LA TUMBA DE LA TORRE
Por Elmer Neyra Valverde
No fueron la lluvias emplumadas de barro
ni los huaycos borrachos de marzo los que
te hirieron apenas en horas, Torre Alta.
Fueron los que oían el grito plateado
de tu campana y los que no veían el amor
frugal de nuestros zorzales lluvianeros.
Ellos embrujados por la orden lisonjera
de un doctrinero y de sus conjurados
te ejecutaron, en un mayo de caña y maíz.
Aquel día que la memoria ya lo esconde,
y se acumula la tristeza como maleza.
Te sintieron vieja e inútil, ya no valías
en oro, pero sí eras flor de codicia.
Apenas unos metros de tierra dormida
entre siglos y campanazos te daban
poco precio en vileza de soles y mugre.
El señorial y ancestral solar que te
cobijaba era motivo de tu muerte
por hambre de solar, Torre Alta.
Entre cantos de piedra destemplada
entre disputas rastreras de barrios
engañados, bajabas, Campana dulzona
cuando nunca soñé esta muerte callejera.
Campana vieja de oro viejo, llamabas
entre relinchos de mangadas, en el fuego
altivo del frío maicero de junio, entre
auroras que parían fe en misas y rezos.
Todos iban. Todos íbamos. Un solo viento.
Todos caen, todo cae. Quizás sin querer
como con flecha de maldición, caíste,
quedaste devorada por el aroma,
por el silencio de de los años nuevos.
Adiós, Torre bonachona, amiga mía.
Primero, cual viento atrevido, escondido
el gusto de un cuchillo matricida
calló el sueño de de siglos de la reata,
ella sostenía, meciendo cuaresmas,
entre cirios llorones que hablaban
de dolor y esperanza. Saltó la campana.
Campana vieja, ya en tierra, veías
la moribunda soledad de la Torre
esa tarde de negro y rojo encendidos.
Pero dos voceros, uno de cada barrio,
Luchaban, entre soles ebrios,
por izarte a izquierda o dejarte a derecha,
sin oler su miseria erizada y rabiosa.
Eras más bien una hembra lastimada
por lujuria de hombres desventurados.
No sé, anciana Campana, dónde estás.
No sé qué auroras tejes. Olvidarte sería
cómo no ayudar los quejidos de nuestros cielos.
Sólo sé que la torre, tu nido de gritos y sonrisas,
cayó como el silencio azul de tarde híbrida
sobre la losa amarilla de mis trigales.
Torre, campana, trigo, qué desgracia, ya
retorcidos en los hilvanes de holocausto.
Alcemos los corazones, es hora nuestra, que
vuelva a danzar la campana y los trigales
rujan entre vientos y ríos atizando amor.
Agosto, 2014
Por Elmer Neyra Valverde
No fueron la lluvias emplumadas de barro
ni los huaycos borrachos de marzo los que
te hirieron apenas en horas, Torre Alta.
Fueron los que oían el grito plateado
de tu campana y los que no veían el amor
frugal de nuestros zorzales lluvianeros.
Ellos embrujados por la orden lisonjera
de un doctrinero y de sus conjurados
te ejecutaron, en un mayo de caña y maíz.
Aquel día que la memoria ya lo esconde,
y se acumula la tristeza como maleza.
Te sintieron vieja e inútil, ya no valías
en oro, pero sí eras flor de codicia.
Apenas unos metros de tierra dormida
entre siglos y campanazos te daban
poco precio en vileza de soles y mugre.
El señorial y ancestral solar que te
cobijaba era motivo de tu muerte
por hambre de solar, Torre Alta.
Entre cantos de piedra destemplada
entre disputas rastreras de barrios
engañados, bajabas, Campana dulzona
cuando nunca soñé esta muerte callejera.
Campana vieja de oro viejo, llamabas
entre relinchos de mangadas, en el fuego
altivo del frío maicero de junio, entre
auroras que parían fe en misas y rezos.
Todos iban. Todos íbamos. Un solo viento.
Todos caen, todo cae. Quizás sin querer
como con flecha de maldición, caíste,
quedaste devorada por el aroma,
por el silencio de de los años nuevos.
Adiós, Torre bonachona, amiga mía.
Primero, cual viento atrevido, escondido
el gusto de un cuchillo matricida
calló el sueño de de siglos de la reata,
ella sostenía, meciendo cuaresmas,
entre cirios llorones que hablaban
de dolor y esperanza. Saltó la campana.
Campana vieja, ya en tierra, veías
la moribunda soledad de la Torre
esa tarde de negro y rojo encendidos.
Pero dos voceros, uno de cada barrio,
Luchaban, entre soles ebrios,
por izarte a izquierda o dejarte a derecha,
sin oler su miseria erizada y rabiosa.
Eras más bien una hembra lastimada
por lujuria de hombres desventurados.
No sé, anciana Campana, dónde estás.
No sé qué auroras tejes. Olvidarte sería
cómo no ayudar los quejidos de nuestros cielos.
Sólo sé que la torre, tu nido de gritos y sonrisas,
cayó como el silencio azul de tarde híbrida
sobre la losa amarilla de mis trigales.
Torre, campana, trigo, qué desgracia, ya
retorcidos en los hilvanes de holocausto.
Alcemos los corazones, es hora nuestra, que
vuelva a danzar la campana y los trigales
rujan entre vientos y ríos atizando amor.
Agosto, 2014