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EL ZORRO
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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RUCU ATOQ habitó la Pampa de Lampas de la meseta chiquiana a más de cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar.
De joven fue el mamífero carnicero más depredador de los rebaños circundantes a la laguna de Conococha, naciente del río Santa. No había cordero que se le escape de sus fuertes caninos. Inclusive, muchas veces mataba indefensos animales solamente para satisfacer su instinto asolador.
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Hasta los experimentados perros ovejeros hacían mutis cuando percibían su olor zorrino; es decir, un temido cánido por los cuatro costados. Tenía el hocico puntiagudo, pelaje de color gris amarillento, pies cortos, cola recta y gruesa que parecía un plumero; ni qué decir de su envidiable capacidad para mimetizarse entre la neblina y los pajonales.
RUCU ATOQ habitó la Pampa de Lampas de la meseta chiquiana a más de cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar.
De joven fue el mamífero carnicero más depredador de los rebaños circundantes a la laguna de Conococha, naciente del río Santa. No había cordero que se le escape de sus fuertes caninos. Inclusive, muchas veces mataba indefensos animales solamente para satisfacer su instinto asolador.
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Hasta los experimentados perros ovejeros hacían mutis cuando percibían su olor zorrino; es decir, un temido cánido por los cuatro costados. Tenía el hocico puntiagudo, pelaje de color gris amarillento, pies cortos, cola recta y gruesa que parecía un plumero; ni qué decir de su envidiable capacidad para mimetizarse entre la neblina y los pajonales.
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Los rumores sobre su ferocidad fueron la comidilla cotidiana en las llanuras chiquianas. Unos decían que dio muerte sin piedad a un viejo puma y se comió sus despojos; otros afirmaban que una noche de luna llena se tragó un burro tierno; algunos fueron más allá y deslizaron que mató a dos perros pastores y se llevó arreando a cinco corderos hasta su madriguera.
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Pasaron los años y se puso viejo. Con trece años a cuestas caminaba con el rabo entre las piernas, hurgando raíces y huevos de perdiz entre los manojos de ichu. Sus colmillos se ponían cada vez más romos y sus orejas, por más intentos que hacía, no lograba pararlos. A estas alturas de su vida, ya los pastores y el ganado lanar no lo tomaban en cuenta como depredador.
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Pasaron los años y se puso viejo. Con trece años a cuestas caminaba con el rabo entre las piernas, hurgando raíces y huevos de perdiz entre los manojos de ichu. Sus colmillos se ponían cada vez más romos y sus orejas, por más intentos que hacía, no lograba pararlos. A estas alturas de su vida, ya los pastores y el ganado lanar no lo tomaban en cuenta como depredador.
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Cierto día, cansado de deambular buscando alimento, se internó en el bosque de rocas de Cuta Tinya. Allí permaneció tres horas subiendo y bajando las filudas cornisas de las peñas de granito.
A punto de desistir de sus intentos por lograr una presa fácil que calme su hambre, avistó a tres vizcachas recibiendo los últimos rayos del sol de la tarde; dos de ellas adultas y una muy pequeña.
Cierto día, cansado de deambular buscando alimento, se internó en el bosque de rocas de Cuta Tinya. Allí permaneció tres horas subiendo y bajando las filudas cornisas de las peñas de granito.
A punto de desistir de sus intentos por lograr una presa fácil que calme su hambre, avistó a tres vizcachas recibiendo los últimos rayos del sol de la tarde; dos de ellas adultas y una muy pequeña.
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Rucu Atoq caminó con disimulo, se agazapó entre la paja, y con rapidez se abalanzó sobre los roedores, que al notar su fantasmal presencia desaparecieron del lugar, menos la pequeña, que a duras penas se introdujo en una grieta circular del peñasco.
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Sin medir las consecuencias el viejo zorro metió su cabeza por el angosto corredor de piedra, luego la mitad de su cuerpo. Mientras avanzaba milímetro a milímetro reptando, daba débiles manotazos a la vizcachita, que al sentir sus garras corvas, chillaba haciendo retumbar el estrecho ambiente.
Sin medir las consecuencias el viejo zorro metió su cabeza por el angosto corredor de piedra, luego la mitad de su cuerpo. Mientras avanzaba milímetro a milímetro reptando, daba débiles manotazos a la vizcachita, que al sentir sus garras corvas, chillaba haciendo retumbar el estrecho ambiente.
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Al cabo de unos minutos el zorro sintió que le faltaba aire y empezó a respirar con dificultad. Sus pulmones iban a estallar, sus ojos parecían dos gotas de neón en la oscuridad y de su espinazo, lacerado por las aceradas salientes de la roca, empezó a brotar sangre que humedeció su raído pelaje.
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Después de vanos esfuerzos por capturar a su presa, descansó unos minutos y estiró su pata derecha. Para su sorpresa tocó el final de la angosta covacha. Ante la imposibilidad de avanzar trató de salir una y otra vez con todas sus energías, mas todo resultó en vano, y quedó atrapado. En ese instante pasaron por su mente miles de imágenes de su época de carnicero victorioso, imágenes que se esfumaron por los chillidos de angustia del pequeño roedor.
Después de vanos esfuerzos por capturar a su presa, descansó unos minutos y estiró su pata derecha. Para su sorpresa tocó el final de la angosta covacha. Ante la imposibilidad de avanzar trató de salir una y otra vez con todas sus energías, mas todo resultó en vano, y quedó atrapado. En ese instante pasaron por su mente miles de imágenes de su época de carnicero victorioso, imágenes que se esfumaron por los chillidos de angustia del pequeño roedor.
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En un último intento por salir, abrió sus fauces lo más que pudo y aspiró con fuerza el aire, tragándose a la vizcachita que selló su tráquea haciéndolo convulsionar.
Antes de expirar escuchó el postrer chillido del roedor en su garganta, y en fracción de segundos se vio volando por sus antiguos dominios del páramo andino; pero esta vez, el gris torcaza de la tarde lo cobijó para siempre con sus vellones blancos...
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VOCES NATIVAS
En un último intento por salir, abrió sus fauces lo más que pudo y aspiró con fuerza el aire, tragándose a la vizcachita que selló su tráquea haciéndolo convulsionar.
Antes de expirar escuchó el postrer chillido del roedor en su garganta, y en fracción de segundos se vio volando por sus antiguos dominios del páramo andino; pero esta vez, el gris torcaza de la tarde lo cobijó para siempre con sus vellones blancos...
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VOCES NATIVAS
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Atoq: Zorro
Atoq: Zorro
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Chiquián: Capital de la Provincia de Bolognesi - Ancash PERÚ
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Cuta Tinya: Paraje cubierto de ichu y roquedales (Cajacay)
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Ichu: Gramínea de hojas delgadas y punzantes
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Manadas: Lugares de crianza de ganado vacuno y lanar
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Neblina: Meteoro acuoso que impide la visibilidad
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Pampa de Lampas: Páramo andino a 4.100 m.s.n.m (chiquián)
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Pajonales: Lugar donde crece en manojos la paja brava
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Rucu: Viejo
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Torcaza: Paloma andina de color gris
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Vellones: Lana esquilada de oveja en forma de nubes.
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Vizcacha: Roedor gris, de cola larga, orejas anchas y carne sabrosa
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Laguna de Conococha
Fuente:
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Primeras Historias (Armando Alvarado) - CC Pontificia Universidad Católica del Perú
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