RECUERDOS
SAFARI EN CHIQUIÁN 
.Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
.Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
"Dicen
   que la globalización extinguirá la fantasía de la Tierra, y
   que los sueños se esfumarán dando paso a la cruda realidad. Creo que
  es  un decir, pues el Hombre no es de carne, huesos, tripas y pellejo 
solamente,   sino mucho más. Tenemos sentimientos, tenemos el Sol, la 
Luna, los   pájaros, las flores, la lluvia. Tenemos la noche para 
descansar y el   alba para renacer con el canto del pichuichanca. 
Tenemos a la Madre   Naturaleza y al Cosmos, es cuestión de amarlos para
 que nos sigan   nutriendo el cuerpo, la mente y el alma, con alegría 
plena. Tenemos esa   inocencia de pueblo que nunca debemos de perder. 
Tenemos la Biblia al   alcance de la mirada, donde están todas las 
preguntas y repuestas para   seguir andando de la Mano del Creador" Nalo AB, 01 ENE 2000.
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Mis
   visitas a los “zoológicos” chiquianos de Shulu, Cruz del Olvido y   
Tranca eran permanentes en mi infancia. De todos ellos Shulu fue el   
lugar preferido por los chiuchis para cazar tinyacos (familia de las   
abejas). Allí ingresábamos con Anchita y Arti, encontrando casi siempre a 
  Tocho y Hualín, clavados como estacas humanas entre la vegetación,   
esperando el sonoro aterrizaje de sus víctimas para  atraparlas con sus 
 manos. Los tinyacos machos tienen un aguijón y sus  ojos son retintos, 
 los ojos de las hembras son plomizos.
.
 
En
  ocasiones asomaban al lugar niños inexpertos en este tipo de caza. Si 
 atrapaban una  hembra en el primer intento todo iba bien, mas si el  
tinyaco era  macho no se dejaba esperar un dolido lamento por el aguijón,  
mientras el alado  se ponía a salvo volando a gran altura. Al escuchar  
los sollozos, los  más diestros socorrían al lesionado con un barnizado de  
saliva en la mano  afectada.
En el cuello de estos sufridos  himenópteros enlazábamos un hilo  
'Canuto' de cinco  metros de largo. Luego los soltábamos, "y a volar se  
ha dicho”, hasta que  mi tía María Balarezo Barrenechea, hermana de mi abuelo Tencho, "administradora del parque 
 de diversiones" nos corriera a palazo limpio. 
Los mejores tinyaqueros de Shulu fueron: Ishico Samamé, Gonzalo Calderón, Lucho Aldave, Coqui Alarcón, Javier y Diógenes Bolarte, Leo Lastra, Adrián Abarca, Lucho Rueda, Wili Barba, Acucho Zúñiga, Javier y Edgar Barrenechea, Abchu Chávez, Chanti Gamarra, Enrique Jara, Felipe Alvarado, Lalo Dextre; Carlos, Alberto y Oshva Reyes, Chiflo Espinoza, Iván Damián, Alfonso Aranda, Ecush Ñato, Lucho Santos y Martín Robles. Por su corta edad: Lucho Barrenechea, Rogelio Ibarra, Oshca Santos, Miguel Balarezo, Milton Gamarra, Edgar Carrillo, Nando Alarcón, Ulises Zúñiga, Vladi Reyes y Pishuquito Díaz, integraban el confitado grupo de los “observadores de pañal”.
En el descampado solar de Cruz del Olvido la competencia era reñida, ya que estaba frecuentado por un batallón de niños que vivían en Huarampay, Jircán, por el mercado de abastos, Puente Cantucho, Capulipata y junto al Coso (recinto de encierro de reses y burros dañeros). Los más afamados tinyaqueros de este parque fueron: Carlos y Guillermo Palacios, Chanti Yabar, Lloqui Allauca, Achena Gamarra, Rodolfo Jara, Lucho y Chechi Alva, Nica y Yoga Rivera, Wilber Padilla, Pedro Miranda, Añico Carhuachín, Lucio Castillo; Jaime y Marco Chirinos; Carlos y César Ramírez; Gelacio y Rodi Valderrama, Papi Robles, Rodolfo Minaya; Juvilio y Paco Alvarado, Javi Zubieta, Lucho y Loli Romero, Eusebio Calixto Huerta, Elías Conde y el famoso Miguel “cuye” Ramírez, quien hacía volar hasta diez tinyacos al mismo tiempo, sujetándolos como marionetas voladoras en las falanges de sus pispados dedos.
Similar panorama presentaba Lirioguencha, que estaba copado por los infantes de Umpay, Chinapila, Oropuquio, Cochapata y del Cercado. En este lugar tuvieron mejor suerte los hermanos Alberto y Goyo Celis; Poco Valerio; Ricardo y Rubén Jaimes, Miqui Ramírez, Santiago Yabar, Jorge Chávez; César y Lauro Rosales; Pepe y Lucho López, Lucho Saldívar; Coro y Coti Romero; Pancho y Miguel Durand, Rodolfo Vásquez, Pacho Díaz, Carlos Lara, el Chino Pineda, Walter Vásquez, Raúl Márquez, Alfonso Fuentes, Román Palacios, Edgardo Escobedo, Diego y Víctor “ trucha” Moran; Pedro y Neptalí Cuevas, Julio Álvarez, Chanti Pardo y José Ramos. Este último fue el más requerido para aliviar a los aguijoneados.
Atrapar tinyacos en Tranca, camino hacia Alto Perú, fue considerada “Caza de aventura”, por lo accidentado del terreno y sus elevados arbustos donde estaban agazapadas incontables plantas de ortiga y hualancas (cactáceas llenas de espinas). Sin embargo los niños que vivían en los alrededores se las ingeniaban y capturaban por lo menos media docena por persona cada fin de semana. Allí destacaron: Segundo “campanerito” Palacios, Pricilio Ñato; Mañuco e Ishilin Alvarado, Queño Rosemberg, Salvador Minaya, Manuel Vía, Alejandro Toro; Nico y Carlos Cerrate; Antonio y Gelacio Tafur; Pocholo y Dante Gamarra, Perico Rivera; Marco y Tico Ibarra, Bruno Blas, Cashtu Rivera, Lizardo Garro, Emir Sánchez; Milo y Edgar Alvarado, Loncho Bolarte y “Pepe” Perfecto Calderón.
Los mejores tinyaqueros de Shulu fueron: Ishico Samamé, Gonzalo Calderón, Lucho Aldave, Coqui Alarcón, Javier y Diógenes Bolarte, Leo Lastra, Adrián Abarca, Lucho Rueda, Wili Barba, Acucho Zúñiga, Javier y Edgar Barrenechea, Abchu Chávez, Chanti Gamarra, Enrique Jara, Felipe Alvarado, Lalo Dextre; Carlos, Alberto y Oshva Reyes, Chiflo Espinoza, Iván Damián, Alfonso Aranda, Ecush Ñato, Lucho Santos y Martín Robles. Por su corta edad: Lucho Barrenechea, Rogelio Ibarra, Oshca Santos, Miguel Balarezo, Milton Gamarra, Edgar Carrillo, Nando Alarcón, Ulises Zúñiga, Vladi Reyes y Pishuquito Díaz, integraban el confitado grupo de los “observadores de pañal”.
En el descampado solar de Cruz del Olvido la competencia era reñida, ya que estaba frecuentado por un batallón de niños que vivían en Huarampay, Jircán, por el mercado de abastos, Puente Cantucho, Capulipata y junto al Coso (recinto de encierro de reses y burros dañeros). Los más afamados tinyaqueros de este parque fueron: Carlos y Guillermo Palacios, Chanti Yabar, Lloqui Allauca, Achena Gamarra, Rodolfo Jara, Lucho y Chechi Alva, Nica y Yoga Rivera, Wilber Padilla, Pedro Miranda, Añico Carhuachín, Lucio Castillo; Jaime y Marco Chirinos; Carlos y César Ramírez; Gelacio y Rodi Valderrama, Papi Robles, Rodolfo Minaya; Juvilio y Paco Alvarado, Javi Zubieta, Lucho y Loli Romero, Eusebio Calixto Huerta, Elías Conde y el famoso Miguel “cuye” Ramírez, quien hacía volar hasta diez tinyacos al mismo tiempo, sujetándolos como marionetas voladoras en las falanges de sus pispados dedos.
Similar panorama presentaba Lirioguencha, que estaba copado por los infantes de Umpay, Chinapila, Oropuquio, Cochapata y del Cercado. En este lugar tuvieron mejor suerte los hermanos Alberto y Goyo Celis; Poco Valerio; Ricardo y Rubén Jaimes, Miqui Ramírez, Santiago Yabar, Jorge Chávez; César y Lauro Rosales; Pepe y Lucho López, Lucho Saldívar; Coro y Coti Romero; Pancho y Miguel Durand, Rodolfo Vásquez, Pacho Díaz, Carlos Lara, el Chino Pineda, Walter Vásquez, Raúl Márquez, Alfonso Fuentes, Román Palacios, Edgardo Escobedo, Diego y Víctor “ trucha” Moran; Pedro y Neptalí Cuevas, Julio Álvarez, Chanti Pardo y José Ramos. Este último fue el más requerido para aliviar a los aguijoneados.
Atrapar tinyacos en Tranca, camino hacia Alto Perú, fue considerada “Caza de aventura”, por lo accidentado del terreno y sus elevados arbustos donde estaban agazapadas incontables plantas de ortiga y hualancas (cactáceas llenas de espinas). Sin embargo los niños que vivían en los alrededores se las ingeniaban y capturaban por lo menos media docena por persona cada fin de semana. Allí destacaron: Segundo “campanerito” Palacios, Pricilio Ñato; Mañuco e Ishilin Alvarado, Queño Rosemberg, Salvador Minaya, Manuel Vía, Alejandro Toro; Nico y Carlos Cerrate; Antonio y Gelacio Tafur; Pocholo y Dante Gamarra, Perico Rivera; Marco y Tico Ibarra, Bruno Blas, Cashtu Rivera, Lizardo Garro, Emir Sánchez; Milo y Edgar Alvarado, Loncho Bolarte y “Pepe” Perfecto Calderón.
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Un
   espectáculo singular fue la caza de shulacos (lagartijas) en  
Parientana  y el Pesebre. Para lograr su cometido los cazadores debían 
poseer  experiencia. Una pajita verde con un lazo o una banderilla de
  
lajtash  (tallo delgado) con punta de hualanca, no era suficiente para
   capturarlos. Se necesitaba la paciencia de Job, un buen pulso -que no
   se lograba jalando cometa-, el temple de acero de Luis Pardo, “vista 
de   águila”, saber en qué lugar de la pirca se esconden. Sobre todo   
conocer el momento preciso que salen de sus madrigueras  para sus baños 
 de sol.
“Cholito corazón” (Miguel Barrenechea Ibarra), muy seguido andaba con dos o tres shulacos jóvenes en el bolsillo. Nunca lo vi con uno rucu (viejo), dado que estos últimos salían de sus agujeros con sumo sigilo y ante el menor movimiento o ruido desaparecían. No sé si Cholito los compró o los capturó, lo que sí me enteré de sus labios en Buenos Aires, después de no verlo por más de 20 años, es que su envidiable puntería lo aprendió de su primo Milo Barrenechea Olivera, dos promociones antes que la nuestra, quien con el popular “Mono” Antuco Bravo Olave, fueron los más diestros banderilleros de shulacos del Pesebre chiquiano.
En cuanto al barrio de Umpay, Carlos Lara fue el más ducho. Un día de fines de abril de los ochentas cuando comentábamos sobre sus trofeos de caza menor, Carlos me mostró la mano donde aparecía la marca que le dejó la mordedura del shulaco más codiciado del oconal de Umpay. Según me comentó, éste tenía un llamativo color tornasolado y su cuerpo estaba cubierto de brillosas escamas que lo diferenciaba de los demás shulacos.
“Cholito corazón” (Miguel Barrenechea Ibarra), muy seguido andaba con dos o tres shulacos jóvenes en el bolsillo. Nunca lo vi con uno rucu (viejo), dado que estos últimos salían de sus agujeros con sumo sigilo y ante el menor movimiento o ruido desaparecían. No sé si Cholito los compró o los capturó, lo que sí me enteré de sus labios en Buenos Aires, después de no verlo por más de 20 años, es que su envidiable puntería lo aprendió de su primo Milo Barrenechea Olivera, dos promociones antes que la nuestra, quien con el popular “Mono” Antuco Bravo Olave, fueron los más diestros banderilleros de shulacos del Pesebre chiquiano.
En cuanto al barrio de Umpay, Carlos Lara fue el más ducho. Un día de fines de abril de los ochentas cuando comentábamos sobre sus trofeos de caza menor, Carlos me mostró la mano donde aparecía la marca que le dejó la mordedura del shulaco más codiciado del oconal de Umpay. Según me comentó, éste tenía un llamativo color tornasolado y su cuerpo estaba cubierto de brillosas escamas que lo diferenciaba de los demás shulacos.
Una
   noche de inicios de los sesentas, mi abuelita Catita me abrigó el   
espíritu narrándome este breve cuento ancestral sobre los  shulacos:
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.“Cierta
   vez un viejo shulaco estaba tomando baños de sol en las praderas de 
  Chicchó, cuando aparecieron dos huínchus haciendo piruetas en el aire,
 y   se preguntó: ¿Por qué vuelan tan alto estos pajaritos si tienen seis meses 
de   edad, en cambio yo tengo más de 60 años reptando y nunca he volado ni siquiera bajito?. Meditó  
unos  segundos y pidió a los dos huínchus que lo ayuden a elevarse al cielo,
   sugiriéndoles sujetar con sus picos ambos extremos de una paja, y
   que él mordería el medio para no caerse. Las dos aves aceptaron de inmediato, y el simpático trío
   remontó vuelo hacia el valle del Aynín. Cuando se encontraban a la   
altura del cementerio de Chiquián, un tinyaco levantó la mirada en pleno vuelo, y al 
  observar este vistoso cuadro aéreo modelo parapente, gritó a todo pulmón con admiración:
- ¡Quién ha tenido esta idea, debe ser un genio!!!
Al escuchar el elogio, el viejo shulaco no pudo contener su vanidad, y abriendo la boca lo más que pudo exclamó a todo pulmón desde arriba:
- ¡La idea es mía, sólo mía, soy un genio, nadie como yo...! –mientras exclamaba iba descendiendo en caída libre, hasta que finalmente aterrizó de cabeza sobre una roca...”.
- ¡Quién ha tenido esta idea, debe ser un genio!!!
Al escuchar el elogio, el viejo shulaco no pudo contener su vanidad, y abriendo la boca lo más que pudo exclamó a todo pulmón desde arriba:
- ¡La idea es mía, sólo mía, soy un genio, nadie como yo...! –mientras exclamaba iba descendiendo en caída libre, hasta que finalmente aterrizó de cabeza sobre una roca...”.

En
   cambio la caza de ultus (renacuajo de anuro) en el otrora corral de don   
Aurelio Garro Calderón, constituía una tarea fácil y divertida. Bastaba meter lo 
  más rápido posible la mano a la poza de agua verdosa para agarrarlos  
 desprevenidos. Luego los echábamos a una minúscula “ultera” con paredes
   de lodo, donde los manteníamos hasta el ocaso, hora en que los devolvíamos
 a   su hábitat natural para no ir contra la metamorforis del sapo y 
dañar  el  ecosistema.
Los ulteros más promocionados fueron: Tocho Robles de Jupash, Felipe Alvarado de Jircán, Uchcu Pedro “chico” de Alqococha, Diógenes Bolarte del 'Culto', Efra Vásquez, Ecush Ñato y Cuco Lastra de Agocalle.
Solamente los sábados por la tarde interrumpíamos este “pitufo hobby”, porque los adolescentes: Antuco Bravo, Cancho Ramos, Pocho Cano, Tito Chávez, Alcalá Garro, Milo Barrenechea y el “cura” Pogoncho Padilla, nos obligaban a salir del corral para ponerse a torear y a montar becerros al estilo rodeo mexicano. Los chiuchis los observábamos desde las paredes de tapias, sentados en butacas de tierra, adornadas con hualancas, vidrios y pencas (cabuya de hojas carnosas y espinosas).
Durante la faena de los novilleros, los gimnastas Roby Alva Ibarra y Carlos Alarcón Cámara, descansaban balanceándose como quirópteros en la barra tubular instalada para las clases de Educación Física del colegio 'Coronel Bolognesi'.
Los ulteros más promocionados fueron: Tocho Robles de Jupash, Felipe Alvarado de Jircán, Uchcu Pedro “chico” de Alqococha, Diógenes Bolarte del 'Culto', Efra Vásquez, Ecush Ñato y Cuco Lastra de Agocalle.
Solamente los sábados por la tarde interrumpíamos este “pitufo hobby”, porque los adolescentes: Antuco Bravo, Cancho Ramos, Pocho Cano, Tito Chávez, Alcalá Garro, Milo Barrenechea y el “cura” Pogoncho Padilla, nos obligaban a salir del corral para ponerse a torear y a montar becerros al estilo rodeo mexicano. Los chiuchis los observábamos desde las paredes de tapias, sentados en butacas de tierra, adornadas con hualancas, vidrios y pencas (cabuya de hojas carnosas y espinosas).
Durante la faena de los novilleros, los gimnastas Roby Alva Ibarra y Carlos Alarcón Cámara, descansaban balanceándose como quirópteros en la barra tubular instalada para las clases de Educación Física del colegio 'Coronel Bolognesi'.

Por lo menos un fin de semana de cada mes iba de pesca a Quisipata con Anchita, Patuco y Felipe.   
Salíamos de Jircán a las 3 de la madrugada para estar en el río a las 4 y
   30. Las noches muy grises descendíamos caminando a tientas, en cambio
   las noches de luna llena, bajábamos al galope, perdón, corriendo, a 
excepción   de las trochas de difícil relieve. Cuando encontrábamos a 
Javier  Bolarte Camones regando su chacra 'La Quichua', se sumaba al 
grupo con  sus botas de  agua que le cubrían los muslos y un poco más...

A orillas del río preparábamos los instrumentos de pesca: carrizo,
  
 cuerdas, plomo, corcho, anzuelo y gusano (carnada). Después arrojábamos
   el bocado al agua, y entre picada y picada sacábamos truchas de 20 a 
30   centímetros de longitud. Cuando resultaban muy pequeñas las  
devolvíamos a  la corriente hasta que alcancen el tamaño ideal para el  
consumo.
Al mediodía nos dábamos un ligero baño con unas brazadas de obsequio junto al huaro que atravesaba como puente colgante el río, luego saboreábamos nuestro refrigerio e iniciábamos el regreso con una docena de truchas por persona si la faena era regular. Si era buena nos alcanzaba para compartir con los vecinos, pero si resultaba pésima nos contentábamos con una porción de pescado frito en el mercado de abastos del pueblo o en el baratillo.
Usualmente, si la pesca era mala, Anchita ingresaba al fundo de su papá y salía con una alforja de olorosas limas y manzanas. Ya con el ánimo en alto y la barriga llena, efectuábamos el empinado ascenso hasta Jircán.
Al mediodía nos dábamos un ligero baño con unas brazadas de obsequio junto al huaro que atravesaba como puente colgante el río, luego saboreábamos nuestro refrigerio e iniciábamos el regreso con una docena de truchas por persona si la faena era regular. Si era buena nos alcanzaba para compartir con los vecinos, pero si resultaba pésima nos contentábamos con una porción de pescado frito en el mercado de abastos del pueblo o en el baratillo.
Usualmente, si la pesca era mala, Anchita ingresaba al fundo de su papá y salía con una alforja de olorosas limas y manzanas. Ya con el ánimo en alto y la barriga llena, efectuábamos el empinado ascenso hasta Jircán.
 
Cuando
   la pesca no resultaba favorable en Quisipata avanzábamos río abajo  
 hasta el paraje de Conay. Allí nos poníamos a truchar en absoluto silencio, pero si en el   
lugar hallábamos al pirata Lucho Castillo de Ninán o al gato César   
Barrenechea de Pancal, teníamos que retornar con las manos en los   
bolsillos, previa señal de la cruz como reverencia a ambos “titanes de  
 agua dulce”, amos de este dominio. El último de los citados, fácilmente
   sacaba cinco docenas de truchas por jornada, con lo que a falta de   
sardinas solucionaba su felina dieta con trucha, leyendo Simbad el   
Marino.

Si la estación mostraba las chacras de Capulipata, Macpúm y Rumichaca cargadas de muchqui, shuplac, ñupu, capulí cimarrón y purojsha, los “menudos” hacíamos "nuestra plaza, de la chacra a la boca”. En épocas de “vacas flacas” los solidarios hermanos “oso” de Matara nos abastecían de estos manjares, previa entrega de un par de bizcochos, como trueque.
Las veces que queríamos saborear manzanas, limas y llacones (yacones), el punto de llegada era el aromático Chinchupuquio, huerto florido donde la buena señora Liuca Gálvez Robles nos permitía “pañar” de sus árboles frutales hasta llenar nuestros bolsillos, más el espacio entre la camisa y la barriga.

 
Internarnos
   "sin permiso" en los sembríos de habas y maíz que floreaban en las   
chacras de Pampa, Umpay Cuta, Pashpa, Común, Hualpash, Pacra, Cochapata,
   Chicchó, Huaytapacana, Chivis, Cucuna, Ninán, Huarampatay, Sunoc,   
Picupicu y Uyu, era el goce de grandes y chicos en las noches sin luna.
Normalmente los pequeños depredadores abastecíamos nuestros bolsillos con habas y un manojo de caña dulce para consumir durante el retorno. Inclusive algunos más osados escondían debajo de sus ropas una calabaza aparentando un embarazo.
Pero no solamente los humanos hacíamos “safari andino” sino también las reses, caballos, chanchos y burros “dañeros”, que al ser sorprendidos por los dueños de los sembríos, caminaban jalados de las orejas hasta al Coso para que cumplan corta penitencia.
Normalmente los pequeños depredadores abastecíamos nuestros bolsillos con habas y un manojo de caña dulce para consumir durante el retorno. Inclusive algunos más osados escondían debajo de sus ropas una calabaza aparentando un embarazo.
Pero no solamente los humanos hacíamos “safari andino” sino también las reses, caballos, chanchos y burros “dañeros”, que al ser sorprendidos por los dueños de los sembríos, caminaban jalados de las orejas hasta al Coso para que cumplan corta penitencia.
* * *
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Pasé
  cinco vacaciones escolares con mis amigos Anchita Núñez Díaz y Carlos 
Navarro Márquez,  mis  primos Patuco Allauca Calderón y Pablín Calderón Yábar y mi hermano 
Felipe, en la   manada Tupucancha, cercana a la laguna de Conococha 
(CHIQUIÁN) a  donde acudíamos  los fines de semana para cazar patos 
silvestres, caza  nada fácil debido  al agua helada que calaba hasta los
 huesos, pues para  sacar las aves que  sucumbían ante los disparos de 
hondilla teníamos  que introducirnos  hasta la cintura.
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Si
  la caza de  patos no resultaba satisfactoria, truchábamos hasta 
obtener  por lo menos  una docena de salmónidos, ante la mirada de las 
parejas  de huachuas.
 
La
   caza de vizcachas en el bosque de roquedales de Shajsha, colindante a
   la manada de los esposos Calderón Pardo, la realizábamos con hondilla
  de  buena calapa y ductil pachán, u honda de lana de carnero maltón, aprovechando las  
horas en que los roedores salían de sus galerías a tomar el sol del  
mediodía  sobre los peñascos de granito. 
. 
En
  ocasiones  llovía o granizaba tan fuerte cuando estábamos cazando, que
  teníamos  que guarecernos hasta entrada la noche en la cueva de Luis  
Pardo,  contemplando los diseños gráficos (arte rupestre) de aves,  
culebras,  ranas, toros, etc., y abundantes hoyos en la pared rocosa.
Cierta
   vez escuchamos comentar en Tupucancha al señor Carlos Olave, uno de 
  los más curtidos cazadores de venados y zorros de la región, que si 
las   vizcachas comían cáscaras de plátano se quedaban aletargadas, y que
 en   ese estado su caza era inminente. Así lo hicimos y dejamos 
esparcidos   por las peñolerías las cáscaras de cinco manos de plátanos,
 pero ¡oh   sorpresa!, los que se quedaron aletargados junto a los 
farallones   pétreos de tanta espera fuimos nosotros. En una ocasión 
posterior le   comenté a don Carlos cuando visitó nuestra casa de 
Chiquián, sobre lo   ocurrido, y me preguntó:
- ¿Qué tipo de plátanos emplearon?
- De la isla don Carlos.
-
   ¡Ah!!! muchachos inexpertos, con razón fallaron, ese tipo es para cazar  
 conejos silvestres, en cambio para las vizcachas han debido emplear el 
  de seda -y se rieron en trío con mi papá y mi tío Pablo Calderón.

Cazar
   chacuas (perdiz) en horas de la tarde, constituía un ejercicio
 de paciencia y tino en Tupucancha. Se tenía que esperar con disimulo 
hasta   
que la chacua salga de la paja brava y llegue al pasto adyacente a los 
corrales de las ovejas.  
 Una vez ubicada en la mirilla de la calapa, se daba vueltas y 
vueltas mientras la presa se mareaba de tanto mirar desorientada, hasta 
ubicarnos lo más cerca posible para no errar el tiro. Pero si la perdiz
   volvía a internarse en los manojos de paja era imposible   
localizarla.
Ocasionalmente cuando caminábamos serpenteando huargos   
(cactus de la puna) y matas de ichu, irrumpía volando con su canto  
fuerte y  aleteo persistente que erizaba la piel. De esta experiencia y 
 unos relatos escuchados junto al fogón, salió esta composición:

CHACUITA
Ágil, temerosa y esquiva
atraviesas el rudo pajonal,
hundes el pico en parda tierra
buscando ansiosa tu alimento.
Serpeas manojos de ichu,
huagoros y escorzoneras,
caminado vas a la laguna
para calmar tu sed de altura.
Deliciosa carne tu piel esconde
camuflada en grisáceo plumaje,
que la sabia Naturaleza hizo:
de arcilla, cobre y ceniza.
Yergues tu cerviz vigilante
y hurgando tu cuello estiras
para visualizar en tus retinas
al cazador oculto en la neblina.
Si percibes riesgo distante,
huyes cortando el viento
y te acurrucas en la paja brava,
disimulando tu tormento.
Pero si el peligro es latente,
abres rauda tus alas al cielo,
trinas fuerte un trémulo canto
y emprendes corto vuelo.
atraviesas el rudo pajonal,
hundes el pico en parda tierra
buscando ansiosa tu alimento.
Serpeas manojos de ichu,
huagoros y escorzoneras,
caminado vas a la laguna
para calmar tu sed de altura.
Deliciosa carne tu piel esconde
camuflada en grisáceo plumaje,
que la sabia Naturaleza hizo:
de arcilla, cobre y ceniza.
Yergues tu cerviz vigilante
y hurgando tu cuello estiras
para visualizar en tus retinas
al cazador oculto en la neblina.
Si percibes riesgo distante,
huyes cortando el viento
y te acurrucas en la paja brava,
disimulando tu tormento.
Pero si el peligro es latente,
abres rauda tus alas al cielo,
trinas fuerte un trémulo canto
y emprendes corto vuelo.
Nalo AB - DIC 1982
Los
   días de neblina blanca en Tupucancha significaban pronósticos de buena caza 
  del tupuc chiquito (ave parecida a la tórtola). Era cuestión de que la neblina 
  esté casi transparente para observarlos comiendo en grupos y bastaba 
un   hondillazo y luego otro y otro hasta cazar media docena, quedando  
 garantizado un suculento tallarín con pichones para los escuálidos   
comensales, a excepción del gordito Patuco que sancochaba medio kilo de 
  papas roqueñas para tranquilizar a su engreída 'solitaria'. También cazábamos  
 cerguillitos, quillicshas, liclish, ácacas, huaychos y otras aves   
pequeñas que abundan en el páramo chiquiano.
 A
   fines de febrero de 1962, aprovechando que mi abuelita salió con los 
  pastores en busca de nuevos pastizales por la meseta de Recrec (4250  
 m.s.n.m.), nos apoderamos de una docena de conos de hilo para ponchos y
   polleras que guardaba en un armario rojo que tenía como candado una coronta.
Después de plantar sobre las pircas decenas de palos de magueyes secos y carrizos a lo largo de uno de los corrales, los unimos con hilos tensos formando una gran malla. Una vez fabricado el gigante pentagrama espantamos a las torcazas que estaban comiendo en el interior del corral, logrando que algunas cayeran atrapadas.
Lo
   agridulce llegó veloz. Cuando mi abuelita retornó de Recrec se quedó atónita, al  
ver  a cierta distancia varios pájaros “sentados en el aire”. Se acercó
   para bendecir el “milagro”, pero para su sorpresa descubrió que no   
estaban sentados en el aire, sino en la ingeniosa trampa de hilos habanos que horas antes habíamos fabricado.
Entrada
   la noche nos dio de merendar y se despidió con una sonrisa. Nosotros 
  hicimos lo propio, y sin presagiar nada dormimos plácidos hasta
 el amanecer. 
A las 7 en punto de la mañana tomamos desayuno entre risas, queso mantecoso, 
trocitos de chicharrrón, panes y quaker con membrillo y canela.
Minutos
 
después del sabroso desayuno mi abuelita me entregó una carta dirigia a 
mi madre. Esa misma mañana, antes de prepararnos el sabroso desayuno, había tomado la sabia decisión de expulsarnos del paraíso 
tupucanchino... 
. 
 .
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Fuente: 
Un trocito de la novela autobiográfica de Nalo AB (DEL MISMO TRIGO).
Un trocito de la novela autobiográfica de Nalo AB (DEL MISMO TRIGO).
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CHIQUIÁN: 
Cielo azul
30 de agosto en soledad,
con el ala rota una vez más,
horizonte incierto, cielo azul,
fuegos artificiales, Salva fugaz,
vuelve la noche, con su negro tul.
Toca la banda, hasta el amanecer,
por las callecitas del viejo hogar;
horizonte incierto, cielo azul,
ausencia triste, lejana estás,
sueño distante, coplas de ayer.
Tardecita fría, de paisaje gris,
ya mi alma mira desde el dintel;
en nocturno cielo, la quena llora,
y junto a ella, una guitarra implora
porque un corazón, dejó de latir.
Nalo AB - 15651
con el ala rota una vez más,
horizonte incierto, cielo azul,
fuegos artificiales, Salva fugaz,
vuelve la noche, con su negro tul.
Toca la banda, hasta el amanecer,
por las callecitas del viejo hogar;
horizonte incierto, cielo azul,
ausencia triste, lejana estás,
sueño distante, coplas de ayer.
Tardecita fría, de paisaje gris,
ya mi alma mira desde el dintel;
en nocturno cielo, la quena llora,
y junto a ella, una guitarra implora
porque un corazón, dejó de latir.
Nalo AB - 15651
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PASAJERO DEL TIEMPO 
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Bajo los párpados para soñar despierto, y sobrevuelo Chiquián con el pensamiento...
Busco por todos lados, mas no encuentro a mis amigos. Unos están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En el jirón Leoncio Prado la oscuridad rasga mi pecho, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos, y me siento forastero en mi propia tierra.
Busco por todos lados, mas no encuentro a mis amigos. Unos están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En el jirón Leoncio Prado la oscuridad rasga mi pecho, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos, y me siento forastero en mi propia tierra.
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En este agonizante mutismo de un barrio otrora alegre, 
el llanto se esconde en mis pupilas con un rayo de luz que me invita un
 acre trago de nostalgia. Fantasía gris de un tiempo que se va haciendo 
ceniza; no sé si fatigado por el paso de los años, o curvado por el peso 
de los sueños truncos en un batir de alas agoniza, como los ojos que perdieron 
la facultad de llorar, como los labios secos que se olvidaron de besar, 
como las manos cuajadas de venas moradas, como una laguna congelada en 
mil sollozos, como un cortejo de almas penitentes en un viernes cansado de vivir, 
como aquella golondrina de verano que se marchó para no volver, o el 
presagio que envuelto en un gemido adivina que muy pronto será la 
rígida manecilla de un reloj fenecido.
Ya es medianoche, y veo 
pasar por la acera a un viejo vecino con su poncho de neblina. Va 
murmurando sobre el paso del tiempo que en la noche esconde sus horas 
vacías. Entonces vienen a mi mente los versos 
que buscan tierra de sepulcro en un paraíso de torcazas hartas de volar,
 y barquitos de maguey anclados a la vera de Maraurán, aguardando a sus 
capitanes que descansan en paz.
En el rostro del vecino querido veo incontables surcos que el arado de la vida ha labrado. Tiene la mirada con nubes nacaradas que flotan donde duermen sus recuerdos. Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra generosa de mis viejos.
En el rostro del vecino querido veo incontables surcos que el arado de la vida ha labrado. Tiene la mirada con nubes nacaradas que flotan donde duermen sus recuerdos. Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra generosa de mis viejos.
Ya está amaciendo, y el anciano 
sigue andando empujado por el viento para nunca más volver, como avanza 
el tiempo sin retroceder, mientras las sombras aguardan con sus brazos 
de hielo.
No sé qué es lo que lo sostiene en pie, mas lo contemplo en silencio y llegan a mi memoria aquellos pilares de carne, pellejo y huesos que sustentaron mi barrio de Jircán colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos, que así como labran caminos, también se detienen para siempre.
No sé qué es lo que lo sostiene en pie, mas lo contemplo en silencio y llegan a mi memoria aquellos pilares de carne, pellejo y huesos que sustentaron mi barrio de Jircán colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos, que así como labran caminos, también se detienen para siempre.
No escucho risas, golpes de canga ni huaynos en el 
vecindario, sólo un pichuichanca invidente que no sabe de sol, de luna 
ni de estrellas, trina en el alero un canto de esperanza, hurgando un 
poco más de tiempo, como las hilachas de la memoria colectiva que el 
tiempo desovilla a falta de una rueca que las hile hasta convertirlas en
 poncho, en cuya trama nadie falte ni sobre.
Son las 6 de la 
mañana, me persigno e ingreso a casa. En mi pequeña biblioteca reviso 
mis viejos cuadernos, y en sus hojas pálidas de años y lejanía, dejo mis
 lágrimas otoñales recordando a mis vecinos y amigos. Junto a los 
cuadernos, en un candelabro lleno de gotas endurecidas de dos cirios 
consumidos, reposan los recuerdos de largas horas de angustia de mi 
madre por el esposo viajero.
De pronto asoman como aves temporarias las palabras de mi viejo amigo Panchito Gonzáles, que vienen desde Marián, HUARAZ:
 "Nacer o morir, ¿Un mismo significado?.. morir y nacer, interrogante 
sin respuesta. ¿La partida será el encuentro? ¡He ahí el misterio de la 
vida¡... el palpitar se detiene y las arterias son caminos desiertos... 
el soplo ha desaparecido. Y así, una y otra vez la Fábula de Higinio: 
“La tierra pide lo que es suyo y el alma al infinito, va en pos de una 
nueva creación". Sí, ayer llegó el final; la razón y el sentimiento en 
su lucha tenaz no llegaron a ningún acuerdo, pero triunfó el corazón:.. 
“Hay que llorar por los seres que se alejan de nuestro lado para 
siempre, pues son nuestra razón de existir, amor de amores, pena de 
penas, se diluye en un segundo y todo se acaba”.
Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema cubierto de pétalos blancos...
Tulpajapana, 02 NOV 2003
Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema cubierto de pétalos blancos...
Tulpajapana, 02 NOV 2003
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NO PREGUNTES POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS;
 DOBLAN POR TI Y POR MÍ
 
Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
“Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía”. Albert Einstein (Mi visión del mundo)
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La
 mañana del martes 17 de octubre de 1961, me encontraba cogiendo agua 
en el pilón del barrio poco antes de asistir a la escuelita 378 de 
Quihuillán, donde cursaba el 4to. de Primaria; de pronto, en 
circunstancias que convergían en la esquina los señores Manuel Roque 
Dextre y Teófilo Salas Rivera, doblaron las campanas de la iglesia 
matriz de Chiquián, anunciando un deceso, motivando que mi cuerpo se escarapele,
 pues los camiones de mi padre y el de su compadre Segundo Robles 
Valverde, que debieron llegar de madrugada, no asomaban por la ceja de 
Caranca. Don Teófilo preguntó:
- ¿Por quién doblarán las campanas, Manuelito?
- Doblan por ti y por mí, hermano del alma. Le contestó compungido.
Don Manuel, persona muy instruida, otrora presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, y reconocido poeta, al notar que su respuesta inquietó sobremanera a don Teófilo, le comentó, que los versos “No preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” corresponden al fragmento “POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS” del poeta inglés John Donne (1572 / 1631), fragmento que tres siglos después inspiró la novela del mismo nombre, del escritor americano Ernest Hemingway (1899/ 1961), fruto de sus experiencias como corresponsal en la guerra civil española.
- ¿Por quién doblarán las campanas, Manuelito?
- Doblan por ti y por mí, hermano del alma. Le contestó compungido.
Don Manuel, persona muy instruida, otrora presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, y reconocido poeta, al notar que su respuesta inquietó sobremanera a don Teófilo, le comentó, que los versos “No preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” corresponden al fragmento “POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS” del poeta inglés John Donne (1572 / 1631), fragmento que tres siglos después inspiró la novela del mismo nombre, del escritor americano Ernest Hemingway (1899/ 1961), fruto de sus experiencias como corresponsal en la guerra civil española.
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Dicha novela empieza así:
“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si se tratara de un legendario monte, o de la casa solariega de uno de tus amigos o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. John Donne.
“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si se tratara de un legendario monte, o de la casa solariega de uno de tus amigos o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. John Donne.
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Esquina chiquiana, escenario de la experiencia de vida 
Doña María Gamarra de Calderón, quien retornaba del mercado de abastos, acercándose a los dos señores, les comunicó muy apenada:
- Mañuquito, Tiuchito, ha muerto nuestro amigo Shaprita.
Oír el sobrenombre, tantas veces escuchado en Chiquián y los pueblos aledaños, hizo llaga en mi alma para siempre, al interpretar en carne viva el mensaje del poeta metafísico John Donne, pues mi querido amigo Manuel Ñato Allauca partió antes de tiempo. Ser humano muy laborioso fue Shaprita, cuyo aporte era de suma importancia para el pueblo, sobre todo su fraterno afán de fecunda generosidad con los turistas, las amas de casa y los niños que lo teníamos como valioso ejemplo de vida. Dos horas después arribaron mi padre y su compadre Segundo, se habían quedado varados cerca del puente Mellizo (Mayorarca), por la rotura del eje delantero de un camión minero, en una angosta pendiente. Al día siguiente, miércoles 18 de octubre de 1961, el pueblo chiquiano decretó tarde no laborable para acompañar al paisano querido hasta su última morada, al compás de la Marcha Fúnebre de Morán, entonada por la banda de músicos de la solidaria familia Aldave Montoro. Ese día, hasta los niños vestimos de luto.
Por
 éso y por mucho más, cada vez que muere un ser vivo, sé que algo de mí se 
desprende, y así será hasta el final de mis días, porque gracias a dicha
 experiencia aprendí que soy parte indisoluble de las obras de Dios, 
nuestro Creador: la Naturaleza y el Cosmos. Nadie, como bien lo señala 
John Donne, es una isla; por tanto, ningún ser humano merece vivir ni 
morir aislado. Al respecto, el poeta español Antonio Machado, nos dice: “A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”,
 de ahí que el lugar mas cálido para el reposo sea el corazón humano, 
porque en el recuerdo y la esperanza anida el misterio de la eternidad, 
tal como reza el proverbio de Facundo Cabral: “No
 perdiste a nadie: el que murió, simplemente se nos adelantó, porque 
para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu 
corazón”, sin olvidar en cada momento del día las palabras de Jesús: "Yo soy la resurección, y la vida. Aquel que crea en Mí, aunque muera, vivirá."
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En
 estos últimos días han fallecido diez paisanos bolognesinos de gran 
valía. Hace un año, el 10 de febrero emprendió el Gran vuelo en Lima el 
escritor Luzuriaguino Guido Vidal Rodríguez, y al día siguiente 11 como hoy, también falleció en Lima, uno de mis amigos más amados, Hugo Nicanor Vilca del Castillo,
 nacido en Huari. Tengo la certeza de que por dichas pérdidas doblaron 
las campanas en Bolognesi, Mariscal Luzuriaga y Huari, como expresión de
 luto colectivo que mantienen y mantendrán eternamente nuestros pueblos 
fraternos, por más lejos que sus hijos pierdan la vida.
Desde los albores de la Humanidad todas las puertas del mundo han sido tocadas por el ala de la muerte, para las que se construyan ahora y después, es cuestión de tiempo solamente. Al respecto, cuentan que: “Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar esté mundo al final de cada jornada”. Estas y otras reflexiones que navegan en la Internet me inspiraron a escribir la hilachita:
Desde los albores de la Humanidad todas las puertas del mundo han sido tocadas por el ala de la muerte, para las que se construyan ahora y después, es cuestión de tiempo solamente. Al respecto, cuentan que: “Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar esté mundo al final de cada jornada”. Estas y otras reflexiones que navegan en la Internet me inspiraron a escribir la hilachita:
EN CUALQUIER MOMENTO
La puerta de la vida se cierra, la sangre detiene su curso y el alma vuela como hoja quebradiza en el éter. Abajo los cardos siguen floreciendo en la redondez del mundo.
Todo acaba tras el último aliento, sólo lágrimas de congoja y plegarias a Dios corren en pos de la Resurrección.
Después quedan los recuerdos, y poco a poco el viento del olvido va borrando del mapa el único camino que no conduce a Roma, sino a la tumba.
Ignoro quién sobrevivirá y quién será el ausente en aquel momento. ¿Lo sabes tú?.
Mientras tanto, ama, reza y goza la vida segundo a segundo, por ventura 
divina.
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Confieso,
 no me ha sido fácil aceptar la muerte de mis seres queridos: 
abuelitos, mamá, papá, tíos, primos, sobrinos, maestros, compañeros de 
estudio, trabajo y de ocio, coterráneos y entrañables amigos. Solamente 
el honrar su recuerdo, compartir experiencias similares con fe y 
esperanza, entender que empezamos a morir desde que nacemos y dejar 
brotar las emociones contenidas, han hecho que no sea el muerto en vida 
del poema de Becquer, sino que viva cada día como si fuera el último, 
apreciando segundo a segundo lo bella que es la existencia terrena, en
 armonía plena con la creación del Altísimo.
. 
-
En casos muy dolorosos un abrazo a tiempo es mejor que mil palabras, sin perder de vista el mensaje de San Agustín: "Cuando
 tenga que dejarte por un corto tiempo, por favor, no te entristezcas, 
ni derrames lágrimas, ni te abraces a tu pena a través de los años. Por 
el contrario, empieza de nuevo con valentía y con una sonrisa por mi 
memoria y en mi nombre y haz todas las cosas igual que antes, no 
alimentes tu soledad con días vacíos sino llena cada hora de manera 
útil. Yo estaré cerca de ti y nunca tengas miedo de morir porque yo 
estaré esperándote en el cielo".
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Chiquián, una vez más la banca vacía...





 





























