EL POETA JUAN OJEDA EN SANTIAGO DE CHUCO
(Al conmemorarse los 70 años de su nacimiento)
Dr. Javier Delgado Benites (*)
(Al conmemorarse los 70 años de su nacimiento)
Dr. Javier Delgado Benites (*)
Juan Ruperto Ojeda Ojeda nació en Chimbote, el 27 de marzo de 1944. Siendo el noveno de once hermanos, hijo de Víctor Ojeda Chávez y de Josefina Ojeda Díaz. Ambos primos hermanos y de procedencia arequipeña. Estudia su escuela primaria en la Escuela Fiscal Nº 333 y secundaria en el Colegio Nacional San Pedro de Chimbote.
En 1962, inicia sus estudios de Filosofía en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de San Marcos, paralelamente estudió pintura y escultura en la Escuela Nacional de Bellas Artes. En mayo se conoce con el estudiante Danilo Sánchez Lihón en el patio de Letras de la universidad y comparten un café en el restaurante Jamaica, al costado de la casona del Parque Universitario, contiguo al panteón de los próceres. Danilo manifiesta de su primer encuentro. Al conocernos con Juan, supimos al instante que estábamos hechos del mismo quebranto, que nos animaba el mismo aliento y se nos había arrojado a idéntico pozo sin fondo; a idéntico vacío y a batirnos con similares o parecidos enigmas. A partir de ese momento fuimos amigos inseparables1.
En el patio de letras de San Marcos solía reunirse con los jóvenes poetas Danilo Sánchez, Andrés Cloud, Hermógenes Janampa, Julio Nelson, Juan Cristóbal, Ricardo Ráez, Yando y Alfredo Portal, Carlos Tincopa, Jorge Bendezú y Hildebranto Pérez, para hablar sobre Vallejo, Neruda, Rimbaud, Hernández, Kafka, Proust, Brecht, San Juan de la Cruz, Rilke, Trakl, Machado, Mariátegui, Marx y Lenin. Siempre terminaban leyéndose sus propios poemas los unos a los otros. Todos llegaron a conformar la revista Piélago.
Danilo Sánchez entrañable amigo de Juan Ojeda, cuando caminaban por las calles de Lima, atestigua. A veces subiéndonos a los ómnibus sin rumbo fijo, nos sumergíamos en la contemplación de la ciudad. Por el gusto y la reverenda gana de hacerlo. Sin puntos fijos a donde ir. En realidad no íbamos a ninguna parte. Solamente nos interesaba testificar el “hoy” y el “aquí”. En el fondo gozando profundamente de la poesía que significa echar una mirada por la realidad y que se siente profundamente cuando vamos en soledad, como ocurría con nosotros2.
En setiembre de 1963 en el mes de la juventud y de la primavera, los estudiantes de los primeros ciclos en la universidad decana, el chimbotano Juan Ojeda, el santiaguino Danilo Sánchez y huanuqueño Andrés Cloud, que al ver un ómnibus de San Marcos partir en la noche de la casona, subieron creyendo que se dirigía a la ciudad universitaria se iban conversando de poesía y cuando se dan cuenta estaban por Ancón sobre la carretera al norte, rumbo a Trujillo, a donde iban estudiantes de Letras y Derecho a la fiesta de la Primavera. Andrés Cloud en el trayecto tuvo que sacarse su reloj para regalarlos y no los hagan bajar por algún desierto en la noche serena y lloviznosa.
Cuando llegaron a Trujillo sin dinero, Danilo los llevó a la casa de su tía Gisela, donde se encontraba viviendo su hermana Rosa; ahí pudo agenciarse de unas monedas para poder solventar los gastos que demandaba estar en la ciudad primaveral. Aprovecharon su corta estadía para visitar Laredo y otros lugares importantes para huir del entusiasmo que vivía la gente por el corso primaveral. Luego Danilo los animó a Juan y Andrés a viajar y conocer su tierra natal Santiago de Chuco, en esa época el paisaje es amarillo blanquizco por los rastrojos y la paja de las parvas de los trigos y cebadas que en el mes de agosto han cosechado, los cerros marrones ogores, las huertas y los jardines florecientes. Los estudiantes foráneos entusiasmados por conocer la tierra del universal poeta, se dirigieron a la agencia de transporte “Agreda” ubicada en el jirón de la Unión, el ómnibus salía a las siete de la noche, el largo viaje de más de diez horas, la carretera era una trocha, donde arribaron de madrugada, dirigiéndose a la casa de sus padres ubicada en el barrio Santa Mónica en la misma calle recta de la casa del poeta César Vallejo que lleva su nombre. Entraron por el portón de la casa de su abuelita, que se había olvidado de trancar, despertando a sus padres y hermanos pequeños. Los padres de Danilo lo recibieron con afecto, se encariñaron con los jóvenes universitarios sanmarquinos, la señora Elvira se esmeraba en cocinarlos los platos típicos del lugar, preparaba el cashallurto, el jetón, la patasca, la gallina en fiambre, las cecinas, el jamón, la ñuña, etc. y la infaltable variedad de pan. A los estudiantes se sentía en casa, les agradaba la comida santiaguina. El profesor Danilo padre, maestro de escuela elemental, conversaba con los jóvenes foráneos largas horas, ellos se encariñaron con los niños pequeños que había en casa, a quienes los alzaban y jugaban.
Danilo relata sobre el viaje a su tierra. En Trujillo nos animamos a llegar hasta Santiago de Chuco, mi tierra, adonde arribamos de madrugada, golpeando el viejo portón por el lado de la casa de mi abuela, que fue abierto con el alborozo de mis padres que a esa hora encendieron la cocina para luego servirnos leche espumante, cecinas fritas y panes amorosos del lugar. Horas después, y en ese mismo día, visitamos en silencio y cuarto por cuarto la casa de César Vallejo; que es cuando vi a Juan conmovido, poseído, alucinado; temiendo que algún momento pudiera ocurrir una desgracia, al sentir que esa circunstancia los ejes de un cuadrante coincidían en el horizonte sin límites3.
Luego de visitar la casa del poeta universal, los estudiantes deciden visitar el panteón que se ve al frente en la colina en donde se encuentran los restos de los padres y hermanos del poeta santiaguino, que sufrió mucho la muerte de sus padres y no pudo estar presente en su entierro de su madre por encontrarse en Lima y de su padre por encontrarse en París. Danilo narra de su vista al cementerio. Ya en el viejo panteón, situado en lo alto de la colina, rebuscamos tumba por tumba, con la agitada esperanza de encontrar los nombres de la madre, el padre y el hermano Miguel, muerto a los trece años4.
Ojeda y Cloud estuvieron más de dos semanas en Santiago de Chuco, usaban poncho y sombrero que el señor Danilo padre los proporcionó para amortiguar el frío, visitaron diversos pueblos, para conocer a profundidad la idiosincrasia del poblador andino y establecer una similitud de identidad en el lenguaje con la del poeta Vallejo, uno de los lugares que visitaron fue Cachicadán, para bañarse en sus aguas termales, conocer el ojo y el cerro de la Botica, ahí en aquel lugar Juan Ojeda se enamora de una señorita, simpática que estaba en todo su esplendor de la juventud inocente, ella lo miraba con sus ojos claros a Ojeda, ambos se simpatizaban, el joven chimbotano no quería regresar a Santiago de Chuco. Danilo relata de su estancia en su tierra. Durante los quince días felices que estuvimos visitando pueblos y haciendo vida de campo, se afianzó fuertemente el lazo de unión y se tendió la viga maestra de identidad con César Vallejo a quien buscamos y encontramos en la gente del campo, y en el lenguaje humilde de la vida cotidiana6.
Danilo Sánchez hace una comparación física de Ojeda con Vallejo, a quien admiraba el poeta chimbotano. Juan establecía una relación muy personal, hasta el grado de la complicidad y la confidencia, con César Vallejo. Por lo demás, también era enorme el parecido que tenía con la máscara ósea, el talante y hasta con el color de la piel del poeta santiaguino, habiendo sido testigo, más de una vez, de cómo las personas al conocerlo destacaban esta coincidencia y se lo decían7. A la vez cuenta una anécdota que el mismo Ojeda lo relató. Quiero revelar, inclusive, un hecho que él me lo contara con emoción profunda y todavía con el miedo y estupor que aquello le produjo. Fue que un día leyó que César Vallejo había titulado inicialmente su libro Trilce con el nombre de Cráneos de bronce, que era exactamente el título que Juan había puesto al conjunto de sus poemas, sin tener ni la más remota idea de que a Vallejo se le había ocurrido lo mismo hecho que él pensaba que lo identificaba más allá de lo común, existiendo un secreto pacto y un respeto muy grande de Juan por el autor de los Poemas Humanos, caso especial de parte de alguien muy severo y descalificador en sus juicios8.
Estando en Santiago de Chuco los estudiantes sanmarquinos acostumbrados se habían olvidado completamente de sus clases, no querían regresar a Lima, porque disfrutaban de la telúrica y magnética que ofrece esa bucólica ciudad andina a los visitantes, el compartir con la familia y amigos de Danilo Sánchez, al fin deciden regresar para retomar sus estudios y sus quehaceres poéticos.
Ojeda a los pocos años comenzó una travesía por toda América. Desconcertado al hallarse preso en Belem do Pará por una supuesta militancia revolucionaria, satisfecho explorador de casi todo el Caribe, solo testigo de la penetración yanqui en Panamá. De regresó a Lima decide en 1973, matricularse en la Escuela Nacional de Bibliotecarios.
Falleció trágicamente el 11 de noviembre de 1974 en Lima, arrollado en la madrugada por un automóvil en la cuadra 23 de la Av. Arequipa. La familia conmovida por el trágico suceso deja una nota en la casa de Danilo Sánchez, mientras él se encontraba trabajando en INIDE que a la letra decía: Querido Danilo, sírvase presentarse lo más antes posible a Ramón Herrera 529, Urb. Elio, por la Universidad de San Marcos, por haber fallecido su más íntimo amigo Juan Ojeda. La familia9.
Juan Ojeda Ojeda, es el más insigne representante de la poesía chimbotana, que prestigia con sus versos geniales a nivel nacional e internacional.
De esa amistad espiritual que existió del poeta chimbotano Juan Ojeda con el poeta santiaguino Danilo Sánchez, una hermandad sincera, incluso Ojeda le dedica un poema a su amigo Danilo y este posteriormente corresponde de la siguiente manera:
HERMES TRISMEGISTO
A Danilo Sánchez Lihón
A Danilo Sánchez Lihón
Como sí
La desesperación
aún
En medio de olas de oro por su incomparable luz de heliotropo
por su inconquistable sombra
acude
A las orillas del sueño
a los amores funestos
Jarcias envejecidas sobre el espíritu
Las barcas ausentes
Como navegar en el
Universo Destruido
estrellas unánimes
galaxias
constelaciones inútiles
Barcas
De pronto una música de laureles acude el día el solsticio
rotas las velas o la espuma
noches intensas
apretujados sueños
El vagar de caminos
se hace tremar trópicos las manos olvidadas
el espectro de la nada
el rostro de Oro
Cumplen así las ribas el nocturno embalaje
el rostro
las singladuras del aire
los momentos indecibles al borde del cadalso
la lluvia inicia el día los campos se inclinan
abrevaderos del sol
Llaves de pronto arruinadas por una sombre humillante
rastrojos
Pronto el tiempo acude a sus frondas intactas
es la renuncia al sueño
la ola que retiene el cuerpo
Portadores de escombros hermosos
Lumbres llaman a las puertas con inscripciones gnómicas
Durante láminas ajenas la noche arrastra sus harapos
la Noche
indecente de joyas
la Noche
crispada sobre olivos de niebla
la Noche
Aviva su luz entre los muertos resuena el rio interior
las máscaras se detienen en el limite
lóbregas faunas un día encuentran sus pasos rotundos
nadie camina.
Juan Ojeda
CONTIGO JUAN OJEDA
Y yo huía enloquecido
soportando las revelaciones
Juan Ojeda
1
Día antes que murieras estuvimos contigo,
Juan Ojeda, regateando damajuanas de vino en la Plaza
de Acho sobre el Puente de Fierro, mientras
en el altoparlante del Mercado La Aurora la Flor Pucarina
elevaba su queja y las aguas del Rímac
se deslizaban calmas, inversamente
al sentido
del tiempo fugaz y traslúcido en esa hora y deshora supremas.
2
Al inicio de la tarde y mientras subimos al San Cristóbal,
mirando hacia abajo te extrañó encontrar
a mitad de la cuesta el inmenso cementerio
“El Ángel” que retumba como fabrica.
Zumba
como si cada muerto fuera un cable de alta tensión
que trasmite un mensaje indescifrable.
¿Por qué imaginamos que de sus inicios se elevaba un sentido
dirigido hacia ti y hacia mí, vivos o muertos?
3
Eso cavilábamos mientras desde el presente
-y sin que tú ni yo lo advirtiéramos-, un orate arrojó
una piedra que te golpeo en la frente,
(Viven y duermen bajo la cruz indescifrable).
Eso fue para ti otra señal evidente de estar
señalando, a muy corto tiempo, por el destino.
4
Pronto salieron otros que empezaron a apedrearnos
reconociendo tú en uno de ellos a tu hermano
muerto en un accidente hacia algún tiempo.
Corrimos ladera abajo a refugiarnos
entre unos niños que reían y volaban
cometas. Bajar hasta allí no se atrevieron.
Yo por distracción filosofé:
“Los locos y los muertos se espantan pensando
que fueron niños”. Pero tú gemías.
5
Delirantes y abrazados a las damajuanas, nos trasladamos
en un microbús destartalado a casa de Hermógenes
Janampa, en Cantogrande, donde
libamos el vino que resultó bambeado
y cervezas compradas al anochecer,
bailando entristecidos
el carnaval
de Andahuaylas; cantando a gritos
“Mi dulce
Amor”…, del Picaflor de los Andes.
6
Zapateando con provincianas cándidas, pero invencibles;
cuyas miradas se detenían con un peso
leve de hoja que se posa, haciendo
trastabillar nuestro débil y dolido corazón.
Y como nunca, hubo una que te miró
profundamente a los ojos y desapareció
en la noche. “-Síguela”, te dije.
“-¡Síguela!”
Y demudado sentenciaste:
“Acaso, ¿no te das cuenta quién es?
Fíjate bien ¡es la muerte!”
7
Hoy, lunes 11 de noviembre, caminé hasta
el rincón del teléfono con su escritorio y su silla
verdosos. La voz llorosa que me daba la noticia
estaba latente y grabada seguramente en una cinta
de éste o el otro mundo, desde el día de la ascensión al Apu San Cristóbal.
No respondí ni pregunté nada, pues lo sabía
desde aquella fecha. Puse el fono en su sitio,
caminé la sala en diagonal. demoré, desistí,
fui al baño. Oriné. Regresé: congelado, traslúcido,
como cuando un teorema es prefecto aunque ciego
y atrozmente fatal por su luz implacable.
8
Tus dedos de nicotina vivos antes, tu manera encogida
de caminar, tus grandes dudas, cavilaciones,
y timideces; tus manos que tocaban y palpaban
el mundo, yacen exánimes bajo esa sabana.
Están yertos también allí dentro los rostros
de los seres que amabas.
Los conceptos del ser y del cosmos, que tú como nadie tejía y destejía.
¡Tus abismales preguntas cayeron por un precipicio sin límites!
Ella, ¿sabría ya la noticia?
9
Al tintineo del timbre sacaste la cabeza por entre los balaustres
de la azotea, donde terminabas de colgar la ropa
recién lavaba. Bajaste corriendo,
con tu rostro sonriente. Era evidente: ¡Aún no sabías nada!
Puse mis manos en tus hombros de niña hermosa y sensitiva.
Quise convencerme, al principio: de ¿para qué
hablarte de algo tan grave, quizá incomprensible?
Pero me decidí al saber que así no atajaba ni evitaba
nada. Entonces arrojé lo atroz en medio del camino:
-“Me avisaron que Juan ha muerto, y vengo
de comprobar que es cierto”.
10
Sentí que te helabas y desaparecías de este mundo.
Mediste mis ojos, mi estatura, mi vida, para saber si mentía.
Tu esperanza que por primera vez hubiera hecho
una broma, ya no tuvo asidero. Gemiste sin dejar
de mirarme, como un animal partido
en mil pedazos por un cuchillo. la gran calle
de la muerte se abría para nosotros como negra
espuma y silbaba en nuestras sienes el aire
de la otra ribera: “si le hubiera creído no
le habría dejado irse solo”, gemías.
“¿Él sabía qué ocurriría? -, dije asombrado.
-“Sííííí”,
Contestaste. ¡El misterio de la muerte, era
en el fondo el secreto de su sabiduría!
La desesperación
aún
En medio de olas de oro por su incomparable luz de heliotropo
por su inconquistable sombra
acude
A las orillas del sueño
a los amores funestos
Jarcias envejecidas sobre el espíritu
Las barcas ausentes
Como navegar en el
Universo Destruido
estrellas unánimes
galaxias
constelaciones inútiles
Barcas
De pronto una música de laureles acude el día el solsticio
rotas las velas o la espuma
noches intensas
apretujados sueños
El vagar de caminos
se hace tremar trópicos las manos olvidadas
el espectro de la nada
el rostro de Oro
Cumplen así las ribas el nocturno embalaje
el rostro
las singladuras del aire
los momentos indecibles al borde del cadalso
la lluvia inicia el día los campos se inclinan
abrevaderos del sol
Llaves de pronto arruinadas por una sombre humillante
rastrojos
Pronto el tiempo acude a sus frondas intactas
es la renuncia al sueño
la ola que retiene el cuerpo
Portadores de escombros hermosos
Lumbres llaman a las puertas con inscripciones gnómicas
Durante láminas ajenas la noche arrastra sus harapos
la Noche
indecente de joyas
la Noche
crispada sobre olivos de niebla
la Noche
Aviva su luz entre los muertos resuena el rio interior
las máscaras se detienen en el limite
lóbregas faunas un día encuentran sus pasos rotundos
nadie camina.
Juan Ojeda
CONTIGO JUAN OJEDA
Y yo huía enloquecido
soportando las revelaciones
Juan Ojeda
1
Día antes que murieras estuvimos contigo,
Juan Ojeda, regateando damajuanas de vino en la Plaza
de Acho sobre el Puente de Fierro, mientras
en el altoparlante del Mercado La Aurora la Flor Pucarina
elevaba su queja y las aguas del Rímac
se deslizaban calmas, inversamente
al sentido
del tiempo fugaz y traslúcido en esa hora y deshora supremas.
2
Al inicio de la tarde y mientras subimos al San Cristóbal,
mirando hacia abajo te extrañó encontrar
a mitad de la cuesta el inmenso cementerio
“El Ángel” que retumba como fabrica.
Zumba
como si cada muerto fuera un cable de alta tensión
que trasmite un mensaje indescifrable.
¿Por qué imaginamos que de sus inicios se elevaba un sentido
dirigido hacia ti y hacia mí, vivos o muertos?
3
Eso cavilábamos mientras desde el presente
-y sin que tú ni yo lo advirtiéramos-, un orate arrojó
una piedra que te golpeo en la frente,
(Viven y duermen bajo la cruz indescifrable).
Eso fue para ti otra señal evidente de estar
señalando, a muy corto tiempo, por el destino.
4
Pronto salieron otros que empezaron a apedrearnos
reconociendo tú en uno de ellos a tu hermano
muerto en un accidente hacia algún tiempo.
Corrimos ladera abajo a refugiarnos
entre unos niños que reían y volaban
cometas. Bajar hasta allí no se atrevieron.
Yo por distracción filosofé:
“Los locos y los muertos se espantan pensando
que fueron niños”. Pero tú gemías.
5
Delirantes y abrazados a las damajuanas, nos trasladamos
en un microbús destartalado a casa de Hermógenes
Janampa, en Cantogrande, donde
libamos el vino que resultó bambeado
y cervezas compradas al anochecer,
bailando entristecidos
el carnaval
de Andahuaylas; cantando a gritos
“Mi dulce
Amor”…, del Picaflor de los Andes.
6
Zapateando con provincianas cándidas, pero invencibles;
cuyas miradas se detenían con un peso
leve de hoja que se posa, haciendo
trastabillar nuestro débil y dolido corazón.
Y como nunca, hubo una que te miró
profundamente a los ojos y desapareció
en la noche. “-Síguela”, te dije.
“-¡Síguela!”
Y demudado sentenciaste:
“Acaso, ¿no te das cuenta quién es?
Fíjate bien ¡es la muerte!”
7
Hoy, lunes 11 de noviembre, caminé hasta
el rincón del teléfono con su escritorio y su silla
verdosos. La voz llorosa que me daba la noticia
estaba latente y grabada seguramente en una cinta
de éste o el otro mundo, desde el día de la ascensión al Apu San Cristóbal.
No respondí ni pregunté nada, pues lo sabía
desde aquella fecha. Puse el fono en su sitio,
caminé la sala en diagonal. demoré, desistí,
fui al baño. Oriné. Regresé: congelado, traslúcido,
como cuando un teorema es prefecto aunque ciego
y atrozmente fatal por su luz implacable.
8
Tus dedos de nicotina vivos antes, tu manera encogida
de caminar, tus grandes dudas, cavilaciones,
y timideces; tus manos que tocaban y palpaban
el mundo, yacen exánimes bajo esa sabana.
Están yertos también allí dentro los rostros
de los seres que amabas.
Los conceptos del ser y del cosmos, que tú como nadie tejía y destejía.
¡Tus abismales preguntas cayeron por un precipicio sin límites!
Ella, ¿sabría ya la noticia?
9
Al tintineo del timbre sacaste la cabeza por entre los balaustres
de la azotea, donde terminabas de colgar la ropa
recién lavaba. Bajaste corriendo,
con tu rostro sonriente. Era evidente: ¡Aún no sabías nada!
Puse mis manos en tus hombros de niña hermosa y sensitiva.
Quise convencerme, al principio: de ¿para qué
hablarte de algo tan grave, quizá incomprensible?
Pero me decidí al saber que así no atajaba ni evitaba
nada. Entonces arrojé lo atroz en medio del camino:
-“Me avisaron que Juan ha muerto, y vengo
de comprobar que es cierto”.
10
Sentí que te helabas y desaparecías de este mundo.
Mediste mis ojos, mi estatura, mi vida, para saber si mentía.
Tu esperanza que por primera vez hubiera hecho
una broma, ya no tuvo asidero. Gemiste sin dejar
de mirarme, como un animal partido
en mil pedazos por un cuchillo. la gran calle
de la muerte se abría para nosotros como negra
espuma y silbaba en nuestras sienes el aire
de la otra ribera: “si le hubiera creído no
le habría dejado irse solo”, gemías.
“¿Él sabía qué ocurriría? -, dije asombrado.
-“Sííííí”,
Contestaste. ¡El misterio de la muerte, era
en el fondo el secreto de su sabiduría!
Danilo Sánchez Lihón
(*) Doctor en Educación, investigador del Instituto de Investigación en Ciencias y Humanidades, directivo del Movimiento Capulí, Vallejo y su Tierra.
1 - 9. Trompeta del juicio final. Razón y pasión de Juan Ojeda de Danilo Sánchez Lihón. INLEC, 1999.
Textos que pueden ser reproducidos citando autor y fuente
INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN EN CIENCIAS Y HUMANIDADES
Teléfono: 043-796679
Celular: 043-94346706
e-mail: i2ch@hotmail.com
Lima – Chimbote – Trujillo
Fuente:
Escritor Víctor Hugo Alvítez Moncada