Antigua Plaza de Armas de Chiquián - Foto: Román Palacios
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CALIXTO PALACIOS CARRILLO
"EL GRAN CAÑITA"
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Por lo general, el ser humano guarda en su memoria el primer velorio en el que participó. En mi caso fue el miércoles 11 de setiembre de 1957, por el deceso del señor CALIXTO PALACIOS CARRILLO, acaecido en Chiquián una semana después de la fiesta de Santa Rosa, conmoviendo sobremanera los corazones de los chiuchis del barrio de Jircán, que lo quisimos y respetamos como gobernador, perito, pintor, compositor y tasador, amén de su talento para la composición, la guitarra y el canto, en cuyas correrías hizo popular su canción “PALOMA”,
que luego de su partida inmortalizaron los bardos ancashinos: Bernardo
"Bellota" Escobedo Luna, de hana barrio y el “Zorzal aijino” Jacinto
Palacios Zaragoza. El primero falleció en el sismo del domingo 31 de
mayo de 1970 en el Callejón de Huaylas, y el segundo, el miércoles 2 de diciembre de 1959, dos años después que don Calixto. El finadito fue discípulo del sabio Santiago Antúnez de Mayolo, por quien tuvo suma gratitud, admiración y respeto.
P A L O M A
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Calixto Palacios Carrillo
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Paloma desmemoriada
recorre tus pensamientos
mira que yo soy el mismo
que en un tiempo tú adorabas.
Paloma tú me abandonaste
sin tener ningún motivo
ya no volverán las horas
que en mis brazos te dormías.
recorre tus pensamientos
mira que yo soy el mismo
que en un tiempo tú adorabas.
Paloma tú me abandonaste
sin tener ningún motivo
ya no volverán las horas
que en mis brazos te dormías.
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Fuga
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Ay cañita, cañaveral
cañita huayta sin corazón,
sino me quieres que voy hacer,
con retirarme se acabará.
cañita huayta sin corazón,
sino me quieres que voy hacer,
con retirarme se acabará.
Primero doblaron las
campanas anunciando el Viaje Eterno de don Calixto. A la hora, más o
menos, se hicieron presentes en el jirón Leoncio Prado Nº 151, lugar
del velorio, don Cástulo Rivera, seguido del administrador de los
pintorescos “Huertos de Judas”, don Julián Soto Valverde. Ese día el
cielo chiquiano se mostró diáfano, con aire celeste y sol radiante
reverberando en las calaminas de la plaza de toros de Jircán; y nubes
tan blancas como el alma del popular “Cañita”, que se fue de la mano del
Señor de las alturas. Sin embargo el barrio estaba desolado y triste
por el luto. En las casas aledañas todo era meditación. Había muerto un
hombre joven, con mucho porvenir, dejando huérfanos de padre a cinco
niños.
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Don Cástulo acudió
presuroso para coordinar sobre la capilla ardiente, los pellejos para
el piso, los crespones negros y las misas que se tenían que celebrar
por tratarse de una autoridad política respetada y querida por el
pueblo, mientras el amigo Soto se hizo presente como representante del
cantor y violinista don Valerio Jaimes Calderón, para el responso de rigor. En
el lugar todos los familiares, amigos y vecinos que se hicieron
presentes dieron su cuota de solidaridad.
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Después que don
Calixto fue dejado en olor de santidad con jabón, formol, algodón y
colonia, lo pusieron a descansar el sueño eterno con su terno azul
marino, en una mesa cubierta con sábanas blancas, unidas con alfileres. En el
dintel de la puerta pintada de azul, una pequeña cruz de tela negra
anunciaba el duelo, mientras don Eladio Ñato aceleraba formón en mano la
confección del féretro de madera barnizado con tintura de nogal, tinte
que aún se usa en el teñido de los ponchos chiquianos.
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A las 8 de la noche
llegó el padre Martín Tello Rivera portando un descolorido maletín
negro, sombrero shilico con cinta negra a la pedrada y un gabán caqui
cubriendo su sotana. Después de dar el pésame a los deudos y preparar todo lo necesario, celebró una
Misa de cuerpo presente. Todos los asistentes, entre familiares,
vecinos y curiosos oramos repitiendo en coro pasajes de las Sagradas
Escrituras. Al finalizar el réquiem repartieron café (cebada tostada) y
comenzó a circular el chinguirito que hasta los más pequeños
saboreamos a cuenta gotas, con la complicidad de Alberto “Limonta”
Núñez (camachico de velorio), de “Lolito” Rivera de Alto Perú, quien
obsequió 4 cirios, y de Manuel "Shapra" Ñato Allauca, a quien durante
los años siguientes vería colaborando activamente haciendo los
“mandados” en los velorios, hasta el martes 17 de octubre de 1961, fecha
en que acudió al llamado de Dios.
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A partir de las 9 de
la noche las personas mayores narraron cuentos, mitos y leyendas sobre
María Marimacha; Pisana María; la bella mujer de negro que en las
noches de luna llena, aguardaba en el puente de Matarajra la llegada del camión fantasma;
el venado encantado de Carcas; el pishtaco de Cutacarcas; los
ichicqolgos de las cascadas de Putu y Usgor; la laguna encantada de
Yarpún; la paca paca y el vampiro anémico;
las cabezas rodantes de los compadres amantes; los diablitos de la
fragua de Lapicho; la mula enamorada del cura. Asimismo algunas hazañas
de Luis Pardo el romántico bandolero de Pancal, y los “misteriosos
entierros” hallados por don Juan Sánchez Dulanto. De vez en cuando
alguien suspiraba y comentaba sobre las bondades del difunto y otro
profetizaba a quién le iba a jalar la “pata”. A la
medianoche me
fui a dormir con los mitos y leyendas rondando mi mente...
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La madrugada del
día siguiente llegaron sus familiares de Lima, entre ellos su hermano
Nicéforo e hijos, motivando que los lugareños, que ya habíamos logrado
posesionarnos de la sala, saliésemos sobrando, por lo que hicimos una
retirada estratégica hasta la noche, en que retornamos y nos sentamos a
lo largo del frontis de la vivienda donde los chiuchis volvimos a la
carga con nuestros juegos nocturnos: “gran bonetón”, “chanca la lata” y
“esconde la correa”, liderados por Luchu Allauca, Añico Carhuachín y
Ticucho Moreno.
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A las 2 de la tarde del tercer día repicaron las campanas y salió el cortejo fúnebre hacia la Iglesia. Allí
se desarrolló la segunda Misa de cuerpo presente con asistencia de las
autoridades y del pueblo. Finalizada la actividad litúrgica fue
llevado en hombros por sus amigos al compás de la Marcha Fúnebre de
Morán, interpretada por la banda de músicos de la familia Aldave
Montoro.
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Cada dos cuadras se celebró
una ceremonia de oración, y finalmente llegó al Cementerio, donde
aguardaba un grueso contingente de coterráneos de los poblados
cercanos: Aquia, Huasta, Carcas, Roca, Pacllón, Pocpa, Llamac, Llaclla,
Cuspón, Roca, Canis, Ticllos, Corpanqui, Aco de Carhuapampa, Chilcas,
etc., lugares que el finado visitó como representante del Sub Prefecto de la provincia don Rolando Extremadoyro.
Camino al Camposanto en Chiquián de los cincuentas (Antiguo barrio Cruz del Olvido)
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Antes de introducirlo al nicho se oró nuevamente y los hermanos Felipe y Valerio Jaimes entonaron responsos que hicieron llorar a la concurrencia. Dos botellitas con agua de azahar circulaban de mano en mano. Al costado, diez niños, entre ellos, sus hijos Carlos de 10, Guillermo de 8 y Deifi de 6 años portaban coronas y lágrimas confeccionadas por las manos prodigiosas de la amauta Dolorita y su discípulo Romeo; mientras sus hijos: Nony de 3 años de edad, sujetaba la falda de su mamá Nilda, quien llevaba en brazos a Rubencito de apenas un año de nacido. En momentos que colocaban la tapa del nicho, los niños caminamos observando los nombres de las lápidas del pabellón de adultos, las cruces de madera de los cenotafios de cemento y las tumbas de tierra, donde leímos los nombres de personas de bien, a quienes conocimos a través de los relatos de nuestros padres. Desde aquel entonces, cada vez que visito Chiquián, voy al cementerio, y siento nostalgia recordando a los chiquianos que yacen lejos de nuestra tierra.
Antes de introducirlo al nicho se oró nuevamente y los hermanos Felipe y Valerio Jaimes entonaron responsos que hicieron llorar a la concurrencia. Dos botellitas con agua de azahar circulaban de mano en mano. Al costado, diez niños, entre ellos, sus hijos Carlos de 10, Guillermo de 8 y Deifi de 6 años portaban coronas y lágrimas confeccionadas por las manos prodigiosas de la amauta Dolorita y su discípulo Romeo; mientras sus hijos: Nony de 3 años de edad, sujetaba la falda de su mamá Nilda, quien llevaba en brazos a Rubencito de apenas un año de nacido. En momentos que colocaban la tapa del nicho, los niños caminamos observando los nombres de las lápidas del pabellón de adultos, las cruces de madera de los cenotafios de cemento y las tumbas de tierra, donde leímos los nombres de personas de bien, a quienes conocimos a través de los relatos de nuestros padres. Desde aquel entonces, cada vez que visito Chiquián, voy al cementerio, y siento nostalgia recordando a los chiquianos que yacen lejos de nuestra tierra.
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Durante el cuarto día
los cuatro cirios siguieron ardiendo en la capilla, y sobre la mesa un
poncho de vitarte, un abrigo azul marino y un sombrero de paño gris,
nos recordaban a don Calixto, bajo el ulular de los gengrish que
revoloteaban sobre los liros y crisantemos.
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En la noche, ya con
menos devotos, siguieron las oraciones y volvieron a servir
chinguirito. Luego un generoso pojti de olluco con culantro, orégano,
ají y queso. De postre: mazamorra de calabaza y de allí cada uno a su
casa. Los niños, aprovechando la confusión ingresamos al huerto
colindante donde nos abastecimos de shuplac y capulí cimarrón, con algunos pinchazos de hualancas y unos roces de shinua que aliviamos con saliva.
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En el quinto día,
durante el “pishgay”, que se llevó a cabo desde muy temprano en el
barrio de Fragua, se lavaron con mazo, penca y quinua las prendas de
cama y de vestir del difunto, en un concierto de juegos de carnaval con
las aguas del lugar, donde no faltaron los bayetazos, pellejazos y los
infaltables shoguet; hasta que de un momento a otro apareció don Luis
Castillo quien increpó a las mujeres y hombres sobre el “escándalo” que
no dejaba dormir a su chacuita, sus gallinas y cuyes, lío que fue
controlado por el Juez de Paz don Martín Vásquez, quien, con una
máquina de escribir sobre sus rodillas y papel sellado en el rodillo,
resolvió el asunto sin contusos. En el almuerzo degustamos un exquisito
santo caldito preparado con huevos y culantro. También cachizada y
papa roqueña, shinti, mote de maíz y anquiusha. Recuerdo que el
maltoncito Iván Robles, vecino de Jupash, improvisó un fogón obteniendo
sabrosos cuayes.
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En la noche, después
de participar de una comida anticipada por el santo de mi papá, ingresé
al velatorio. Allí me invitaron mazamorra de quinua. Una hora después,
junto a mis tíos Chemo y Chanti, y 10 personas más, nos abrigarnos con
frazadas sobre los tiesos pellejos de vaca. Nuevamente los cuentos de
brujos y el gran bonetón abrigaron nuestros corazones. Antes de
acostarnos, candil en mano, revisamos el salón de rincón a rincón para
deshacernos de algún ponzoñoso hatapogoy. Después de la
medianoche se hicieron presentes sin tarjeta de invitación un trío de
roncadores y uno que otro sonoro añaco a quienes tuvimos que castigar
con su respectivo quitañaque al sueño...
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Huaraz, 2 de noviembre de 1981
Fuente:
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Un trocito del l ibro HOLA SHAY, de Nalo
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