DON MATEO BARBA ZUBIETA
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
SERIE: "Héroes chiquianos"
En el Día del Telégrafo
Estudiosos en la materia subrayan, que el espíritu de
sacrificio y el afán solidario son impulsos naturales del hombre que lo llevan a
dar de sí, sin importarle sus bienes materiales, su salud y
su vida. Además señalan, que el sacrificio y la solidaridad implican en su
acepción más amplia, la idea del desprendimiento y la generosidad. La solidaridad es la
antítesis del egoísmo que proclama sólo el vivir por sí y para sí. Pero la vida
no es individual, también es colectiva, donde nadie debe
vivir aislado.
Cuando
el sacrificio y la solidaridad no se traducen
en dádiva, se trasluce en nobles acciones. Por ejemplo, preferir lo
difícil
a lo fácil, afrontar cualquier peligro para auxiliar a alguien o ayudar
al
desarrollo de la comunidad. También acudir a donde se necesita apoyo. En
fin, es sacrificar la propia existencia por valores más altos que los
que ella
encierra. Hay muchos ejemplos de sacrificios cotidianos: policías,
bomberos, médicos, enfermeras, rescatistas, carteros, etc.
El espíritu de sacrificio y de solidaridad compartida es propio de
hombres de
buen corazón. Siempre demanda valor y entrega por los demás. Sobre todo
en tiempos donde el amor por el prójimo está dejando de ser gratuito en
muchas latitudes del planeta.
En esta oportunidad
voy a
citar algunos nombres de seres humanos que ya emprendieron el Gran
Vuelo, y de
otros ciudadanos que son ejemplos vivos, intentado recrear sus obras en
bien de
la comunidad bolognesina.
Llega a mi memoria la imagen del primer “Hombre Araña”
que quedó guardada en mi corazón. Fue una fría mañana de fines de
junio del 1961. Retornaba caminando de Shincush hasta donde fui gorreando el
camión “San
Martín”, que iba a Recuay. En circunstancias que bajada raudo,
cortando
por tramos la vía, pude ver a don Mateo Barba Zubieta, trepado a un
poste de madera en lo alto del
cerro escarpado, haciendo lo imposible por unir dos cables de acero de filudas
puntas que
lo hacían sangrar. No llevaba casco, guantes, tampoco una soga que lo
proteja de
los racimos de hualancas y de las piedras filudas del risco, que desde abajo lo miraban como
vampiros. Nuestro paisano trabajó casi toda su vida en la Oficina de
Correos y
Telégrafos. Él, cada vez que se producía un corte en el sistema
telegráfico,
tenía que sortear metro a metro terreno escabroso hasta encontrar la avería
y
repararlo, aun a costa de su integridad y vida, pues tuvo
que hacer su trabajo en superficie sumamente hostil. Recuerdo que al
acercarme me brindó unos segundos de su tiempo para responder mi saludo.
Minutos después, ya parado en el camino, vi su mirada de satisfacción y
sentí su corazón latiendo
con fuerza por la emoción de haber cumplido su noble tarea en bien del
pueblo.
Esta vocación de sacrificio es similar al ejemplo de hombres valiosos
como
Panchito Alva, Alberto Núñez y don “Muchqui” Valerio Aldave, quienes
tenían que viajar leguas de leguas cuando eran llamados del interior de la
provincia
para sanar heridas o socorrer a los desvalidos, sin temor a ser
contagiados por
alguna enfermedad. Seguramente caminaron de noche los abruptos senderos,
pues la
salud no espera la llegada del alba. De igual modo lo hicieron los
amautas
rurales que gozan de la Mansión Celestial: Antonio Zúñiga, Juan Fuentes, Teófilo Núñez, Policarpo Zubieta, Emiliana y Nicanor Cerrate, Pablo Vásquez, Belisario Pardo, Teodulfo Ramírez, Arcadio Zubieta, Hernán
Reyes, Albina Soto, Ernestina Yábar, Amina y Josefina Rayo, Alejandro Yábar, Gudberto Ibarra, Félix Anzualdo, Dina
Romero y muchos entrañables maestros, llevando conocimiento a los pueblos lejanos. También el
Supervisor
Provincial Marcos Lemus, visitando una a una las escuelas del interior para cumplir
su labor
de control, viajando a caballo o a pie y entregar los míseros sueldos a
los heroicos maestros rurales, las noticias de sus familiares y el
azúcar que
endulce el agüita de muña.
Cómo
no recordar a los comuneros en las excelsas
figuras de sus líderes de venerable cuño: Absalón Alvarez, Pedro Jiménez,
Pedro Moreno, Juan Ibarra, Félix Jiménez, Pascual Palacios, Marcos
Ñato, Arcadio y Juan Ibarra, Pascual Chávez y Abilio Huerta,
quienes además de defender nuestras tierras con el grito: 'Romatambo de
Chiquián', construyeron canales y caminos en nuestra difícil topografía,
estanques y reservorios de agua para el riego, paredes de tapiales interminables
y calles por doquier; es decir apuntalaron con sus brazos y sus cerebros el
progreso de Chiquián, obras de las que gozamos de niños, adolescentes y en la
actualidad. No es menos importante la labor de nuestros panaderos por darnos el
pan caliente: mañanero y vespertino, quemándose el lomo, las manos y las pestañas
durante las largas horas que dura la tarea de amasijo. Cómo no evocar a nuestros
mineros de socavón como don Manuel Vicuña y su hijo Apacho, y a don Manuel
Roque.
Asimismo a los policías e instructores de Pre-Militar que cuidaban
nuestro desarrollo: Pedro Cuevas, “Angelito”, Fausto Chirinos, Cesareo Zarazú,
Víctor Morán, Lucho Chiri, Antonio Franco, Cástulo Sánchez, Alejandro Dextre,
Pancho Sánchez, Víctor Alvarado, entre otros seres de uniforme verde olivo y
azul municipal como don Alejandro Alvarado. De igual manera los coheteros
Alberto “Limonta” Núñez de Quihuillán, Baldomero Ramírez y Jacobo Palacios,
quienes con su esperado ¡PUN! nos llenaban de dicha en las fiestas
costumbristas, poniendo en peligro sus dedos y nariz en cada disparo de avellana
o tendida de bombardas en la Plaza Mayor y en el estadio de
Jircán.
En mis retinas tengo grabados: los helados, las
raspadillas y las chalacas, pero de sólo imaginarme que para elaborarlas tan
sabrosas: Camilo Bravo, Danielito Garro, Gelacio Valderrama y su papá, José
Montoro y Gregorio Carrera, tenían que bajar enormes adoquines de hielo desde
Tucu y traerlos paso a paso a lomo de burro, siento escalofríos en el cuerpo y
en el alma. También integran esta pléyade de valientes del trabajo productivo
nuestros paisanos Bonifacio Peña y Juan Ramírez, los hombres de la “luz al final
del túnel”, siempre prestos a iluminar nuestras noches, a costa de quedarse
electrocutado el primero, y morir intoxicado por monóxido de carbono el segundo.
Del mismo modo los picapedreros Factor, Alejandro y Aurelio Yábar, Apolinario
Montoro, Felipe Alvarado y Melchor Romero, quienes a mano, cincelada tras
cincelada, milímetro a milímetro construyeron molinos de uso campesino, batanes,
morteros, umbrales y soportes de
huaros.
Con estos bellos ejemplos, renace ese espíritu de
sacrificio por amor al prójimo como estado sublime del alma, alcanzado con
sufrimientos e incomodidades, al extremo de convertirse en un hábito, pues los
que se acostumbran a experimentar privaciones y molestias, sensibilizan su
cuerpo, de tal forma que los más crudos dolores y los más pesados trabajos no
dejan huella apreciable en ellos. Cómo no recordar también a nuestros tejedores
de antaño: Benito y Pedro Moreno, Marcos y Cesareo Minaya, Florián Rodríguez y
Fausto Castillo, quienes confeccionaban de sol a sol: ponchos, frazadas,
faldellines, jergas, aperos, pantalones de bayeta, jacus y llicllas. A nuestras
tejedoras, bordadoras y costureras: Asunción Aldave, Pili Díaz, Teodora Alva.
Goya Anzualdo, Consuelo y Norma Espinoza, Etelvina Tello, Mary Luján, Carmen
Montes, Orfila Ocrospoma, Bercilia y Elvira Prudencio, María Rosemberg y Martina
Yabar. A nuestra fabricante de coronas Dolorita Aguirre, quien con doña Aquelina
de Silva, Dieguita, Orfelinda Portilla, Juanita 'Causa', María Gamarra, Carlos
espinoza y la esposa del chofer Leonardo Aldave de Carcas, alegraban nuestros
días con sus sabrosos potajes y bebidas al
paso.
A los trabajadores de la Oficina de Correos y
Telégrafos: Pepe Zárate Durand (Jefe),
Ana Márquez Ibarra, a nuestra recordada Loyolita, Luz Romero Milla, Pedro Díaz
Anzualdo, Mateo Barba Zubieta, Juan Garro Aldave, Antonio Ortiz y Agripino
Carrera.
A los herreros Ambrosio Chávez, Abilio Huerta y David
Aldave que forjaban rejas, barretas, racuanas, visagras, aldabas, herrajes,
canchanas. A nuestros fabricantes de tejas y adobes Toribio Allauca e Iuchi
Ramírez. A los talabarteros Felipe Vicuña, Benancio Valderrama, Felipe
Velásquez, a los trenzadores Cosme Padilla y Agripino Cerrate, al pintor con
pellejo de cordero Crisólogo 'Bolívar' Vásquez. También a nuestros sastres
Miguel e Icha Durand, Natividad Valderrama,
José Gamarra
Ñato, Jorge
Bolarte, Alicho Romero, Juan 'Palermo' Gonzáles, Elias Damián. A los carpinteros
Toribio y Teodoro Moreno, Nicolás Ramírez, Gaudencio Moreno, Casimiro Alvarado,
Lorenzo Yábar, Valerio Jaimes, Juan Díaz, Julio Carhuachín, Elacho Ñato,
Maurelio Reyes. A los fotógrafos Perfecto Bolarte, Garrito, Cesareo Zarazú,
Pepe Zárate, Pedro Zubieta, Víctor Morán,
Pedro Cuevas, Guillermo Arbaiza. A don Abraham Bolarte que mantenía a puntos los
relojes a cuerda; a los zapateros Rucu Feliciano, Juan Ñato, Alejandro Anzualdo,
Samuel Calderón, Mariano Blas, Pedro Alvarez, Lorenzo Padilla, Gregorio Espejo,
Estañiz Gamarra...
A los panaderos Manuel Castillo, Maurelio Reyes, Simón
Rayo, Ignacio Calderón Ramírez, Pepel, Policarpo Aldave, Pascual Palacios,
Victoria Montoro, Ela García, Lucinda y Faustina Alvarado, Mercedes Moncada,
Pili y Pedro Díaz, Guillermo Garro, Pedro Moreno, Benigno Palacios, Alejandro
Lemus, Chanti Alvarado, Alejandro Lázaro, Honorio Jara, Alejandro Rivera,
Joaquín Chamorro, el chino Félix Jiménez. A los choferes ruteros que traían y
llevaban calor familiar uniendo sin pestañear de Lima a Chiquián a los paisanos,
entre ellos Benjamín y Segundo Robles, Luis y Carlos Nuñez, Anaya, Amancio,
Teobaldo Padilla, Matuco Galvez , José Maturana, Juan Montes, Leonardo Aldave,
Zenobio Alarcón, Armando y Chanti Alvarado, Elías Landauro, José Yábar, San
Martín, Keclin Carbajal, Cachay, Ocrospoma, Armando Delgado, La Liebre, Tolomeo
Padilla, los hermanos Abundio y Manzueto Santos Flores, Peli Balarezo, Luco y
Claudio Ñato, Miguel Moncada.
A los techadores Eliseo Calderón, Reymundo Flores,
Florentino Alvarado, Teodoro Vásquez (experto en tapiales). A los hojalateros
Lolito Rivera, Abraham Bolarte, Manuel Rueda y Bernardo Escobedo. A los
productores lácteos Alberto Espejo, Isidro Espejo, Filomeno Meza, Andrés
Vásquez, Miguel Romero, Amancio Valdez. A los fabricantes de velas Felipe
Ramírez, Accepio Palacios, Lolito Rivera, Daniel Yabar, Mauricio Zubieta. A los
albañiles Elías Alvarado, Andrés Lázaro y Perico Izquierdo. A los sombrereros
Teófilo Rivera y Rómulo Toro. A don Antonio Padua Toro y su roncadora. A los diestros
en bordaduría Eulogio Rivera y don Braulio. A los peluqueros Fidel Balarezo,
Pedro Loarte, Chimuco Garro, Elías Rivera, Leonardo
Allauca.
De nuestros maestros primarios, secundarios y de la
Escuela Normal, hay tanto que decir amigos míos, pues gracias a sus enseñanzas somos seres
humanos con mayor conocimiento. Saludo a todos ellos en la persona de doce
maestros chiquianos, doce nobles apóstoles del saber que nos acompañan en la ruta: María Aldave, Luz Alvarez, Eduardo Aldave, Anatolio Calderón, Anatolia Aldave, Julio Vásquez, Albina Aldave, Zoila Cáceres, Oswaldo y Nivardo Vicuña, Romeo Reyes, Chole Zúñiga...
del mismo modo a los
trabajadores estatales, comerciantes, base del turismo receptivo, a los
músicos
y cantantes representados por el maestro Alejandro Aldave Montoro; a los
comunicadores
sociales y administradores de las páginas chiquianas de la Internet; a
los
escritores en la persona de Filomeno Zubieta Núñez, a los gobiernos
locales,
autoridades de Gobierno y comunidades campesinas, a las asociaciones,
comités
de gestión y promotores culturales en el ejemplo imperecedero de
Vladimiro Reyes, Acucho Zúñiga, Julián Soto, Marcos Chamorro, Tadeo
Palacios, Pablo Antaurco, Alex milla... entre otros apóstoles de carne, pellejo y
hueso.