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TRAS LAS HUELLAS DE UNA LEYENDA:
 LA FLOR DE LA CANTUTA
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 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 
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Aquel
 domingo, 23 de diciembre de 1962, salí a las 9 de la mañana de Chiquián 
con uno   de los camiones de la familia, para pasar la Navidad en 
Tupucancha con mi abuelita Catita Calderón. 
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Hora y media después estábamos cargando reses en el paraje de Mojón, a
  4,190 m.s.n.m. A corta distancia el viento de la Puna peinaba ligeramente los manojos de ichu. En el horizonte el glaciar Tucu Chira le regalaba todo su albor a los 
pajonales con los destellos del sol matinal, que por ratos se ocultaba.
Culminado el embarque proseguimos el viaje por la encalaminada pista de cascajo de la Pampa de Lampas, arribando a Conococha al mediodía.
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Culminado el embarque proseguimos el viaje por la encalaminada pista de cascajo de la Pampa de Lampas, arribando a Conococha al mediodía.
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En   
el pequeño poblado almorzamos bajo un techo de paja con el chofer    
Teobaldo Padilla (Pecho), el dueño de las reses Teobaldo Suárez (tío Baldo) y el    
ayudante Baldomero Ramírez (Hualu). Este último me obsequió un tucumán
   de lana que me puse en su presencia como muestra de agradecimiento.  
Después   del almuerzo bajé mis pertenencias del camión, que continuó su
 marcha   hacia Lima.
Equipaje al hombro empecé el descenso  
caminando por una explanada de   lajas que bordeaba la laguna de  
Conococha. Luego trepé con dificultad  un  sendero empinado hasta  
coronar la parte más alta de la ruta (4,200   m.s.n.m.). Allí me puse a 
 descansar. 
Sentado
   en una piedra contemplé la inmensidad de la llanura, donde el trío de
   gigantes: cielo, agua y tierra, me hicieron sentir la fuerza    
inconmensurable de la Puna. En este desolado paraje donde es difícil que
   sobreviva el mal, el frío ingresaba a mi piel atravesando el poncho y
   la ropa gruesa que llevaba puesta, como queriendo 'darle la contra' a
   los rayos solares que caían famélicos al erizado pajonal.
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Ya llevaba media hora descansando, cuando se ocultó el sol, y la neblina empezó a descender cubriendo los cerros vestidos de paja y rocas calvas que le daban un aire misterioso al vaporoso paisaje.
Al  
 cabo de unos minutos me sentí flotar sobre un vellón inmenso, por lo   
 que me puse de pie y reanudé la marcha, escrutando paso a paso las    
huellas dejadas por las recuas de carga. "Qué lejos quedó la mañana   cuando en Mojón seguí con la mirada el paso de las nubes viajeras  sobre el Tucu Chira" -pensé, al no observar casi nada a través de la tupida neblina. 
Cuando
 iba a medio camino sentí sed y bebí un par de sorbos de agua,   que a 
mi paso por la laguna envasé en una botella de Concordia. Nunca imaginé que  el   
líquido elemento supiera tan delicioso en circunstancias hostiles.
Después
   de orillar los cerros cubiertos de ichu y los pelados roquedales de  
 Shajsha, donde se encuentra la "Cueva del Bandolero", por fin pude    
apreciar a un kilómetro de distancia la silueta amada de la manada de    
Tupucancha, con sus enormes corrales de piedras,  paja y tierra, sus    
paredes blanqueadas con cal y sus tejas rojas que la llenaban de vida.
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Faltando cien metros para llegar a la casona, vinieron a mi encuentro dando brincos y ladridos los perros pastores “Vilka” y “Zambo”, viejos amigos a quienes no veía desde hacía once meses. En momentos que uníamos los latidos con abrazos y lamidos, salió de la cocina mi abuelita Catita, seguida por una joven señora de faldellín negro y dos “niñas” con polleras floreadas y shucuy de pellejo de carnero. Las dos pequeñas tenían los pómulos rojos como manzanas y ondeaban al viento sus trenzas entrelazadas con hilos blancos de lana.
Una  
 hora después, en circunstancias que festejábamos el encuentro con   
panes  y bizcochos, que antes de partir de Chiquián me obsequió mi abuelita Victoria Montoro, hizo su aparición una "niña" más. Por su estatura inferí
  que  se trataba de la mayor. Tenía más o menos mi edad y talla: un  
metro  con  cuarenta centímetros y medio. Hasta me emocioné al verla, 
pero  después que  su  mamá lo llamó Nicéforo, mis ilusiones quedaron 
regadas  en el piso.   Finalmente las “otras dos” también resultaron ser
 'santos  varones'. En   ese entonces era costumbre en la Puna, vestir a
 los chiuchis con   polleras hasta los diez años, edad en que celebraban el rutuchi o   quitañaque (ceremonia ancestral del primer corte de pelo). 
Con
   el ocaso llegó arreando el ganado lanar el pastor Moreno, esposo de  
la   joven mujer y padre de los tres niños. Me dio un apretón de manos  
como   bienvenida, que por poco hace machihembrar mis delgadas falanges.
  Luego  metimos las ovejas y las reses a los corrales e ingresamos a la
  cocina  para merendar. Como postre les comenté sobre mis compañeros de
  la Escuela Primaria 378 de Chiquián. Hasta por un momento escuché    
resonar en mis oídos el eco de las risas de Miguel Barrenechea, Antonio 
  Núñez y Máximo Alarcón, con quienes iba a la hora del recreo a la    
plazoleta de Quihuillán a trepar, hasta blanquear los ojos, el asta    
tubular del monumento a Bolognesi. Al concluír mi relato, la mamá de    
Nicéforo nos narró esta leyenda sobre la “FLOR DE LA CANTUTA”, que según nos comentó, aprendió de una ancianita del pueblo de Cuspón:
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 “Cierta
   vez, una viejecita a quien de cariño llamaban Pancha, y su nieta    
salieron de Roca llevando semillas de papa para venderlas en Matara.    
Cuando estaban cerca del pueblo se sentaron a descansar. La abuelita se quedó dormida por unos instantes y al abrir los  
 ojos observó a la niña contemplando las flores que orlaban el camino de
   herradura. Se acercó y le dijo:
 
 - ¿Te gustan las ccantuhuaytas hijita?, son tan lindas y perfumadas.
- Si abuelita, mira que bello color rojo tienen..
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- Ese color es por la sangre de una niña pequeñita como tú, que se marchó de este mundo hace mucho tiempo.
 
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- ¿Cómo ocurrió aquello, abuelita?.
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-    Hijita, a mí también me lo contó mi abuelita. Ella decía 
que hace    muchos años una huerfanita muy bonita fue raptada por un 
zorro. Sus    abuelitos, con quienes vivía, corrieron para relatarle lo 
sucedido a un   cóndor que habitaba las alturas de Carhuaspunta.. 
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El
   ave sobrevoló el lugar logrando ver al zorro devorando a la niña, y 
  descendió lo más rápido que pudo, arrebatándole los restos de la    
pequeña, salpicando de sangre los campos de Matara. Con el paso de los 
días    germinaron bellas flores de la cantuta en los lugares donde 
cayeron las   gotas de sangre.
 
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- ¿Y que pasó después con el cóndor y el zorro, abuelita?.
-    Ah, el cóndor contó lo sucedido a los animales más pequeños de 
la  zona  y  les aconsejó que se alejaran del zorro. Desde ese entonces 
vaga   solitario por las altas punas al acecho de las ovejas más 
débiles. 
- Una última pregunta abuelita ¿y que pasó con los abuelitos de la huerfanita?
- Con ellos, ...”. 
 * * *
Cuando   nos iba a relatar lo ocurrido con los abuelitos, ladraron los 
perros y   salimos al corral de las borregas, temerosos de la presencia 
de algún   zorro. Felizmente se trataba de un comerciante “shilico” que 
pedía    alojamiento. 
Esa noche, vísperta de    Navidad, me quedé dormido contento de haber 
hecho nuevos amigos en un    rinconcito de la Puna, donde el frío cala 
hasta el tuétano; pero   también, donde la solidaridad de los seres humanos abriga los corazones   haciéndonos convivir como hermanos... 
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VOCES NATIVAS
Ccantuhuayta:
Flor sagrada de los Incas.
Shilico:
Natural de Celendín - Cajamarca
Chiuchis:
Niños
Faldellín:
Vestido de mujer andina.
Matara:
Paraje, hábitat de los bosques de ccantuhuaytas.
Mojón:
Paraje chiquiano, a más de 4,150 m.s.n.m.
Recuas:
Acémilas de carga
Shucuy:
Mocasines de piel de oveja.
Tucumán:
Gorro de lana con orejeras.
Tupucancha:
Manada de reses y ovejas
Ccantuhuayta:
Flor sagrada de los Incas.
Shilico:
Natural de Celendín - Cajamarca
Chiuchis:
Niños
Faldellín:
Vestido de mujer andina.
Matara:
Paraje, hábitat de los bosques de ccantuhuaytas.
Mojón:
Paraje chiquiano, a más de 4,150 m.s.n.m.
Recuas:
Acémilas de carga
Shucuy:
Mocasines de piel de oveja.
Tucumán:
Gorro de lana con orejeras.
Tupucancha:
Manada de reses y ovejas
Huaraz, DIC 1981
Cuspón (Bolognesi - Ancash) - Fotos: Marco Calderón Ríos
