Lima, 7 de febrero de 2010
Cómo pasa el tiempo shay...
Hace cinco años celebramos en el Club Chiquián, los 50 fructíferos febreros de un gran ser humano: AGUSTÍN RICARDO ZÚÑIGA GAMARRA, llamado cariñosamente "ACUCHO". Hoy apaga 55 velitas en el calor del hogar familiar de la urbanización Ingeniería.
Hace también varias décadas, que desde el empinado paraje "Los Pinos" de Huaraz, donde estudiaba la secundaria bajo el rigor académico del Seminario San Francisco de Sales, se lanzó como avellana a la conquista de sus sueños en la Capital de la República, la tierra prometida de los provincianos de las tres regiones naturales, no "Lima la horrible" como la catalogan los ingratos.
Ingresó a la Universidad Nacional de Ingeniería a la vanguardia de los postulantes, lejos de los cenáculos artísticos y literarios, pero sin desligarse del canto chiquiano con arpa, tampoco del deporte rey. Este último, en el que desde siempre impone su talento creador frente a sus ocasionales adversarios, con esa rebeldía natural y la experiencia cada vez más creciente, que no se logra leyendo libros sobre cómo hacer goles de "guacha", "chalaca" o de "taquito", sino en la cancha de juego, haciendo funcionar al unísono: los pies y la cabeza.
Durante su fecunda vida ha subido a pulso y seso todos los peldaños académicos de su profesión, tanto en el Perú como en el extranjero, coronando con éxito la cima más alta, que le ha valido para desempeñarse en cargos de suma responsabilidad en bien del Perú. A la par, contagiado por los coterráneos que aún sufren los estragos del desarraigo por el huayco migratorio de los setentas, ensaya la vena popular en los albores del Tercer Milenio, y no tarda en descubrir su genio narrativo que hoy florece para beneplácito de las letras chiquianas y la difusión del conocimiento científico, a través de sus portales virtuales y programas radiales, con gran acogida por las mentes ávidas de aprender, en circunstancias donde la ciencia, la tecnología y la innovación no son prioridad para los gobiernos de turno, pese a ser conocedores en demasía, que el conocimiento es la mayor riqueza que un país puede ostentar sin dañar el ambiente y exportar en abundancia a los cinco continentes para provecho de la Humanidad.
Acucho, en sus relatos de travieso fluir, no se olvida de la primera lluvia, aquella que deja por siempre su fresco aroma entre el corazón y la razón. Así, su amado Agocalle, donde fue campeón caminando en zancos, saltando con garrocha y ganando bolsillos tras bolsillos de chillanditas, renace en cada despertar, porque ese sentimiento de amor por la Patria Chica que se incrusta en la infancia, permanece indeleble en la memoria.
Hoy, que los caminos del mundo van albeando su privilegiada testa, más allá del horizonte nativo, su espíritu telúrico sigue siendo de ese chiuchi inquieto hecho río cristalino, gracias a dos vertientes de agua dulce que se unieron para darle vida: Chiquián donde florece la cantuta y Huayllacayán donde madura la chirimoya.
MI AMIGO ACUCHO
A nombre de la familia Alvarado Balarezo, recibe Acuchito el abrazo fraterno en este DÍA tan especial, con nuestras oraciones al Altísimo por muchas bendiciones diarias para la familia Zúñiga Gamarra.
Nalo