CONFESIONES DE UN EX RUMIÑAHUI
Por Juan José Alva Valverde (Pepe)
Por Juan José Alva Valverde (Pepe)
Cada vez que escucho aquella melodía me quiebro de emoción. Es que las notas del arpa, del saxofón, del violín y la trompeta con sordina, interpretando la coreografía de la fiesta patronal en honor a Santa Rosa, nos sacude el alma, transportándonos al pasado. Instintivamente viajamos a nuestra raíz, a la niñez junto a nuestros padres, hermanos y amigos. Viene a la memoria el agüita de cedrón o de menta, con el que remojábamos la rica machca.
Recordamos que en la pubertad, en la confusión de los aprenderes, y en el transcurrir del desarrollo psicofísico nos dimos cuenta que es posible amar a una persona ajena al entorno familiar, amar con un sentimiento distinto, con un sentimiento de varón.
Evocamos que una persona muy especial nos hizo latir con más fuerza el corazón, al sentir ese algo que turba la razón. Contemplar sus ojos, acariciar su cabello y besar sus labios.
Recorremos mentalmente los caminitos chiquianos andados a su lado, caminos hacia Tulpajapana, hacia Usgor, hacia Muchcash, o por la avenida Cincurvalación, cuando los eucaliptos de las hermosas campiñas nos saludaban, nos aprobaban, produciendo con su ramaje un viento aromado. El sol de la primavera aumentaba el calor de la pasión con juramentos de amor eterno; y es que es así, cuando el amor es verdadero, porque trasciende el infinito. Por amor se procrea a los hijos y ellos a los suyos, entonces el inicio de dos palomitas, ella de hura barrio, el otro del oropuquino hana barrio, no tendrá límites ni final, pues en las venas de los descendientes circulará la sangre de ambos.
Aquella melodía, nos empuja a buscar nuestro origen, a buscar a nuestros amigos de nuestro viejo barrio, a los compañeros de aula. Por eso acudimos ansiosos a los festivales y a las festividades que organizan nuestros coterráneos, para abrazarnos, para unir nuestros latidos y compartir instantes agradables.
La añoranza por nuestro terruño, por nuestra cuna, nos empuja a fines de agosto a visitar "Espejito del cielo", y llenarlos de él; llenarnos de su aire con olor a leña ardiendo en el fogón de las casas, a pancito caliente, al pegancaldo, a los tamales, los quesos, el jamón, la pachamanca, los chicharrones, las truchas, el chancho asado, el caldo de fiesta, el jaca rogro, las humitas, las rosquitas bañadas, la chicha, el shuplac, el muchqui...
Recordamos que en la pubertad, en la confusión de los aprenderes, y en el transcurrir del desarrollo psicofísico nos dimos cuenta que es posible amar a una persona ajena al entorno familiar, amar con un sentimiento distinto, con un sentimiento de varón.
Evocamos que una persona muy especial nos hizo latir con más fuerza el corazón, al sentir ese algo que turba la razón. Contemplar sus ojos, acariciar su cabello y besar sus labios.
Recorremos mentalmente los caminitos chiquianos andados a su lado, caminos hacia Tulpajapana, hacia Usgor, hacia Muchcash, o por la avenida Cincurvalación, cuando los eucaliptos de las hermosas campiñas nos saludaban, nos aprobaban, produciendo con su ramaje un viento aromado. El sol de la primavera aumentaba el calor de la pasión con juramentos de amor eterno; y es que es así, cuando el amor es verdadero, porque trasciende el infinito. Por amor se procrea a los hijos y ellos a los suyos, entonces el inicio de dos palomitas, ella de hura barrio, el otro del oropuquino hana barrio, no tendrá límites ni final, pues en las venas de los descendientes circulará la sangre de ambos.
Aquella melodía, nos empuja a buscar nuestro origen, a buscar a nuestros amigos de nuestro viejo barrio, a los compañeros de aula. Por eso acudimos ansiosos a los festivales y a las festividades que organizan nuestros coterráneos, para abrazarnos, para unir nuestros latidos y compartir instantes agradables.
La añoranza por nuestro terruño, por nuestra cuna, nos empuja a fines de agosto a visitar "Espejito del cielo", y llenarlos de él; llenarnos de su aire con olor a leña ardiendo en el fogón de las casas, a pancito caliente, al pegancaldo, a los tamales, los quesos, el jamón, la pachamanca, los chicharrones, las truchas, el chancho asado, el caldo de fiesta, el jaca rogro, las humitas, las rosquitas bañadas, la chicha, el shuplac, el muchqui...
De vuelta a Lima, donde los hijos esperan, traerles los manjares nativos, las estampitas de la misa, un ponchito chiquiano; es decir, retornar hasta el próximo año con el corazón y el alma en paz, después de haber rezado postrado ante Santa Rosita, contemplando sus ojos y suplicándole que visitemos nuestra querida tierra, cuantas veces sea posible.
Club Chiquián - Procesión 30 AGO 2007 - Lima
Durante
la procesión de la fiesta de Santa Rosa del 2007, organizada por el Club
Chiquián en Lima, tuve la impresión de que nuestra santita estaba
triste, hecho que me apenó y motivó para asumir el cargo de Rumiñahui en
el 2008. Metí al ruedo a mi cuñado Rolando Suárez, quien se inscribió
como Inca. Llegado el momento, en compañía de entusiastas funcionarios
como José Aldave Yabar, adoramos en comparsa a nuestra Santa Patrona.
Hoy, después de un año, siento haber cumplido con ella. Lo hice
anteriormente como acompañante del Capitán de 1998 Raúl Santiago (Lapu)
en Chiquián; y mientras viva, Dios mediante, seguiré participando.
Y así, año tras año, la orquesta interpretando dicha coreografía, me estremecerá el alma como un llamado del terruño, de Chiquián querido, de mi Espejito del Cielo.
Y así, año tras año, la orquesta interpretando dicha coreografía, me estremecerá el alma como un llamado del terruño, de Chiquián querido, de mi Espejito del Cielo.
Chiquián