravos de su propiedad que se lucieron en aquella corrida memorable, con dos bandas de músicos tocando a todo pulmón y los manojos de pañuelos de las pallas flameando en todo lo alto. Al culminar la corrida, un borrachito que estuvo a mi lado durante la tarde, apretando una chata de Cartavio a su pecho, lloró de emoción y musitó "Ahora sí puedo morir tranquilo, he visto la mejor huaylisheada y la mejor corrida de mi vida".
Antes de verse cara a cara con la muerte en el ruedo, los toreros visitan la Iglesia del pueblo para encomendarse Dios y a Santa Rosita. Es un pacto secreto entre el diestro y la fe.
Las avelladas anunciando la llegada del Inca y su séquito, son señales de estruendo y humo que la espera llegó a la recta final. Luego ingresan las cuadrillas de toreros y finalmente el Capitán y su comitiva con sus cabalgaduras resoplando al compás de la banda de músicos, precedidos por el Abanderado que lleva la Bandera peruana. Una vuelta al ruedo, saludos y aplausos. Se abre la compuerta y antes de que todos los caballos abandonen el ruedo, sueltan una vaca loca entre gritos y ayes. Gran parte de la plaza queda desierta. La corrida ha empezado, a persignarse unos y ajustar el * otros.
Tengo bien grabada en la memoria la primera corrida de toros de 1975. Nunca antes había visto bailar con tanta destreza y sentimiento a Rumiñahui. A escasos minutos para las 4 de la tarde hizo su ingreso mi amigo Pedro Rivera Ñato con su lanza bicolor de mando. Parecía un cóndor a punto de elevar vuelo batiendo sus remangas, como quién dice, abriendo campo para que pase campante el Inca (Raúl Santiago Márquez), las pallas y los paisanos huylisheando sin cesar al son de la orquesta. Y no fueron dos, sino tres a pedido del público, las vueltas que el Inca y su séquito dio al ruedo apretujado de curiosos, antes de ubicarse en la palinca. Luego llegó el Capitán (Manuel Roque Dextre) e hizo lo que tenía que hacer: demostró una vez más el por qué era considerado uno de los mejores ganaderos de la región: ducho sobre el caballo y por los toros bravos de su propiedad que se lucieron en aquella corrida memorable, con dos bandas de músicos tocando a todo pulmón y los manojos de pañuelos de las pallas flameando en todo lo alto. Al culminar la corrida, un borrachito que estuvo a mi lado durante la tarde, apretando una chata de Cartavio a su pecho, lloró de emoción y musitó "Ahora sí puedo morir tranquilo, he visto la mejor huaylisheada y la mejor corrida de mi vida".
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La corrida a cargo del Capitán se inicia a las 4 de la tarde. Se
  lidian seis toros bravos y dos vacas chuscas encargadas de 'limpiar la
  plaza'. Por cosas del clima es momento de una corta llovizna que cae  
como una bendición para suavizar el ruedo de lija (cascajo y tierra).
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Durante
  el intermedio: el Capitán, su comitiva, familiares y curiosos dan un  
paseo por la plaza bajo las notas de la banda de músicos, una incesante 
 lluvia de caramelos, bizcochuelos, cerveza y aplausos. Si en este  
intervalo, un voluntario hace notar su decisión de convertirse en el  
futuro Capitán, se le cede el sombrero, corona, banda y cabalgadura,  
iniciando junto al nuevo Abanderado y sus acompañantes una vuelta al  
ruedo para recibir la anuencia del público, que empieza a augurar si la 
 próxima fiesta será buena, regular o mala. El Capitán escoge su 
comitiva  dentro de los miembros de su familia y del entorno más cercano
 de sus  amistades de la infancia o su centro de labores. 
Llama la atención ver el ruedo abarrotado de vendedores de helados, cancha 'poc-corn', alfeñiques y manjares costeños. En algunas ocasiones los toros embisten a estos sufridos vendedores, a quienes no les queda más remedio que despedirse de sus helados, bandejas, bizcochos y camisas que quedan hechas trizas por las filudas astas de los bravos. Ni qué decir de los espontáneos, quienes por tratar de impresionar a la dama de sus sueños, deambulan 'muertos en vida', obstaculizando la faena de los toreros y aficionados del lugar; es decir, estos 'temblorosos diestros' colman el coso, culminando su periplo taurino con el calzoncillo cargado de miedo.
En mis años mozos se lidiaban algunos toros de muerte, que despachaba al camal para su venta por arrobas, el torero regional 'Romerito el quisipatino', vestido de seda y oro, con no menos de diez banderillas que terminaban regadas en el piso y media docena de estocadas entre el lomo y la panza del semental, que encendían pasiones encontradas en el público. Prácticamente estos animalitos de Dios quedaban como rayadores de beterraga (betarraga) y su agonía no cesaba si el experimentado Augusto Peña Mendoza, a quien llamamos de cariño 'Shatanco', encargado de sacar los toros, los ahorcaba con un torniquete en el cuello, con ayuda del torero y sus ayudantes. Augusto Peña, un chiquiano comedido y soñador, siempre tiene en la mirada la esperanza de una buena tarde de toros para el deleite del pueblo, ya cuando las sombras cubren Jircán, mira el horizonte con esos ojos de quien no quiere que se acabe la labor que ama.
La primera tarde taurina agoniza cuando el sol desaparece tras el Huayhuash, circunstancias que aprovecha el torero que realizó una buena faena para darse una vuelta al ruedo, pidiendo un donativo con la roja y amarilla extendida por cuatro subalternos, aunque no falta una piedrita lanzada con disimulo por algún ácido comentarista de palinca.
Uno que otro año el coso se tiñe de rojo con la sangre de los borrachitos que son pasados, repisados y repasados sin compasión por las pezuñas y las astas del toro. "Le ha agrandado el uchcu", dice uno. El otro le pregunta: ¿como sabes shay, acaso eres de Mangas". "No ves que uno de los cuernos está ocre", retruca de inmediato. "Mostacero tenías que ser", finaliza el diálogo en la palinca, mientras el dueño del toro, emocionado hasta el llanto, grita desde el fondo del alma telúrica: ¡¡¡banda, un pasodoble¡¡¡, y la banda de Llipa entona un clásico taurino. Hacer clic:
Llama la atención ver el ruedo abarrotado de vendedores de helados, cancha 'poc-corn', alfeñiques y manjares costeños. En algunas ocasiones los toros embisten a estos sufridos vendedores, a quienes no les queda más remedio que despedirse de sus helados, bandejas, bizcochos y camisas que quedan hechas trizas por las filudas astas de los bravos. Ni qué decir de los espontáneos, quienes por tratar de impresionar a la dama de sus sueños, deambulan 'muertos en vida', obstaculizando la faena de los toreros y aficionados del lugar; es decir, estos 'temblorosos diestros' colman el coso, culminando su periplo taurino con el calzoncillo cargado de miedo.
En mis años mozos se lidiaban algunos toros de muerte, que despachaba al camal para su venta por arrobas, el torero regional 'Romerito el quisipatino', vestido de seda y oro, con no menos de diez banderillas que terminaban regadas en el piso y media docena de estocadas entre el lomo y la panza del semental, que encendían pasiones encontradas en el público. Prácticamente estos animalitos de Dios quedaban como rayadores de beterraga (betarraga) y su agonía no cesaba si el experimentado Augusto Peña Mendoza, a quien llamamos de cariño 'Shatanco', encargado de sacar los toros, los ahorcaba con un torniquete en el cuello, con ayuda del torero y sus ayudantes. Augusto Peña, un chiquiano comedido y soñador, siempre tiene en la mirada la esperanza de una buena tarde de toros para el deleite del pueblo, ya cuando las sombras cubren Jircán, mira el horizonte con esos ojos de quien no quiere que se acabe la labor que ama.
La primera tarde taurina agoniza cuando el sol desaparece tras el Huayhuash, circunstancias que aprovecha el torero que realizó una buena faena para darse una vuelta al ruedo, pidiendo un donativo con la roja y amarilla extendida por cuatro subalternos, aunque no falta una piedrita lanzada con disimulo por algún ácido comentarista de palinca.
Uno que otro año el coso se tiñe de rojo con la sangre de los borrachitos que son pasados, repisados y repasados sin compasión por las pezuñas y las astas del toro. "Le ha agrandado el uchcu", dice uno. El otro le pregunta: ¿como sabes shay, acaso eres de Mangas". "No ves que uno de los cuernos está ocre", retruca de inmediato. "Mostacero tenías que ser", finaliza el diálogo en la palinca, mientras el dueño del toro, emocionado hasta el llanto, grita desde el fondo del alma telúrica: ¡¡¡banda, un pasodoble¡¡¡, y la banda de Llipa entona un clásico taurino. Hacer clic:
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El terror empieza cuando el toro sale con furia. Es cuando madres, abuelitas, hermanas, cuñadas, vecinas y enamoradas se encomientan al Señor de Conchuyacu y a Santa Rosita  apretando su Rosario. ¡Ahuracilo!!!! gritan trémulas, "busca a tu papá no lo veo por ningún lado, te dije que no lo dejaras salir de la casa". Pasa el peligro y vuelve el alma al cuerpo. 
03 DE SETIEMBRE
(Día del Inca y Rumiñahui)
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Es
  organizada por la Municipalidad y los comisarios (donantes de toros  
bravos). Desde muy temprano el Capitán, su comitiva, el Inca y su  
séquito visitan la casa de los comisarios para continuar con la  
Pinquichida donde se consume hasta la última gota del licor sobrante de 
 la fiesta y los pocos panes y jaratantas que quedan. 
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En
  esta corrida la asistencia de público es menor, pues muchos visitantes
  ya retornaron la anoche anterior a sus lugares de procedencia. En  
ocasiones la cantidad se mantiene o es superada, cuando cae fin de  
semana y acuden presurosos muchos paisanos de los problados cercanos.  
También depende de los toros y toreros que lleve al ruedo la autoridad  
edil. Si el toro deja regados a su paso: chalinas, ponchos, sombreros, capas, pañuelos y sobre todo cuerpos tendidos con los brazos en cruz, las pallas cantan "Viva, viva Comisario", y la banda, para no quedarse atrás, entona la mejor melodía de su repertorio.
Después de la corrida, a oscuras, se inicia el lento movimiento de camiones y omnibuses; se desarman las palincas y viene la marcha de las sillas, sogas, bancas y pellejos, mientras muchos borrachitos 'heridos de muerte' más por el 'racumín' ingerido que por los pitones de los bravos, duermen adormecidos en algún lugar de la plaza, sin llanques, poncho, sombreros y ni un sol en los bolsillos que los alumbre durante el retorno a casa.
Después de la corrida, a oscuras, se inicia el lento movimiento de camiones y omnibuses; se desarman las palincas y viene la marcha de las sillas, sogas, bancas y pellejos, mientras muchos borrachitos 'heridos de muerte' más por el 'racumín' ingerido que por los pitones de los bravos, duermen adormecidos en algún lugar de la plaza, sin llanques, poncho, sombreros y ni un sol en los bolsillos que los alumbre durante el retorno a casa.
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A
  partir de este momento comienza el desfile de vehículos por Caranca 
con  destino a Huaraz, al norte del país y a Lima. Muchos rostros  
soñolientos y media centena de corazones nostálgicos deambulan como  
fantasmas por el pueblo, la mayoría con la barba crecida, los labios  
reventados por el calor de estómago de tanto libar chinguirito, y algunos sin  
haberse cambiado de ropa durante la festividad. Un inesperado bebé  
nacerá nueve meses después, muchos planes para el próximo año, promesas,
  juramentos y nuevas historias de amor sobre el kikuyo bajo la cómplice
  luna de Maraurán.g
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¿Pero
  qué hacíamos muchos niños traviesos durante las corridas cuando la  
plaza era techada? Algo fantástico, pero de 'mal de ojo': recorríamos  
debajo de las palincas levantando la mirada hacia el ralo entablado, que
  al no estar machihembrado, nos permitía ver lindos encantos en una  
pasarela abarrotada de futuras pallas de faldellín. A la mañana  
siguiente, el 'santo orzuelo' adornaba nuestros párpados.
Ya en la noche de la primera corrida me quedaba en la plaza de toros a cuidar los camiones de mi papá. Hacían lo propio Tocho, Iván y Papi Robles, los nietos de don David Aldave Proaño de Jupash, entre otras perlas con quienes detonábamos las bombardas que quedaron regadas intactas después de la Entrada y la primera corrida. Con certeza, más de uno se quedó sin uñas durante el estruendo, que repetíamos hasta que se agoten todas. En las palincas los comuneros calentaban la noche con chinguirito o las caricias de una damisela entre el pellejo y la jerga.
Cerca de la medianoche hacíamos una menuda corrida donde Patuco Calderón hacía de 'nunatoro' utilizando dos difuntas avellanas como cuernos y un pedazo de pellejo sobre el hombro. Los novilleros en miniatura que más se lucieron a inicios de los sesentas fueron: Genaro Aldave 'Lulu Lapicho', Carlos Palacios 'Cañita', Adolfo Calderón 'Lipat', Manuel Alvarado 'Sapra mañuco júnior.', Antonio Núñez 'Anchita', Aniceto Carhuachín 'Añico', Milo Alvarado 'Pichinita', Miguel Ramírez 'El cuye', Héctor Jacinto Robles 'Tocho' y su hermano Iván Filomeno quien años más tarde ingresaría por la puerta grande a las ligas mayores de la tauromaquia provinciana. Después de recrearnos dormíamos soñando con una manoletilla o una chicuelilla, dependiendo del estado del coso.
Ya en la noche de la primera corrida me quedaba en la plaza de toros a cuidar los camiones de mi papá. Hacían lo propio Tocho, Iván y Papi Robles, los nietos de don David Aldave Proaño de Jupash, entre otras perlas con quienes detonábamos las bombardas que quedaron regadas intactas después de la Entrada y la primera corrida. Con certeza, más de uno se quedó sin uñas durante el estruendo, que repetíamos hasta que se agoten todas. En las palincas los comuneros calentaban la noche con chinguirito o las caricias de una damisela entre el pellejo y la jerga.
Cerca de la medianoche hacíamos una menuda corrida donde Patuco Calderón hacía de 'nunatoro' utilizando dos difuntas avellanas como cuernos y un pedazo de pellejo sobre el hombro. Los novilleros en miniatura que más se lucieron a inicios de los sesentas fueron: Genaro Aldave 'Lulu Lapicho', Carlos Palacios 'Cañita', Adolfo Calderón 'Lipat', Manuel Alvarado 'Sapra mañuco júnior.', Antonio Núñez 'Anchita', Aniceto Carhuachín 'Añico', Milo Alvarado 'Pichinita', Miguel Ramírez 'El cuye', Héctor Jacinto Robles 'Tocho' y su hermano Iván Filomeno quien años más tarde ingresaría por la puerta grande a las ligas mayores de la tauromaquia provinciana. Después de recrearnos dormíamos soñando con una manoletilla o una chicuelilla, dependiendo del estado del coso.
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GALERÍA FOTROGRÁFICA
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Construcción de palincas
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Construcción de palincas
t
4
Primera tarde de toros
3


5
Pinquichida y segunda tarde de toros
5
4
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Fuente: 
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Capítulo  XIV de la novela "DEL MISMO TRIGO"
 1993 - Bodas de Oro del Colegio  Nacional "Coronel Bolognesi" de 
Chiquián. En Internet desde el 2003.
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