lunes, 9 de octubre de 2017

EN EL DÍA DEL TELÉGRAFO: DON MATEO BARBA ZUBIETA - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)


DON MATEO BARBA ZUBIETA

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

SERIE: "Héroes chiquianos"

En el Día del Telégrafo

Estudiosos en la materia subrayan, que el espíritu de sacrificio y el afán solidario son impulsos naturales del hombre que lo llevan a dar de sí, sin importarle sus bienes materiales, su salud y su vida. Además señalan, que el sacrificio y la solidaridad implican en su acepción más amplia, la idea del desprendimiento y la generosidad. La solidaridad es la antítesis del egoísmo que proclama sólo el vivir por sí y para sí. Pero la vida no es individual, también es colectiva, donde nadie debe vivir aislado.
 
Cuando el sacrificio y la solidaridad no se traducen en dádiva, se trasluce en nobles acciones. Por ejemplo, preferir lo difícil a lo fácil, afrontar cualquier peligro para auxiliar a alguien o ayudar al desarrollo de la comunidad. También acudir a donde se necesita apoyo. En fin, es sacrificar la propia existencia por valores más altos que los que ella encierra. Hay muchos ejemplos de sacrificios cotidianos: policías, bomberos, médicos, enfermeras, rescatistas, carteros, etc. El espíritu de sacrificio y de solidaridad compartida es propio de hombres de buen corazón. Siempre demanda valor y entrega por los demás. Sobre todo en tiempos donde el amor por el prójimo está dejando de ser gratuito en muchas latitudes del planeta. 
 
En esta oportunidad voy a citar algunos nombres de seres humanos que ya emprendieron el Gran Vuelo, y de otros ciudadanos que son ejemplos vivos, intentado recrear sus obras en bien de la comunidad bolognesina.
 
Llega a mi memoria la imagen del primer “Hombre Araña” que quedó guardada en mi corazón. Fue una fría mañana de fines de junio del 1961. Retornaba caminando de Shincush hasta donde fui gorreando el camión “San Martín”, que iba a Recuay. En circunstancias que bajada raudo, cortando por tramos la vía, pude ver a don Mateo Barba Zubieta, trepado a un poste de madera en lo alto del cerro escarpado, haciendo lo imposible por unir dos cables de acero de filudas puntas que lo hacían sangrar. No llevaba casco, guantes, tampoco una soga que lo proteja de los racimos de hualancas y de las piedras filudas del risco, que desde abajo lo miraban como vampiros. Nuestro paisano trabajó casi toda su vida en la Oficina de Correos y Telégrafos. Él, cada vez que se producía un corte en el sistema telegráfico, tenía que sortear metro a metro terreno escabroso hasta encontrar la avería y repararlo, aun a costa de su integridad y vida, pues tuvo que hacer su trabajo en superficie sumamente hostil. Recuerdo que al acercarme me brindó unos segundos de su tiempo para responder mi saludo. Minutos después, ya parado en el camino, vi su mirada de satisfacción y sentí su corazón latiendo con fuerza por la emoción de haber cumplido su noble tarea en bien del pueblo. Esta vocación de sacrificio es similar al ejemplo de hombres valiosos como Panchito Alva, Alberto Núñez y don “Muchqui” Valerio Aldave, quienes tenían que viajar leguas de leguas cuando eran llamados del interior de la provincia para sanar heridas o socorrer a los desvalidos, sin temor a ser contagiados por alguna enfermedad. Seguramente caminaron de noche los abruptos senderos, pues la salud no espera la llegada del alba. De igual modo lo hicieron los amautas rurales que gozan de la Mansión Celestial: Antonio Zúñiga, Juan Fuentes, Teófilo Núñez, Policarpo Zubieta, Emiliana y Nicanor Cerrate, Pablo Vásquez, Belisario Pardo, Teodulfo Ramírez, Arcadio Zubieta, Hernán Reyes, Albina Soto, Ernestina Yábar, Amina y Josefina Rayo, Alejandro Yábar, Gudberto Ibarra, Félix Anzualdo, Dina Romero y muchos entrañables maestros, llevando conocimiento a los pueblos lejanos. También el Supervisor Provincial Marcos Lemus, visitando una a una las escuelas del interior para cumplir su labor de control, viajando a caballo o a pie y entregar los míseros sueldos a los heroicos maestros rurales, las noticias de sus familiares y el azúcar que endulce el agüita de muña.
 
Cómo no recordar a los comuneros en las excelsas figuras de sus líderes de venerable cuño: Absalón Alvarez, Pedro Jiménez, Pedro  Moreno, Juan Ibarra, Félix Jiménez, Pascual Palacios, Marcos Ñato, Arcadio y Juan Ibarra, Pascual Chávez y Abilio Huerta, quienes además de defender nuestras tierras con el grito: 'Romatambo de Chiquián', construyeron canales y caminos en nuestra difícil topografía, estanques y reservorios de agua para el riego, paredes de tapiales interminables y calles por doquier; es decir apuntalaron con sus brazos y sus cerebros el progreso de Chiquián, obras de las que gozamos de niños, adolescentes y en la actualidad. No es menos importante la labor de nuestros panaderos por darnos el pan caliente: mañanero y vespertino, quemándose el lomo, las manos y las pestañas durante las largas horas que dura la tarea de amasijo. Cómo no evocar a nuestros mineros de socavón como don Manuel Vicuña y su hijo Apacho, y a don Manuel Roque. 
 
Asimismo a los policías e instructores de Pre-Militar que cuidaban nuestro desarrollo: Pedro Cuevas, “Angelito”, Fausto Chirinos, Cesareo Zarazú, Víctor Morán, Lucho Chiri, Antonio Franco, Cástulo Sánchez, Alejandro Dextre, Pancho Sánchez, Víctor Alvarado, entre otros seres de uniforme verde olivo y azul municipal como don Alejandro Alvarado. De igual manera los coheteros Alberto “Limonta” Núñez de Quihuillán, Baldomero Ramírez y Jacobo Palacios, quienes con su esperado ¡PUN! nos llenaban de dicha en las fiestas costumbristas, poniendo en peligro sus dedos y nariz en cada disparo de avellana o tendida de bombardas en la Plaza Mayor y en el estadio de Jircán.
 
En mis retinas tengo grabados: los helados, las raspadillas y las chalacas, pero de sólo imaginarme que para elaborarlas tan sabrosas: Camilo Bravo, Danielito Garro, Gelacio Valderrama y su papá, José Montoro y Gregorio Carrera, tenían que bajar enormes adoquines de hielo desde Tucu y traerlos paso a paso a lomo de burro, siento escalofríos en el cuerpo y en el alma. También integran esta pléyade de valientes del trabajo productivo nuestros paisanos Bonifacio Peña y Juan Ramírez, los hombres de la “luz al final del túnel”, siempre prestos a iluminar nuestras noches, a costa de quedarse electrocutado el primero, y morir intoxicado por monóxido de carbono el segundo. Del mismo modo los picapedreros Factor, Alejandro y Aurelio Yábar, Apolinario Montoro, Felipe Alvarado y Melchor Romero, quienes a mano, cincelada tras cincelada, milímetro a milímetro construyeron molinos de uso campesino, batanes, morteros, umbrales y soportes de huaros.
 
Con estos bellos ejemplos, renace ese espíritu de sacrificio por amor al prójimo como estado sublime del alma, alcanzado con sufrimientos e incomodidades, al extremo de convertirse en un hábito, pues los que se acostumbran a experimentar privaciones y molestias, sensibilizan su cuerpo, de tal forma que los más crudos dolores y los más pesados trabajos no dejan huella apreciable en ellos. Cómo no recordar también a nuestros tejedores de antaño: Benito y Pedro Moreno, Marcos y Cesareo Minaya, Florián Rodríguez y Fausto Castillo, quienes confeccionaban de sol a sol: ponchos, frazadas, faldellines, jergas, aperos, pantalones de bayeta, jacus y llicllas. A nuestras tejedoras, bordadoras y costureras: Asunción Aldave, Pili Díaz, Teodora Alva. Goya Anzualdo, Consuelo y Norma Espinoza, Etelvina Tello, Mary Luján, Carmen Montes, Orfila Ocrospoma, Bercilia y Elvira Prudencio, María Rosemberg y Martina Yabar. A nuestra fabricante de coronas Dolorita Aguirre, quien con doña Aquelina de Silva, Dieguita, Orfelinda Portilla, Juanita 'Causa', María Gamarra, Carlos espinoza y la esposa del chofer Leonardo Aldave de Carcas, alegraban nuestros días con sus sabrosos potajes y bebidas al paso.
 
A los trabajadores de la Oficina de Correos y Telégrafos: Pepe Zárate Durand (Jefe), Ana Márquez Ibarra, a nuestra recordada Loyolita, Luz Romero Milla, Pedro Díaz Anzualdo, Mateo Barba Zubieta, Juan Garro Aldave, Antonio Ortiz y Agripino Carrera.
 
A los herreros Ambrosio Chávez, Abilio Huerta y David Aldave que forjaban rejas, barretas, racuanas, visagras, aldabas, herrajes, canchanas. A nuestros fabricantes de tejas y adobes Toribio Allauca e Iuchi Ramírez. A los talabarteros Felipe Vicuña, Benancio Valderrama, Felipe Velásquez, a los trenzadores Cosme Padilla y Agripino Cerrate, al pintor con pellejo de cordero Crisólogo 'Bolívar' Vásquez. También a nuestros sastres Miguel e Icha Durand, Natividad Valderrama, José Gamarra Ñato, Jorge Bolarte, Alicho Romero, Juan 'Palermo' Gonzáles, Elias Damián. A los carpinteros Toribio y Teodoro Moreno, Nicolás Ramírez, Gaudencio Moreno, Casimiro Alvarado, Lorenzo Yábar, Valerio Jaimes, Juan Díaz, Julio Carhuachín, Elacho Ñato, Maurelio Reyes. A los fotógrafos Perfecto Bolarte, Garrito, Cesareo Zarazú, Pepe Zárate, Pedro Zubieta, Víctor Morán, Pedro Cuevas, Guillermo Arbaiza. A don Abraham Bolarte que mantenía a puntos los relojes a cuerda; a los zapateros Rucu Feliciano, Juan Ñato, Alejandro Anzualdo, Samuel Calderón, Mariano Blas, Pedro Alvarez, Lorenzo Padilla, Gregorio Espejo, Estañiz Gamarra...
 
A los panaderos Manuel Castillo, Maurelio Reyes, Simón Rayo, Ignacio Calderón Ramírez, Pepel, Policarpo Aldave, Pascual Palacios, Victoria Montoro, Ela García, Lucinda y Faustina Alvarado, Mercedes Moncada, Pili y Pedro Díaz, Guillermo Garro, Pedro Moreno, Benigno Palacios, Alejandro Lemus, Chanti Alvarado, Alejandro Lázaro, Honorio Jara, Alejandro Rivera, Joaquín Chamorro, el chino Félix Jiménez. A los choferes ruteros que traían y llevaban calor familiar uniendo sin pestañear de Lima a Chiquián a los paisanos, entre ellos Benjamín y Segundo Robles, Luis y Carlos Nuñez, Anaya, Amancio, Teobaldo Padilla, Matuco Galvez , José Maturana, Juan Montes, Leonardo Aldave, Zenobio Alarcón, Armando y Chanti Alvarado, Elías Landauro, José Yábar, San Martín, Keclin Carbajal, Cachay, Ocrospoma, Armando Delgado, La Liebre, Tolomeo Padilla, los hermanos Abundio y Manzueto Santos Flores, Peli Balarezo, Luco y Claudio Ñato, Miguel Moncada.
 
A los techadores Eliseo Calderón, Reymundo Flores, Florentino Alvarado, Teodoro Vásquez (experto en tapiales). A los hojalateros Lolito Rivera, Abraham Bolarte, Manuel Rueda y Bernardo Escobedo. A los productores lácteos Alberto Espejo, Isidro Espejo, Filomeno Meza, Andrés Vásquez, Miguel Romero, Amancio Valdez. A los fabricantes de velas Felipe Ramírez, Accepio Palacios, Lolito Rivera, Daniel Yabar, Mauricio Zubieta. A los albañiles Elías Alvarado, Andrés Lázaro y Perico Izquierdo. A los sombrereros Teófilo Rivera y Rómulo Toro. A don Antonio Padua Toro y su roncadora. A los diestros en bordaduría Eulogio Rivera y don Braulio. A los peluqueros Fidel Balarezo, Pedro Loarte, Chimuco Garro, Elías Rivera, Leonardo Allauca.
 
De nuestros maestros primarios, secundarios y de la Escuela Normal, hay tanto que decir amigos míos, pues gracias a sus enseñanzas somos seres humanos con mayor conocimiento. Saludo a todos ellos en la persona de doce maestros chiquianos, doce nobles apóstoles del saber que nos acompañan en la ruta: María Aldave, Luz Alvarez, Eduardo Aldave, Anatolio Calderón, Anatolia Aldave, Julio Vásquez, Albina Aldave, Zoila Cáceres, Oswaldo y Nivardo Vicuña, Romeo Reyes, Chole Zúñiga... del mismo modo a los trabajadores estatales, comerciantes, base del turismo receptivo, a los músicos y cantantes representados por el maestro Alejandro Aldave Montoro; a los comunicadores sociales y administradores de las páginas chiquianas de la Internet; a los escritores en la persona de Filomeno Zubieta Núñez, a los gobiernos locales, autoridades de Gobierno y comunidades campesinas, a las asociaciones, comités de gestión y promotores culturales en el ejemplo imperecedero de Vladimiro Reyes, Acucho Zúñiga, Julián Soto, Marcos Chamorro, Tadeo Palacios, Pablo Antaurco, Alex milla... entre otros apóstoles de carne, pellejo y hueso.
 
 

REYDA ALVARADO: CHIQUIANITA BELLA MUJER

JUDITH BALAREZO - LINDA CHIQUIANA

NIEVES ALVARADO

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La casa vieja - Nieves Alvarado

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