CUANDO YA NO ESTÉ CON USTEDES AMADOS HIJOS
Por Juan José Alva Valverde (Pepe)
Por Juan José Alva Valverde (Pepe)
El
llanto desesperado de Victoria, abrazada a su madre, en los pasillos del
INEN- Lima (instituto nacional de enfermedades neoplásicas)- eran
consoladas por sus hermanos, quienes al igual que ella, se encontraban
muy compungidos, por la trágica noticia, que el Dr. Peyton, les había
dado, en relación a los resultados de la biopsia realizada a su padre;
les había dicho que el cáncer, se encontraba en fase terminal, y que lo
único que quedaba, era darle calidad de vida.
Alfredo Nolasco, emigró a Lima la horrible a los 16 años; dejó a sus queridos padres en su terruño querido, Chiquián; un pueblito enclavado en un valle hermoso, de Ancash, a 7 horas de Lima; porque se dio cuenta que allí, en esa época, 1960, terminaría como la mayoría de sus amigos; de chacarero; y él tenía otras miras, otras prioridades; quería, con el fruto de su esfuerzo, construirles una casita bonita, confortable y con buen material, en vez de la chocita que sus queridos padres, albergaban en las afueras de su terruño; en la zona de Racrán; bello paraje, al pie del cerro Capillapunta; coloso guardián, en cuya cima orgulloso muestra una cruz inmensa; santo y seña del catolicismo de un pueblo, sumamente creyente y que es bendecido por San Francisco de Asís, y santa Rosita de Lima; Racrán, campiña preñada de verdor, con sus alfalfares, y sin número de eucaliptos y alisos, regados por las límpidas aguas del Putu, vozarrón; no le incomodó, por ello pasar las penurias del caso, por las estrecheces y otros, en la casa de unos parientes, que lo alojaron, a un ladito del patio; donde Alfredo, armó como pudo, un cuartito pequeño; dedicándose luego, a trabajar en lo que podía, con tal de juntar sus centavos, y forjarse un destino.
Culminó sus estudios secundarios, en la nocturna del Ricardo Bentín, y como desde muy pequeño, le gustó la construcción, con el bichito en la mente de construirles a sus viejitos la casita soñada; se dedicó a la construcción; llegó a ser maestro de obra en la compañía Graña y Montero; en mayo de 1980, una tarde primaveral allá en el espejito del cielo; cuando los pichuychancas-(avecillas pequeñas), mediante sus trinos agradecen al buen Dios, el haberles regalo un día más de vida, acurrucándose junto a sus pichoncitos; Alfredo ingresaba por la puertita de la huerta, a la chocita de sus viejitos con el pensamiento que dentro de muy poco tiempo, aquella puertita se convertiría, en un portón de fierro, con vidrios catedral; cumplido el principal de sus objetivos; se dedicó a la educación de sus queridos hijos; adquirió un terreno en la zona de San Juan de Lurigancho, donde construyó su casita, poco a poco; sus hijos crecieron, lo mismo que las alas de sus queridos palomos; cada uno fue forjando su futuro, mediante la ayuda y apoyo del buen Alfredo.
Debido a las molestias, cada vez más constantes, en su salud, optó dejando de lado la atención en ESSALUD, al que por ley tenía acceso; la consulta privada de algunos facultativos, que se los habían recomendado; el Dr. Castro, con la experiencia del caso, le ordenó varios análisis específicos; dados los resultados adversos, y con la confianza del trato Médico- paciente por más de 6 meses; le dijo que había una posibilidad de que el mal que padecía, podría ser fatal; y que tratara de ordenar en lo posible, los asuntos familiares, y que de todos modos, era imprescindible, las consultas correspondientes, en el INEN; por lo que lo contactaría, con un colega de dicha institución. Alfredo, luego de asimilar su destino, se abocó a ordenar sus cosas; ya sea los papeles de su casita, que todo quedara saneado; y todo lo que de él dependía; en algunas noches de insomnio; releía las obras que desde siempre le gustó; los de Ciro Alegría; de García Márquez; los poemas de César Vallejo; de Pablo Neruda, en fin, y de otros tantos; a veces escribía, lo que su mente le dictaba.
El 26 de agosto del 2012; Alfredo Nolasco, contempló por última vez el rostro de su amada Rosana; su compañera de toda la vida, con quien compartió los días y las noches, de la vida; el dulce amargo de la existencia; con quien criaron a dos hijos y una mujercita, Victoria, a quien le decía, lunarcito; por un lunar en el labio superior, igual al de él; la besó en la frente y le encargó por sus amados hijos; a las 12 del día, en los brazos de su amada Rosana; expiró.
Al regresar del cementerio, Victoria, en el dormitorio de su querido padre, sentada sobre la cama, donde había pasado los últimos días de su existencia, se puso, a ojear los libros, que aún permanecían sobre la mesita de noche; en una hoja, al final de uno de ellos; reconoció la letra de su padre; se puso a leer, despacio lo que sus ojos contemplaban; entre lágrimas y sollozos, terminó de leer, lo que su querido papá le había dejado como, un amoroso mensaje:
Alfredo Nolasco, emigró a Lima la horrible a los 16 años; dejó a sus queridos padres en su terruño querido, Chiquián; un pueblito enclavado en un valle hermoso, de Ancash, a 7 horas de Lima; porque se dio cuenta que allí, en esa época, 1960, terminaría como la mayoría de sus amigos; de chacarero; y él tenía otras miras, otras prioridades; quería, con el fruto de su esfuerzo, construirles una casita bonita, confortable y con buen material, en vez de la chocita que sus queridos padres, albergaban en las afueras de su terruño; en la zona de Racrán; bello paraje, al pie del cerro Capillapunta; coloso guardián, en cuya cima orgulloso muestra una cruz inmensa; santo y seña del catolicismo de un pueblo, sumamente creyente y que es bendecido por San Francisco de Asís, y santa Rosita de Lima; Racrán, campiña preñada de verdor, con sus alfalfares, y sin número de eucaliptos y alisos, regados por las límpidas aguas del Putu, vozarrón; no le incomodó, por ello pasar las penurias del caso, por las estrecheces y otros, en la casa de unos parientes, que lo alojaron, a un ladito del patio; donde Alfredo, armó como pudo, un cuartito pequeño; dedicándose luego, a trabajar en lo que podía, con tal de juntar sus centavos, y forjarse un destino.
Culminó sus estudios secundarios, en la nocturna del Ricardo Bentín, y como desde muy pequeño, le gustó la construcción, con el bichito en la mente de construirles a sus viejitos la casita soñada; se dedicó a la construcción; llegó a ser maestro de obra en la compañía Graña y Montero; en mayo de 1980, una tarde primaveral allá en el espejito del cielo; cuando los pichuychancas-(avecillas pequeñas), mediante sus trinos agradecen al buen Dios, el haberles regalo un día más de vida, acurrucándose junto a sus pichoncitos; Alfredo ingresaba por la puertita de la huerta, a la chocita de sus viejitos con el pensamiento que dentro de muy poco tiempo, aquella puertita se convertiría, en un portón de fierro, con vidrios catedral; cumplido el principal de sus objetivos; se dedicó a la educación de sus queridos hijos; adquirió un terreno en la zona de San Juan de Lurigancho, donde construyó su casita, poco a poco; sus hijos crecieron, lo mismo que las alas de sus queridos palomos; cada uno fue forjando su futuro, mediante la ayuda y apoyo del buen Alfredo.
Debido a las molestias, cada vez más constantes, en su salud, optó dejando de lado la atención en ESSALUD, al que por ley tenía acceso; la consulta privada de algunos facultativos, que se los habían recomendado; el Dr. Castro, con la experiencia del caso, le ordenó varios análisis específicos; dados los resultados adversos, y con la confianza del trato Médico- paciente por más de 6 meses; le dijo que había una posibilidad de que el mal que padecía, podría ser fatal; y que tratara de ordenar en lo posible, los asuntos familiares, y que de todos modos, era imprescindible, las consultas correspondientes, en el INEN; por lo que lo contactaría, con un colega de dicha institución. Alfredo, luego de asimilar su destino, se abocó a ordenar sus cosas; ya sea los papeles de su casita, que todo quedara saneado; y todo lo que de él dependía; en algunas noches de insomnio; releía las obras que desde siempre le gustó; los de Ciro Alegría; de García Márquez; los poemas de César Vallejo; de Pablo Neruda, en fin, y de otros tantos; a veces escribía, lo que su mente le dictaba.
El 26 de agosto del 2012; Alfredo Nolasco, contempló por última vez el rostro de su amada Rosana; su compañera de toda la vida, con quien compartió los días y las noches, de la vida; el dulce amargo de la existencia; con quien criaron a dos hijos y una mujercita, Victoria, a quien le decía, lunarcito; por un lunar en el labio superior, igual al de él; la besó en la frente y le encargó por sus amados hijos; a las 12 del día, en los brazos de su amada Rosana; expiró.
Al regresar del cementerio, Victoria, en el dormitorio de su querido padre, sentada sobre la cama, donde había pasado los últimos días de su existencia, se puso, a ojear los libros, que aún permanecían sobre la mesita de noche; en una hoja, al final de uno de ellos; reconoció la letra de su padre; se puso a leer, despacio lo que sus ojos contemplaban; entre lágrimas y sollozos, terminó de leer, lo que su querido papá le había dejado como, un amoroso mensaje:
Cuando ya no esté con ustedes amados hijos,
Por haber partido a la eternidad, hacia el infinito,
Seguro que estaré presente en sus recuerdos,
Así como ustedes están dentro de mí en todos mis momentos.
Lo que más se ama en la vida, es a los hijos,
Y a los hijos de los hijos, los queridos nietos,
Entonces hagamos de ello una buena cadena,
Afianzada con lazos de unión de amor y de respeto.
Sean felices y luchen por conservarlo a como dé lugar,
Sacrifíquense por mantenerse, dignos y honestos,
Supérense constantemente para hacer cada día mejor lo que hacen,
Piensen siempre que el trabajo es una bendición y una satisfacción,
No es un sacrificio, ni tormento, ni castigo.
Amen con todas sus fuerzas a sus compañeras de toda la vida,
Entréguenle sin condiciones sus pasiones,
Serán recompensados con días candorosos,
Sus hogares serán jardines con claveles, azucenas o jazmines.
Cuando ya no esté con ustedes amados hijos,
Seré un viento aromado de chamizas y eucaliptos,
Seré el fresco aire en sus rostros en calurosos días,
Seré la alerta en los momentos de peligro,
Seré por siempre; el padre que los ha querido.
Cuando ya no esté a tu lado hijita mía
Por haber partido al infinito,
Estaré por siempre en tu sangre, en tus genes
En tu corazón y aún más en tu pensamiento,
No te aflijas, no pierdas la dulce sonrisa de niña,
Estoy a tu lado acariciando tus cabellos,
Te digo un secreto:
Me he convertido en tenue viento.
Cruz de Motupe, 15 de julio del 2014.
Juanjalva@gmail.com
Pepe Alva Valverde