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EL CEREBRO QUE LEE: UN INVENTO RECIENTE
Por: Alison Gopnik
Originalmente publicado como “Mind Reading”. The New York Times, 3 de enero de 2010 (http://www.nytimes.com/2010/01/03/books/review/Gopnik-t.html?nl=books&emc=booksupdateema3). Traducido por Alberto Loza Nehmad.
Reseña del libro de Stanislas Dehaene, Reading in the Brain: The Science and Evolution of a Human Invention; Viking Press; 388 pp.
En este mismo momento, usted en realidad está moviendo los ojos sobre una página en blanco punteada con marcas negras; no obstante, simplemente siente que está perdido en el universo de las reseñas de libros del New York Times, alerta ante el perfume seductor de una promisoria nueva novela y la amarga mordida de un feroz ataque crítico. Esa transformación de marcas arbitrarias en experiencia vívida es uno de los grandes misterios de la mente humana. Es especialmente misteriosa porque la lectura es una invención relativamente reciente que data de hace algunos 5,000 a 10,000 años. Nuestros cerebros no evolucionaron para leer.
Stanislas Dehaene, un distinguido científico cognitivo francés, ha ayudado a desenredar ese misterio. Sus dotes, en exhibición en Reading in the Brain [Leer en el cerebro], incluyen una aptitud para los experimentos complejos y un apetito por el detalle. Esto trae consigo una excelente ciencia pero no, paradójicamente, una fácil lectura. Con todo, su libro recompensará el estudio cuidadoso, pese a que este no inspire una gozosa absorción.
Dehaene comienza describiendo los señaladamente complicados circuitos neuronales dedicados a pasar de marcas a pensamientos. Luego explica cómo la lectura se desarrolló históricamente (desde las inscripciones sumerias hasta los alfabetos griego y romano y los caracteres chinos), cómo aprendemos a leer de niños y por qué la dislexia hace tan difícil la lectura.
Cada vez que usted completa un test de reconocimiento de palabras para la seguridad de un sitio web, está rindiendo un inconsciente homenaje a la sofisticación y sutileza del cerebro lector. Los más avanzados robots de spam no pueden ni siquiera reconocer las letras tan bien como nosotros, y ni qué decir de recuperar el significado que se esconde detrás de ellas. La ciencia cognitiva ha mostrado que las más simples de las experiencias (hablar, ver, recordar) son resultados de computaciones diabólicamente complejas.
Dehaene, sin embargo, presenta un argumento que va más allá de la lectura, un argumento acerca de la misma naturaleza humana. En Reading in the Brain, él adopta la retórica de lo innato, un complejo de ideas desarrollado por Noam Chomsky hace 50 años y popularizado por psicólogos evolucionistas como Steven Pinker. Sostiene que leer está altamente constreñido por estructuras del cerebro fijas, innatas, que tienen solo poca flexibilidad, la suficiente como para permitir que pueda emerger esta habilidad sin precedentes.
Pero hay dos formas muy diferentes de lo innato. Chomsky propuso que nacemos con estructuras cognitivas y neuronales específicas, genéticamente determinadas, estructuras que van más allá de unos pocos mecanismos generales de lectura. Este tipo de característica innata se ha convertido en la verdad establecida en la ciencia cognitiva. El cerebro no es una tabla rasa.
No obstante, el otro, más significativo tipo de lo innato tiene que ver no con la historia de la mente sino con su futuro. Chomsky también sostenía que la estructura innata le pone fuertes constreñimientos a la mente humana. Los psicólogos evolucionistas que le hacen eco a Chomsky dicen que permanecemos con los mismos cerebros que nuestros ancestros cazadores recolectores, con solo unos pocos retoques por fuera.
Muchos científicos sociales rechazan esta segunda afirmación. Una nueva generación de científicos cognitivos y neurocientíficos está comenzando a rechazarla, también. En los últimos años, los científicos computacionales han desarrollado nuevas técnicas de aprendizaje en las máquinas que permiten a las computadoras hacer genuinamente nuevos descubrimientos, y los científicos cognitivos han empezado a descubrir que inclusive las mentes de los niños en gran medida aprenden de la misma forma. Al mismo tiempo, los neurocientíficos han descubierto que el cerebro es mucho más plástico (más influenciado por la experiencia) de lo que solíamos pensar. El cerebro está altamente estructurado, pero es también extremadamente flexible. No es una tabla rasa, pero tampoco está inscrito sobre piedra.
Dehaene describe algunas evidencias fascinantes y convincentes de lo innato de primer tipo. En uno de los capítulos más interesantes, sostiene que las formas que usamos para hacer letras escritas reflejan las formas que los primates usan para reconocer los objetos. Después de todo, yo podría usar cualquier garabato arbitrario para codificar el sonido al inicio de Tree [árbol] en lugar de una T. Sin embargo, las formas de los símbolos escritos, son en verdad sorprendentemente similares en muchos idiomas.
Resulta que las formas T son importantes también para los monos. Cuando un mono ve una forma T en el mundo, es muy probable que sea para indicar el borde de un objeto, algo que el mono puede coger y quizá comer. Un área especial de su cerebro le presta atención especial a esas formas significativas. Los cerebros humanos usan la misma área para procesar las letras. Dehaene plantea convincentemente que estas áreas del cerebro han sido “recicladas” para leer. “Nosotros no inventamos la mayoría de nuestras formas para las letras”, escribe. “Ellas permanecieron dormidas en nuestros cerebros por millones de años y fueron solamente redescubiertas cuando nuestra especie inventó la escritura y el alfabeto”.
No obstante, el mismo hecho de que nuestros cerebros se hayan vuelto tan exquisitamente adaptados para la lectura, parece un argumento en contra del segundo tipo de lo innato: que está inscrito en piedra. Dehaene también aprueba la posición chomskyana de que la lectura está altamente constreñida (de que “las nuevas invenciones culturales solo pueden ser adquiridas siempre y cuando ellas se ajusten a los constreñimientos de nuestra arquitectura cerebral”) pero no está tan claro de que él realmente la crea. Por ejemplo, sostiene que el cerebro primate ha evolucionado para tratar las formas simétricas, como el par de letras “p” y “q” o “b” y “d”, como si fueran las mismas. Esto explica por qué los niños y los disléxicos tienen tantos problemas para distinguir estas letras. Esto también explica nuestra extraordinaria habilidad para escribir o leer inversamente. Muchos niños espontáneamente invierten no solamente letras individuales sino párrafos enteros de texto.
Pero si la lectura está tan ajustadamente constreñida por una estructura cerebral innata, esperaríamos simplemente que nunca usaríamos letras como b y d. En lugar de ello, Dehaene muestra cómo el cerebro lector ha desarrollado una nueva actividad para discriminar estas simetrías, inclusive al nivel neuronal. Un cerebro en desarrollo que está expuesto a letras simétricas con diferentes significados se recableará y superará su natural ceguera ante la simetría.
Nacemos con un cerebro altamente estructurado. Sin embargo, esos cerebros también son transformados por nuestras experiencias, especialmente por nuestras experiencias tempranas. Más que cualquier otro animal, nosotros los humanos constantemente cambiamos la forma de nuestro medio. También tenemos una niñez excepcionalmente larga y cerebros jóvenes especialmente plásticos. Cada nueva generación de niños crece en un nuevo medio que sus padres han creado, y cada generación de cerebros se cablea de una manera diferente. La mente humana puede cambiar radicalmente en tan solo unas pocas generaciones.
Estamos viendo una nueva generación de plásticos cerebros bebés cambiados por el nuevo ambiente digital. Los hippies baby boomers [nacidos en la posguerra hasta mediados de la década del 50. N. del t.] oían a Pink Floyd mientras luchaban para crear gráficos interactivos en computadora. Sus niños de la Generación Y [post X. N. del t.] crecieron con esos gráficos como una segunda naturaleza, como parte de sus experiencias tempranas tanto como lo son el lenguaje o la imprenta. Existen todas las razones para pensar que sus cerebros serán tan sorprendentemente diferentes como el cerebro lector lo es del cerebro iletrado.
¿Debería esto inspirar pena o esperanza? Sócrates temía que la lectura socavaría el diálogo interactivo. Y, por supuesto, tenía razón, leer es diferente que hablar. Los antiguos medios del discurso, la canción y el teatro fueron radicalmente cambiados por la lectura, aunque nunca fueron enteramente suplantados, quizá un consuelo para aquellos de nosotros que aún nos emocionamos con el olor de una biblioteca.
Sin embargo, la danza a través del tiempo entre los viejos cerebros y los nuevos, padres e hijos, tradición e innovación, es ella misma una parte profunda de la naturaleza humana, quizá la parte más profunda. Tiene su lado trágico. Orfeo observaba a los amados muertos deslizarse irrecuperablemente hacia el pasado. Nosotros los padres tenemos que observar a nuestros hijos deslizarse irrecuperablemente hacia un futuro que nunca alcanzamos nosotros mismos. Pero, con seguridad, al final, la historia del interminablemente recableado cerebro que lee, que aprende, que hipervincula, es más esperanzadora que triste.
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