Hace unos años  visité "Espejito del cielo" en la fiesta patronal. Fue la noche de  la Salva, cuando  parado de poncho y sombrero bajo un alero, escuché conversar a dos mujeres que  se detuvieron en la esquina de mi cuadra.

-¿Ves la casa que está iluminada?.
-Sí.
Recuerdo  que a las 7 de la noche de un sábado de julio fui a prestarme un disfraz de  Caperucita para una velada. Tenía 15 años, han pasado 25 y todo viene a mi mente  como si fuera hoy.
-¿Qué pasó?, estás temblando...
-No me hagas caso,  fueron cosas de chiquillos.
-Cuéntame, para que te sientas más  tranquila.
-Tú sabes, en aquellos tiempos éramos inocentes.
-Sí, claro.
-Resulta que no encontré a mi amigo Cañita  y mientras lo esperaba  para que me preste  el disfraz, me puse a jugar al lobo estás con los niños de su  barrio...
-No te quedes callada, sigues temblando.
-Cómo se ha ido  el tiempo amiga y ahora al pasar por esta esquina viene a mi mente lo que  ocurrió. Tú sabes, retorno después de muchos años y los recuerdos llegan y me  agobian.
-Anda, cuéntamelo todo y te sentirás mejor.
-Recuerdo que  estaba buscando un escondite bajo un camión, cuando un niño abrió la puerta de  la caseta y me pidió con señas que me esconda allí, acepté y nos quedamos  agachados, escuchando los pasos del lobo.
-Mejor otro día te sigo  contando, vamos a llegar tarde a la casa de la Estandarte.
-Sé lo que te  digo, cuéntamelo o seguirás sufriendo.
-Bueno, pasaban los segundos y el  estar tan pegaditos me puso nerviosa, sobre todo sabiendo que era un niño  travieso que se paraba en la esquina de las raspadillas viendo pasar a las  colegialas, cuando de un momento a otro sentí su aliento en mi boca y un no  sé qué, hizo que lo besara...
La risa de ambas me causó gracia y no tuve  más remedio que morderme los labios para no delatarme. Cerré los ojos y vi pasar por mi mente imágenes de mi infancia, mientras escuchaba:
-Entonces empezó a acariciarme y yo  a él. No te imaginas lo que sentí, todo me dada vueltas. Luego de unos minutos  me aparté como un resorte, quise abotonar mi blusa y mi falda, pero los botones se habían  caído; felizmente me prestó su casaca, bajé de la caseta del camión y me fui.  Desde aquel entonces, cada vez que lo veía me ponía roja. Pasó el tiempo y no lo  volví a ver. Ahora solo me quedan su pequeña casaca y este recuerdo que me  acompaña como una sombra...
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